Diderot y la ‘Encyclopedia’, la última estocada al viejo régimen de Francia
La Enciclopedia, dirigida por Denis Diderot, y en la cual colaboraron Voltaire y Rousseau, entre otros cientos de autores, fue la última llama de pensamiento “creíble” que recibieron los principales protagonistas de la Revolución Francesa. A la calidad de los textos allí publicados, se les sumaron láminas y una multiplicidad de investigaciones que fueron, en la mayoría de los casos, un disfraz para que los autores hicieran su lucha contra las ideas entonces establecidas. Quinta entrega de la serie Orígenes.
Fernando Araújo Vélez
Todo aquello que escribió y pregonó Voltaire coincidió con las ansias de la mayoría del pueblo francés, que deseaba cada vez más que las cosas cambiaran en su país. Si él decía que “El trabajo y los proyectos debían reemplazar a la resignación ascética”, la gente le creía y lo vitoreaba, a veces porque estaba de acuerdo, otras, porque desde el hastío, desde la miseria y el hambre, cualquier idea nueva era vista como una especie de salvación. Quienes clamaban por una revolución, por un cambio absoluto de todo, no tenían nada que perder. Voltaire pensaba como pensó, y escribió sus obras porque estaba convencido. El pueblo, no tanto.
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Todo aquello que escribió y pregonó Voltaire coincidió con las ansias de la mayoría del pueblo francés, que deseaba cada vez más que las cosas cambiaran en su país. Si él decía que “El trabajo y los proyectos debían reemplazar a la resignación ascética”, la gente le creía y lo vitoreaba, a veces porque estaba de acuerdo, otras, porque desde el hastío, desde la miseria y el hambre, cualquier idea nueva era vista como una especie de salvación. Quienes clamaban por una revolución, por un cambio absoluto de todo, no tenían nada que perder. Voltaire pensaba como pensó, y escribió sus obras porque estaba convencido. El pueblo, no tanto.
“Insistió en que los hombres no podían seguir viviendo sus vidas pensando que expiaban el pecado original y, en cambio, sostuvo que debían trabajar para mejorar su existencia terrenal mediante la reforma de las instituciones gubernamentales, religiosas, educativas, etc”, como lo escribió Peter Watson en su libro “Ideas”. Desde hacía más de un siglo, algunos escritores habían comenzado a lanzar dardos contra el sistema imperante. “Ya en 1691, François de Salignac de la Mothe Fénelon había publicado “Examen de conciencia para un rey” y más tarde su “Carta a Luis XIV, en la que ofrecía un desolador retrato del llamado Rey Sol”.
En aquella carta, que se multiplicó por millares, le decía: ‘Vuestro pueblo está muriendo de hambre. La agricultura está prácticamente paralizada, todas las industrias languidecen, el comercio ha sido destruido. Francia es un vasto hospital”. Años más tarde, René Louis, marqués d’Argenson, escribió un largo ensayo que tituló “Consideraciones sobre el gobierno pasado y presente de Francia”. Allí, exponía la podredumbre de las instituciones francesas, los abusos, la malversación de fondos, los favores, las decisiones interesadas. Según Watson, “Tanta era la corrupción, que el libro no pudo ser publicado hasta 1764″.
La guerra estaba declarada en el papel, y en millares de reuniones secretas en las que los guerreristas discutían cómo, cuándo, dónde y con quiénes. Los por qué ya estaban definidos. No había necesidad de volver a ellos, pero sí de dejarlos por escrito, una y un millón de veces si era necesario, por eso se imprimieron una y otra vez distintos panfletos incendiarios que se distribuían en secreto, y por eso centenares de campesinos y de trabajadores dejaron sus pueblos y labores para unirse a las fuerzas de las nuevas ideas y de las nuevas guerras. Influidos por Voltaire, esencialmente, aquellos hombres llegaban a París para trabajar en lo que se presentara, a sabiendas de que el sustento del día a día era un pretexto nada más.
Uno de aquellos hombres era Denis Diderot, quien de niño había trabajado con su padre como cuchillero, pero lo había dejado todo y se había marchado a París, motivado por algo que aún no tenía nombre pero que se sentía en el ambiente, y por una nueva vida. Trabajó como escritorzuelo de noticias y de textos algo pornográficos, dio clases de matemáticas y tradujo varios libros y obras ingleses, una de ellas, la “Chamber’s Encyclopedia”, de la que sacó la idea de hacer su propia Enciclopedia. Allí, en definiciones disfrazadas de verdad, con la investigación y el lenguaje que se requerían para que un texto tuviera credibilidad, Diderot podría ser dios, y como ateo, destruir los dogmas de la religión, y de paso, de la sociedad del siglo XVIII.
Los primeros trabajos surgieron de las reuniones que un grupo de ateos tenía en el hotel del barón d’Holbach, París. Entre charlas, discusiones, propuestas y contrapropuestas, a finales del año de 1750 se terminaron de escribir los prospectos de lo que podría llegar a ser la obra, y se imprimieron ocho mil y unas cuantas copias más para distribuirlas por toda Francia. El proyecto requería de varios suscriptores que pagarían una cuota inicial de 60 libras, y otras mensuales hasta llegar a las 280. La promesa indicaba que serían ocho los volúmenes, con dos de láminas. Al final, hacia los últimos años de 1770, Diderot y sus colaboradores habían escrito, editado y distribuido 28 tomos de la “Encyclopedia”. Entre elogios, criticas, intentos de censura, prisión y trabajo, la obra marcó un antes y un después en la historia de Francia y de Europa.
“El bien del pueblo ha de ser el gran propósito del gobierno. Por las leyes de la naturaleza y de la razón, los gobernantes son investidos con poder para este fin. Y el bien máximo del pueblo es la libertad. Ésta es al Estado lo que la salud al individuo”, decía uno de los apartados de “La Enciclopedia o diccionario razonado de las artes, las ciencias y los oficios”, una obra en la que Diderot trabajó durante 26 años. Al comienzo, el editor general, Le Breton, y el propio Diderot, reclutaron para su lucha contra el viejo régimen al matemático D’Alembert, quien trabajó como coeditor, y a un joven desconocido de apellido De Jaucourt como principal investigador y redactor.
“Habrá quien considere mi cálculo demasiado bajo. Aún así, 40.000 pedazos de pan para la comunión cuestan 80.000 libras que, multiplicadas por 52 domingos, suman más de cuatro millones de libras. ¿Por qué no ahorrar este gasto? Somos en exceso infantiles y esclavos de la costumbre para comprender que hay formas de culto más religiosas. Y permítanme unas palabras sobre las velas…”, rezaba otro de los apartes de la obra. El primer libro, con las definiciones y comentarios sobre términos que comenzaban con la letra A, salió en junio de 1751, y llevaba un prefacio escrito por D’Alembert en el que según Peter Watson “explicaba que la obra servía a la vez como enciclopedia y como diccionario y que proporcionaba un escrutinio del saber que mostraría ‘los secretos caminos’ que conectaban sus distintas ramas”.
Esos ‘secretos caminos’ fueron multiplicándose en la medida en que la “Enciclopedia” iba creciendo, tanto dentro como fuera de sus mismas páginas. De acuerdo con P.N. Burbank, quien escribió una biografía crítica sobre Diderot, el total de la obra se lograba comprender en su más profunda significación si se tenían en cuenta las censuras y los peligros que los autores y editores fueron corriendo con el pasar de los años, pues con la intención de superar aquellos peligros, no solo guardaban los originales en distintas casas para que los censores no los encontraran, sino que hicieron sospechosos llamados de pie de página que llevaban a los lectores a pasajes claramente subversivos, a veces anarquistas, y, por supuesto, de corte ateo.