Diálogo en tono menor
María Osorio, editora, y María Teresa Andruetto, autora, conversan acerca de la escritura, la edición y la lectura.
Santiago La Rotta
Se conocían antes de verse en persona. Una había leído a la otra. La otra había escrito para la primera. Una relación hecha con palabras.
María Osorio: ¿Cómo comenzamos en esto? Un accidente, como todo en la vida.
María Teresa Andruetto: Sí, claro.
M.O.: Pero vos siempre has estado metida en esto, ¿no? Creo que no lo tomaste como por oficio, sino que es tu vida.
M.T.A.: Siempre sentí que la escritura tenía que estar desprendida de la obligación de recuperar dinero. Así empecé. Igual siempre he trabajado en cosas cercanas a los libros, en construcción de lectores, docencia y escribir como, bueno, no sé, como una pasión. Lo que ha cambiado es que ahora sí me proporciona ingresos. A veces sucede que alguien me cuenta una historia y quiere que escriba un cuento de eso. Muchas veces esto me inhabilita. Necesito que sea más inesperado.
M.O.: Pero de todas formas toda tu escritura tiene que ver contigo.
M.T.A.: Claro, es inevitable. Pero eso nos pasa a todos, María. Lo que editas, lo que lees. Hay una frase de Borges que dice: “Yo buscaba afanosamente ser argentino, sin saber que fatalmente lo era”. Claro, ¿cómo va a ser?
M.O.: Pero en ti se ve más esto. Mucha gente logra desprenderse y la persona no tiene nada que ver con la escritura, pero tú siempre estás ahí. Con toda la ficción que hay alrededor, claro, pero eres tú.
M.T.A.: Siento un compromiso muy hondo conmigo misma cuando escribo. En ese sentido, podría decir que escribo para saber qué es lo que estoy buscando. El otro día, hablando con unos amigos, nos metimos en una conversación sobre los abuelos. A mis abuelos italianos los conocí personalmente. Eran personas muy pobres. Mi abuela era colchonera, hacía colchones. Pero leían y escribían en varios idiomas y les hacían las cartas que los habitantes del pueblo les escribían a los otros inmigrantes que habían dejado su lugar. A veces, cuando el tiempo se ponía malo y los caminos se llenaban de barro, los niños se quedaban a dormir en la escuela que había y mientras estaba ahí mi bisabuela les enseñaba a leer y les mostraba la lectura. Entonces digo, claro, yo hago lo mismo que ella.
M.O.: Sí. Por eso es que la publico en Babel.
M.T.A.: Colombia es el país que primero me sacó, a donde primero me invitaron y demás. María fue mi primera editora fuera de Argentina. Y eso es una emoción. Aquella vez, no sé si vos lo recordarás, en la Feria del Libro de Buenos Aires que se acercó Silvia y me dijo que vos querías hablar conmigo porque Cecilia te había dicho quién era yo o algo así. Vos me dijiste que querías editar Stefano. No podía creerlo, que mi Stefano viniera en esa edición tan hermosa que ha hecho María. Después llegaron otras cosas.
M.O.: Tuve el atrevimiento de ir a decirle a María Teresa Andruetto que quería publicarla en una editorial así de pequeña.
M.T.A.: ¿Cómo decís eso, María? Empecé a escribir cuando tenía 15 años y comencé a publicar cuando tenía 40. Y escribí mucho tiempo, digamos unos 20 años, sin lectores. Eso es algo muy difícil para un escritor. Poder soportar, seguir escribiendo por el puro deseo de escribir. Hacerlo sin saber si va a tener eco en los lectores.
M.O.: El primer libro que leí de María Teresa fue Stefano. La cosa es que también nací en Buenos Aires y también tuve abuelos italianos. Esa nostalgia de los abuelos, esa pérdida. Claro, eso era para mí. Así lo sentí.
M.T.A.: Para mí ese es el sueño. Escribir algo que el otro sienta que fue escrito para él.
M.O.: Claro. Y también nuestros abuelos italianos fueron pobres, campesinos en lugares lejanos. Al morir mi abuelo, mi abuela se quedó con los hijos y sin plata porque eso ya se había ido, por supuesto. Entonces el afán de conseguir la comida. No pasé hambre jamás. Pero había un hambre ancestral y por eso había que alimentarlos a todos. Mi hermano tenía un amigo que tuvo una tragedia muy joven y la única forma que tenía mi abuela para acercarse a él era alimentándolo y cuando iba a la casa él decía: “Dígale que no estoy”. Pero no me acerco a los libros de María Teresa sólo por eso. Los libros que publico no son sólo porque tenga temas en común con ellos. Dicen que el editor no debe hacer una biblioteca personal…
M.T.A.: Pero claro que sí. Todo es personal. Cuando das clases, un taller. Todo.
M.O.: No tiene nada que ver con vender. Es una responsabilidad con el lector, con el escritor.
M.T.A.: Por supuesto. No significa que no se quiera vender (lo mismo pasa con la creación), sino que eso es posterior y uno tiene que asumir el riesgo de que puede ser o no ser. El riesgo es algo muy importante en la creación, que uno se adentre en ese camino sin estar seguro si lo puede terminar.
M.O.: Hay una cosa que no me gusta que te ha pasado en Argentina y es que libros como La niña, el corazón y la casa, como se llama “la niña”, entonces está en una colección infantil. Stefano es un muchacho, entonces va para el renglón juvenil.
M.T.A.: La niña, el corazón y la casa’ lo comencé como un libro para adultos, porque me parecía que podía ir perfectamente ahí. Sin embargo, la respuesta es que se trataba de una niña y que era muy corta la historia.
M.O.: Eso lo prohibiría, prohibiría las colecciones infantiles. Prohibidas.
M.T.A.: Son estrategias de colocación. María lo sabe perfectamente: uno ha visto ocasiones en las que dicen que primero publican para adultos y después para chicos, porque si es al revés los adultos luego no lo leen. El prejuicio…
M.O.: Prohibiría muchas cosas. En primer lugar, los planes lectores de las editoriales. El maestro tiene que ir a la librería. Sólo se ha leído un libro, bueno, pues que le haga con ese.
M.T.A.: En Argentina hay dos editoriales muy fuertes con la legión de promotores de lectura que van hasta las escuelas. Cuando he dado cursos, talleres, que sé, siempre digo que por formados y buena gente que sean los promotores de lectura de una editorial ellos siguen siendo empleados de la editorial y van a querer colocar esos libros. Son agentes de venta. No es lo mismo que un lector formado que llega con libros diversos que son los que le han gustado.
M.O.: Otra cosa que prohibiría son las listas. Los bibliotecarios no van más allá porque el libro no está en la lista. Y es que cada uno tiene su propia lista.
M.T.A.: Las listas lo que hacen es favorecer el mayor consumo de eso poco que ya se consume mucho. Y así se pierde toda la diversidad.
M.O.: Precisamente lo que tiene la literatura es lo diversa que es.
MTA: Claro. De la calidad de lector que podamos construir también va a depender la de la industria editorial e incluso la de los creadores; mucha gente sucumbe a ese canto de sirena que es que te editen en la colección de cuatro a ocho años…
M.O.: A mí me da mucha risa cuando me mandan un libro que dice: “Pensado para lectores de nueve años”.
M.T.A.: ¿Cuál es el de nueve? Pero es que hay muchos nueve.
Se conocían antes de verse en persona. Una había leído a la otra. La otra había escrito para la primera. Una relación hecha con palabras.
María Osorio: ¿Cómo comenzamos en esto? Un accidente, como todo en la vida.
María Teresa Andruetto: Sí, claro.
M.O.: Pero vos siempre has estado metida en esto, ¿no? Creo que no lo tomaste como por oficio, sino que es tu vida.
M.T.A.: Siempre sentí que la escritura tenía que estar desprendida de la obligación de recuperar dinero. Así empecé. Igual siempre he trabajado en cosas cercanas a los libros, en construcción de lectores, docencia y escribir como, bueno, no sé, como una pasión. Lo que ha cambiado es que ahora sí me proporciona ingresos. A veces sucede que alguien me cuenta una historia y quiere que escriba un cuento de eso. Muchas veces esto me inhabilita. Necesito que sea más inesperado.
M.O.: Pero de todas formas toda tu escritura tiene que ver contigo.
M.T.A.: Claro, es inevitable. Pero eso nos pasa a todos, María. Lo que editas, lo que lees. Hay una frase de Borges que dice: “Yo buscaba afanosamente ser argentino, sin saber que fatalmente lo era”. Claro, ¿cómo va a ser?
M.O.: Pero en ti se ve más esto. Mucha gente logra desprenderse y la persona no tiene nada que ver con la escritura, pero tú siempre estás ahí. Con toda la ficción que hay alrededor, claro, pero eres tú.
M.T.A.: Siento un compromiso muy hondo conmigo misma cuando escribo. En ese sentido, podría decir que escribo para saber qué es lo que estoy buscando. El otro día, hablando con unos amigos, nos metimos en una conversación sobre los abuelos. A mis abuelos italianos los conocí personalmente. Eran personas muy pobres. Mi abuela era colchonera, hacía colchones. Pero leían y escribían en varios idiomas y les hacían las cartas que los habitantes del pueblo les escribían a los otros inmigrantes que habían dejado su lugar. A veces, cuando el tiempo se ponía malo y los caminos se llenaban de barro, los niños se quedaban a dormir en la escuela que había y mientras estaba ahí mi bisabuela les enseñaba a leer y les mostraba la lectura. Entonces digo, claro, yo hago lo mismo que ella.
M.O.: Sí. Por eso es que la publico en Babel.
M.T.A.: Colombia es el país que primero me sacó, a donde primero me invitaron y demás. María fue mi primera editora fuera de Argentina. Y eso es una emoción. Aquella vez, no sé si vos lo recordarás, en la Feria del Libro de Buenos Aires que se acercó Silvia y me dijo que vos querías hablar conmigo porque Cecilia te había dicho quién era yo o algo así. Vos me dijiste que querías editar Stefano. No podía creerlo, que mi Stefano viniera en esa edición tan hermosa que ha hecho María. Después llegaron otras cosas.
M.O.: Tuve el atrevimiento de ir a decirle a María Teresa Andruetto que quería publicarla en una editorial así de pequeña.
M.T.A.: ¿Cómo decís eso, María? Empecé a escribir cuando tenía 15 años y comencé a publicar cuando tenía 40. Y escribí mucho tiempo, digamos unos 20 años, sin lectores. Eso es algo muy difícil para un escritor. Poder soportar, seguir escribiendo por el puro deseo de escribir. Hacerlo sin saber si va a tener eco en los lectores.
M.O.: El primer libro que leí de María Teresa fue Stefano. La cosa es que también nací en Buenos Aires y también tuve abuelos italianos. Esa nostalgia de los abuelos, esa pérdida. Claro, eso era para mí. Así lo sentí.
M.T.A.: Para mí ese es el sueño. Escribir algo que el otro sienta que fue escrito para él.
M.O.: Claro. Y también nuestros abuelos italianos fueron pobres, campesinos en lugares lejanos. Al morir mi abuelo, mi abuela se quedó con los hijos y sin plata porque eso ya se había ido, por supuesto. Entonces el afán de conseguir la comida. No pasé hambre jamás. Pero había un hambre ancestral y por eso había que alimentarlos a todos. Mi hermano tenía un amigo que tuvo una tragedia muy joven y la única forma que tenía mi abuela para acercarse a él era alimentándolo y cuando iba a la casa él decía: “Dígale que no estoy”. Pero no me acerco a los libros de María Teresa sólo por eso. Los libros que publico no son sólo porque tenga temas en común con ellos. Dicen que el editor no debe hacer una biblioteca personal…
M.T.A.: Pero claro que sí. Todo es personal. Cuando das clases, un taller. Todo.
M.O.: No tiene nada que ver con vender. Es una responsabilidad con el lector, con el escritor.
M.T.A.: Por supuesto. No significa que no se quiera vender (lo mismo pasa con la creación), sino que eso es posterior y uno tiene que asumir el riesgo de que puede ser o no ser. El riesgo es algo muy importante en la creación, que uno se adentre en ese camino sin estar seguro si lo puede terminar.
M.O.: Hay una cosa que no me gusta que te ha pasado en Argentina y es que libros como La niña, el corazón y la casa, como se llama “la niña”, entonces está en una colección infantil. Stefano es un muchacho, entonces va para el renglón juvenil.
M.T.A.: La niña, el corazón y la casa’ lo comencé como un libro para adultos, porque me parecía que podía ir perfectamente ahí. Sin embargo, la respuesta es que se trataba de una niña y que era muy corta la historia.
M.O.: Eso lo prohibiría, prohibiría las colecciones infantiles. Prohibidas.
M.T.A.: Son estrategias de colocación. María lo sabe perfectamente: uno ha visto ocasiones en las que dicen que primero publican para adultos y después para chicos, porque si es al revés los adultos luego no lo leen. El prejuicio…
M.O.: Prohibiría muchas cosas. En primer lugar, los planes lectores de las editoriales. El maestro tiene que ir a la librería. Sólo se ha leído un libro, bueno, pues que le haga con ese.
M.T.A.: En Argentina hay dos editoriales muy fuertes con la legión de promotores de lectura que van hasta las escuelas. Cuando he dado cursos, talleres, que sé, siempre digo que por formados y buena gente que sean los promotores de lectura de una editorial ellos siguen siendo empleados de la editorial y van a querer colocar esos libros. Son agentes de venta. No es lo mismo que un lector formado que llega con libros diversos que son los que le han gustado.
M.O.: Otra cosa que prohibiría son las listas. Los bibliotecarios no van más allá porque el libro no está en la lista. Y es que cada uno tiene su propia lista.
M.T.A.: Las listas lo que hacen es favorecer el mayor consumo de eso poco que ya se consume mucho. Y así se pierde toda la diversidad.
M.O.: Precisamente lo que tiene la literatura es lo diversa que es.
MTA: Claro. De la calidad de lector que podamos construir también va a depender la de la industria editorial e incluso la de los creadores; mucha gente sucumbe a ese canto de sirena que es que te editen en la colección de cuatro a ocho años…
M.O.: A mí me da mucha risa cuando me mandan un libro que dice: “Pensado para lectores de nueve años”.
M.T.A.: ¿Cuál es el de nueve? Pero es que hay muchos nueve.