Diario del confinamiento (Tintas en la crisis)

El confinamiento en España empezó el viernes 13, día de mal agüero para muchos. En mi opinión, esa decisión debió tomarse antes. En Cataluña ya se han diagnosticado 316 infectados, pero la realidad es que ya hay miles de asintomáticos entre nosotros. Mi hijo y yo llevábamos confinados en casa desde el martes 10 de marzo.

Daniela Siara
16 de marzo de 2020 - 04:13 p. m.
La Plaza Mayor de Madrid, en estado de absoluta soledad. El confinamiento en España se inició el pasado viernes. / Cortesía
La Plaza Mayor de Madrid, en estado de absoluta soledad. El confinamiento en España se inició el pasado viernes. / Cortesía
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El fin de semana anterior habíamos ido a una caminata en la montaña y pasamos mucho frío. Como consecuencia, los dos iniciamos la semana con mocos aguados y el pequeño empezó a tener fiebre la noche del lunes. Lo que más me preocupaba era su tos, parecida a la de un perro con la garganta seca. Sin darme cuenta empecé a considerar la idea de tener un paciente de coronavirus en casa. Pero obviamente, eso no nos pasaría a nosotros, las calamidades solo les suceden a los que vemos en la televisión. Después de cuidar varias enfermedades infantiles he aprendido que no tiene sentido llevar a un niño al médico el primer día de fiebre, ni el segundo, ni el tercero. El cuarto día sí merece la pena llevarlo, hay más pistas que pueden revelar qué virus tiene. Así que esta mañana decidimos llamar a nuestro pediatra y nos dijo que podíamos ir a su consulta. La sala de espera estaba vacía. Cuando entramos a su consultorio lo auscultó e hizo un comentario sobre la textura de sus mocos. Yo estaba alerta al escuchar a mi niño llorar mientras el pediatra lo revisaba de arriba a abajo. El coronavirus respirándonos en el cuello, pero no era la primera vez.

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Una semana antes, viernes también, en una reunión en la escuela alternativa a la que llevamos a Martí, desvelé mis sentimientos sobre la aprehensión que me da cuando mi hijo se enferma. Desde muy bebé padece convulsiones febriles. No son peligrosas, pero sí muy impresionantes, algo que solo entiende quien ha presenciado una. 

En la escuela hay 23 niños, así que somos un grupo muy pequeño de familias. Ese día hacíamos la reunión mensual y debatíamos si una familia que estaba pasando el fin de semana en el norte de Italia debía hacer la cuarentena. No permitirles enviar a sus hijos a la escuela el siguiente lunes. Somos una cooperativa, así que ese tipo debates, a veces incómodos, los tenemos con naturalidad. De los padres que había en esa reunión solo tres, incluyéndome, estábamos pidiendo la cuarentena preventiva. El resto podían convivir con la idea de que sus hijos compartieran el espacio, objetos y fluidos con dos niños que en ese mismo momento estaban en la zona roja de contagios en Europa. En sus cabezas no rondaba la idea de la pandemia que se nos avecinaba, y si un mago les hubiera dicho que justo una semana después todos estaríamos confinados lo hubieran tildado de apocalíptico, un mentiroso. Pero es que así estaba toda la sociedad. Incrédula. Lo que estaba sucediendo en Italia no iba con ellos.

Surgieron argumentos como el hacerse responsable de sus acciones y posibles consecuencias. Una transgresión. El de otra familia italiana que había pedido a sus familiares no venir a España al cumpleaños de su hijo para evitar traer la enfermedad o contraerla en la travesía. Una paranoia. La mía, de aprensión a la fiebre y de responsabilidad al no desear contagiar a otras personas, especialmente a la abuela catalana. Una alarmista. Nos expresamos con sinceridad y crudeza mientras el resto de padres nos miraban atónitos. Vieron las primeras señales de miedo en caras conocidas. Y eso impacta cuando sucede por primera vez. 

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El coordinador concluyó que no se cuidaba de los otros cuando no había cuidados dentro de la misma familia. Algo que se hace patente cuando las familias llevan a niños enfermos al colegio, no les revisan la cabeza para ver si tienen piojos o no les chequean las heces para descartar la presencia de parásitos. Había dado en el punto. Un mantra que ahora escucho en todas partes, todo el mundo se llena la boca diciéndolo, pero ¿a cuánto estamos dispuestos a renunciar por el bien colectivo? En ese momento, esas palabras del coordinador salieron como flechas y las tuvimos que digerir muy rápidamente: Cuidar el bien colectivo es cuidarnos. Algo que todos estamos empezando a experimentar entre las cuatro paredes de nuestras casas desde el inicio del confinamiento.

Finalmente, ese día decidimos que, al no haber consenso entre los padres, la familia italiana debía hacer cuarentena solamente una semana. Fue la primera medida que tomamos como pequeña comunidad para protegernos del coronavirus. Luego éste atacó con saña y rapidez. Madrid se convirtió en el primer gran foco de contagio en España y entendimos lo que no era cómodo de comprender: Nuestros hábitos y cotidianidad debían ser modificados completamente. Quédate en casa. No consumas cosas innecesarias, solo alimentos y medicinas. No viajes. No salgas a los parques. Trabaja desde casa. Es una cuarentena, no unas vacaciones…

“Este niño lo que tiene es un constipado gigante” me dijo el pediatra después de la rápida revisión. Respiré aliviada. Aunque luego, para no mojarse, añadió que la única forma de descartar el Coronavirus era mediante un test. Para ello debíamos ir a un hospital público, con el riesgo de contagio que eso hubiese podido implicar para otros si mi hijo hubiese tenido la enfermedad (el conductor del taxi o los otros pasajeros del bus, los pacientes sentados en sillas cercanas en la sala de espera, el personal médico y de enfermería). Es difícil enseñarle a un niño de tres años a toser controladamente en el codo. Y la otra cara del asunto sería el riesgo que asumíamos nosotros si no estábamos contagiados y nos rodeábamos de gente asustada y quizás ya contagiada en el hospital. Ese panorama estaba descartado. Continuar con el confinamiento es el único camino posible. Nosotros dos empezamos el pasado martes y mi esposo y toda España se nos ha unido hoy viernes. 

Esta medida llegó tarde. En esa última semana antes del confinamiento en todo el país sucedieron muchas cosas: manifestaciones multitudinarias por el día de la mujer, reuniones de partidos políticos, reuniones de trabajo, clases en colegios y universidades, actos culturales, conciertos, la gente acudiendo a los gimnasios, bibliotecas, subiendo a metros atestados, viajando en trenes, aviones y barcos sin distancia de seguridad. Se contagiaron, contagiaron a otros y mientras los días se suceden la curva de la epidemia sigue subiendo peligrosamente. Ahora, por fin, estamos todos en casa. Solo espero que en Colombia no tarden tanto en darse cuenta que ya tienen el enemigo rodando entre la gente.   

 

Por Daniela Siara

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