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                                                                                                                                Diario del confinamiento (Tintas en la crisis)

                                                                                                                                El confinamiento en España empezó el viernes 13, día de mal agüero para muchos. En mi opinión, esa decisión debió tomarse antes. En Cataluña ya se han diagnosticado 316 infectados, pero la realidad es que ya hay miles de asintomáticos entre nosotros. Mi hijo y yo llevábamos confinados en casa desde el martes 10 de marzo.

                                                                                                                                Daniela Siara

                                                                                                                                La Plaza Mayor de Madrid, en estado de absoluta soledad. El confinamiento en España se inició el pasado viernes. / Cortesía
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Una semana antes, viernes también, en una reunión en la escuela alternativa a la que llevamos a Martí, desvelé mis sentimientos sobre la aprehensión que me da cuando mi hijo se enferma. Desde muy bebé padece convulsiones febriles. No son peligrosas, pero sí muy impresionantes, algo que solo entiende quien ha presenciado una. 

                                                                                                                                En la escuela hay 23 niños, así que somos un grupo muy pequeño de familias. Ese día hacíamos la reunión mensual y debatíamos si una familia que estaba pasando el fin de semana en el norte de Italia debía hacer la cuarentena. No permitirles enviar a sus hijos a la escuela el siguiente lunes. Somos una cooperativa, así que ese tipo debates, a veces incómodos, los tenemos con naturalidad. De los padres que había en esa reunión solo tres, incluyéndome, estábamos pidiendo la cuarentena preventiva. El resto podían convivir con la idea de que sus hijos compartieran el espacio, objetos y fluidos con dos niños que en ese mismo momento estaban en la zona roja de contagios en Europa. En sus cabezas no rondaba la idea de la pandemia que se nos avecinaba, y si un mago les hubiera dicho que justo una semana después todos estaríamos confinados lo hubieran tildado de apocalíptico, un mentiroso. Pero es que así estaba toda la sociedad. Incrédula. Lo que estaba sucediendo en Italia no iba con ellos.

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El coordinador concluyó que no se cuidaba de los otros cuando no había cuidados dentro de la misma familia. Algo que se hace patente cuando las familias llevan a niños enfermos al colegio, no les revisan la cabeza para ver si tienen piojos o no les chequean las heces para descartar la presencia de parásitos. Había dado en el punto. Un mantra que ahora escucho en todas partes, todo el mundo se llena la boca diciéndolo, pero ¿a cuánto estamos dispuestos a renunciar por el bien colectivo? En ese momento, esas palabras del coordinador salieron como flechas y las tuvimos que digerir muy rápidamente: Cuidar el bien colectivo es cuidarnos. Algo que todos estamos empezando a experimentar entre las cuatro paredes de nuestras casas desde el inicio del confinamiento.

                                                                                                                                Finalmente, ese día decidimos que, al no haber consenso entre los padres, la familia italiana debía hacer cuarentena solamente una semana. Fue la primera medida que tomamos como pequeña comunidad para protegernos del coronavirus. Luego éste atacó con saña y rapidez. Madrid se convirtió en el primer gran foco de contagio en España y entendimos lo que no era cómodo de comprender: Nuestros hábitos y cotidianidad debían ser modificados completamente. Quédate en casa. No consumas cosas innecesarias, solo alimentos y medicinas. No viajes. No salgas a los parques. Trabaja desde casa. Es una cuarentena, no unas vacaciones…

                                                                                                                                “Este niño lo que tiene es un constipado gigante” me dijo el pediatra después de la rápida revisión. Respiré aliviada. Aunque luego, para no mojarse, añadió que la única forma de descartar el Coronavirus era mediante un test. Para ello debíamos ir a un hospital público, con el riesgo de contagio que eso hubiese podido implicar para otros si mi hijo hubiese tenido la enfermedad (el conductor del taxi o los otros pasajeros del bus, los pacientes sentados en sillas cercanas en la sala de espera, el personal médico y de enfermería). Es difícil enseñarle a un niño de tres años a toser controladamente en el codo. Y la otra cara del asunto sería el riesgo que asumíamos nosotros si no estábamos contagiados y nos rodeábamos de gente asustada y quizás ya contagiada en el hospital. Ese panorama estaba descartado. Continuar con el confinamiento es el único camino posible. Nosotros dos empezamos el pasado martes y mi esposo y toda España se nos ha unido hoy viernes. 

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                La Plaza Mayor de Madrid, en estado de absoluta soledad. El confinamiento en España se inició el pasado viernes. / Cortesía
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Una semana antes, viernes también, en una reunión en la escuela alternativa a la que llevamos a Martí, desvelé mis sentimientos sobre la aprehensión que me da cuando mi hijo se enferma. Desde muy bebé padece convulsiones febriles. No son peligrosas, pero sí muy impresionantes, algo que solo entiende quien ha presenciado una. 

                                                                                                                                En la escuela hay 23 niños, así que somos un grupo muy pequeño de familias. Ese día hacíamos la reunión mensual y debatíamos si una familia que estaba pasando el fin de semana en el norte de Italia debía hacer la cuarentena. No permitirles enviar a sus hijos a la escuela el siguiente lunes. Somos una cooperativa, así que ese tipo debates, a veces incómodos, los tenemos con naturalidad. De los padres que había en esa reunión solo tres, incluyéndome, estábamos pidiendo la cuarentena preventiva. El resto podían convivir con la idea de que sus hijos compartieran el espacio, objetos y fluidos con dos niños que en ese mismo momento estaban en la zona roja de contagios en Europa. En sus cabezas no rondaba la idea de la pandemia que se nos avecinaba, y si un mago les hubiera dicho que justo una semana después todos estaríamos confinados lo hubieran tildado de apocalíptico, un mentiroso. Pero es que así estaba toda la sociedad. Incrédula. Lo que estaba sucediendo en Italia no iba con ellos.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                El coordinador concluyó que no se cuidaba de los otros cuando no había cuidados dentro de la misma familia. Algo que se hace patente cuando las familias llevan a niños enfermos al colegio, no les revisan la cabeza para ver si tienen piojos o no les chequean las heces para descartar la presencia de parásitos. Había dado en el punto. Un mantra que ahora escucho en todas partes, todo el mundo se llena la boca diciéndolo, pero ¿a cuánto estamos dispuestos a renunciar por el bien colectivo? En ese momento, esas palabras del coordinador salieron como flechas y las tuvimos que digerir muy rápidamente: Cuidar el bien colectivo es cuidarnos. Algo que todos estamos empezando a experimentar entre las cuatro paredes de nuestras casas desde el inicio del confinamiento.

                                                                                                                                Finalmente, ese día decidimos que, al no haber consenso entre los padres, la familia italiana debía hacer cuarentena solamente una semana. Fue la primera medida que tomamos como pequeña comunidad para protegernos del coronavirus. Luego éste atacó con saña y rapidez. Madrid se convirtió en el primer gran foco de contagio en España y entendimos lo que no era cómodo de comprender: Nuestros hábitos y cotidianidad debían ser modificados completamente. Quédate en casa. No consumas cosas innecesarias, solo alimentos y medicinas. No viajes. No salgas a los parques. Trabaja desde casa. Es una cuarentena, no unas vacaciones…

                                                                                                                                “Este niño lo que tiene es un constipado gigante” me dijo el pediatra después de la rápida revisión. Respiré aliviada. Aunque luego, para no mojarse, añadió que la única forma de descartar el Coronavirus era mediante un test. Para ello debíamos ir a un hospital público, con el riesgo de contagio que eso hubiese podido implicar para otros si mi hijo hubiese tenido la enfermedad (el conductor del taxi o los otros pasajeros del bus, los pacientes sentados en sillas cercanas en la sala de espera, el personal médico y de enfermería). Es difícil enseñarle a un niño de tres años a toser controladamente en el codo. Y la otra cara del asunto sería el riesgo que asumíamos nosotros si no estábamos contagiados y nos rodeábamos de gente asustada y quizás ya contagiada en el hospital. Ese panorama estaba descartado. Continuar con el confinamiento es el único camino posible. Nosotros dos empezamos el pasado martes y mi esposo y toda España se nos ha unido hoy viernes. 

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Ver todas las noticias
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