Bordando vidas

Diamantina Arcoíris, diseñadora colombiana, quien ha ayudado a través de la Fundación Amor Real y el bordado a habitantes de calle, trabajadoras sexuales, población trans, entre otros, estará participando en Barcú, evento de arte que se desarrolla del 25 al 30 de octubre.

Danelys Vega Cardozo
25 de octubre de 2022 - 12:00 p. m.
"Nadie muere si se le recuerda", dice Diamantina Arcoíris
"Nadie muere si se le recuerda", dice Diamantina Arcoíris
Foto: Cortesía
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La Fundación Amor Real nació en memoria de su hermano Camilo Azuero, víctima de los falsos positivos.

Sí… Inicié mi carrera en la moda desde 2000. Tenía una tienda en la Zona Rosa, pero desde 2016 redireccioné mi proyecto, la marca, hacia población habitante de calle y fue ahí cuando surgió la fundación. En ese año apareció el expediente con la verdad: el cuerpo de Camilo no lo devolvieron con un acto oficial, contándonos lo que había pasado. Después de recibir esa información, y saber que en realidad estaba muerto en esos nueve años que estuvo desaparecido, no supe qué hacer y cómo seguir desempeñando mi carrera (estaba muy frustrada). Entonces empecé a trabajar con población habitante de calle en el patio de Oasis (Idiprón), donde los chicos van a comer, a bañarse, a pasar el día. Ahí hice un reinado con las mujeres trans, luego los lunes comencé a dar clases de bordado. Aunque no era trabajadora oficial de ahí, el director del lugar me dejaba entrar. Estuve un año y medio dando clases de bordado en los patios, en donde conocí a los chicos y aprendí cómo era trabajar con ellos. En 2018 encontré una casa en el barrio Santa Fe, me fui a vivir ahí e inicié el proyecto de más inmersión.

¿Qué encontró en la población habitante de calle en ese primer acercamiento que tuvo con ellos a través del bordado en los patios?

Personas increíbles, gente graciosa, con un espíritu vivo… seres humanos muy distintos a los que había tratado. También me recordaban mucho a mi hermano, porque cuando él se fue a Medellín a un centro de rehabilitación ya había pasado por varios de estos lugares en Bogotá, y nosotros no sabíamos qué hacer (él estaba “muy calle, muy ñerito”). En el Oasis empecé a encontrar a muchos jóvenes que eran como Camilo, entonces fue como una segunda oportunidad para entablar una relación con mi hermano, pero dejando a un lado el prejuicio o la necesidad de cambio, rehabilitación o mejoría; esa insistencia que uno hace como familiar de un drogadicto, en donde uno quiere dirigir su vida, buscarle oficio, meterlo a centros de rehabilitación, criticarlo, juzgarlo, porque uno lo quiere mucho y le duele verlo así, pero uno toma un papel de víctima y empieza a desear que él haga las cosas de cierta manera. En el Oasis, sabiendo que mi hermano estaba muerto, tenía la oportunidad de mirarlos de una forma menos involucrada, lo que me permitió aceptarlos tal cual como son.

En esta casa de Santa Fe, que mencionaba, quienes trabajan en la fundación no pueden consumir en ella...

No pueden consumir adentro, pero igual nosotros trabajamos con la población de consumidor. Nosotros los aceptamos como son; ellos tienen una situación de consumo y gradualmente van soltando sus adicciones en la medida en que son parte de una cadena productiva y se van sintiendo amados y dignos. No podemos decir que en la casa solo hay gente que no consume, porque simplemente es un lugar seguro en donde pueden estar para descansar de sus dinámicas de consumo: se bañan, duermen un rato, almuerzan, comparten y se ponen a bordar. Es un proceso muy lento, entonces habrá algunos que cobran el sueldo el viernes y se van a consumir, pero saben que deben llegar el lunes a la fundación. Ya no se trata del consumidor que está meses enteros debajo de un puente y no sabe ni siquiera qué día es hoy, sino de alguien que se autorregula y es consciente de que cada vez más está ganando beneficios por alejarse del consumo. Tiene que venir muy de adentro la forma de apartarse del consumo.

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Ha dicho que estas personas son como una familia para usted. ¿Por qué?

Porque son con quienes paso mi tiempo. Creo que, al final, con la gente con la que uno pasa sus días se construyen unos vínculos. Obviamente, tengo mi familia de sangre y los quiero un montón, pero paso mis días con los chicos y hemos pasado cosas difíciles. Nos hemos visto sin máscaras, convivido en la casa; se han tejido cosas muy fuertes y poderosas de lo que somos cada uno. Al final es tan chévere ese vínculo que hay, que no puede merecer un término diferente al de familia. También es chévere verlos crecer a cada uno (hay personas que se han soltado bastante de la droga y han tenido hijos ahí en la casa). Hay algunos que han ido a la cárcel, con quienes mantenemos contacto a través de videollamadas, y estamos esperando a que salgan. Otros han muerto, entonces también ha sido un espejo para ellos (si usted no corrige, no va a ser nadie quien le diga que esto está mal o bien, es la vida misma la que le va a dar su lección).

Su nombre era Catalina Azuero, pero decidió cambiarlo a Diamantina Arcoíris, a raíz de todo lo sucedido con su hermano. ¿El dolor que cargaba Catalina Azuero cómo se ha transformado con Diamantina Arcoíris?

En algún lugar seguro hay restos de ese dolor, pero creo que lo mío también ha sido un proceso como el de los chicos, como lo de las drogas. Todo eso es como un cambio de piel: poder liberarse y encarnar a otra persona, que tiene otra visión, misión y objetivos. Siempre guardo en mi corazón y rescato lo bueno de Catalina, porque cada uno de mis errores, excesos y personalidad me llevaron a donde estoy, me hicieron descubrir una mejor versión de mí. Lo del nombre es algo muy simbólico: un nuevo camino, un nuevo viaje en esta misma encarnación (de pronto como un renacimiento). Hacía falta un símbolo importante, así lo sentí, y por eso quise materializarlo. Me identifico plenamente con Diamantina, y también es una responsabilidad tener ese nombre: eso marca el camino, porque es una forma de apropiarse de las nuevas resoluciones de vida que he tomado. El dolor se sigue sanando cada vez más, pero hasta ahora estoy empezando un camino de memoria. Tuve que sanar la culpa que sentía por lo indiferente que fui cuando mi hermano desapareció. Es importante también hablar de Camilo, porque durante mucho tiempo no quise hablar tanto de él y cada vez está más lejos su recuerdo.

¿Y qué ha cambiado para que ahora pueda iniciar ese camino de sanación a través de la memoria?

No sé, lo sentí así. Es importante empezar a tomar esa fuerza para emprender este viaje. Creo que va a estar lindo, sobre todo el tema de hablar, de memoria, de hacer que Camilo esté vivo. La idea es que mis papás y mis hermanos también sean parte de eso y empecemos a crear su presencia entre nosotros, porque al final nadie muere si se le recuerda.

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Escucharla me lleva a pensar que es una persona muy espiritual. ¿Siempre ha sido así?

No tanto, es algo que se ha ido desarrollado; de pronto estuvo dormido porque había muchas distracciones. Eso es algo con lo que me identifico con los chicos de la casa: de pronto uno estaba pensando a dónde voy a salir este fin de semana, qué me voy a poner, cuánta plata voy a vender en el almacén, a quién voy a vestir, si voy a salir en algún medio —todo eso es válido porque es la construcción de una identidad —, pero después es como si estuvieras flotando en la superficie y comenzarás a bajar a lo profundo (es algo que nos pasa a todos los humanos). Creo que todos estamos en una superficie mientras nos adaptamos a la vida, pero luego, inevitablemente, entramos en lo profundo (de pronto vinimos fue a sumergirnos en la profundidad). Al principio nos cuesta soltar cosas que no sirven o transformarlas en otras o abrir la mirada compasiva hacia uno mismo para luego llevarla hacia los demás. Uno está toda la vida luchando con sus propios demonios, su propia oscuridad, hasta que llega el día en que ya te permites hacer equipo, abrazarte. Al final de cuentas, eso es la espiritualidad: permitir mirar las cosas con el ojo del corazón.

Sí, y como dice, nosotros somos luz, pero también oscuridad…

Sí, como que luchamos contra eso y ahí ya está perdida la lucha. Es mejor aceptarnos, y así nos queda más fácil aceptar la oscuridad del que está al frente de nosotros. Con los chicos y el consumo es como una magia: cuando ya lo aceptas, entonces vas transformando la oscuridad en luz, porque puedes ver objetivamente y te das cuenta de las cosas que no quieres que hagan parte de ti, así que te vas apartando de ellas.

Usted le ha apostado a la transformación individual y colectiva. ¿Para qué?

Creo que, como raza, como planeta, como humanos, estamos en constante cambio. Tenemos que aceptar que lo único que no cambia es que todo cambia. Entonces, aferrarse a cualquier cosa es inútil (hay que evolucionar). Algunas veces uno sueña o anhela cosas que uno ve imposibles, pero al final es una visión al futuro de hacia dónde puedes ir si te lo propones. Cuando uno es consumidor, de pronto muchas veces, uno se siente tan frustrado que se imagina constantemente la vida libre de las drogas, y uno no se da cuenta que está construyendo con ese pensamiento su realidad y que en algún momento será libre. Al final, todo va a ser más simple de lo que nos imaginamos: la mente, el corazón, la palabra, tiene una capacidad creadora mucho más grande de lo que le hemos permitido. Tenemos la capacidad de crear, solamente tenemos que ser conscientes de eso.

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Danelys Vega Cardozo

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com

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