Desmitificar a Frida Kahlo
La exposición inmersiva “Vida y obra de Frida Kahlo”, que se inaugura este miércoles en el Maloka City Hall, busca contar una historia no lineal de la artista y menos ligada a sus padecimientos y dolores.
Danelys Vega Cardozo
En una esquina de una calle de Coyoacán, en Ciudad de México, se erige una construcción de 2.620 m² que algún día fue una casa, pero que desde 1958 se convirtió en museo. Tanto su interior como exterior comparten el mismo color azul. El verde y el rojo también se cuelan en su fachada. Le llaman Museo Frida Kahlo, aunque algunos lo conocen como la Casa Azul. Allí nació, creció, vivió, pintó y hasta murió Frida Kahlo. Hoy reposan sus cenizas en aquel lugar, y sus objetos personales, muebles, pinturas, dibujos, fotografías, cartas y documentos son expuestos al mundo. Hace algunos años, Carla Prat, directora artística de la exposición inmersiva Vida y obra de Frida Kahlo, visitó aquel museo, una experiencia que describe “como la vida de Frida: dulce, pero también trágica”.
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En una esquina de una calle de Coyoacán, en Ciudad de México, se erige una construcción de 2.620 m² que algún día fue una casa, pero que desde 1958 se convirtió en museo. Tanto su interior como exterior comparten el mismo color azul. El verde y el rojo también se cuelan en su fachada. Le llaman Museo Frida Kahlo, aunque algunos lo conocen como la Casa Azul. Allí nació, creció, vivió, pintó y hasta murió Frida Kahlo. Hoy reposan sus cenizas en aquel lugar, y sus objetos personales, muebles, pinturas, dibujos, fotografías, cartas y documentos son expuestos al mundo. Hace algunos años, Carla Prat, directora artística de la exposición inmersiva Vida y obra de Frida Kahlo, visitó aquel museo, una experiencia que describe “como la vida de Frida: dulce, pero también trágica”.
La imagen trágica, ligada al dolor, el sufrimiento, lo negativo, lo que pudo haber sido, pero no fue, era la historia que no quería contar Prat en Vida y obra de Frida Kahlo. Ella no niega que la vida de la artista mexicana hubiera estado atravesada por el dolor, por la poliomielitis a temprana edad, que le dejó una secuela permanente en la pierna derecha. Tampoco desconoce el accidente del 17 de septiembre de 1925, en donde el autobús en el que se transportaba Kahlo chocó con un tranvía, que le causó múltiples fracturas. Aunque aquel no fue el peor accidente de la pintora, como ella misma lo dijo: “El segundo fue de lejos el peor”: Diego Rivera, su esposo. Sobre esa relación y cómo Rivera engañó a Frida con su hermana, entre otras cosas, no son acontecimientos que Carla Prat pase por alto, pero cree “que Frida tiene más que contar: una historia de resiliencia, de un sentido del humor muy particular y de éxito como artista en un contexto en donde había muy pocas pintoras”.
Y para contar esa historia, hubo un proceso de investigación similar al de cualquier exposición que se presenta en un museo, que contó con la participación de dos curadoras mexicanas expertas en Frida Kahlo. Ellas se sometieron a un ejercicio de revisión, que implicó cuestionarse sobre cómo se suelen realizar las exhibiciones de la pintora. “Muy lineales (tal año nació, esta fue su primera obra), porque generalmente así se hace en la historia del arte”. Por eso, lo que hicieron fue romper un poco con ese esquema lineal. Con un equipo creativo, trasladaron el guion curatorial, seleccionaron las obras y jugaron con la música del compositor y pianista español Arturo Cardelús. La idea era lograr que la música transmitiera algo en cada escena, que incluso las personas se pudieran trasladar a lugares como Europa y México.
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En la exposición, los visitantes también se transportan a la Casa Azul en compañía de Kahlo, quien describe en primera persona aquella vivienda. “Pintada en azul por dentro y por fuera... Se respira un poco de cielo”. De repente surgen sonidos de animales, como el canto de un gallo al amanecer. “Yo creo que estas son cosas que te aporta el nivel tecnológico y creativo audiovisual que tienen estas exposiciones”. A pesar de eso, Prat no cree que las exhibiciones inmersivas y tradicionales deban ser contrapuestas, sino complementarias. “Si tú ves esto, a lo mejor te dan más ganas de ir a ver una exposición en un museo”, una estrategia que, de hecho, aplicaron en Buenos Aires.
En efecto, en la capital argentina montaron la exhibición al lado del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA), que resguarda dos obras de Frida Kahlo. Por eso se les ocurrió hacer una colaboración con aquel lugar: las personas que iban a ver las pinturas de la artista mexicana al museo podían también ingresar a la exposición inmersiva, y viceversa. De hecho, Carla Prat se dio cuenta de que en este país “todo el mundo sabía mucho de Frida y tuvo bastante acogida la exposición”. Algo distinto pasó en Reino Unido: había más desconocimiento sobre la pintora. “La conocían más por el estereotipo, por la cuestión más exótica”. La exhibición terminó llamando la atención, en particular, del público familiar. “Qué vida y manera de pensar tan profunda”, dijeron algunos asistentes.
Mientras tanto, en España, así como hubo gente que ya había tenido un acercamiento con Frida Kahlo, hubo otra que la descubrió o conoció una nueva faceta de ella. “No sabía que era escritora”, mencionaron algunos visitantes. Precisamente, Prat espera que las personas que recorran la exposición descubran algo nuevo de Kahlo, que quienes la conocen por ser la artista mexicana con uniceja y que pintaba autorretratos se encuentren con “un universo pictórico más extenso” y su diario, que abarca sus últimos diez años de vida. “En ese diario ella se presenta de una manera diferente, a lo mejor no está tan pensada; es un poco más intuitivo, con ninguna intención editorial. Muchas veces hay esbozos o pensamientos sueltos”.
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Al principio, dudaron en realizar una exposición sobre Frida Kahlo. “Ya está como muy vista Frida”, pensaron. Porque la artista se ha convertido en un ícono de la cultura popular o, mejor dicho, la masa social la ha convertido en eso, como lo han hecho con Marilyn Monroe, Michael Jackson, el Che Guevara, los Beatles y Albert Einstein, entre otros. “Cuando algo se convierte en un ícono se vuelve demasiado grande, y a veces simplificamos las narrativas y caemos en estereotipos o prejuicios”.
Ahora Frida Kahlo está presente en la literatura, el cine, los juegos de mesa, la ropa, las vajillas, las cobijas, los llaveros, las libretas, las carpetas y muchos otros objetos, que van más allá de sus pinturas y se centran en su imagen. “Es verdad que luego la historia ha procurado convertirla en otra, y que es común repetir estas iconografías a nivel global o centrarnos siempre en los mismos personajes. Creo que suele suceder con las personalidades que tienen una vida con la que empatizas mucho o que de alguna manera tiene algún tipo de morbo”. Y quizás en el caso de Frida Kahlo el morbo radica en sus padecimientos físicos y emocionales, estos últimos se han ligado a su relación con Diego Rivera, que hoy “llamaríamos una relación tóxica”, pero al leer lo escrito por Kahlo, Prat se dio cuenta de que “él la quería mucho también; ves el cuidado y el cariño con el que se hablan ellos dos”.
En cuanto a los íconos de la cultura popular como Kahlo, quizá no existirían sin lo que Max Horkheimer y Theodor Adorno denominaron “industria cultural”, una empresa que crea productos estándares, cuya diferenciación objetiva se ha perdido y atrae —consciente o inconscientemente— a la masa. “Los interesados en la industria cultural gustan explicarla en términos tecnológicos. La participación en ella de millones de personas impondría el uso de técnicas de reproducción que, a su vez, harían inevitable que, en innumerables lugares, las mismas necesidades sean satisfechas con bienes estándares (…) Los estándares habrían surgido en un comienzo de las necesidades de los consumidores: de ahí que fueran aceptados sin oposición. Y, en realidad, es en el círculo de manipulación y necesidad que la refuerza donde la unidad del sistema se afianza más cada vez”, escribieron Horkheimer y Adorno en Dialéctica de la ilustración.
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Carla Prat no está segura de si a Frida Kahlo le gustaría verse en todas partes, pero dice que su vida estuvo llena de contradicciones, como si quisiera mantener una parte de ella privada, pero al mismo tiempo llamar la atención. “También tenía esas ganas de que la miraran y de ser conocida y reconocida”.
Al final, Acciona Cultura, los creadores de la exposición inmersiva, decidieron contar una historia de resiliencia, sobre todo teniendo en cuenta que era una apuesta poscovid. “Era un mensaje de viva la vida, de positividad, de salir adelante, de tener humor frente a la vida ―porque Frida tenía uno muy particular―, de encontrar tu manera de ser, de representarte a ti mismo y encontrar tu camino”. Para la construcción de la exhibición también buscaron alejarse de una historia de validación. “Desde la historia del arte siempre se habla de cómo a ella la validan; Picasso, Diego y el surrealismo la validaron (Breton dijo: “Tú eres la gran surrealista”). Pero leyendo cartas y textos de Kahlo, Prat descubrió que eso poco le importaba a la pintora. “Frida hacía las cosas para ella. Ella dice: ‘Dicen que soy la más surrealista, pero no pinto mis sueños’”.
Como el nombre de la exhibición, Prat no cree que la vida y obra de Frida Kahlo puedan separarse porque, incluso, sus pinturas son concebidas a partir de su contexto, de los animales de su jardín, de las frutas mexicanas, de sus viajes ―como aquel que realizó junto a Diego Rivera a Detroit (Estados Unidos)―, de sus dolores físicos y su tercer ojo: su esposo. De hecho, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA) reposa un autorretrato de Kahlo, que pintó unos meses después de su divorcio, en donde está sentada en una silla amarilla mientras sostiene unas tijeras con una mano y con la otra una trenza, que parece haber sido recién cortada. Ella lleva el cabello corto, un traje gris, unos pendientes y zapatos de tacón, y a su alrededor están sus cabellos tirados en el suelo, como la verdadera decoración. “Mira que si te quise fue por el pelo, ahora que estás pelona, ya no te quiero”, se lee en la parte superior de la obra.
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Prat ve aquel autorretrato como una muestra del sentido de humor que caracterizaba a Kahlo, pero reconoce que también tuvo momentos oscuros, sobre todo los últimos años de su vida. “Al final la exposición también busca desmitificarla y presentarla como eso: como una persona humana, como cualquiera de nosotros”.