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Uno de los últimos boleros que grabó Alfonso Ortiz Tirado fue Ojos de almendra: “Ojos de almendra son los que Dios te ha dado, para que alumbres mi senda ya perdida. Ellos esmaltan tu carne de pecado, para que pueda yo beber la vida”.
Son los primeros versos que recuerda mi madre cuando le cuento que estoy haciendo una lista de boleros que hablan de Dios. Claramente, antes de ir a los libros y a Google, le pregunté a ella sobre qué canciones me sugería para la lista. Mi mamá es una suerte de Shazam infalible.
Y fue certera, de nuevo esta vez. Porque si bien Ortiz Tirado no fue el primero ni el último que mencionó a Dios en un bolero, algunos lo recuerdan como “el cantante de Dios”. Ojos de almendra fue grabada por él en 1945.
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Era cantante y médico. Fue el doctor personal de Frida Kalho, la operó varias veces, y también se dice que fue quien cosió la cicatriz en el rostro de Agustín Lara. Justamente, por esa misma fecha, su paciente, el músico poeta de la herida en el rostro, cantaba sus Palabras de mujer: “Aunque no quieras tú, ni quiera yo, ni quiera Dios, hasta la eternidad te seguirá mi amor”.
Dos cuartetas tan distintas, en la voz del poeta y en la del médico cantor, pero ambas conmovedoras. Una por su fe devota y la otra por su coraje de poner el amor humano por encima de la pasión divina. En una sociedad religiosa, que se abría lentamente a las estéticas modernistas, una afrenta semejante requería valor.
Esa suerte de valía y destreza que también tuvo José Antonio Méndez cuando escribió en su cuaderno: “Dios dice que la gloria está en el cielo, que es de los mortales el consuelo al morir. Desmiento a Dios, porque al tenerte yo en vida no necesito ir al cielo, tisú, si, alma mía, la gloria eres tú”.
Como otros compositores de su época, él tuvo problemas de censura por mancillar el poder de Dios en la letra de un bolero. Como lo sabemos quienes hemos cantado a todo pulmón ese éxito irrefrenable, Méndez optó por cambiar la palabra desmiento por el vocablo bendito. Y ahí es cuando compartir la música está por encima de cualquier concepto.
Ahora recuerdo a Álvaro Carrillo con su bolero de 1965, La mentira. Vuelve y ubica a Dios en un lugar preferencial: “Por mi parte, te devuelvo tu promesa de adorarme, ni siquiera sientas pena por dejarme, que ese pacto no es con Dios”.
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Sin embargo, no siempre se viven dos caras antagónicas respecto a Dios en el bolero. Es decir, no siempre gana o pierde Dios, en relación con lo humano. Algunas veces simplemente se empatan ambas fuerzas. Así lo escuchamos en la hermosa voz de Elena Burke: “Es como un sueño sentir hechizada tan tierna emoción, llena de dicha que lleva embriagada a la ensoñación. Todo el que puede encontrar la llama ardiente de amor, puede decir que alcanzó la mano de Dios”.
Ella nos dice: en el gesto más pagano, como puede ser una caricia, también habita el amor de Dios. Y nos hace ver a un Creador más humano, más cercano. Menos juez y censurador.
Algo parece claro y es que, para la mayoría de estos boleristas, Dios existe. No obstante, Frankie Figueroa, quien no le envidia al cielo su belleza ni le pide al mundo que le de riqueza, se tomó la licencia de imaginar cómo sería su vida sin esa faz divina. En su bolero Eres todo para mí le canta a su amada que, si no hubiera Dios, sería ella quien ocuparía ese lugar reverencial. En una clara apuesta por el ascetismo, este puertorriqueño, además, enunció vivir muy conforme en la pobreza, siempre que tuviera la presencia de su querida.
Como vemos, la lista de boleros que mencionan a Dios es larga y aún está en construcción. Por eso, aquí solo he mencionado unos cuantos. Fueron incluidos no porque sean los más importantes ni los que más me gusten, sino porque, de manera misteriosa, se colaron sin permiso en este texto. Ah, el misterio.
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Alfonso Ortiz Tirado estaba en segundo de primaria cuando lo llamaron fuera del salón. El director lo esperaba para darle la noticia: había sido seleccionado como cantante solista en un coro que estaban formando en su colegio. Una noticia importante, teniendo en cuenta que era una institución de jesuitas.
Él cantaba desde muy niño y nunca dejó de cantar. Incluso cuando era estudiante de medicina en Nueva York, cerca de 1918, cantó en el Hotel Waldorf Astoria. Al menos esos dicen sus biógrafos.
Y aunque cantó mucho, como médico ortopedista contribuyó a muchos milagros clínicos. Sin embargo, hoy pocos lo recuerdan por su labor hospitalaria. Estrictamente pasó a la historia como una de las grandes voces del cancionero popular latinoamericano. Y repito, fue llamado algunas veces “El cantante de Dios”.
Quizá porque la voz de sus boleros sanó más heridas de las que sus manos de ortopedista pudieron curar. Acompañar el sufrimiento humano, labor de médicos y poetas, es una de las obras más santas que podemos vivir como humanidad. Por eso, y aunque nos has llevado a cometer tantos irremediables pecados: ¡Dios te salve bolero, lleno eres de gracia!