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'Doña Flor y sus dos maridos' vuelve

Este jueves es el estreno en el Teatro Arlequín de Bogotá. Jorge Alí Triana la dirige.

Juan Carlos Piedrahíta B.
05 de marzo de 2009 - 12:10 p. m.

A estas alturas doña Flor debe tener más maridos que vestidos. Desde la aparición de la novela de Jorge Amado en 1966, su protagonista ha sido encarnada miles de veces y con distintos acentos.

La inolvidable Sonia Braga le puso rostro al personaje en la película del mismo nombre (Doña Flor y sus dos maridos), que Bruno Barreto dirigió a finales de la década del 70. En Colombia, la diva de siempre Amparo Grisales asumió ese exigente rol y, junto a Carlos Muñoz y Yuldor Gutiérrez, estelarizó un montaje que despertó comentarios de toda índole en 1990.

Casi 20 años después, una modelo samaria con poca experiencia en las tablas y con discretas apariciones en la pantalla chica se le mide al reto de prestarle su alma, su cuerpo y su voz a la bella viuda de Bahía, aquella que reparte su amor entre Vadinho (mujeriego, buena vida y jugador) y Teodoro (hombre mayor, serio y boticario de oficio). Se llama Viña Machado y su acento caribeño le aporta frescura al personaje, su figura sobre el escenario se roba las miradas masculinas y femeninas y su entrega al desarrollo de la obra es total.

Con ella y otros participantes del elenco se confirma la destreza de Jorge Alí Triana en la dirección de talentos en escena. Su sabiduría, su experiencia y su conocimiento en las artes histriónicas, se ponen una vez más de manifiesto en este montaje. Desde la construcción de algunos personajes, pasando por la simple aparición o desaparición de una sábana hasta los detalles de la denominada continuidad son resueltos por el maestro. “Debes hacer que la recolección imaginaria del dinero para la boda de Vadinho sea especial”, le dijo Jorge Alí Triana a Vicky Rueda en uno de los últimos ensayos de Doña Flor y sus dos maridos antes de su estreno.

Las entradas y salidas de la música y de los efectos especiales también fueron cronometradas por el director. Con su reconocido nivel de exigencia hacía repetir la escena hasta que cada pieza del rompecabezas funcionara a la perfección. “Ahí la música ya tiene que subir y doña Flor tiene que mostrarse más pudorosa, un poco tímida porque es la primera vez que se va a desnudar para el esposo. Eso... muy romántica”, guiaba casi de la mano a sus actores para que representaran adecuadamente la escena.

Gerardo Calero (Don Teo) y Carlos Mariño (Vadinho), acompañan a Viña Machado en los roles protagónicos, mientras que Ana María Kamper, Marcela Posada, Julio Escallón, Vicky Rueda, James Vargas, Bárbara Perea, Tatiana Jáuregui y Linnett Hernández integran el grupo de respaldo. Muchos de ellos asumen más de un papel sobre las tablas, algunos sin ninguna relevancia dentro de la historia.

La escenografía, algo opaca para tratarse de un lugar alegre y fiestero como Bahía, contrasta con los colores del vestuario general. Los desnudos, tanto femeninos como masculinos, nos son gratuitos y corresponden a la adaptación de un clásico con altura. Se trata, sin duda, de una apuesta por la diversión y el entretenimiento, pues es el teatro sin pretensiones de ser erudito y sin la idea de dejar moralejas.

El escritor brasileño Jorge Amado, quien murió en 2001, una vez más está presente en la historia de las tablas en Colombia. Y lo está con una de sus obras cumbre, Doña Flor y sus dos maridos

Teatro Arlequín. Carrera 25A N° 41-64. Desde el 5 de marzo de jueves a sábado. 8:00 p.m. Informes: 368 11 45.

Doña Flor y sus dos actores

A pesar de que durante los largos ensayos previos al estreno de Doña Flor y sus dos maridos, el actor Luis Fernando Montoya era el que más aprendidos tenía sus libretos y el que incluso ayudaba a sus compañeros a recordar alguna línea olvidada, su papel como el boticario Teodoro (uno de los maridos) será interpretado por el veterano Gerardo Calero. En los últimos ensayos, Montoya tuvo algunos problemas disciplinarios y complicaciones de salud que hicieron que el director Jorge Alí Triana se decidiera a hacer el cambio. Gerardo Calera tuvo sólo unas semanas para aprender sus libretos.

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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