Doris Salcedo: “El arte permite asomarnos al abismo del horror de las víctimas”
Entrevista con la artista Doris Salcedo, a propósito del Premio Imperial que acaba de recibir en Japón y de las nuevas obras en que trabaja: una casa de pelo y un bosque de ausencias. Se declara frustrada con el fracaso de la paz total del gobierno Petro.
Nelson Fredy Padilla
Doris Salcedo ha recibido los más importantes premios de arte a nivel internacional, como el Velázquez (2010), el Hiroshima (2014), el Nasher (2015) y el Nomura (2019). Ahora le acaban de conceder el Premio Imperial en Japón por su vida y obra, razón por la cual la entrevisté en su taller en Bogotá, donde nos mostró las nuevas obras en que trabaja.
¿Qué importancia tiene que la familia imperial japonesa exalte tu obra?
Pienso que los premios que se le otorgan, no digo a mí, sino a mi obra, lo que hacen es reconocer la experiencia de las víctimas, y por eso son importantes, porque son experiencias que olvidamos, que ignoramos intencionalmente, que con toda claridad abandonamos, y en estos momentos ponen un poquito de luz sobre esas experiencias.
Justo les acaban de dar el Premio Nobel de Paz a los sobrevivientes de las explosiones nucleares en Japón. ¿Qué opinas de que se honre la memoria de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki, al final de la Segunda Guerra Mundial?
Me parece importantísimo, porque todo lo que se haga en contra de la guerra, en un momento en el que lo único que vemos es guerra, guerras brutales, ensordecedoras, que están estallando simultáneamente en tantos lugares, nos hace recordar que la amenaza nuclear está más viva que nunca, cuando hace unos 20 años pensábamos que era impensable. Es importantísimo ese premio para todos nosotros y ojalá nos diera algo de conciencia acerca del horror de la guerra en general, en un punto en que estamos destruyendo el planeta. Solamente en Gaza se han detonado tantos explosivos como en Hiroshima y Nagasaki. No solo es lo que eso le está haciendo a cada ser humano, sino al mundo en sí, es dramático.
Durante más de 40 años tu llamado siempre ha sido a no olvidar, a usar el arte como contrapeso de la barbarie. ¿Por qué perseverar en defensa de la memoria y la honra de las víctimas?
Creo que, a veces, cuando se vive en un mundo tan violento, rodeado de guerra, uno se pregunta qué sentido tiene hacer arte en medio de la catástrofe. En la medida en que las catástrofes se multiplican, pues la pregunta se hace cada vez más imperiosa, y para buscar esa respuesta hay que saber qué efecto puede tener el arte en la sociedad. Creo, sinceramente, que el arte nos permite asomarnos al abismo del horror que viven las víctimas, pero de una forma sutil, poética, de una forma en la cual la imaginación es lo que prima. Todo ese cúmulo de enunciados que nos presenta el arte le permiten al ser humano entender que hay otras versiones de la realidad diferentes a la que nos imponen los políticos y todos esos discursos autoritarios. El arte le permite al ser humano encontrar nuevas formas de hacer, de pensar, de comprender, y por eso es tan importante en estas épocas de crisis.
Lo que está pasando en el mundo lo lleva a uno a pensar en la fragilidad del ser humano, y cuando llego a tu taller te encuentro trabajando en una nueva exposición que invitará a reflexionar sobre esa fragilidad a partir de lo que definimos como nuestra casa, nuestro hogar, un objetivo de vida que con tanta violencia ahora se percibe en mayor riesgo. Explícame de qué se trata.
Lo que estamos haciendo aquí, con un equipo maravilloso de 53 personas de distintas profesiones entregadas a este proyecto, es construir el fantasma de una casa. Pensamos en los rohingyas, que han huido de Myanmar, en lo que viven las personas en Gaza, Líbano, Siria o Ucrania, lo que están viviendo las personas en Sudán, lo que han vivido las víctimas aquí en Colombia, en terribles masacres donde la intención es destruir la casa para destruir la esencia del ser humano, para crear mayor sufrimiento en las víctimas. Me puse a pensar qué significa estar en un lugar completamente destruido. Está destruida su casa, su familia, su barrio, su ciudad, todos los referentes que tenía y solamente está sumido en una desorientación completa. Y, sin embargo, en esos momentos necesitamos una casa para pensar, para tener vida, para ser humanos. Aquí estamos pensando en cuando esa posibilidad desaparece, cuando ya no existe; no hay un terreno donde construir, ya no hay ladrillos, ya no hay varilla, no hay cemento, no hay madera, no existe la posibilidad de construir una casa y, como nos dice el filósofo Emmanuel Levinas, lo único que le queda al ser humano es la vulnerabilidad de su piel, de su ser, su cuerpo. Pensaba con qué construiríamos nuestra casa y lo único que nos queda es el pelo. De ahí surgió la idea de construir una gran casa de pelo tejida. Así como las arañas sacan de su abdomen la seda para construir la telaraña, nosotros construimos a partir de nuestro propio cuerpo ese ideal del ser humano, que es tener una casa. Además, una casa que es tan frágil, tan vulnerable, que es casi invisible, que está rasgada porque hay fuerzas que la intentan destruir.
Recuerdo obras recientes tuyas cercanas a este tema, como “Desarraigados”, premiada el año pasado en la Bienal de Sharjah, Emiratos Árabes, o “Palimpsesto”, el homenaje a los refugiados en Madrid, España, a través de la arena y sus nombres que se van diluyendo. Pero acá te veo concentrada en un microtrabajo de unir pelo producido sintéticamente, incluso emplea a tejedoras en Boyacá para completar miles de telarañas que conformarán la no casa. ¿Por qué es tan importante partir de esta dimensión hasta completar los ocho metros cuadrados que abarcará?
Porque estamos acercándonos a lo invisible. Es decir, la casa ya no existe. Por eso el título de la exposición es “CASA”, con la palabra tachada. Es destruir la posibilidad de casa. Entonces lo que queda es lo más profundo del ser humano, es su necesidad de tener casa. Es solo una noción. La materialidad de la casa como un lugar que te protege, que te permite ser, ya no existe. Por eso estamos aquí trabajando en micras, con materiales de 0,06 milímetros de espesor, para generar la sensación de algo que el arte no nos va a permitir olvidar así esté casi completamente destruido.
La veo como una instalación ultrasensible para pensar en la casa, más como un factor espiritual que como una representación de propiedad física y, de paso, dimensionar el delito que comete quien la arrasa, que defines como domicidio.
No importa qué tan violento sea el medio en el que las personas se encuentren, así estén en Siria, en la zona más destruida, de todas formas, la gente lo primero que hace es tratar de construirse un techo para sus seres queridos. Protegerse a sí mismo es una necesidad, un derecho humano y, sin embargo, el crimen de destruir casas, que se llama domicidio, no está tipificado como un crimen de lesa humanidad, lo cual es absolutamente absurdo en este momento de la historia. Después de todas las guerras que hemos vivido, ese crimen aún no es castigado. Eso es impresionante. ¿No? Pueden cometerlo con total impunidad, como lo estamos viendo en este momento en diferentes partes del mundo.
¿El trabajo que están haciendo aquí también es una metáfora del planeta mismo, el hogar común que estamos destruyendo, no solo con guerras, sino atentando contra el medio ambiente?
El arte nos hace ver desde lo más patético de la miseria humana, a través de la imaginación y de un trabajo cuidado como este, nos permite salir de esa miseria terrible y elevarnos un poquito hasta encontrar un punto donde podamos percibir o intuir que existe una posibilidad de reconciliarnos como seres humanos, como humanidad.
Cuando la realidad nos muestra todo lo contrario, cuando uno ve un misil disparado en la Franja de Gaza y piensa en las víctimas que causará, ¿ahí empieza a configurarse lo que estás trabajando?
Hannah Arendt dice cosas muy bellas, por ejemplo, que lo más humano surge en contra de todas las probabilidades matemáticas. Dice que lo puramente humano surge casi como un milagro. Creo que desde ahí deberíamos trabajar, con una gran delicadeza, en lo que es esencial para el ser humano.
Ya completan un año en este proyecto y, según me cuentas, les falta otro año de trabajo para terminar esta casa de telarañas, que será expuesta probablemente en Nueva York. ¿Cierto?
Sí, pero a mí lo que me interesa más que dónde exponer, es que a nivel internacional vean que en Colombia hay un grupo de personas dedicadas a hacer una obra de arte que tiene que ver con la experiencia de seres que se encuentran en otros lugares del planeta. Esto no tiene que ver con nacionalismo, no es solamente por las víctimas de lo que ocurre aquí, sino por lo que percibimos de lo que ocurre en diferentes partes del planeta desde un país donde nos han deshumanizado porque somos considerados guerrilleros, o paramilitares, o narcotraficantes, desde esa no humanidad con la que cargamos, ese castigo colectivo que cargamos. De tal manera que humanizamos a los seres que están sufriendo en otros lugares, pero nosotros también nos humanizamos. Es esencial producir obra desde Colombia, un país que no solamente produce coca y horror, sino en el que producimos también pensamiento, arte.
Además, llevas cuatro años cultivando un jardín en la terraza de este taller, el “Bosque de ausencias”; árboles intervenidos con técnica de bonsái para construir sillas naturales en memoria de las víctimas de la migración por guerras, por cambio climático, los que se fueron, a los que esperan. ¿Cómo nació esta propuesta?
De comprender que en el mundo hay casi un billón de personas en movimiento en este momento entre desplazados internos y personas que emigran a diferentes países. Una gran cantidad han sido obligadas a morir en desiertos, en el mar, debajo de un camión, agarrados a un tren en movimiento, en lugares donde el ser humano no puede vivir. Entonces, como durante la vida no tuvieron derecho a poseer un lugar, lo que quisiera es darles un lugar de memoria. Este bosque de ausencias lo que busca es construir unos asientos, que se van formando a partir de cuatro arbolitos cada uno, hasta tener una silla que está expectante, a la espera de alguien que no va a llegar. Le otorgamos a esa víctima que no tuvo un lugar en vida, un lugar durante la muerte, un lugar donde puede ser memorizada su existencia.
Y las sillas terminan como en una corona, que es el árbol mismo expandiéndose, esculturas vivas que hay que podar para mantenerlas vigentes.
Es que creo que los escultores tenemos una responsabilidad también con el medio ambiente, no podemos trabajar con cualquier material, debemos pensar en la necesidad de construir obras que ayuden a reforestar, y en esa medida esa obra intenta ser un tributo a la vida vegetal, a la vida humana, a la vida en general.
Me contabas que tus obras se fortalecen en la medida en que dialogan con tus lecturas, casi siempre de filosofía.
Sí. Tú sabes que el pensamiento es muy importante porque te ayuda a entender el mundo, y entonces hay que estar siempre enterado de lo que piensan otros. Llevo un año leyendo a un camerunés que se llama Achille Mbembe, considerado el filósofo africano más importante de esta época. Tuvo la osadía de escribir un libro maravilloso que se llama La crítica de la razón negra, una respuesta a toda la filosofía occidental, un estudio acerca de lo que significa ser africano en este mundo racista y pensar la realidad desde África. También ha escrito libros muy interesantes en los que aborda temas como la brutalidad, un tema que cruza por acá, y eso te abre caminos. La filosofía es una caja de herramientas; uno lee y toma decisiones con respecto a lo que estudia.
¿Cuál es tu opinión sobre la brutalidad que no cesa en Colombia, teniendo en cuenta que construíste el contramonumento con el metal de más de 9.000 fusiles fundidos luego de la firma de la paz con la guerrilla de las FARC? Hoy seguimos contando víctimas, no solo de guerrillas, sino de todo tipo de mafias.
Tienes razón. Es muy triste saber que el proceso de paz no fue lo que soñamos en 2016, esa gran ilusión de que íbamos a tener una paz estable y duradera. Ahora vemos que no es así y que producimos víctimas permanentemente. Esa es una tragedia, acompañada de la destrucción, de la deforestación, de la pérdida de libertades. Es un momento muy complejo, que no solamente se vive en Colombia, sino en todo el mundo, es como si la democracia ya no tuviera un valor en sí y se nos volviera cada vez más lejana. Como si solamente las opciones autoritarias estuvieran vigentes. Y los que creemos en el diálogo, pues estamos cada vez en minoría y con menos argumentos. Por eso tenemos que trabajar cada vez con más ahínco para que esos argumentos más sutiles sean escuchados y podamos enfrentar a esas voces arbitrarias, violentas, unívocas, que es lo que prima.
Pensando en eso, recuerdo que respaldaste este gobierno de Gustavo Petro y su paz total que no se concreta. ¿Qué piensas dos años después?
Sí, por desgracia no es un plan claro. Pienso que ha sido un poco confuso. La negociación no ha sido eficaz. Es como si no hubiéramos aprendido de los procesos de paz anteriores. Se empiezan con una cierta ingenuidad, otorgando beneficios que los armados no han sabido recibir. No sabría qué más decir, porque creo que ya es como un conocimiento que compartimos todos, que esto está fracasando y que no va a llegar a buen término, especialmente en los dos años que nos quedan. Y, por desgracia, solamente los autoritarios podrán imponer sus razones a la fuerza. Por desgracia, el diálogo no nos ha llevado a buen puerto.
Pero sigues hablando desde donde te toca: el arte. Por ejemplo, cumple seis años en el centro de Bogotá Fragmentos, el espacio de arte y memoria que es un piso marcado por los golpes de las mujeres víctimas de violaciones de guerra, que se creaste a partir de tu obra con los fusiles de las FARC. ¿Cuál es tu balance?
Es un balance bien positivo, porque hemos tenido dos tipos de trabajos. Uno, que hacemos obras de arte con el concurso de las víctimas. Es decir, ellas participan en el diseño, en qué quieren decir y simplemente nosotros hacemos un acompañamiento, y en ese espacio sus testimonios se escuchan, se amplifican. Ha sido muy bonito. Por otro lado, hemos logrado que un número importante de artistas piensen en obras específicas para el momento histórico que estamos viviendo. Esa es la intención de Fragmentos, que no era solo hacer un monumento que contaba una versión sobre la historia, sino hacer un monumento polifónico que se transformara. Tú lo has visto: cada tres meses hay un artista contando su versión o unas víctimas contando su versión en un espacio digno, elegante y donde su obra se presenta con todo el rigor que requiere el arte.
Tu obra también ha estado marcada por una serie de actos de memoria y acciones de duelo en espacios públicos desde que interviniste los muros del Palacio de Justicia, tras el asesinato de Jaime Garzón, hace 25 años, o por el asesinato de líderes sociales. ¿Estás trabajando o pensando en alguno?
Es que son obras que en muchos casos responden a actos inmediatos. No, en este momento estoy demasiado enredada tratando de terminar esta telaraña. Pero considero que el espacio público les pertenece a todos los artistas, y ojalá los jóvenes se lo tomaran.
Acá en tu taller siempre he visto a muchos profesionales jóvenes, de distintas universidades, comprometidos con tu obra.
Claro. De hecho, es esencial que los artistas jóvenes estén trabajando conmigo, porque los viejos tenemos una mirada del mundo, pero esa es la nuestra y tiene que ir transformándose, cada generación tiene su mirada.
Por el legado que has dejado para las nuevas generaciones este año te dieron el doctorado honoris causa en la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
Es un reconocimiento a la experiencia de las víctimas. No lo tomo como reconocimiento a mí, sino al trabajo colectivo que hacemos aquí en el estudio. La víctima es un interlocutor y es un colaborador de la obra que se hace aquí.
¿Cómo ves el desarrollo del arte en Colombia a partir de eventos como ARTBO, que acaba de realizarse?
El artista tiene que vivir de su obra, y eso es parte de la dignidad del ser artista. No veo un problema. Evidentemente, sí hay un exceso de comercialización, y todos los excesos son nocivos. Pero ARTBO está dando una oportunidad a los artistas jóvenes que valoro.
¿Los artistas deben preocuparse por el impacto de la inteligencia artificial?
Claro que impactará, como en su momento impactó la fotografía y el video. El arte siempre se ha transformado. No creo que la inteligencia artificial lo elimine. Siempre se decía que la fotografía o el video eliminaban la pintura, y no es cierto. La pintura sigue viva. Son herramientas que los artistas podrán utilizar a su acomodo para dar una mirada diferente.
Doris Salcedo ha recibido los más importantes premios de arte a nivel internacional, como el Velázquez (2010), el Hiroshima (2014), el Nasher (2015) y el Nomura (2019). Ahora le acaban de conceder el Premio Imperial en Japón por su vida y obra, razón por la cual la entrevisté en su taller en Bogotá, donde nos mostró las nuevas obras en que trabaja.
¿Qué importancia tiene que la familia imperial japonesa exalte tu obra?
Pienso que los premios que se le otorgan, no digo a mí, sino a mi obra, lo que hacen es reconocer la experiencia de las víctimas, y por eso son importantes, porque son experiencias que olvidamos, que ignoramos intencionalmente, que con toda claridad abandonamos, y en estos momentos ponen un poquito de luz sobre esas experiencias.
Justo les acaban de dar el Premio Nobel de Paz a los sobrevivientes de las explosiones nucleares en Japón. ¿Qué opinas de que se honre la memoria de las víctimas de Hiroshima y Nagasaki, al final de la Segunda Guerra Mundial?
Me parece importantísimo, porque todo lo que se haga en contra de la guerra, en un momento en el que lo único que vemos es guerra, guerras brutales, ensordecedoras, que están estallando simultáneamente en tantos lugares, nos hace recordar que la amenaza nuclear está más viva que nunca, cuando hace unos 20 años pensábamos que era impensable. Es importantísimo ese premio para todos nosotros y ojalá nos diera algo de conciencia acerca del horror de la guerra en general, en un punto en que estamos destruyendo el planeta. Solamente en Gaza se han detonado tantos explosivos como en Hiroshima y Nagasaki. No solo es lo que eso le está haciendo a cada ser humano, sino al mundo en sí, es dramático.
Durante más de 40 años tu llamado siempre ha sido a no olvidar, a usar el arte como contrapeso de la barbarie. ¿Por qué perseverar en defensa de la memoria y la honra de las víctimas?
Creo que, a veces, cuando se vive en un mundo tan violento, rodeado de guerra, uno se pregunta qué sentido tiene hacer arte en medio de la catástrofe. En la medida en que las catástrofes se multiplican, pues la pregunta se hace cada vez más imperiosa, y para buscar esa respuesta hay que saber qué efecto puede tener el arte en la sociedad. Creo, sinceramente, que el arte nos permite asomarnos al abismo del horror que viven las víctimas, pero de una forma sutil, poética, de una forma en la cual la imaginación es lo que prima. Todo ese cúmulo de enunciados que nos presenta el arte le permiten al ser humano entender que hay otras versiones de la realidad diferentes a la que nos imponen los políticos y todos esos discursos autoritarios. El arte le permite al ser humano encontrar nuevas formas de hacer, de pensar, de comprender, y por eso es tan importante en estas épocas de crisis.
Lo que está pasando en el mundo lo lleva a uno a pensar en la fragilidad del ser humano, y cuando llego a tu taller te encuentro trabajando en una nueva exposición que invitará a reflexionar sobre esa fragilidad a partir de lo que definimos como nuestra casa, nuestro hogar, un objetivo de vida que con tanta violencia ahora se percibe en mayor riesgo. Explícame de qué se trata.
Lo que estamos haciendo aquí, con un equipo maravilloso de 53 personas de distintas profesiones entregadas a este proyecto, es construir el fantasma de una casa. Pensamos en los rohingyas, que han huido de Myanmar, en lo que viven las personas en Gaza, Líbano, Siria o Ucrania, lo que están viviendo las personas en Sudán, lo que han vivido las víctimas aquí en Colombia, en terribles masacres donde la intención es destruir la casa para destruir la esencia del ser humano, para crear mayor sufrimiento en las víctimas. Me puse a pensar qué significa estar en un lugar completamente destruido. Está destruida su casa, su familia, su barrio, su ciudad, todos los referentes que tenía y solamente está sumido en una desorientación completa. Y, sin embargo, en esos momentos necesitamos una casa para pensar, para tener vida, para ser humanos. Aquí estamos pensando en cuando esa posibilidad desaparece, cuando ya no existe; no hay un terreno donde construir, ya no hay ladrillos, ya no hay varilla, no hay cemento, no hay madera, no existe la posibilidad de construir una casa y, como nos dice el filósofo Emmanuel Levinas, lo único que le queda al ser humano es la vulnerabilidad de su piel, de su ser, su cuerpo. Pensaba con qué construiríamos nuestra casa y lo único que nos queda es el pelo. De ahí surgió la idea de construir una gran casa de pelo tejida. Así como las arañas sacan de su abdomen la seda para construir la telaraña, nosotros construimos a partir de nuestro propio cuerpo ese ideal del ser humano, que es tener una casa. Además, una casa que es tan frágil, tan vulnerable, que es casi invisible, que está rasgada porque hay fuerzas que la intentan destruir.
Recuerdo obras recientes tuyas cercanas a este tema, como “Desarraigados”, premiada el año pasado en la Bienal de Sharjah, Emiratos Árabes, o “Palimpsesto”, el homenaje a los refugiados en Madrid, España, a través de la arena y sus nombres que se van diluyendo. Pero acá te veo concentrada en un microtrabajo de unir pelo producido sintéticamente, incluso emplea a tejedoras en Boyacá para completar miles de telarañas que conformarán la no casa. ¿Por qué es tan importante partir de esta dimensión hasta completar los ocho metros cuadrados que abarcará?
Porque estamos acercándonos a lo invisible. Es decir, la casa ya no existe. Por eso el título de la exposición es “CASA”, con la palabra tachada. Es destruir la posibilidad de casa. Entonces lo que queda es lo más profundo del ser humano, es su necesidad de tener casa. Es solo una noción. La materialidad de la casa como un lugar que te protege, que te permite ser, ya no existe. Por eso estamos aquí trabajando en micras, con materiales de 0,06 milímetros de espesor, para generar la sensación de algo que el arte no nos va a permitir olvidar así esté casi completamente destruido.
La veo como una instalación ultrasensible para pensar en la casa, más como un factor espiritual que como una representación de propiedad física y, de paso, dimensionar el delito que comete quien la arrasa, que defines como domicidio.
No importa qué tan violento sea el medio en el que las personas se encuentren, así estén en Siria, en la zona más destruida, de todas formas, la gente lo primero que hace es tratar de construirse un techo para sus seres queridos. Protegerse a sí mismo es una necesidad, un derecho humano y, sin embargo, el crimen de destruir casas, que se llama domicidio, no está tipificado como un crimen de lesa humanidad, lo cual es absolutamente absurdo en este momento de la historia. Después de todas las guerras que hemos vivido, ese crimen aún no es castigado. Eso es impresionante. ¿No? Pueden cometerlo con total impunidad, como lo estamos viendo en este momento en diferentes partes del mundo.
¿El trabajo que están haciendo aquí también es una metáfora del planeta mismo, el hogar común que estamos destruyendo, no solo con guerras, sino atentando contra el medio ambiente?
El arte nos hace ver desde lo más patético de la miseria humana, a través de la imaginación y de un trabajo cuidado como este, nos permite salir de esa miseria terrible y elevarnos un poquito hasta encontrar un punto donde podamos percibir o intuir que existe una posibilidad de reconciliarnos como seres humanos, como humanidad.
Cuando la realidad nos muestra todo lo contrario, cuando uno ve un misil disparado en la Franja de Gaza y piensa en las víctimas que causará, ¿ahí empieza a configurarse lo que estás trabajando?
Hannah Arendt dice cosas muy bellas, por ejemplo, que lo más humano surge en contra de todas las probabilidades matemáticas. Dice que lo puramente humano surge casi como un milagro. Creo que desde ahí deberíamos trabajar, con una gran delicadeza, en lo que es esencial para el ser humano.
Ya completan un año en este proyecto y, según me cuentas, les falta otro año de trabajo para terminar esta casa de telarañas, que será expuesta probablemente en Nueva York. ¿Cierto?
Sí, pero a mí lo que me interesa más que dónde exponer, es que a nivel internacional vean que en Colombia hay un grupo de personas dedicadas a hacer una obra de arte que tiene que ver con la experiencia de seres que se encuentran en otros lugares del planeta. Esto no tiene que ver con nacionalismo, no es solamente por las víctimas de lo que ocurre aquí, sino por lo que percibimos de lo que ocurre en diferentes partes del planeta desde un país donde nos han deshumanizado porque somos considerados guerrilleros, o paramilitares, o narcotraficantes, desde esa no humanidad con la que cargamos, ese castigo colectivo que cargamos. De tal manera que humanizamos a los seres que están sufriendo en otros lugares, pero nosotros también nos humanizamos. Es esencial producir obra desde Colombia, un país que no solamente produce coca y horror, sino en el que producimos también pensamiento, arte.
Además, llevas cuatro años cultivando un jardín en la terraza de este taller, el “Bosque de ausencias”; árboles intervenidos con técnica de bonsái para construir sillas naturales en memoria de las víctimas de la migración por guerras, por cambio climático, los que se fueron, a los que esperan. ¿Cómo nació esta propuesta?
De comprender que en el mundo hay casi un billón de personas en movimiento en este momento entre desplazados internos y personas que emigran a diferentes países. Una gran cantidad han sido obligadas a morir en desiertos, en el mar, debajo de un camión, agarrados a un tren en movimiento, en lugares donde el ser humano no puede vivir. Entonces, como durante la vida no tuvieron derecho a poseer un lugar, lo que quisiera es darles un lugar de memoria. Este bosque de ausencias lo que busca es construir unos asientos, que se van formando a partir de cuatro arbolitos cada uno, hasta tener una silla que está expectante, a la espera de alguien que no va a llegar. Le otorgamos a esa víctima que no tuvo un lugar en vida, un lugar durante la muerte, un lugar donde puede ser memorizada su existencia.
Y las sillas terminan como en una corona, que es el árbol mismo expandiéndose, esculturas vivas que hay que podar para mantenerlas vigentes.
Es que creo que los escultores tenemos una responsabilidad también con el medio ambiente, no podemos trabajar con cualquier material, debemos pensar en la necesidad de construir obras que ayuden a reforestar, y en esa medida esa obra intenta ser un tributo a la vida vegetal, a la vida humana, a la vida en general.
Me contabas que tus obras se fortalecen en la medida en que dialogan con tus lecturas, casi siempre de filosofía.
Sí. Tú sabes que el pensamiento es muy importante porque te ayuda a entender el mundo, y entonces hay que estar siempre enterado de lo que piensan otros. Llevo un año leyendo a un camerunés que se llama Achille Mbembe, considerado el filósofo africano más importante de esta época. Tuvo la osadía de escribir un libro maravilloso que se llama La crítica de la razón negra, una respuesta a toda la filosofía occidental, un estudio acerca de lo que significa ser africano en este mundo racista y pensar la realidad desde África. También ha escrito libros muy interesantes en los que aborda temas como la brutalidad, un tema que cruza por acá, y eso te abre caminos. La filosofía es una caja de herramientas; uno lee y toma decisiones con respecto a lo que estudia.
¿Cuál es tu opinión sobre la brutalidad que no cesa en Colombia, teniendo en cuenta que construíste el contramonumento con el metal de más de 9.000 fusiles fundidos luego de la firma de la paz con la guerrilla de las FARC? Hoy seguimos contando víctimas, no solo de guerrillas, sino de todo tipo de mafias.
Tienes razón. Es muy triste saber que el proceso de paz no fue lo que soñamos en 2016, esa gran ilusión de que íbamos a tener una paz estable y duradera. Ahora vemos que no es así y que producimos víctimas permanentemente. Esa es una tragedia, acompañada de la destrucción, de la deforestación, de la pérdida de libertades. Es un momento muy complejo, que no solamente se vive en Colombia, sino en todo el mundo, es como si la democracia ya no tuviera un valor en sí y se nos volviera cada vez más lejana. Como si solamente las opciones autoritarias estuvieran vigentes. Y los que creemos en el diálogo, pues estamos cada vez en minoría y con menos argumentos. Por eso tenemos que trabajar cada vez con más ahínco para que esos argumentos más sutiles sean escuchados y podamos enfrentar a esas voces arbitrarias, violentas, unívocas, que es lo que prima.
Pensando en eso, recuerdo que respaldaste este gobierno de Gustavo Petro y su paz total que no se concreta. ¿Qué piensas dos años después?
Sí, por desgracia no es un plan claro. Pienso que ha sido un poco confuso. La negociación no ha sido eficaz. Es como si no hubiéramos aprendido de los procesos de paz anteriores. Se empiezan con una cierta ingenuidad, otorgando beneficios que los armados no han sabido recibir. No sabría qué más decir, porque creo que ya es como un conocimiento que compartimos todos, que esto está fracasando y que no va a llegar a buen término, especialmente en los dos años que nos quedan. Y, por desgracia, solamente los autoritarios podrán imponer sus razones a la fuerza. Por desgracia, el diálogo no nos ha llevado a buen puerto.
Pero sigues hablando desde donde te toca: el arte. Por ejemplo, cumple seis años en el centro de Bogotá Fragmentos, el espacio de arte y memoria que es un piso marcado por los golpes de las mujeres víctimas de violaciones de guerra, que se creaste a partir de tu obra con los fusiles de las FARC. ¿Cuál es tu balance?
Es un balance bien positivo, porque hemos tenido dos tipos de trabajos. Uno, que hacemos obras de arte con el concurso de las víctimas. Es decir, ellas participan en el diseño, en qué quieren decir y simplemente nosotros hacemos un acompañamiento, y en ese espacio sus testimonios se escuchan, se amplifican. Ha sido muy bonito. Por otro lado, hemos logrado que un número importante de artistas piensen en obras específicas para el momento histórico que estamos viviendo. Esa es la intención de Fragmentos, que no era solo hacer un monumento que contaba una versión sobre la historia, sino hacer un monumento polifónico que se transformara. Tú lo has visto: cada tres meses hay un artista contando su versión o unas víctimas contando su versión en un espacio digno, elegante y donde su obra se presenta con todo el rigor que requiere el arte.
Tu obra también ha estado marcada por una serie de actos de memoria y acciones de duelo en espacios públicos desde que interviniste los muros del Palacio de Justicia, tras el asesinato de Jaime Garzón, hace 25 años, o por el asesinato de líderes sociales. ¿Estás trabajando o pensando en alguno?
Es que son obras que en muchos casos responden a actos inmediatos. No, en este momento estoy demasiado enredada tratando de terminar esta telaraña. Pero considero que el espacio público les pertenece a todos los artistas, y ojalá los jóvenes se lo tomaran.
Acá en tu taller siempre he visto a muchos profesionales jóvenes, de distintas universidades, comprometidos con tu obra.
Claro. De hecho, es esencial que los artistas jóvenes estén trabajando conmigo, porque los viejos tenemos una mirada del mundo, pero esa es la nuestra y tiene que ir transformándose, cada generación tiene su mirada.
Por el legado que has dejado para las nuevas generaciones este año te dieron el doctorado honoris causa en la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
Es un reconocimiento a la experiencia de las víctimas. No lo tomo como reconocimiento a mí, sino al trabajo colectivo que hacemos aquí en el estudio. La víctima es un interlocutor y es un colaborador de la obra que se hace aquí.
¿Cómo ves el desarrollo del arte en Colombia a partir de eventos como ARTBO, que acaba de realizarse?
El artista tiene que vivir de su obra, y eso es parte de la dignidad del ser artista. No veo un problema. Evidentemente, sí hay un exceso de comercialización, y todos los excesos son nocivos. Pero ARTBO está dando una oportunidad a los artistas jóvenes que valoro.
¿Los artistas deben preocuparse por el impacto de la inteligencia artificial?
Claro que impactará, como en su momento impactó la fotografía y el video. El arte siempre se ha transformado. No creo que la inteligencia artificial lo elimine. Siempre se decía que la fotografía o el video eliminaban la pintura, y no es cierto. La pintura sigue viva. Son herramientas que los artistas podrán utilizar a su acomodo para dar una mirada diferente.