Dos biblias (Cuentos de sábado en la tarde)
Las iglesias tienen esa virtud particular de seducir almas con el encanto de sus fragancias y el embrujo de las esencias. Pero en la iglesia de las Mercedes se advierte un aroma distinto, plomizo. Expele el tufillo propio de la trementina en las salas de necropsia.
Luis Felipe Arango
La doctrina teológica ha ordenado a través de los tiempos que en los espacios sagrados está prohibida la apología política. Por el contrario deben ser tabernáculos de la ética para expiar la crueldad con el bálsamo del verbo bíblico. La confusión radica en que en este santuario provincial conviven dos biblias. Una de ellas está dispuesta en el atril del altar, preparada para la lectura del capellán en el salmo de David donde implora ser liberado del “hombre violento que maquina males en el corazón”. Ésta no es solo una reliquia de bellísima impresión sino una obra de arte cubierta con cuero de cervatillo e ilustraciones fantásticas que dibujan la belleza, la piedad y la barbarie humanas al arbitrio de la voluntad divina, inspiradas en frescos de los épicos Murillo y Buonarroti.
Para el padre Gonzalo, sacerdote de las Mercedes, su intensión de aposentarse en esta parroquia mejor encajaría con la de un espía fingiendo ser misionero que con la de un monje devoto morando en su casa cural. Por eso debe recurrir a la cautela de disponer de una segunda biblia oculta. Ha comenzado a tener los hábitos del caracol, obsesionándose con andar vigilante allende los muros pero incrustado en su caparazón. Sólo le antoja salir a la calle cuando la oscuridad de la noche sin luna lo camufla. Así como le aburren los rigores de la ceremonia litúrgica, lo sosegan las horas de soledad guarecido del estertor provocado por sus temores maniáticos. Hace todos los esfuerzos posibles para evitar involucrarse con las intimidades y las necesidades de la comunidad.
Cuando se encarama al temible púlpito para levitar sobre las cabezas del pueblo, los arenga con la altivez de un huraño envanecido por la pantomima pomposa del ritual. Desde su elíseo, con unos ojos inyectados, vocifera contra la feligresía cual si fuesen todos no más que holgazanes, hipócritas apóstatas ó malditos condenados por vicios y desviaciones sexuales. Gusta de sentenciar al tártaro a quienes flirtean con políticos izquierdosos que prometen cambiar la amenaza de la pobreza por evidencias de bienestar que él insiste sólo la fidelidad dogmática a la divinidad puede dispensar. Mientras flagela con furia verbal a los desposeídos, lo obsesionan sueños nostálgicos de aquellos escasos intervalos vividos en la congregación de la ciudad. Entonces la vida de sibarita estaba rodeada de ciudadanos elegantes y mansiones aromatizadas con el olor del mirto, a las que lo invitaban para trocar lujuria de banquetes por futiles indulgencias. Lo acongoja asumir que este pueblo intrascendente solo puede provocarle la borrascosa amargura de estar rodeado por parroquianos sin apellidos aristocráticos y montañas asediadas de bandidos comunistas.
Le sugerimos: La digresión como ensayo: reseña de Libro de las digresiones de L.C. Bermeo Gamboa
Impulsado por un mordaz arrebato de cólera, involuciona al atavismo de hundirse en la soledad de la negación monacal. Tal retraimiento va provocando en el imaginario de los habitantes, una metamorfosis de la casa cural y el púlpito en cavernas de épocas vetustas cuando los hombres no eran más que fieras inamistosas. Durante noches de tormenta, del templo emanan por grietas y cúpulas unos sahumerios que al mezclarse con fuertes ventiscas avanzan sembrando el miedo entre los feligreses, atormentando especialmente el alma de los más vulnerables al fanatismo. En su mayoría jóvenes sin estudio, miserables dependientes de la limosna para sobrevivir al hambre que azota la vida rural.
Esta decisión antisocial del cura Gonzalo, de aislarse de todo vínculo personal, de cualquier goce social o incluso del deseo de contribuir al progreso del común, es una conducta psicótica que busca imponerle al ethos de la provincia. Quiere asegurarse de que la feligresía rompa sus lazos de hermandad e identidad y así lograr el control total de sus cuerpos y espíritus alienados. Condicionados por la ponzoña de sus homilías, los pobladores no tardarán en rendirse al servilismo y comenzar a imitar sus extrañas comportamientos. Algunos empiezan a salir solamente de noche o se ocultan con sombreros y paraguas, otros se cubren con pesadas ruanas y tapan su mirada tras anteojos negros. Ya pocos se interesan por saludar a otros y van desapareciendo los nexos del vecindario y la entrañable solidaridad del paisanaje .
Una vez percibe que el miedo se ha esparcido como plaga a través de los muros de las casas y las venas de los moradores, comienza a vigilarlos directamente en sus viviendas. De manera arbitraria golpea a altas horas de la noche interrumpiendo el sueño de los niños y el descanso de los adultos. No se toma la molestia de saludar y ordena algo de beber con la intención de permanecer horas sentado sin dirigir palabra. Sólo se le escucha de pronto regurgitar diatribas monosilábicas con una entonación más propia de insultos para exorcisar demonios. A los pocos meses ha logrado que el pueblo espantado por su perversidad, decida voluntariamente aceptar el dominio opresivo. Hasta empiezan a complacerse con sus intimidantes homilías y acogen mansamente las invasiones noctámbulas de la intimidad. El cura se ha convertido en amo absoluto del albedrío popular. Nadie entra o sale del pueblo sin su consentimiento; es a la vez notario y confesor de las costumbres y los pecados de la población. Ya se irán habituando a la obediencia, complacidos de sobrevivir con lo básico, así sea bajo la mordaza del miedo y la sospecha.
Fiel a su costumbre de evadir la transparencia de la luz natural, se despierta con el canto de los gallos que anuncian las cuatro de la mañana. Toma un baño de agua helada obligándose a olvidar las pesadillas sangrientas que alimentaron su prolongado insomnio. Poco antes de romper el alba ya está abriendo el cerrojo de las puertas de madera de la nave lateral de la basílica. Se acerca al confesionario ubicado bajo las pinturas del viacrucis y enciende las luces de una araña espléndida que pende sobre el corredor de los osarios. Al instante se ilumina el cetro de oro del lienzo quiteño de la Virgen de la Merced y se reflejan los destellos dorados sobre el imponente marmol del altar. Mientras sacude el terciopelo púrpura del confesionario alcanza a observar por el rabillo de sus lentes la llegada de una feligrés solitaria que madruga desolada para recibir la confesión.
Podría interesarle: Cattelan no violó derechos de autor con la obra del banano pegado a la pared
La confesión se le había convertido en uno de sus artilugios preferidos para ejercer el poder de manera inadvertida. El acto confesatorio le ha permitido moldear su ideal de orden social ya que navega abusivamente por las nimiedades de la mente de quienes se arrodillan para implorar su perdón. Es un método voluntario y usualmente más eficaz que la tortura para sonsacar y usar la verdad en perjuicio de quienes se confiesan. Los castigos y penitencias impuestas a cambio de la verdad le permiten ir sedimentando el discplinamiento de las conductas de las personas arrepentidas. Esta es su técnica más eficaz para comprometer la libertad de quienes creen haber obrado mal y los doblega arbitrariamente para acatar unos comportamientos dóciles que supuestamente reparan la mala conciencia.
Marta camina con la tristeza grávida y a duras penas alcanza a arrastrar sus pies inflamados. Avanza por la nave principal hasta llegar a la altura de la cúpula central frente a la bóveda de mármol del altar mayor. Se arrodilla y al instante siente la inmensidad del vacío que la agobia. Se da la bendición lentamente como hipnotizada por el rojo encandilante de la urna del Señor Caído. De repente vuelven a su memoria los recuerdos del día sangriento que la obligaron a escapar hasta llegar a este lugar. Venía huyendo de la Esperanza, una finquita en Valdivia donde cinco de sus fraternales vecinos, labriegos humildes y dedicados a la tierra, habían sido detenidos sin motivo alguno, torturados y asesinados por una patrulla militar. Los arrojaron a una fosa común y después fueron presentados como bandidos de las guerrillas comunistas. La única sospecha que los lapidaba, era que se atrevieron a ejercer su derecho ciudadano de votar por un candidato progresista del recién creado partido la Unión Patriótica. Por esos mismos días en Bogotá, durante un acalorado debate en el Senado, el ministro Lemos Simmonds vociferaba sin aspavientos que el país había derrotado electoralmente a ese partido por ser “el brazo político” de las guerrillas. Semejante irresponsabilidad oratoria intentaba purificar una matazón endemoniada con el argumento de que eran terroristas ocultos en la legalidad. Cinco días despúes de tan peligrosa estigmatización por parte del ministro, fue asesinado el líder nacional de ese movimiento y en la misma semana ocurrieron los hechos que obligaron a Marta y a su famiia López a huir por los bosques y las escabrosas montañas de los Andes.
El cura le hizo un ademán antipático para que se acercara al confesionario. Ella muy ingenua, con el pañuelo aferrado a sus dedos para secarse el rosario de lágrimas que la atosigaban, comenzó el relato de su propio vacrucis. Buscaba desesperadamente una voz de aliento que la calmara, que la animara a no seguir fugándose de situaciones que desbordaban su entendimiento. Esperaba un abrazo que la acogiera pero en este momento de su desesperación sólo su fe en Dios le devolvía la esperanza de no sentirse abandonada a su suerte. Le relató al sacerdote los detalles de la masacre de sus vecinos y le confesó sus sospechas de que los mataban por creer en la palabra de unos líderes sociales que luchaban por proteger sus derechos a un pedazo de tierra y a que no les contaminaran el agua con los venenos que arrojaban al río los grandes propietarios.
Le recomendamos: Fútbol sin árbitro: la modesta proposición de un anarquista ateo
Al otro lado de la rejilla el cura Gonzalo se acaricia la barbilla meditabundo. Por el testimonio que escucha, entiende que esa señora no es más que otra de tantas campesinas que se amparan en pretextos imperdonables para justificar su complacencia y camaradería con los subversivos. Ya la imaginaba preparándoles caldos y gallinas sudadas a esos terroristas que tenían asediada la región. Por su complicidad, los privilegiados y ricos de la ciudad, quienes más le aportaban dinero a impulsar la influencia de la orden misionera, no habían podido volver a sus latifundios por los contínuos secuestros, de los que seguramente se usufructuaban todos estos bandidos para después venír a llorar asustados y arrepentidos al confesionario. Le asistía razón al patrón y hacendado don Zantiago, hermano de un político tradicional, al decidir organizar ese grupo privado de matones para arrogarse la ablución definitiva de toda la ralea de colaboradores y simpatizantes que protejen a esos terroristas. Su rol desde el confesionario se fue convirtiendo en pieza clave del engranaje de inteligencia antisubversiva con el fin de recojer información valiosa sobre sospechosos de ser ‘idiotas útiles’ de las guerrillas.
Marta por supuesto no encontró en el padre Gonzalo ni la misericordia ni la empatía que le urgían para regresar a la compañía de sus dos hijitas de 11 y 8 años con algo de ilusión. Esa misma noche de la confesión, el cura se vistió de civil como le gustaba hacerlo desde que aceptó la invitación de don Zantiago para involucrarse en las misiones de limpieza y saneamiento alrededor de los pueblos cercanos a las haciendas. Del fondo del armario sacó un estuche de caoba en el que dormía su segunda biblia. La abrió y encaletado estaba su preciado revólver calibre 38.
Hacia las 11 de la noche llegaron a la vereda La Solita, a donde Marta le había confesado que se escondían, un grupo de matones llamados ‘doce apóstoles’, algunos vestidos de civil otros de camuflado y armados hasta los dientes. Dispararon sin cesar contra varios ranchos durante dos horas. Entre los caídos estaban Marta, sus dos niñas y otros cuatro miembros de la misma familia López.
* En memoria de Marta María López y sus dos niñas, Ana Yoli y Marta Milena asesinadas el 5 de julio de 1990
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖
La doctrina teológica ha ordenado a través de los tiempos que en los espacios sagrados está prohibida la apología política. Por el contrario deben ser tabernáculos de la ética para expiar la crueldad con el bálsamo del verbo bíblico. La confusión radica en que en este santuario provincial conviven dos biblias. Una de ellas está dispuesta en el atril del altar, preparada para la lectura del capellán en el salmo de David donde implora ser liberado del “hombre violento que maquina males en el corazón”. Ésta no es solo una reliquia de bellísima impresión sino una obra de arte cubierta con cuero de cervatillo e ilustraciones fantásticas que dibujan la belleza, la piedad y la barbarie humanas al arbitrio de la voluntad divina, inspiradas en frescos de los épicos Murillo y Buonarroti.
Para el padre Gonzalo, sacerdote de las Mercedes, su intensión de aposentarse en esta parroquia mejor encajaría con la de un espía fingiendo ser misionero que con la de un monje devoto morando en su casa cural. Por eso debe recurrir a la cautela de disponer de una segunda biblia oculta. Ha comenzado a tener los hábitos del caracol, obsesionándose con andar vigilante allende los muros pero incrustado en su caparazón. Sólo le antoja salir a la calle cuando la oscuridad de la noche sin luna lo camufla. Así como le aburren los rigores de la ceremonia litúrgica, lo sosegan las horas de soledad guarecido del estertor provocado por sus temores maniáticos. Hace todos los esfuerzos posibles para evitar involucrarse con las intimidades y las necesidades de la comunidad.
Cuando se encarama al temible púlpito para levitar sobre las cabezas del pueblo, los arenga con la altivez de un huraño envanecido por la pantomima pomposa del ritual. Desde su elíseo, con unos ojos inyectados, vocifera contra la feligresía cual si fuesen todos no más que holgazanes, hipócritas apóstatas ó malditos condenados por vicios y desviaciones sexuales. Gusta de sentenciar al tártaro a quienes flirtean con políticos izquierdosos que prometen cambiar la amenaza de la pobreza por evidencias de bienestar que él insiste sólo la fidelidad dogmática a la divinidad puede dispensar. Mientras flagela con furia verbal a los desposeídos, lo obsesionan sueños nostálgicos de aquellos escasos intervalos vividos en la congregación de la ciudad. Entonces la vida de sibarita estaba rodeada de ciudadanos elegantes y mansiones aromatizadas con el olor del mirto, a las que lo invitaban para trocar lujuria de banquetes por futiles indulgencias. Lo acongoja asumir que este pueblo intrascendente solo puede provocarle la borrascosa amargura de estar rodeado por parroquianos sin apellidos aristocráticos y montañas asediadas de bandidos comunistas.
Le sugerimos: La digresión como ensayo: reseña de Libro de las digresiones de L.C. Bermeo Gamboa
Impulsado por un mordaz arrebato de cólera, involuciona al atavismo de hundirse en la soledad de la negación monacal. Tal retraimiento va provocando en el imaginario de los habitantes, una metamorfosis de la casa cural y el púlpito en cavernas de épocas vetustas cuando los hombres no eran más que fieras inamistosas. Durante noches de tormenta, del templo emanan por grietas y cúpulas unos sahumerios que al mezclarse con fuertes ventiscas avanzan sembrando el miedo entre los feligreses, atormentando especialmente el alma de los más vulnerables al fanatismo. En su mayoría jóvenes sin estudio, miserables dependientes de la limosna para sobrevivir al hambre que azota la vida rural.
Esta decisión antisocial del cura Gonzalo, de aislarse de todo vínculo personal, de cualquier goce social o incluso del deseo de contribuir al progreso del común, es una conducta psicótica que busca imponerle al ethos de la provincia. Quiere asegurarse de que la feligresía rompa sus lazos de hermandad e identidad y así lograr el control total de sus cuerpos y espíritus alienados. Condicionados por la ponzoña de sus homilías, los pobladores no tardarán en rendirse al servilismo y comenzar a imitar sus extrañas comportamientos. Algunos empiezan a salir solamente de noche o se ocultan con sombreros y paraguas, otros se cubren con pesadas ruanas y tapan su mirada tras anteojos negros. Ya pocos se interesan por saludar a otros y van desapareciendo los nexos del vecindario y la entrañable solidaridad del paisanaje .
Una vez percibe que el miedo se ha esparcido como plaga a través de los muros de las casas y las venas de los moradores, comienza a vigilarlos directamente en sus viviendas. De manera arbitraria golpea a altas horas de la noche interrumpiendo el sueño de los niños y el descanso de los adultos. No se toma la molestia de saludar y ordena algo de beber con la intención de permanecer horas sentado sin dirigir palabra. Sólo se le escucha de pronto regurgitar diatribas monosilábicas con una entonación más propia de insultos para exorcisar demonios. A los pocos meses ha logrado que el pueblo espantado por su perversidad, decida voluntariamente aceptar el dominio opresivo. Hasta empiezan a complacerse con sus intimidantes homilías y acogen mansamente las invasiones noctámbulas de la intimidad. El cura se ha convertido en amo absoluto del albedrío popular. Nadie entra o sale del pueblo sin su consentimiento; es a la vez notario y confesor de las costumbres y los pecados de la población. Ya se irán habituando a la obediencia, complacidos de sobrevivir con lo básico, así sea bajo la mordaza del miedo y la sospecha.
Fiel a su costumbre de evadir la transparencia de la luz natural, se despierta con el canto de los gallos que anuncian las cuatro de la mañana. Toma un baño de agua helada obligándose a olvidar las pesadillas sangrientas que alimentaron su prolongado insomnio. Poco antes de romper el alba ya está abriendo el cerrojo de las puertas de madera de la nave lateral de la basílica. Se acerca al confesionario ubicado bajo las pinturas del viacrucis y enciende las luces de una araña espléndida que pende sobre el corredor de los osarios. Al instante se ilumina el cetro de oro del lienzo quiteño de la Virgen de la Merced y se reflejan los destellos dorados sobre el imponente marmol del altar. Mientras sacude el terciopelo púrpura del confesionario alcanza a observar por el rabillo de sus lentes la llegada de una feligrés solitaria que madruga desolada para recibir la confesión.
Podría interesarle: Cattelan no violó derechos de autor con la obra del banano pegado a la pared
La confesión se le había convertido en uno de sus artilugios preferidos para ejercer el poder de manera inadvertida. El acto confesatorio le ha permitido moldear su ideal de orden social ya que navega abusivamente por las nimiedades de la mente de quienes se arrodillan para implorar su perdón. Es un método voluntario y usualmente más eficaz que la tortura para sonsacar y usar la verdad en perjuicio de quienes se confiesan. Los castigos y penitencias impuestas a cambio de la verdad le permiten ir sedimentando el discplinamiento de las conductas de las personas arrepentidas. Esta es su técnica más eficaz para comprometer la libertad de quienes creen haber obrado mal y los doblega arbitrariamente para acatar unos comportamientos dóciles que supuestamente reparan la mala conciencia.
Marta camina con la tristeza grávida y a duras penas alcanza a arrastrar sus pies inflamados. Avanza por la nave principal hasta llegar a la altura de la cúpula central frente a la bóveda de mármol del altar mayor. Se arrodilla y al instante siente la inmensidad del vacío que la agobia. Se da la bendición lentamente como hipnotizada por el rojo encandilante de la urna del Señor Caído. De repente vuelven a su memoria los recuerdos del día sangriento que la obligaron a escapar hasta llegar a este lugar. Venía huyendo de la Esperanza, una finquita en Valdivia donde cinco de sus fraternales vecinos, labriegos humildes y dedicados a la tierra, habían sido detenidos sin motivo alguno, torturados y asesinados por una patrulla militar. Los arrojaron a una fosa común y después fueron presentados como bandidos de las guerrillas comunistas. La única sospecha que los lapidaba, era que se atrevieron a ejercer su derecho ciudadano de votar por un candidato progresista del recién creado partido la Unión Patriótica. Por esos mismos días en Bogotá, durante un acalorado debate en el Senado, el ministro Lemos Simmonds vociferaba sin aspavientos que el país había derrotado electoralmente a ese partido por ser “el brazo político” de las guerrillas. Semejante irresponsabilidad oratoria intentaba purificar una matazón endemoniada con el argumento de que eran terroristas ocultos en la legalidad. Cinco días despúes de tan peligrosa estigmatización por parte del ministro, fue asesinado el líder nacional de ese movimiento y en la misma semana ocurrieron los hechos que obligaron a Marta y a su famiia López a huir por los bosques y las escabrosas montañas de los Andes.
El cura le hizo un ademán antipático para que se acercara al confesionario. Ella muy ingenua, con el pañuelo aferrado a sus dedos para secarse el rosario de lágrimas que la atosigaban, comenzó el relato de su propio vacrucis. Buscaba desesperadamente una voz de aliento que la calmara, que la animara a no seguir fugándose de situaciones que desbordaban su entendimiento. Esperaba un abrazo que la acogiera pero en este momento de su desesperación sólo su fe en Dios le devolvía la esperanza de no sentirse abandonada a su suerte. Le relató al sacerdote los detalles de la masacre de sus vecinos y le confesó sus sospechas de que los mataban por creer en la palabra de unos líderes sociales que luchaban por proteger sus derechos a un pedazo de tierra y a que no les contaminaran el agua con los venenos que arrojaban al río los grandes propietarios.
Le recomendamos: Fútbol sin árbitro: la modesta proposición de un anarquista ateo
Al otro lado de la rejilla el cura Gonzalo se acaricia la barbilla meditabundo. Por el testimonio que escucha, entiende que esa señora no es más que otra de tantas campesinas que se amparan en pretextos imperdonables para justificar su complacencia y camaradería con los subversivos. Ya la imaginaba preparándoles caldos y gallinas sudadas a esos terroristas que tenían asediada la región. Por su complicidad, los privilegiados y ricos de la ciudad, quienes más le aportaban dinero a impulsar la influencia de la orden misionera, no habían podido volver a sus latifundios por los contínuos secuestros, de los que seguramente se usufructuaban todos estos bandidos para después venír a llorar asustados y arrepentidos al confesionario. Le asistía razón al patrón y hacendado don Zantiago, hermano de un político tradicional, al decidir organizar ese grupo privado de matones para arrogarse la ablución definitiva de toda la ralea de colaboradores y simpatizantes que protejen a esos terroristas. Su rol desde el confesionario se fue convirtiendo en pieza clave del engranaje de inteligencia antisubversiva con el fin de recojer información valiosa sobre sospechosos de ser ‘idiotas útiles’ de las guerrillas.
Marta por supuesto no encontró en el padre Gonzalo ni la misericordia ni la empatía que le urgían para regresar a la compañía de sus dos hijitas de 11 y 8 años con algo de ilusión. Esa misma noche de la confesión, el cura se vistió de civil como le gustaba hacerlo desde que aceptó la invitación de don Zantiago para involucrarse en las misiones de limpieza y saneamiento alrededor de los pueblos cercanos a las haciendas. Del fondo del armario sacó un estuche de caoba en el que dormía su segunda biblia. La abrió y encaletado estaba su preciado revólver calibre 38.
Hacia las 11 de la noche llegaron a la vereda La Solita, a donde Marta le había confesado que se escondían, un grupo de matones llamados ‘doce apóstoles’, algunos vestidos de civil otros de camuflado y armados hasta los dientes. Dispararon sin cesar contra varios ranchos durante dos horas. Entre los caídos estaban Marta, sus dos niñas y otros cuatro miembros de la misma familia López.
* En memoria de Marta María López y sus dos niñas, Ana Yoli y Marta Milena asesinadas el 5 de julio de 1990
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖