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                                                                                                                                Después del torbellino de mayo (y del asesinato de Mauricio Lezama)

                                                                                                                                A un mes de la muerte del cineasta caleño, asesinado en Arauca, recopilamos los testimonios de sus familiares y amigos más cercanos sobre cómo han sido sus días después de la tragedia.

                                                                                                                                Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad

                                                                                                                                Mauricio Lezama en una de sus habituales salidas al río Arauca, en las que tomaba fotografías del paisaje. / Alfonso Giraldo
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “Dirán que estoy loca, pero después mi mamá me contó que cuando me dieron la noticia, vio que yo tenía un grillo sobre el cabello. Y ese es el mismo. Es el del ataúd y el del vaso del jugo”, dice Laura, que se vio por última vez con su padre en diciembre de 2018.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Cuando Lezama y Mora comenzaron a salir, ella se encargó de que él supiera que la prueba de fuego tenía que ver con el baile. “Como él era de Cali, yo me imaginé que iba a ser un bailarín de primera”, recuerda. Fueron al Chuzo de Rocky, una discoteca en Arauca, pero cuando terminaron de bailar, Mora quedó decepcionada: “Mi amor, ¿y la sangre valluna dónde la dejó? ¿Qué pasó con esos pasos?”, y Lezama le respondió: “¡Nooo, antes agradezca! Si hasta tuve que pagar unas clases para hacer esos pasitos”.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Ella, para superar la pérdida y darles soporte a sus hijos, recuerda esa historia. Eso fue Lezama: recursividad, disfrute, coraje.

                                                                                                                                ***

                                                                                                                                Ricardo Llaín, que estaba con Lezama en el momento del asesinato, coincidió con él pocas veces, pero estuvo en la más radical de todas. El pasado jueves, 9 de mayo, en el corregimiento La Esmeralda, Arauca, Llaín y Lezama estaban sentados en una esquina (la sede del SENA regional de Arauca) tomándose un refajo. Ahí hicieron audiciones el día anterior para el proyecto de documental Las luciérnagas vuelan en mayo, que estaban llevando a cabo gracias al premio del Fondo Cinematográfico de Relatos Regionales del Ministerio de Cultura, que se ganaron en 2018. Lezama le pidió a Llaín el cable del celular para ponerlo a cargar con una power band y en ese momento llegó una moto con dos personas que comenzaron a disparar. Le apuntaron a Lezama, pero a Llaín le entró una de esas balas en el brazo. El proyectil recorrió una distancia de 25 o 30 centímetros de tejido blando, salió por el hombro y no causó mayores daños. Llaín brincó de la silla, pasó entre dos personas que también estaban en el lugar, corrió como pudo, corrió por inercia, corrió para salvarse. Mientras las piernas se le movían solas, alcanzaba a oler la pólvora y el polvo que se levantaba de sus pasos, escuchaba cada detalle de lo que ocurrió a su alrededor, pero no veía nada. Se escondió y después pidió que lo auxiliaran. Cuando iba para el hospital ya sabía que a su compañero lo habían matado y que, seguramente, si no hubiese corrido de esa forma también estaría muerto.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La muerte de Lezama, tan inesperada, absurda e incomprensible, fue rápida. Sus amigos, que recalcan que la pérdida fue irreparable porque “Lezama era necesario para el cine nacional”, se enteraron por medio de llamadas: Alfonso Giraldo, el autor de la fotografía que sirvió de guía para el mural que se pintó después como un homenaje póstumo, recibió una llamada de un amigo periodista que le dijo: “Marica, ¿usted ya sabe lo de Lezama? Lo acaban de matar en Arauquita”. Cuando Giraldo escuchó, se estremeció. En sus manos tenía el libro Sobre la fotografía, de Susan Sontag, un regalo que le hizo Lezama después de uno de sus viajes a Bogotá. Adinael Lozano, el pintor del mural, también se enteró por medio de Daniel León, otro cineasta que le dijo: “Adinael, mataron a un amigo en La Esmeralda y parece que es Mauricio Lezama”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Lezama, que madrugaba a cantar los santos nombres de Krishna, era disciplinado. En la universidad estudió Bellas Artes y después, en Arauca, se encontró con el mundo audiovisual, que se le presentó como una oportunidad para darle más sentido a su vida, de la que no se quejó nunca. A Laura, su hija, que está próxima a graduarse de Gestión Empresarial en la Universidad Autónoma de Nariño, le decía que no estudiara eso, que el arte era lo único con lo que uno no nacía, que ahí es cuando se convertiría en creadora de cosas importantes: siendo artista.

                                                                                                                                Cuando salía con sus amigos, Lezama tomaba cerveza, especialmente Poker. Le gustaba el heavy metal, “la música de los rockeros de antaño”, cuenta su amigo John Carlos, un periodista de Arauca con el que frecuentaba La Taberna de Moe y Pinky, donde le dedicaban el tiempo a Pink Floyd, Black Sabbath y Led Zeppelin.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Además de no perder oportunidad para hablar de lo que haría como cineasta, sin importar la falta de recursos, políticas públicas, apoyo estatal o estabilidad laboral, Lezama tenía esperanza. Le creía a la gente y la gente le creía a él, por eso lograba que para trabajar le prestaran material y equipos, y lo recomendaran para trabajos. Aunque durante las jornadas de, por ejemplo, sesiones de fotos matrimoniales, terminara bailando con las invitadas, como le ocurrió con Alfonso Giraldo, que en una ocasión le dio trabajo como segunda cámara en una boda.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Su expareja, Xiomara Mora, entre lágrimas y con sus hijos al lado, repite una y otra vez la frase que siempre les recalcó Lezama: “Las aves del mismo plumaje siempre vuelan juntas”, y dice que con ese recuerdo se quedan. Con la certeza de que él continuará volando con ellos, con la convicción de que podrán seguirlo viendo por medio de apariciones de grillitos corajudos, con los recuerdos de sus recetas, con su fuerza espiritual y con la seguridad de que en Colombia pronto será posible vivir sin miedo.

                                                                                                                                Mauricio Lezama en una de sus habituales salidas al río Arauca, en las que tomaba fotografías del paisaje. / Alfonso Giraldo
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                “Dirán que estoy loca, pero después mi mamá me contó que cuando me dieron la noticia, vio que yo tenía un grillo sobre el cabello. Y ese es el mismo. Es el del ataúd y el del vaso del jugo”, dice Laura, que se vio por última vez con su padre en diciembre de 2018.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Laura es hija de la primera pareja con la que convivió Lezama. Su segundo hijo nació de la unión con Xiomara Maritza Mora, que estuvo con él durante ocho años. Se conocieron en Arauca, donde coincidieron en un programa de televisión cultural llamado Samanama, para el que llamaron a Lezama cuando se quedaron sin camarógrafo. Tenían que verse todos los días para trabajar, y Lezama fue cautivando a Mora cuando comenzó a demostrarle que no solamente sabía manejar cámaras. Le dejó ver su obsesivo interés por el arte, la dejó llegar a sus convicciones, que solo hablaban de lo mucho que ansiaba contar historias con sus pinturas o sus proyectos de cortometrajes.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Cuando Lezama y Mora comenzaron a salir, ella se encargó de que él supiera que la prueba de fuego tenía que ver con el baile. “Como él era de Cali, yo me imaginé que iba a ser un bailarín de primera”, recuerda. Fueron al Chuzo de Rocky, una discoteca en Arauca, pero cuando terminaron de bailar, Mora quedó decepcionada: “Mi amor, ¿y la sangre valluna dónde la dejó? ¿Qué pasó con esos pasos?”, y Lezama le respondió: “¡Nooo, antes agradezca! Si hasta tuve que pagar unas clases para hacer esos pasitos”.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Ella, para superar la pérdida y darles soporte a sus hijos, recuerda esa historia. Eso fue Lezama: recursividad, disfrute, coraje.

                                                                                                                                ***

                                                                                                                                Ricardo Llaín, que estaba con Lezama en el momento del asesinato, coincidió con él pocas veces, pero estuvo en la más radical de todas. El pasado jueves, 9 de mayo, en el corregimiento La Esmeralda, Arauca, Llaín y Lezama estaban sentados en una esquina (la sede del SENA regional de Arauca) tomándose un refajo. Ahí hicieron audiciones el día anterior para el proyecto de documental Las luciérnagas vuelan en mayo, que estaban llevando a cabo gracias al premio del Fondo Cinematográfico de Relatos Regionales del Ministerio de Cultura, que se ganaron en 2018. Lezama le pidió a Llaín el cable del celular para ponerlo a cargar con una power band y en ese momento llegó una moto con dos personas que comenzaron a disparar. Le apuntaron a Lezama, pero a Llaín le entró una de esas balas en el brazo. El proyectil recorrió una distancia de 25 o 30 centímetros de tejido blando, salió por el hombro y no causó mayores daños. Llaín brincó de la silla, pasó entre dos personas que también estaban en el lugar, corrió como pudo, corrió por inercia, corrió para salvarse. Mientras las piernas se le movían solas, alcanzaba a oler la pólvora y el polvo que se levantaba de sus pasos, escuchaba cada detalle de lo que ocurrió a su alrededor, pero no veía nada. Se escondió y después pidió que lo auxiliaran. Cuando iba para el hospital ya sabía que a su compañero lo habían matado y que, seguramente, si no hubiese corrido de esa forma también estaría muerto.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Cuando salía con sus amigos, Lezama tomaba cerveza, especialmente Poker. Le gustaba el heavy metal, “la música de los rockeros de antaño”, cuenta su amigo John Carlos, un periodista de Arauca con el que frecuentaba La Taberna de Moe y Pinky, donde le dedicaban el tiempo a Pink Floyd, Black Sabbath y Led Zeppelin.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Además de no perder oportunidad para hablar de lo que haría como cineasta, sin importar la falta de recursos, políticas públicas, apoyo estatal o estabilidad laboral, Lezama tenía esperanza. Le creía a la gente y la gente le creía a él, por eso lograba que para trabajar le prestaran material y equipos, y lo recomendaran para trabajos. Aunque durante las jornadas de, por ejemplo, sesiones de fotos matrimoniales, terminara bailando con las invitadas, como le ocurrió con Alfonso Giraldo, que en una ocasión le dio trabajo como segunda cámara en una boda.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Su expareja, Xiomara Mora, entre lágrimas y con sus hijos al lado, repite una y otra vez la frase que siempre les recalcó Lezama: “Las aves del mismo plumaje siempre vuelan juntas”, y dice que con ese recuerdo se quedan. Con la certeza de que él continuará volando con ellos, con la convicción de que podrán seguirlo viendo por medio de apariciones de grillitos corajudos, con los recuerdos de sus recetas, con su fuerza espiritual y con la seguridad de que en Colombia pronto será posible vivir sin miedo.

                                                                                                                                Por Laura Camila Arévalo Domínguez- @lauracamilaad

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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