Día Mundial de la Poesía: la belleza, según Emily Dickinson
Desde el año 2000, el 21 de marzo es la fecha escogida por la Unesco para celebrar la vigencia de este género narrativo. Fragmento de “Morí por la belleza”, de la colección Poesía Portátil de Random House.
Emily Dickinson * / Especial para El Espectador
Morí por la belleza
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Morí por la belleza
Es un raro placer que nos ahorma
hallar un viejo libro
con la ropa que usaba en aquel tiempo,
creo que un privilegio.
Cogerle de la mano venerable,
calentarla en la nuestra
y dar un paso o dos hacia el pasado,
al tiempo en que era joven.
Sondear sus extrañas opiniones,
averiguar cuál es su pensamiento
sobre asuntos en que los dos pensamos,
lo que se ha escrito acerca de los hombres. (Recomendamos: Murió el poeta Eduardo Escobar. Así lo describía su colega Gonzalo Arango).
Lo que a los sabios más apasionaba,
sobre qué discutían,
cuando Platón era una certidumbre
y Sófocles un hombre.
Safo era una muchacha
y Beatriz vestía
el ropaje que Dante hizo divino.
Cosas que sucedieron hace siglos
y que él cuenta con naturalidad,
como alguien de visita que nos dice
que todo lo soñado es verdadero
porque vivió donde los sueños nacen.
Su presencia es como un encantamiento.
Le suplicamos: ¡Quédate! Los libros
niegan con su cabeza de vitela
para luego escaparse de las manos.
Desde luego, rezaba.
¿Y le importaba a Dios?
Le importaba lo mismo que si un pájaro
imprimiese sus huellas en el aire.
Y yo gritaba: «Dame».
Mi razón y mi vida
las tengo porque Tú quisiste dármelas.
Hubiera sido más caritativo
dejarme allí en la tumba de los átomos,
contenta, nada, alegre, adormecida,
que darme esta amargura que me duele.
Morí por la Belleza, pero apenas
ahormada en la tumba.
otro murió por la Verdad, y estaba
en un lugar contiguo.
Me preguntó en voz baja: «¿De qué has muerto?».
Dije: «Por la Belleza».
«Pues yo por la Verdad. Y son lo mismo.»
Añadió: «Hermanos somos».
Así, como parientes que se encuentran
de noche, conversamos.
Hasta que el musgo nos llegó a los labios
y cubrió nuestros nombres.
Una mosca zumbaba al morir yo.
La quietud en el cuarto
me recordaba la quietud del aire
en las pausas que deja una tormenta.
Enjuagadas las lágrimas
y el pecho sosegado, se esperaba
la final irrupción,
la presencia del Rey en aquel cuarto.
Repartí los recuerdos que aún tenía
y la parte de mí que me quedaba;
entonces una mosca
se interpuso zumbando,
insegura y azul,
entre la luz y yo.
Se oscurecieron todas las ventanas,
y ya no pude ver que estaba viendo.
Sabemos que se agacha el Himalaya
hasta la altura de la margarita,
movido a compasión
al ver cómo crecía la pequeña
donde después de muchos campamentos
su universo hace ondear
sus banderas de nieve.
* Se publica con autorización de Penguin Random House Grupo Editorial.