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                                                                                                                                Dos cuervos blancos, en homenaje a Giovanny Gómez

                                                                                                                                Giovanny Gómez fue director de la revista Luna de locos, fundador del festival de poesía del mismo nombre y director de la Feria del Libro de Pereira. Falleció a los 42 años, a causa del COVID-19.

                                                                                                                                Daniel Ferreira

                                                                                                                                Giovanny Gómez nació en Bogotá, pero desde 1992 residió en Pereira.
                                                                                                                                Foto: Archivo particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Fernando Vallejo tenía un amigo en París que era un colombiano de Armenia, Quindío, quien sabía dónde estaba la tumba de Rufino José Cuervo en el cementerio Père Lachaise. Pero ese amigo, que se comprometió a llevarlo al cementerio, nunca llegó. Giovanny Gómez, que por entonces estudiaba en París, había conocido a Vallejo en los primeros días del encuentro de escritores Les Belles Étrangères (al que asistían solo escritores hombres: Vallejo, Rosero, Antonio Caballero) y que ya llevaba más de dos semanas de sesiones.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Vallejo aceptó ir en metro. Llegaron a una de las cuatro puertas de acceso al camposanto donde están las tumbas de los muertos célebres que eligieron París como última morada (Wilde, Moliere, Apollinaire, La Fontaine, Colette, Morrison). El cementerio está organizado como una ciudadela de osarios, con calles y manzanas. En la puerta del cementerio una mujer preguntó a Vallejo la fecha de muerte. Vallejo tenía la fecha presente: 27 de julio de 1911. La mujer buscó en su registro, pero no encontró el nombre. El autor de las primeras cuatro letras del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana no era célebre en París. Nada qué hacer.

                                                                                                                                Vallejo entonces le explicó que era un investigador colombiano y buscaba la tumba de un gramático. La mujer dijo que la única forma era intentar en la administración del cementerio. Pero estaba cerrada hasta las 2 p.m. Sugirió que almorzaran por ahí cerca y regresaran.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Le sugerimos: Un viaje por Suecia a través de la literatura

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Mientras esperaban, Vallejo comentó: “Estamos en sus manos, si quiere ayudarnos, nos ayuda. Ojalá sea bien francés”.

                                                                                                                                Cerró el libro con un portazo y volvió a donde estaban los colombianos. Pidió el mapa que traían, sin hablarles, tomándolo con dos dedos. Luego izó el marcador y encerró en un recuadro un fragmento del mapa del cementerio trazando con precisión de taxista una marca lineal del camino, desde la administración donde se encontraban, hasta la manzana donde estaba la tumba de Rufino. Luego anotó un código indescifrable compuesto de 5 números. Y listo. Ahora tendrían que encontrarla ellos mismos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Cuando entraron a la necrópolis para buscar la manzana marcada en el mapa se dieron cuenta de la desproporción del cementerio: cada manzana albergaba tumbas incontables de todas las formas y tamaños. Unas con pedestales y otras de lápida. Unas ampulosas y otras discretas a ras de suelo y entre los árboles. El cementerio alberga 70.000 tumbas, 5.000 árboles, 2.000 esculturas y cientos de gatos ferales. Aquella manzana donde estaba la tumba del gramático Rufino José Cuervo era inmensa, inabarcable para ellos dos. Podían pasar el resto de la tarde o de la vida, buscándola, sin tener posibilidad de encontrarla.

                                                                                                                                Le puede interesar: Setecientos años sin Dante, un genio ante los ojos de Víctor Hugo

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                                                                                                                                Giovanny llamó a Vallejo pronunciando su nombre en el laberinto glacial. Respondió Vallejo del lado contrario de la manzana. Preguntaba si había encontrado algo. Giovanny le dijo que no sabía con exactitud, pero que se acercara.

                                                                                                                                Vallejo fue. Revolvió con la punta de la sombrilla el piso alfombrado de hojas secas lo que parecía una tumba abandonada. No vio nada. Alzó la mirada y descubrió el nombre “Rufino José Cuervo” en otra adyacente, bien conservada. Celebraron.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Giovanny se había contenido de usar la cámara digital para tomarse una foto con el escritor Fernando Vallejo que para entonces preparaba su próximo libro: una biografía sobre Rufino Cuervo. Ahora la extrajo sin pena y le pidió a Vallejo que posara junto a la tumba para fijar la ocasión. No se tomó otra foto junto al escritor, al que había ayudado a encontrar la tumba de su biografiado, porque la pila de la cámara se había agotado tras tomarle la foto a Vallejo. El primer capítulo de la biografía (El cuervo blanco, 2012) sitúa a Vallejo entrando al cementerio Père Lachaise para encontrar la tumba.

                                                                                                                                Le sugerimos escuchar el más reciente capítulo del pódcast “El refugio de los tocados”: Componer otros finales para los muertos: una charla con César López | Pódcast

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La foto muestra a Vallejo en cuclillas anotando los nombres de las tumbas que rodeaban la tumba de Cuervo. El muerto de la tumba de enfrente era el sargento Hoff y el de al lado el crítico teatral Visinet, apuntó Vallejo en su libro. Y luego se alejaron por la misma calle que habían seguido al entrar. Vallejo comentó, al pasar ante el monumento del armisticio de la Segunda Guerra mundial, que los franceses usaban la palabra “armisticio”, pese a que habían vencido, para no humillar a los alemanes.

                                                                                                                                Se alejaron entre las tumbas como dos cuervos blancos.

                                                                                                                                Giovanny Gómez nació en Bogotá, pero desde 1992 residió en Pereira.
                                                                                                                                Foto: Archivo particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Fernando Vallejo tenía un amigo en París que era un colombiano de Armenia, Quindío, quien sabía dónde estaba la tumba de Rufino José Cuervo en el cementerio Père Lachaise. Pero ese amigo, que se comprometió a llevarlo al cementerio, nunca llegó. Giovanny Gómez, que por entonces estudiaba en París, había conocido a Vallejo en los primeros días del encuentro de escritores Les Belles Étrangères (al que asistían solo escritores hombres: Vallejo, Rosero, Antonio Caballero) y que ya llevaba más de dos semanas de sesiones.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Vallejo aceptó ir en metro. Llegaron a una de las cuatro puertas de acceso al camposanto donde están las tumbas de los muertos célebres que eligieron París como última morada (Wilde, Moliere, Apollinaire, La Fontaine, Colette, Morrison). El cementerio está organizado como una ciudadela de osarios, con calles y manzanas. En la puerta del cementerio una mujer preguntó a Vallejo la fecha de muerte. Vallejo tenía la fecha presente: 27 de julio de 1911. La mujer buscó en su registro, pero no encontró el nombre. El autor de las primeras cuatro letras del Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana no era célebre en París. Nada qué hacer.

                                                                                                                                Vallejo entonces le explicó que era un investigador colombiano y buscaba la tumba de un gramático. La mujer dijo que la única forma era intentar en la administración del cementerio. Pero estaba cerrada hasta las 2 p.m. Sugirió que almorzaran por ahí cerca y regresaran.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Cerró el libro con un portazo y volvió a donde estaban los colombianos. Pidió el mapa que traían, sin hablarles, tomándolo con dos dedos. Luego izó el marcador y encerró en un recuadro un fragmento del mapa del cementerio trazando con precisión de taxista una marca lineal del camino, desde la administración donde se encontraban, hasta la manzana donde estaba la tumba de Rufino. Luego anotó un código indescifrable compuesto de 5 números. Y listo. Ahora tendrían que encontrarla ellos mismos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Cuando entraron a la necrópolis para buscar la manzana marcada en el mapa se dieron cuenta de la desproporción del cementerio: cada manzana albergaba tumbas incontables de todas las formas y tamaños. Unas con pedestales y otras de lápida. Unas ampulosas y otras discretas a ras de suelo y entre los árboles. El cementerio alberga 70.000 tumbas, 5.000 árboles, 2.000 esculturas y cientos de gatos ferales. Aquella manzana donde estaba la tumba del gramático Rufino José Cuervo era inmensa, inabarcable para ellos dos. Podían pasar el resto de la tarde o de la vida, buscándola, sin tener posibilidad de encontrarla.

                                                                                                                                Le puede interesar: Setecientos años sin Dante, un genio ante los ojos de Víctor Hugo

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                                                                                                                                Se repartieron la tarea. Vallejo buscó por un lado y Giovanny por otro. Cerca a la manzana había una familia visitando un muerto. Giovanny se acercó y les habló en español enseñándoles el mapa. Uno de los miembros de la familia se fastidió con la irrupción del hombre de acento extranjero. Otro tomó el mapa, miró el código y descifró los números con señas: 20 significaban 20 pasos a la derecha, 12 eran 12 a la izquierda y 5 los que faltaban hacia el fondo. Caminaron hasta allí y el francés que hizo de guía se regresó de inmediato a seguir honrando a su muerto.

                                                                                                                                Giovanny llamó a Vallejo pronunciando su nombre en el laberinto glacial. Respondió Vallejo del lado contrario de la manzana. Preguntaba si había encontrado algo. Giovanny le dijo que no sabía con exactitud, pero que se acercara.

                                                                                                                                Vallejo fue. Revolvió con la punta de la sombrilla el piso alfombrado de hojas secas lo que parecía una tumba abandonada. No vio nada. Alzó la mirada y descubrió el nombre “Rufino José Cuervo” en otra adyacente, bien conservada. Celebraron.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Giovanny se había contenido de usar la cámara digital para tomarse una foto con el escritor Fernando Vallejo que para entonces preparaba su próximo libro: una biografía sobre Rufino Cuervo. Ahora la extrajo sin pena y le pidió a Vallejo que posara junto a la tumba para fijar la ocasión. No se tomó otra foto junto al escritor, al que había ayudado a encontrar la tumba de su biografiado, porque la pila de la cámara se había agotado tras tomarle la foto a Vallejo. El primer capítulo de la biografía (El cuervo blanco, 2012) sitúa a Vallejo entrando al cementerio Père Lachaise para encontrar la tumba.

                                                                                                                                Le sugerimos escuchar el más reciente capítulo del pódcast “El refugio de los tocados”: Componer otros finales para los muertos: una charla con César López | Pódcast

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La foto muestra a Vallejo en cuclillas anotando los nombres de las tumbas que rodeaban la tumba de Cuervo. El muerto de la tumba de enfrente era el sargento Hoff y el de al lado el crítico teatral Visinet, apuntó Vallejo en su libro. Y luego se alejaron por la misma calle que habían seguido al entrar. Vallejo comentó, al pasar ante el monumento del armisticio de la Segunda Guerra mundial, que los franceses usaban la palabra “armisticio”, pese a que habían vencido, para no humillar a los alemanes.

                                                                                                                                Se alejaron entre las tumbas como dos cuervos blancos.

                                                                                                                                Por Daniel Ferreira

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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