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“Después”: un retorno a lo fundamental

La exposición de la sala Artecámara (Artbo) muestra las preocupaciones de los artistas jóvenes por temas como el agua, la tierra, el racismo y las implicaciones de la pandemia.

Danelys Vega Cardozo
29 de octubre de 2022 - 03:00 p. m.
Alejandro Martín Maldonado, curador de Artecámara, junto a la pieza “Proximidad”, de Moisés Londoño y Tania Hernández.
Alejandro Martín Maldonado, curador de Artecámara, junto a la pieza “Proximidad”, de Moisés Londoño y Tania Hernández.
Foto: Mauricio Alvarado / El... - Mauricio Alvarado

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¿Cómo un matemático y filósofo termina siendo curador?

Fue un camino largo, pero siento que el cineclub de la universidad fue el espacio en donde aprendí. Los que lo liderábamos éramos matemáticos. No solo proyectábamos películas, sino que también las hacíamos (tomábamos clases con un director de fotografía). Tiempo después, por cosas extrañas de la vida, terminé como editor de una revista que se llama “Pie de Página”, que llegó a las manos de la directora de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Ella me propuso que hiciéramos una exposición sobre el diccionario. Al parecer le gustó mucho, entonces me vinculó tanto con la biblioteca como con José Roca (él ha sido mi tutor). Con él hicimos muchos proyectos, en particular libros. Desde ahí, inicié el camino de curador. El momento más importante de todo este recorrido fue cuando me desempeñé como curador del Museo La Tertulia, en donde no solo hacía exposiciones, sino que también tenía que pensar en cómo trabajar en el museo. El antecedente de Artbo fue el Salón Nacional de Artistas.

¿Por qué decidió ser curador de Artecámara?

Lo chévere de Artecámara es que es el proyecto más consolidado en el país por convocatoria y se trabaja con artistas jóvenes. El reto es conocer artistas nuevos, ver qué llega y a partir de eso hacer un balance, un mapeo, un espíritu del tiempo (eso es bonito). Esto era un desafío, porque hasta ese momento había trabajado con artistas que conocía la obra, porque la había visto en museos o la había investigado; había seguido su trabajo y más o menos me imaginaba qué se podía hacer; pero acá me tocó, un poco, arrancar de cero. Entonces, fue algo nuevo y a mí me gusta mucho hacer cosas que no he hecho antes.

¿Qué sensibilidades ha identificado en los artistas jóvenes?

Siento que mi generación es muy cínica y golpeada, pertenecemos a la generación que vino después de la optimista (la de los 60 y 70). En cambio, para nosotros ya no cabía mucho el optimismo. En ese momento la Guerra Fría llegó a su punto más horrible, y crecimos con el narcotráfico, con bombas en todas partes y después el paramilitarismo. Entonces, a nosotros nos cuesta ser optimista (aunque yo lo soy por naturaleza, pero tengo esa contradicción). Siento que ahora hay una generación que se permite ser, de alguna manera, más directa; como que uno ve una sensibilidad más a flor de piel (que me parece lindo).

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No sé si se refiere a que hay mayor conexión con la realidad…

Como una acción y reacción más directa, como que si salen a manifestar creen que pueden hacer algo. Yo pertenezco a una generación en la que decíamos: “Ay, para qué voy a salir a manifestar si igual no va a pasar nada”. En cambio, ahora si se manifiestan piensan que puede pasar algo y siento que, como lo creen, pasa.

Pierde más el que no arriesga que el que lo intenta y no sale victorioso…

Pues sí… Ahora, hay unas preocupaciones muy directas y eso se nota mucho. Lo que hice en la curaduría de la exposición de Artecámara fue preguntarme qué nos quiere decir que tantos artistas estén preocupados por el agua, la tierra (por los elementos de los griegos) y no por el potasio, el oxígeno y todo eso. ¿Por qué los elementos de los indígenas y los griegos y las culturas son los elementos que interesan ahora?

Un retorno al pasado…

Preguntarse por lo fundamental y cómo los elementos para el ser humano no son los que nos dicen los científicos, sino lo básico, que tiene que ver con la experiencia humana y las preocupaciones de cómo eso básico está en crisis. Todo lo que le llega a uno está tramitado por tantas industrias, que se vuelve todo demasiado lejano. Entonces, hay una contradicción, que para mí a veces es un poco rara. En este Artecámara hubo muy pocos artistas que hicieran, como en el antepasado, obras relacionadas con la ciencia ficción o cosas virtuales. No sé si fue por la pandemia o qué, pero todos iban como a la tierra, la manifestación, el racismo (cosas como muy directas y claras). También todo muy enmarcado hacia las implicaciones de la pandemia y cómo ha marcado el trabajo de los artistas. Hay obras que vienen de prepandemia, pero uno siente que tienen que ver con la pandemia, como que muchas cosas o fenómenos ya venían desde antes.

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En esta exposición hay obras relacionadas con el agua, la tierra, los animales, etc.

Siento que esto es como un síntoma y uno ve que hay unas preocupaciones. Podría haber dos respuestas. La cínica sería que con esto solo se distraen e igual todo va para peor. La otra sería “confiemos en que esto conmueva a más gente y congregue y movilice”. Si solo son representaciones y no está acompañado de un tejido, de un grupo de gente que se junte, pues no va a pasar nada.

También hay un archivo narco. ¿Por qué era importante incluirlo?

Hay toda una tradición de arte relacionado con el narco. Por ejemplo, Santiago Rueda ha hecho muchos proyectos y exposiciones sobre ese tema. Gente como él, Lucas Ospina y yo hemos estado obsesionados con eso desde siempre (todos quedamos marcados porque crecimos desde esa problemática). Siempre he pensado sobre qué podríamos hacer desde el activismo para luchar contra la guerra contra las drogas y cambiar el marco normativo. Me llama la atención que ninguno de nosotros hizo nada: ni colectivos ni activismos. Siento que es interesante la revisión que hay ahora de toda esa historia narco que fue tan traumática para los que vivimos a finales de los ochenta y principios de los noventa. Ahora lo narco se lee de otra manera, por ejemplo, es lindo que en la exposición hay alguien mayor como Mauricio Cardona, que elabora todo el tema narco como un trauma (como lo elaboro yo), pero al mismo tiempo tenemos obras como las de Miguel o Manuela, gente joven que lo está mirando de un modo distinto: lo analizan desde cómo se ha construido toda esa historia de lo narco y cómo no se ha contado. Me parece lindo que esté ese contraste de las dos generaciones y pensar en cómo se pueden juntar para ver si nos movilizamos de alguna manera.

La pieza “Museo Voraz” está construida a partir del libro de la artista Angélica Ávila y me hizo pensar en la preservación de la memoria a través del papel…

Una cosa que es importante para toda la curaduría es la relación entre las piezas y las narraciones: cómo toda pieza está acompañada de una narración y puede ir siendo variada según la manera en cómo se cuenta. Esta pieza es muy bonita porque presenta una cantidad de obras, pero no muestra las imágenes, sino que nos cuenta un cuento (pero si tú ves, todas las otras piezas que están en la exposición también tienen su cuento). Siempre me pregunto cómo cambia la pieza según el cuento que se cuente. Me parece muy chévere que las piezas están acompañadas de los cuentos que cuentan los artistas, pero que el espectador también pueda dar su propia lectura. Esa relación entre lo que se dice y la pieza me parece muy potente y tiene que ver mucho con todo el trabajo curatorial.

En la convocatoria, ellos mandan su portafolio, pero presentan la obra que quisieran que se exhibiera. A mí me dan la libertad de elegir la que ellos presentaron o algo del portafolio. Cuando vi que Angélica había escrito ese libro, me pareció muy chévere. Entonces, le puse el reto de pensar cómo mostrarlo. En las conversaciones surgió la idea de montar esa sala haciendo una selección de las obras que describe en el libro y que tienen que ver con seres vivos, lo que se articula con esa parte de la exposición que también tiene relación con este tema.

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“Nosotros el Sur: hambre, epidemia perenne” es otra de las piezas que hacen parte de la exposición “Después” … Un contraste hablar del hambre y de Ciudad Bolívar en una feria como Artbo.

Jerson Murillo es un artista joven. Él hasta ahora está estudiando arte, aunque ya es un artista. Ha participado en un montón de convocatorias y es como una esponja; todo lo mira y relaciona y está pensando cómo decir lo que quiere decir. Una idea que tenía desde el comienzo era pensar en la pandemia y en la cuarentena, pero que eso nos mostrara el mundo en el que vivimos independientemente de esos fenómenos. Entonces, fue muy genial cómo él se aproximó a eso: cómo lograba ir más allá de la denuncia, de la problemática en su barrio y realmente hacer un arte que es chistoso, pero a la vez doloroso, que toca temas como el hambre, pero los elabora y te deja lleno de inquietudes.

De hecho, me llamó la atención una bandera que dice: “Nosotros somos pacíficos hasta que tengamos hambre”.

Esto parece chistoso, pero es muy serio. Aquí estamos ante una problemática que tendríamos que pensar mucho más. La pandemia explotó este fenómeno, pero estaba presente antes y sigue presente todos los días. Hay tanta gente que sufre de hambre, pero ya nos hemos acostumbrado a eso, como si tocará vivir con eso.

Me gustaría que habláramos sobre el nombre de la exposición: “Después”

Ahí tenemos un doble título. Por un lado, está después, pero después de qué (lo hace a uno pensar qué quiere decir estar después y si eso es el fin o la apertura de otra cosa; después podría ser el después de muchas cosas). Cada obra se relaciona de maneras distintas con el pasado y está acompañado de este lema: “Nada volverá a ser como antes” (como que muchas cosas parecerían apuntar a que todo esto de la pandemia suena como una pesadilla que se va a olvidar). La pregunta es: ¿Será que sí olvidaremos todo o seremos capaces de realmente aprender algo de todo lo que pasó?

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¿Qué respondería a esa pregunta?

Mi aprendizaje es que siempre todo en la humanidad es difícil, pero lo único que nos queda es luchar (lo que sí sería tenaz es que dejáramos de hacerlo). No importa tanto si algo va a cambiar o no, sino más bien si seremos o no capaces de luchar. Uno ve que mucha gente ha querido luchar, entonces como que hay una luz. Nos falta motivos y constancia, pero creo que eso lo encontramos en la medida que haya cosas que nos animen conjuntamente. Siento que en eso el arte y la cultura en general tienen mucho que aportar. En la medida que surjan músicas que acompañen todo esto, se multiplicara ese entusiasmo. La música como que amplifica la emoción y anima a más gente a juntarse y luchar juntos.

Danelys Vega Cardozo

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com

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