Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Hoy, 21 de marzo, se celebra el Día Internacional de la Poesía, una jornada dedicada a honrar y apreciar la influencia de la poesía en la vida. En Colombia, esta celebración cobra relevancia, ya que el país cuenta con una tradición poética que ha dejado su marca en la literatura mundial.
Le sugerimos leer: Día Mundial de la Poesía: la historia de la conmemoración a las letras poéticas.
Desde los versos clásicos de José Asunción Silva hasta la poesía contemporánea de figuras como Piedad Bonnett, la poesía colombiana ha abordado una amplia gama de temas, desde el amor y la naturaleza hasta la lucha por la justicia social y los derechos humanos. A través de sus composiciones, poetas nacionales han capturado la esencia de la vida en este país, reflejando su diversidad cultural, su historia y sus paisajes.
Poetas colombianos
Eliana Hernández: Antropóloga y Poeta
Nacida en Bogotá en 1989, Hernández no solo es poeta, sino también antropóloga y académica. Con una maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York y actualmente realizando un doctorado en Literatura en Ithaca, NY, su obra refleja una combinación de sensibilidad artística y rigor académico.
El poemario de Eliana Hernández Pachón, La mata, ofrece una exploración de la Masacre de El Salado en Montes de María, Colombia. A través de sus versos, Hernández da voz al horror de este evento, dejando una profunda impresión en sus lectores. Este no solo es un libro de poesía, sino también un testimonio conmovedor de la capacidad humana para encontrar belleza en la oscuridad. A través de su trabajo, Hernández invita a los lectores a reflexionar sobre el sufrimiento, la resistencia y la esperanza en medio de la tragedia, dejando una marca en el mundo literario contemporáneo.
Fragmento de La mata
Pablo tiene
poco pelo en la cabeza,
bolsas bajo los ojos como almendras:
a toda hora se ve cansado.
Tiene la piel dura como el cuero,
las manos torpes, gruesas de trabajar la tierra,
dos marcas en medio de la frente
dos líneas rojas que se le hacen
cuando le da rabia, desde niño,
y ahora
cuando ve el noticiero de las siete
los ojos cerrándose y le dice a nadie:
país de mierda
ahora sí nos llevó el putas
y siente un calor en medio de la frente.
Sus primos le decían
a usted lo miraron de chiquito.
Pablo tiene el cuerpo como un roble,
su objeto más preciado un sombrero,
cuando abraza a los amigos
aprieta demasiado.
Aurelio Arturo: Poeta y Magistrado
Aurelio Arturo Martínez, figura destacada de la poesía colombiana, dejó un legado a través de su obra cumbre, Morada al Sur. Nacido el 22 de febrero de 1906 en La Unión, Nariño, Martínez se crió en un entorno rural que luego evocaría con nostalgia en sus poemas.
También puede leer: Día Mundial de la Poesía: la belleza, según Emily Dickinson.
A pesar de su hermetismo, Arturo fue reconocido como un individuo tímido, según descripciones de William Ospina. Hijo mayor de Heriberto Arturo Martínez y Raquel Martínez Caicedo, su infancia estuvo marcada por la pérdida de su hermano menor, evento que influiría profundamente en su poesía.
Arturo se trasladó a Bogotá a los 18 años, después del fallecimiento de su madre en 1934, y comenzó a escribir sus primeros versos. Además de su prominente carrera como poeta, también se desempeñó como abogado y Magistrado de la Corte de Trabajo y la Corte Militar.
Morada al Sur, su único libro, recopila catorce poemas que reflejan sus vívidos recuerdos y emociones arraigadas en su tierra natal. A través de su poesía, Arturo capturó la esencia de la vida rural colombiana.
Poema:
Morada al sur
I
En las noches mestizas que subían de la hierba, jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes, estremecían la tierra con su casco de bronce. Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes de oro.
Después, de entre grandes hojas, salía lento el mundo. La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles. (Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas, sepultadas dentro de árboles gemían aún en la espesura).
Miraba el paisaje, sus ojos verdes, cándidos. Una vaca sola, llena de grandes manchas, revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga, es como el pájaro toche en la rama, “llamita”, “manzana de miel”.
El agua límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla. Pero ya en la represa, salta la bella fuerza, con majestad de vacada que rebasa los pastales. Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.
El viento viene, viene vestido de follajes, y se detiene y duda ante las puertas grandes, abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
Y se duerme en el viejo portal donde el silencio es un maduro gajo de fragantes nostalgias.
Al mediodía la luz fluye de esa naranja, en el centro del patio que barrieron los criados. (El más viejo de ellos en el suelo sentado, su sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta).
No todo era rudeza, un áureo hilo de ensueño se enredaba a la pulpa de mis encantamientos. Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo, al sur el curvo viento trae franjas de aroma.
(Yo miro las montañas. Sobre los largos muslos de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).
Tania Ganitsky: Escritora y poeta colombiana
Tania Ganitsky, escritora, traductora, editora, poeta y ensayista colombiana, nació en Bogotá en 1986. Estudió Estudios Literarios en la Pontificia Universidad Javeriana y obtuvo una maestría en Literatura y Filosofía en la Universidad de los Andes. Comenzó a escribir cuentos a temprana edad y se interesó por la poesía a los 12 años.
En 2006, ganó el Concurso Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia con su selección de poemas titulado El don del desierto. En 2012, recibió una mención de honor en el X Certamen Literario Gonzalo Rojas Pizarro de Chile. En 2014, fue distinguida con el premio a la mejor obra inédita en el Premio Nacional de Poesía por su primer libro, Dos cuerpos menos, publicado en 2015. Esta obra está dividida en tres partes: Deseo de ser piel roja, Por ejemplo un error y Otras lecturas.
Le recomendamos: Algunos poetas responden: “¿y para qué la poesía?”.
Ganitsky, reconocida por su versatilidad como escritora, también ha destacado como traductora y editora. Su obra poética refleja una profunda exploración de temas como el deseo, el amor y la reflexión filosófica, consolidándola como una figura prominente en la literatura contemporánea colombiana.
Poema
La noche se cerraba
en tu boca
y no había manera
de liberarla.
Nunca temí tanto
por ti, por el silencio –
en la punta
de tu lengua se apagaba
la última estrella
Mario Rodríguez: Poeta y compositor nariñense
Mario Rodríguez, nacido en Sandoná, Nariño, se adentró en el mundo de la escritura como una forma de expresión personal y creativa. Su pasión por la poesía surgió durante sus años de estudio en Bogotá, donde encontró en la soledad de los intervalos entre clases la inspiración para plasmar sus pensamientos en papel.
Influenciado por su hermano poeta, John Jairo, Rodríguez comenzó a explorar diferentes estilos y técnicas poéticas, alejándose gradualmente de la estructura tradicional de la rima para experimentar con el verso libre. Esta evolución creativa culminó en la publicación de su primer libro de poemas, Los funerales del invierno, en 2003, mientras aún estudiaba filosofía.
A lo largo de los años, Rodríguez ha continuado escribiendo y publicando, con obras destacadas como Elipsis (2012) y El Sur es la Niebla (2019), este último galardonado en una convocatoria de poesía de la gobernación de Nariño. En 2023, incursionó en la poesía narrativa con su libro El Espejo Olvidado, una recopilación de historias de víctimas del conflicto armado colombiano.
La escritura de Rodríguez se caracteriza por su enfoque en el verso libre y su capacidad para crear imágenes poéticas que capturan emociones y experiencias personales, ofreciendo al lector una mirada íntima a su mundo interior.
Poema
Día a día
De mis setenta años llevo cuarenta buscando a mi hija. Me duelen los huesos, el alma, los pies. Así camino, de un lado a otro, por todos los rincones del país.
De mis setenta años llevo cuarenta escuchando lo mismo. Que no busque más, que me resigne; que ya estoy vieja y enferma, me dicen.
El corazón es el único mapa, llevo diciéndoles cuarenta años, y siguiendo el camino.
Jaime Jaramillo Escobar: Poeta y mentor literario
Jaime Jaramillo Escobar, nacido en Pueblorrico, Antioquia, en 1932, fue una figura emblemática de la literatura colombiana. Su trayectoria como poeta estuvo marcada por su profundo amor por las letras y su compromiso con la exploración de nuevas formas de expresión.
Desde su temprana infancia, Jaramillo mostró un interés por la lectura y la escritura, influenciado por el entorno rural de su hogar. A lo largo de su vida, se dedicó a cultivar su pasión por la poesía, convirtiéndose en autor de obras como Poemas de la ofensa (1968), Sombrero de ahogado (1983), y Poemas de tierra caliente (1985).
Le puede interesar: Sobre la poesía de los animales y los animales en la poesía.
Su participación en el movimiento nadaísta, junto a figuras como Gonzalo Arango, lo llevó a cuestionar las convenciones sociales y literarias de su época, marcando la historia cultural de Colombia. Tras vivir en diferentes ciudades como Bogotá, Cali y Medellín, Jaramillo encontró su hogar literario en la Biblioteca Pública Piloto, donde dirigió el Taller de Poesía y Creación Literaria durante 35 años.
Su legado perdura en las generaciones de escritores y poetas que tuvieron el privilegio de aprender de su amplio conocimiento y su pasión por la literatura.
Poema
Mamá negra
Cuando mamá negra hablaba del Chocó le brillaba la cadena de oro en el pescuezo, su largo pescuezo para beber agua en las totumas, para husmear el cielo, para chuparles la leche a los cocos. Su pescuezo largo para dar gritos de colores con las guacamayas, para hablar alto entre las vecinas, para ahogar la pena, y para besar a su negro, que era alto hasta el techo. Su pescuezo flexible para mover la cabeza en los bailes, para reír en las bodas. Y para lucir la sombrilla y para lucir el habla.
Mamá negra tenía collares de gargantilla en los baúles, prendas blancas colgadas detrás del biombo de bambú, pendientes que se bamboleaban en sus orejas, y un abanico de plumas de ángel para revolver el aire. Su negro le traía mucho lujo del puerto cada vez que venían los barcos, y la casa estaba llena de tintineantes cortinas de conchas y de abalorios, y de caracoles para tener las puertas y para tener las ventanas. Mamá negra consultaba el curandero a propósito del tabardillo, les prendía velas a los santos porque le gustaba la candela, tenía una abuela africana de la que nunca nos hablaba, y tenía una cosa envuelta en un pañuelo, un muñequito de madera con el que nunca nos dejaba jugar. Mamá negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla para pisar el agua, tenía una cola de sirena dividida en dos pies, y tenía también un secreto en el corazón, porque se ponía a bailar cuando oía el tambor del mapalé. Mamá negra se movía como el mar entre una botella, de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo, y el taita le miraba los senos como si se los hubiera encontrado en la playa. Senos como dos caracoles que le rompían la blusa, como si el sol saliera de ellos, unos senos más hermosos que las olas del mar. Mamá negra tenía una falda estrecha para cruzar las piernas, tenía un canto triste, como alarido de la tierra, no le picaba el aguardiente en el gaznate, y, si quería, se podía beber el cielo a pico de estrella.
Mamá negra era un trozo de cosa dura, untada de risa por fuera. Mi taita dijo que cuando muriera iba a hacer una canoa con ella.
Cada jueves podrán recibir en sus correos el newsletter de El Magazín Cultural, un espacio en el que habrá reflexiones sobre nuestro presente, ensayos, reseñas de libros y películas y varias recomendaciones sobre la agenda cultural para sus fines de semana. Si desean inscribirse a nuestro newsletter, que estará disponible desde la segunda semana de marzo, puede hacerlo ingresando aquí.