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                                                                                                                                Diálogos con la muerte (Parte VI)

                                                                                                                                Presentamos el sexto capítulo de ‘Diálogos con la Muerte’, de la colaboradora Juliana Vargas, en la que continúan las conversaciones entre Ciro Montilla y la que será su verdugo.

                                                                                                                                Juliana Vargas

                                                                                                                                "Perdona, perdona porque no supe descubrirte cada día; de hecho, dudo de que te haya conocido realmente. Lo digo por la carta que me dejaste, ¿recuerdas? Cuando supiste que ibas a morir".
                                                                                                                                Foto: Rodrigo Cabral Godoy - @rodrigo_cabral_godoy
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Foto: Rodrigo Cabral Godoy - @rodrigo_cabral_godoy
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                                                                                                                                Cachifo, ¿se acuerda de cuando me abrazó al iniciar nuestro trabajo como magistrados? Me dijo que no entendía cómo un aprendiz de tinterillo como yo siquiera podría pensar en darle algo de justicia a este país y, en efecto, me hizo la vida imposible. Que sí, que los derechos eran muy lindos, pero materializarlos costaba. Que mis discursos eran hermosos, pero de grandilocuencia no vivía la gente. Que mi afán por que todos y cada uno de los individuos tuvieran un cuerpo en el sistema judicial era lo mismo que soñar con la paz mundial. Que si algo teníamos en común todos los seres que habían pasado por la Tierra, era el deseo de ser reconocidos, valorados y de poder ejercer nuestra libertad; que era muy lindo que yo quisiera hacer eso posible, pero que no éramos dioses.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Ay, sí, se me olvidó decirle. Así es, conocí a la Muerte. No, no se preocupe, no tiene guadaña y su capa no es negra. Es extraño, la muerte es lo único seguro, y ella es, en cambio, una niña perdida. Así como lo oye, cachifo, es una niña perdida. Por alguna razón que desconozco, no sabe qué hacer con su cuerpo, su mente y su corazón. Bueno… La verdad no sé de qué está hecha. Le veo un cuerpo, pero va contra toda lógica que tuviera sangre, piel y corazón, ¿no cree?

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                En cambio, usted se convirtió en todo lo que mis alumnos querían llegar a ser. Se convirtió en una leyenda. Lo idealizaron, lo romantizaron, dijeron que era de los mejores profesionales que había visto este país, hicieron conferencias anuales en el nombre de un pendejo como usted, y ahora estoy hablándole a la portada de un libro titulado “Conducción de situaciones de crisis” con su carota debajo. No quiero sentirme solo, cachifo, quiero ser como usted, quiero que alguien me llame, el que sea. Toda la vida siguiéndole los pasos para que al final me arrebatara todas las personas que pudieron haberme llamado en estos últimos días de tanta soledad, y como sólo tengo la soledad de mi parte, con la soledad hablo, y a veces me pregunto si la Muerte no será más que una alucinación que he tenido como consecuencia de estos diálogos con fotos y libros y siluetas imaginarias.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Cachifo, dígame qué hago, qué hago para encontrarlo. Cómo hago para dejar de ser este aprendiz de tinterillo en el que me he convertido. Dígame cómo hago para sobrevivir cuando no podemos vivir sin relaciones. Dígame cómo hago para sobrevivir sin el sostén que me mantuvo por tantos años: sin mamá, sin Fernando, sin Clara, sin usted. Solo puedo perpetuarme si esas dependencias que creé siguen aquí, pero ya no están, así que yo ya no debería estar aquí tampoco. En suma, pendejo, tarado, dígame cómo hago para encontrar la muerte, para así, volver a vivir junto a ustedes, donde quiera que estén.

                                                                                                                                De marionetas y muertos vivientes

                                                                                                                                La Muerte ya se ha llevado consigo tantas almas que ya no las reconoce, ya no les pone nombre. Son una masa amorfa que va y viene alrededor de la Muerte como si fueran un carrusel. El carrusel gira en derredor, llora y ríe, y la Muerte —como eje de este carrusel discordante—, no refleja ninguna emoción. Para esto fue hecha, y para esto trabaja.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Esta vez se encuentra en un parque desolado para los humanos y totalmente lleno para ella. Los muertos vivientes giran y giran. Ella camina y camina. Tiene la sonrisa acogedora de Ciro Montilla en la cabeza, pero la sacude y sigue adelante. El parque es un camposanto, y ella es su reina.

                                                                                                                                Podría interesarle: Filandia: “Para el alma no hay éxodo” (Letras de feria)

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                                                                                                                                Los muertos vivientes siguen girando y con cada rotación cierran el círculo cada vez más. Se van acercando hacia la Muerte y ella ya no les tiene miedo. Las personas que están en una fosa común improvisada en mitad del parque también se levantan y se unen al círculo. Cantan algo que es ininteligible, cantan con tanta fuerza que podrían atravesar la mortalidad e inundar toda la ciudad. En efecto, algunos balcones de alrededor se prenden y salen unas cuantas personas. Observan con atención el parque, fijan la mirada, no ven nada, no escuchan nada, pero sí lo sienten. Sienten la energía de unos salmos, de unas alabanzas, y la Muerte es la reina.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Mientras ella camina hacia el centro del parque piensa: “No te necesito, Ciro Montilla. Si no has de morir, entonces quédate dentro de tu casa por el resto de la eternidad. Puedes luego ser un segundo ángel de la muerte y hacerme competencia. Tú y yo, rivales a lo largo de nuestras vidas sin sentido. Tú, con tu pasado y tus amores y tu perseverancia, y tus objetivos con sentido que ya no son. Yo, con mi pasado que nunca fue y todo eso que quisiera tener y no podré y tú sí tuviste. Dos caras de la misma moneda, y esa moneda lanzada al aire. Cara, este muere; sello, el turno es para este otro; cara, sello, cara, sello: un juego sin fin”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Desde que apareció un virus alrededor del mundo le han dicho inclemente, cruel, malvada, sanguinaria, vampira, desleal, asesina en serie, traidora, desgraciada, miserable y hasta hija de puta, como si una puta o cualquier otra mujer tuviera el poder suficiente para engendrar a la Muerte. A veces le daban ganas de dejar de matar. De esa forma, la gente dejaría de decirle asesina, malvada y puta. De esa manera, las familias crecerían hasta que sus mil parientes no pudieran aguantarse, así ni siquiera conocieran a la mitad de sus familiares. De este modo, se construirían ancianatos tan altos como rascacielos hasta llegar al punto en que se verían obligados a no construir ancianatos, sino ciudades enteras sólo para los viejos. Así, desaparecería el delito de homicidio del código penal y, en su lugar, aparecerían un sinfín de modalidades distintas de tortura. Un escritor humano había imaginado precisamente eso, que la Muerte decidía dejar de hacer su trabajo, pero sólo lo había hecho en un país; ella no, ella no daría semejante obsequio. Ella no permitiría que los humanos pudieran morir con tan sólo cruzar fronteras que ellos mismos habían creado artificialmente. Ella sería implacable, y le dirían inclemente, cruel, malvada, sanguinaria, vampira, desleal, traidora, desgraciada, miserable y hasta hija de puta, pero por hacer exactamente lo opuesto. “Los humanos son incomprensibles, y todo porque tienen sentimientos. No volveré a caer en esa trampa, Ciro Montilla, ¿oíste? No volveré a caer en esa trampa dulce y añorable. Soy la Muerte, ¡la Muerte!”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Ya está en el centro del círculo, y las almas se reúnen en torno a ella. La Muerte se dispone a enviarlos a todos al otro lado con un solo movimiento, pero cuando lo intenta, nada ocurre. Los muertos vivientes continúan girando y cantando. El canto se hace cada vez mayor y entonces se convierte en una melodía que transpone todas y cada una de las vidas humanas que la Muerte se ha llevado consigo. Vidas corrientes y extraordinarias, vidas trágicamente breves e intensamente desesperadas. Vidas largas como hilos de tejer, vidas hechas mediante interrupciones e impulsos, vidas oscuras para muchos y luminosas para una sola, vidas que no dejaron huella y vidas que creyeron ser algo más. Todas ellas fluyen en un ritmo que más parece una suspensión en el tiempo que grita desde el vacío que hay cosas que quedan por decir.

                                                                                                                                —Yo robaba en este barrio —dice de pronto una de las almas—. No es que me gustara, pero si no lo hacía, mi familia moriría de hambre, o de eso me convencía. Supongo que muchos me habrían dicho que había otras maneras de ganarse la vida. Pero ellos no saben lo que yo sufría, no saben lo que es tener el estómago lleno de cicatrices. Cada uno lleva su propia procesión dentro, y ya verá cada quien cómo puede llevarla sobre los hombros. No tienen el derecho a juzgarme.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Yo era madre soltera, y ahora mi hija está en un orfanato —dice una tercera—. Nunca debí traerla al mundo, o al menos criarla. ¿Para qué? No tenía las ganas ni el amor. No tenía tampoco al padre, que era un pobre muerto de hambre que me pintó castillos en el aire y yo de boba caí. Yo estaba enamorada, o eso creo, y si el amor lo puede todo, pues también podía hacer que ese imbécil criara a su propia hija. Pero ese tipo lo único que quería era calmar su calentura. Me aturdió, me engañó, me dejé atraer como mosca a la luz, y me dejó a mi suerte cuando yo ya no podía abandonar su recuerdo. Primero odié a ese bulto que llevaba dentro y confié en que se cumpliera lo que se decía, que cuando los niños nacen, también nace un amor maternal del cual es imposible escapar. Ese día la odié aún más y odié los días que le siguieron. Odié cuando tuve que limpiarle la mierda, porque era parecida a la mierda en la que estábamos metidas ambas. Odié el día que tuve que pedir limosna en los buses para conseguir algo de comida, así fuera pasto. Odié cuando nos echaron del cuarto que teníamos alquilado, y también odié el día que me presté para abrir mis piernas más de un centenar de veces al día. Odié cada uno de sus lloriqueos, y de sus pataletas, y de las veces que me decía “mami”. Odié las veces que lloraba, preocupada por su salud; odié también las veces que la abrazaba con fuerza para aferrarme al único amor que tenía en este mundo. Odié las sonrisas que me daba y odié el día en que morí, desangrada en el umbral de la casita que había construido para las dos, por una deuda que nunca pude pagar.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Usted al menos tuvo hija. Yo no viví lo suficiente como para siquiera pensar en planes envueltos en pañales. Le tuve pánico a enamorarme, a comprometerme con una sola persona por días y meses y años, a tener una sola vida, una sola rutina, un solo camino. Le tuve pavor a perder mi libertad. ¿Sabes qué me dijo mi último pretendiente? Era uno de esos que juraban ser poetas sacados de alguna obra de teatro, y con tono de actor de compañía andante declamó:” Apiádate del mundo, o entre la tumba y tú, devoraréis el bien que a este mundo se debe”. Luego hizo una venia y continuó: “Cuando cuarenta inviernos pongan cerco a tu frente y caven hondos surcos, en tu bello sembrado, tu altiva juventud, que admira este presente, será una prenda rota, con escaso valor”. No recuerdo qué más declamó exactamente, sólo me llegan imágenes fugaces de él con una pluma al aire, él vocalizando con exageración, él acercándose e intentando darme un beso, él moviendo las manos, él diciendo “locura”, “vejez”, “ocaso”, “hijo”, “estrellas”. Y al final hasta se atrevió a decir que estaba seguro de que mi belleza era tan perfecta, que los sabios de antaño a cosas peores le habían brindado su alabanza. Si mi belleza era tan perfecta, pues por eso precisamente morí, supongo. La perfección tiene prohibido durar mucho.

                                                                                                                                ¿Y es que yo tengo la culpa? Ustedes fueron los que dejaron cosas pendientes, no yo”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Yo lo amaba a pesar de sus impaciencias y su inutilidad en la cocina —dice otra alma, ignorando a la culpable de que ya no tenga a ese amor—. Lo amaba cuando dejaba las luces prendidas, cuando no se levantaba de la cama en toda la mañana, cuando me abrazaba por detrás y también cuando peleaba por el jabón del lavamanos. Lo amaba con cada arruga en la frente que se le aparecía, con cada canción que me dedicaba y con las discusiones que nos alejaron y luego nos acercaron de nuevo.

                                                                                                                                Yo también lo amaba —dice otra—. Usted lo tenía, pero yo lo amaba más. Lo amaba cuando me tomaba la mano de manera disimulada, cuando me robaba algún beso, cuando me tocaba por debajo de la blusa.

                                                                                                                                Él no te amaba.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Las amaba a las dos —dice entonces un hombre apagado—. —Las amaba porque el amor es como ustedes, es como una mujer traicionera que viene y va, y que también deshoja una flor para saber si la quieres o no la quieres. Quiere que pienses en ella y sueñes con tenerla a tu lado, pero también quiere que tengas tu vida y ames con todo tu ser así no la ames a ella. El amor es como esa mujer que va y viene, como esa flor que dice que quieres y que no quieres, es como todos, que creemos en el amor eterno, y al mismo tiempo nos enamoramos y nos volvemos a enamorar. Y entonces llega el día en que nos amamos los unos a los otros porque sobre algo tenemos que desfogar esta necesidad de enamorar y ser amado.

                                                                                                                                “Cállense. Cállense de una vez. No quiero escuchar de dónde sacan sus amores, sus alegrías, sus tristezas y sus ganas de vivir a pesar de que desde el momento en que nacen ya están muriendo. No quiero saber de las habilidades que tienen y yo no. Yo no. No te engañes más, que ni siquiera nombre tiene… Muerte”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Pero los muertos vivientes siguen girando y girando, sus recuerdos envuelven a la Muerte, la hunden, la ahogan, le gritan que hay algo de ellos que aún existe, ese algo que ni la muerte puede destruir. Todos son parte de un solo universo, una sola realidad que también la incluye a ella.

                                                                                                                                Le sugerimos leer: Contar el país a través de pabellones de la FilBo

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                                                                                                                                La Muerte cae de rodillas sobre el parque que ha convertido en cementerio. Llora sobre el reino que ha construido y es como si sus lágrimas regaran ese camposanto improvisado para revertir todo lo que ha hecho en los últimos meses.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                ¿Qué quieren de mí, si no les puedo devolver nada?

                                                                                                                                Una de las almas da un paso al frente y se acurruca junto a la Muerte.

                                                                                                                                —Ven conmigo.

                                                                                                                                ¿A dónde me llevan? ¿Qué me van a hacer?

                                                                                                                                Una mano se posa sobre su hombro. Es una mano delicada y de dedos largos, es una mano que tranquiliza, que dice que todo va a estar bien. Es Clara Calderón.

                                                                                                                                —Tú sabes a dónde. Te está esperando. Te está llamando.

                                                                                                                                —Y a ti —responde la Muerte, al darse cuenta de con quién habla.

                                                                                                                                “Entrega siempre tu belleza sin echar cuentas, sin hablar”

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                ¿Te acuerdas cuando te dije que te amaba, Clara? No me contestaste por un buen rato, y alcancé a pensar que había cometido el error más grande de mi vida. Disculpa mi arrebato. Después de habernos graduado, de haberme aguantado al cachifo y a Fernando, de haber viajado y volver, verte trabajando en la misma facultad universitaria que yo fue como un milagro. Te confieso que creí en el destino, en que estábamos hechos el uno para el otro, que serías mía y yo sería tuyo. Por ti volví a ser un adolescente iluso, y un niño soñador, volví a sentir un vacío y estrellas terrestres. Me elevaste, me elevaste a mí, el tipo clavado al suelo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Nunca me preguntaste por qué te lo había dicho en medio de una cafetería de la universidad, en plena hora de almuerzo, con una multitud alrededor. Tanto ruido y tantas personas me dieron confianza. Si te hubiera invitado a cenar, si hubiera mandado a traer rosas, si hubiera habido música clásica alrededor, seguramente no habría pronunciado palabra. Habría permitido que Chopin o Beethoven tomaran la palabra por mí, habría planeado todo un discurso y lo habría repetido de memoria, sin cambiar de tono siquiera. A la hora de decir “te amo” las palabras me habrían salido sin emoción alguna y lo habrías confundido por indiferencia, incluso por desidia. Lo habrías tomado como una broma porque nunca había mostrado señales de amor. Nunca te había abrazado, nunca te había invitado a salir, nunca me había atrevido a lanzar un “te quiero”, “te tengo cariño”, ni siquiera un “me importas”. Siempre he tenido una habilidad grandiosa para esconder mis sentimientos porque es mejor así. Es mejor no aferrarme a mi madre muerta, a la tía que me acogió después y que murió igual, al cachifo que también murió, a ti, a quien me aferro aún si ya no caminas por este mundo, y lo sabías. Sabías que, si accedías a los deseos de mi corazón, ya no podría vivir sin ti.

                                                                                                                                Podría interesarle: Sobre la literatura juvenil y lo que se espera de ella

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                                                                                                                                Disculpa, no quería incomodarte.

                                                                                                                                No incomodas.

                                                                                                                                Terminamos de almorzar en silencio, te levantaste antes que yo, tomaste mi silla, me llevaste contigo, dejé mi postre a medio comer.

                                                                                                                                —¿A dónde vamos? —dije entonces.

                                                                                                                                No respondiste.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                …¿Clara?...Perdón. Has de cuenta que nunca te confesé esto. No pasa nada, no tienen por qué cambiar las cosas.

                                                                                                                                Seguiste en silencio hasta que paraste en el rincón más alejado de la universidad, donde sólo podrían escuchar los pájaros, y tal vez ni siquiera ellos.

                                                                                                                                —No me conoces.

                                                                                                                                ¿Esa es la excusa que me vas a dar, Clara? Nos conocemos desde hace años.

                                                                                                                                Somos compañeros de trabajo hace años. No es lo mismo.

                                                                                                                                Hemos hablado y compartido durante años.

                                                                                                                                Hemos hablado de Derecho durante años.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por fin dejaste mi espalda para acurrucarte frente a mí. Te rebajaste a mi nivel para al fin abrirte ante mí, el que toda la vida había tenido que mantener su cuerpo y su alma abiertos al mundo.

                                                                                                                                Sufro de insomnio.

                                                                                                                                Yo también, cuando tengo dolor.

                                                                                                                                Toco el piano cuando eso pasa.

                                                                                                                                Yo te escucho.

                                                                                                                                Al día siguiente me molesto por todo.

                                                                                                                                A todo el mundo le afecta la falta de sueño.

                                                                                                                                A veces camino por la ciudad sola, sin rumbo fijo. No pienso nada en particular. Unas veces recito poemas en mi cabeza, otras veces canto canciones.

                                                                                                                                ¿Y si los declamas en voz alta?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Deja que todo te suceda: la belleza y el terror. Sólo sigue adelante. Ningún sentimiento es definitivo”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                ”Entrega siempre tu belleza sin echar cuentas, sin hablar. Callas. Ella dice por ti: Existo. Y en mil formas distintas llega, llega al final a todo el mundo”—declamé, terminando el poema de Rainer María Rilke. Él escribió en prosa lírica, como tú lo eras. Buscó el misticismo, ese mismo que veía en ti. Quiso comulgar con alguien o con algo en medio de la incredulidad, la soledad y la angustia, y ahí estaba yo, esperando que acabaras con mi incredulidad y mi soledad y mi angustia empotrada.

                                                                                                                                Aún me acuerdo de cómo reaccionaste. No alzaste las cejas, no entreabriste tus labios. Te quedaste fría por un rato, frente a mí. Ahí descubrí que tus pupilas no eran cafés sino color miel, y con esa miel fue que me besaste. Y fue mi primer beso, y ese beso fue torpe, malo, novato, insulso. Y aun así sonreíste al separarte de mí.

                                                                                                                                Le sugerimos: “Las familias están llenas de silencios” (Letras de feria)

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                No sabes en qué te metiste, Ciro. No me conoces.

                                                                                                                                ¿Y si tú tampoco te conoces?

                                                                                                                                ¿Por qué no me conocería a mí misma?

                                                                                                                                Porque el amor es un constante descubrir, y estoy dispuesto a descubrirte cada día que me quede de vida.

                                                                                                                                Estás jugando a algo peligroso, Ciro Montilla —me contestaste seriamente, en lugar de burlarte de lo más melindroso que había dicho en la vida.

                                                                                                                                Ya estoy acostumbrado a vivir en constante riesgo.

                                                                                                                                Perfecto, entonces mañana nos vemos en Gastón y Jazz.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Primero vino la cena al ritmo de amores y lágrimas de nieve; luego llegó un segundo beso mucho más trabajado, como si tu boca fuera aire de estrellas. Después vinieron los te quiero y los te amo sin temor a que te fueras de mi vida, y finalmente se dio el matrimonio. Dicen que los matrimonios empiezan a acabarse en el momento en que se formalizan, y el nuestro fue fiel representación de aquel dicho. Disculpa no poder hacerte el amor como te merecías, no protegerte como te merecías, no hacerte reír como te merecías y, sobre todo, perdóname porque no supe darte tu espacio. Siempre me dolía, o tenía una de mis recaídas, o debías internarme en un hospital. Cuando el cachifo y yo alcanzamos prestigio, siempre tenía que irme a alguna otra ciudad, o presidir una conferencia, o quedarme hasta tarde trabajando.

                                                                                                                                Disculpa la vez que no hablé durante la comida y te dejé sola lavando los platos, disculpa las veces que peleamos, las veces que sufriste de insomnio mientras yo dormía plácidamente. Perdona, perdona porque no supe descubrirte cada día; de hecho, dudo de que te haya conocido realmente. Lo digo por la carta que me dejaste, ¿recuerdas? Cuando supiste que ibas a morir.

                                                                                                                                Por Juliana Vargas

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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