Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Este miércoles 15 de julio, la Escuela de Periodismo de Columbia, una de las más respetadas del mundo, anunció los nombres de los cuatro periodistas que se llevaron este año uno de los premios más apetecidos en este círculo profesional: el Maria Moors Cabot. De esos cuatro reporteros, dos han hecho su carrera en Colombia: uno es Ricardo Calderón, editor de investigaciones de la revista Semana, y el otro es Stephen Ferry, un fotorreportero de Boston que en el año 2000 alquiló un apartamento en el barrio bogotano de Teusaquillo y, desde entonces, está radicado en el país.
Lea: “El que diga que no siente miedo, tiene huevo”: periodistas de Semana
“Ricardo Calderón Villegas se ha convertido en uno de los principales periodistas de investigación de Colombia. Sus extensas investigaciones han desencadenado escándalos de corrupción que sacudieron al país, lo que condujo a la destitución, el arresto y el enjuiciamiento de docenas de funcionarios”, se lee en el anuncio de la Universidad de Columbia. “Como maestro de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, su trabajo meticuloso se ha convertido en una voz poderosa, una que ha inspirado a generaciones de fotoperiodistas latinoamericanos”, dijo la institución sobre Ferry.
“Este es un reconocimiento al periodismo de largo aliento y manda el mensaje de que apostarle a este también puede jalar audiencias si la denuncia es lo suficientemente grave. Es un respaldo para hacer periodismo de investigación, así esté en vía de extinción. Creo que es también un reconocimiento al reportero anónimo, en regiones hay muchos periodistas anónimos que son muy berracos. Lo asumo más como eso”, le dijo Ricardo Calderón a este diario, quien, a su vez, lamenta que ese tipo de periodismo cuente cada vez con menos tiempo y recursos.
Le podría interesar: Stephen Ferry lanza ‘Violentología’, libro de fotografías sobre el conflicto colombiano
“El tiempo que uno debería dedicarse a investigar se lo pasa llenando las páginas web. Por buscar clics estamos dejando de hacer cosas importantes”, dice Calderón. Él, a lo largo de su vida profesional, ha esquivado el protagonismo: no tiene redes sociales ni firma con nombre propio sus trabajos -como es el estilo de Semana-. Es un periodista fantasma, y así es como más le gusta trabajar. “Gracias de verdad por dirigir a mí el reflector durante unos minutos. Ahora les ruego que lo apaguen y me permitan volver a lo mío”, dijo Calderón en 2013, en la ceremonia de los Simón Bolívar, cuando le entregaron el premio a la Vida y Obra de un periodista.
Ese fue un año particularmente difícil para él. El 1° de mayo, mientras manejaba por la vía que de Bogotá conduce a Ibagué, fue víctima de un atentado. Una vez más estaba denunciando irregularidades en los organismos de seguridad del Estado, en esa época el tema era “Tolemaida resort”, la base militar donde los militares condenados que se encontraban allí tenían más privilegios de los que la ley permitía. El atentado lo rechazó hasta el entonces presidente de la República, Juan Manuel Santos, y diversos sectores pidieron investigaciones serias y contundentes. A la fecha no hay ningún resultado.
Calderón empezó hace 26 años como redactor deportivo de Semana, a pesar de que solo sabía que en una cancha de fútbol juegan once contra once. En par de años pasó al área de orden público y, desde entonces, ha volcado sus esfuerzos a denunciar graves irregularidades dentro de los organismos del Estado. Fue quien denunció en 2007 interceptaciones ilegales desde la Dirección de la Policía, que llevaron a un remezón de 11 generales. Fue quien denunció en 2009 que el DAS se dedicaba a seguir e interceptar ilegalmente a periodistas, magistrados y políticos de la oposición. La lista es larga.
En los dos últimos años ha estado concentrado en exponer la corrupción que se enquistó en el Ejército y que ha implicado el desvío de dineros públicos o el mal uso de recursos del Estado para obtener información de personas que no amenazan la seguridad nacional. Un trabajo indispensable para una democracia, que lo llevó a ganar un premio Rey de España este año, pero que, inevitablemente, le ha traído un alto costo: la intranquilidad de su familia. “Lo que pasa con el periodismo es que es más grande que uno mismo. Estamos prestando un servicio a toda una comunidad”.
Ferry, por su parte, lleva 20 años cubriendo desde la parte gráfica el conflicto colombiano. Conoció Colombia hacia el año 95, por una invitación de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (hoy Fundación Gabo) para dictar un taller y así comenzó a conocer un conflicto que, dice él, en Estados Unidos se explica únicamente desde la perspectiva del narcotráfico. “Cuando vine al taller, colegas colombianos me mostraron sus trabajos y me di cuenta de que esa versión no era la correcta, pero reflejaba los intereses de política exterior de Estados Unidos”.
Este fotorreportero nacido en Boston cuenta que así surgió su interés por comprender el complejo conflicto que ha sacudido a Colombia en las últimas cinco décadas. Y hubo otro factor determinante para su decisión de radicarse en Colombia: “La solidaridad de los periodistas colombianos”, la cual, cuenta él, le salvó la vida una vez en Segovia (Antioquia), en 2002, tiempos en que el paramilitarismo aún era fuerte en esa zona. “Yo debo mi vida a los colegas Carlos Alberto Giraldo y Róbinson Sáenz, de El Colombiano. El Eln me iba a secuestrar y ellos se expusieron para sacarme de esa situación. Si no fuera por su valentía, de pronto no estaría hoy contando la historia”.
Ferry lleva dos décadas en Colombia como fotógrafo freelance para medios como la revista alemana Geo y el prestigioso diario estadounidense The Wall Street Journal. Es el autor de Violentología, manual del conflicto colombiano”, cuyo nombre escogió en honor a los académicos que comenzaron a estudiar la guerra colombiana con seriedad y rigor. “Ese libro se imprimió con la imprenta de El Espectador y hace mucha referencia a la prensa. Fue a propósito, para anclar el libro a una tradición y para mostrar mi admiración hacia El Espectador. No lo digo para chupar medias”, dice entre risas. La Escuela de Periodismo de Columbia lo describió “con la paciencia de un antropólogo y una gran humanidad”. Con su hermana Elizabeth, antropóloga, hizo el libro La batea, sobre la extracción del oro en Colombia, un proyecto que se financió con recursos del público, y dice que de ella aprendió mucho, así como de los antropólogos forenses de Argentina que exhumaron los restos de las víctimas de la masacre de El Mozote, un oscuro episodio de la guerra civil salvadoreña. “El trabajo de fotografía se parece a la antropología forense: si uno hace visible algo, como los restos de una persona, ayuda a sanar heridas”.