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Cualidades del jefe de hogar y de hombre de sociedad complementaban la atractiva personalidad de José María del Castillo y Rada.
Instalado, para su ejercicio profesional, en la capital del Virreinato, contrajo matrimonio con distinguida dama bogotana, parienta suya, doña Teresa Rivas Arce. En sus comienzos, el hogar sufrió depredaciones tremendas, propias de la época del terror. Castillo era figura de primera fila en el movimiento revolucionario. Preso y desterrado, con patíbulo al fondo, fueron embargados sus bienes y los de su esposa. Después de la Batalla del Puente de Boyacá, el gobierno republicano le devolvió su casa de habitación, con gran balcón colonial, situada en la esquina de la Calle Real con la calle 14. Le había sido secuestrada por el Pacificador Morillo.
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Cuenta Jose Caicedo Rojas, que Castillo y Rada había hecho de su casa, “situada en la esquina de la tercera Calle Real, el centro y punto de reuión diaria de todo lo más granado y respetable de nuestra sociedad masculina: altos empleados, ricos comerciantes, distinguidos escritores, políticos y literatos, extranjeros notables, se reunían todas las noches en su estudio, y allí con la franqueza de la amistad, se discutían las cuestiones importantes de actualidad, se daban o se recibían las noticias de ultramar y de los países de América, y se resaltaba la parte interesante de la crónica del día”.
El coronel J.P. Hamilton, primer diplomático inglés acredita en Bogotá, era uno de los asiduos asistentes visitantes de la casa de Castillo y Rada cuando desempeñada el Ministerio de Hacienda. “Como Castillo era casado -dice Hamilton- generalmente hablábamos de las hermosas mujeres en las conversaciones; pero la pareja parecía estar tan enamorada entre sí y mantenían tan estrecha intimidad, que tratar de separarlos era una empresa tan formidable como tratar de romper un escuadrón de guardias de corps”.
Medardo Rivas dice que Castillo tenían gran prestigio entre el bello sexo, por el encanto de su palabra, sus exquisitos modales y por sus extensos conocimientos.
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Salvado del patíbulo
Abatida la primera república y abonada la simiente de la revolución con la sangre de sus mártires, no podía escapar Castillo y Rada a la vindicta pacificadora. Fue condenado a muerte, pero numerosas damas santafereñas intercedieron a su favor.
Refiere uno de sus biógrafos que sorprendido Tolrá, fiscal de la causa, del vivo interés de estas damas por el prisionero, quiso conocerlo y tuvo con él este diálogo:
Bien: ¿quiere usted salvarse?
-¡Cómo no!
-Dígame, pues ¿quiénes son sus cómplices?
-El género humano, señor, que busca la libertad y conspira contra el despotismo.
-Pídale perdón al gobierno y ofrézcale que en adelante, como todo hombre honrado, será usted partidario de la ley.
-No sé mentir, señor.
-Niegue usted, al menos, que ha tomado partido en la revolución.
-No puedo sacrificar a la vida mi honor y el honor de todos mis compañeros.
-Entonces, prepárese usted para morir…
Pero quiso la buena suerte de Castillo y Rada que escapara del patíbulo por la oportuna intervención de una bella dama, a quien Morillo cortejaba. Se le conmutó la pena máxima por la de presidio y destierro, que se prolongó por treinta y nueve meses.
Castillo nunca dio muestras de abatimiento ni pidió clemencia a los españoles en largos días de cautiverio.
Condenado a presidio, se lo llevó por el Quindio a Cartago y de allí al Chocó por los peores caminos, luego lo embarcaron a Panamá, después se le remitió a Portobelo y por último a Cartagena, donde se le conmutó aquella pena por la de trabajos forzados.
De su trayectoria en la primera república escribió esta síntesis: “Nada debía a Bolívar, que nada era entonces en esta parte de la república; nada debí tampoco en particular a ningún hombre ni magistrado, si no fue el aprecio y la estimación de todos”.
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En Barranquilla
Después del triunfo de Boyacá, Castillo y Rada prosiguió su destacada carrera pública. Establece en Barranquilla la Corte de Almirantazgo, que le corresponde, por derecho propio, presidir.
Fue en esa ciudad donde, por segunda vez, se entrevista con Bolívar. Con su tradicional franqueza, anota: “En nuestras conversaciones reconoció que yo eral el mismo que siempre fui, y estoymuy seguro de que no quedó muy satisfecho de mi modo de pensar”.
Emisión de Papel Moneda
Dándose cuenta de las dificultades que afrontaba el vicepresidente de Cundinamarca, general Santander, para atender los gastos de la administración y los del ejército libertador, Castillo y Rada le escribió desde Turbaco, el 14 de julio de 1820:
“Deben emitirse 8 200.000 en papel con los valores de uno, dos, cuatro, ocho y diez y seis pesos.
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“Emitidos, se recogerá cuanto numerario hubiere en todas las tesorerías y administraciones públicas, y estas cantidades serán reemplazadas con sumas iguales en papel emitido. Con el mismo papel se pagará a la guarnición y a todos los empleados, y el numerario con que debían hacerse estos pagos aumentará la suma recogida en metálico.
“Se decretará y hará cumplir que en ninguna de las tres salinas se venda sal sino por esta moneda de papel, prefiriéndose siempre al oro, lo cual es la mejor garantía que pueda darse a estos billetes.
“De esas salinas se proveé la mayor parte de las provincias de Cindamarca, y los compradores a quienes se les admita otra moneda la solicitarán y pagarán al interés que exijan los tenedores, los cuales la recibirán con gusto por sus pagas y sueldos. En las demás oficinas y tesorerías podrá cambiarse, bien que sin interés. De este modo se recoge en numerario igual cantidad que la emitida en papel; y en breve también puede amortizarse este, si no hubiese otra urgencia. Todo el numerario que se recoja hasta los 8 200.000 debe venir por partes al jército que obra sobre Santa Marta y Cartagena, pero muy breve.
“Al papel, que deberá ser sencillo, debe ponerse inscripción: valga por un peso de sal, dos, etc., firmada del vicepresidente del departamento y de los ministros del tesoro público, con las contraseñas que se estimen convenientes, las que se comunicarán con reservas a los administradores de dichas salinas”.
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Es sabido que en cuestiones monetarias el vicepresidente Santander era decidido adversario del papel moneda. De ahí que expresara sus reservas al plan de Castillo y Rada, en carta que le dirigió el 19 de agosto:
“Usted sabe bien que la emisión de papel moneda es el precursor de la ruina y decadencia de un estado. En toda circunstancia es peligroso tal arbitrio, pero lo es mucho más en las nuestras, en que tenemos que procurar medios de aumentar la opinión pública, ganar los descontentos y acreditar al gobierno”.
Después de manifestarle que el ejército rechazaría esa clase de moneda, concluía Santander:
“Usted no tena cuidado, los recursos no se han agotado, y mientras o exista en este puesto, habrá dinero o no habrá república, porque no faltan ciudadanos”.
Pero Castillo y Rada sabía más de finanzas que Santander. E insistió en su iniciativa, en carta de 20 de agosto, desde Barranquilla:
“El proyecto no se dirige a crear papel moneda, sino únicamente a facilitar la anticipación de los valores de la sal, con la ventaja de que en el acto quedarían extinguidas las cédulas, sin necesidad de otra operación.
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El papel moneda es, en efecto, lo que usted pinta, en los gobiernos nacientes que se fundaron sobre una guerra civil, así como es un termómetro de la prosperidad de un buen gobierno, ya bien consolidad, pero no es ruinoso en los primeros por otra causa que no tener una garantía de reembolso ni una seguridad del cambio; y estos defectos no se advierten en mi proyecto, en el cual el papel será más estimado que el oro, no vendiéndose la sal por otra moneda, y quedaría extinguido cuando se recogiese todo en las salinas.
“Esta es la razón por qué no propuse que viniera papel a esta provincia, porque los compradores de sal de Zipaquirá, etc., no habrán de venirlo a cambiar aquí y si lo harían en Santafé, Socorro y otras provincias que se surten de aquellas salinas. Dígame usted: si en un día de pagamento se dijese a la tropa y empleados de esa capital: “No hay dinero porque todo se ha enviado a tal ejército, peor hay sal, tomen ustedes su haber en este género” ¿no lo recibirán con gusto, seguros de que inmediatamente lo reducirán a moneda? Yo pienso que sí y aseguro que todavía recibirán con mas gusto mi papel, porque la sal la venderían a cualquier precio por coger dinero, y por el papel, necesario para comprar la sal, tendrían el interés del agio, solicitado para cambiarlo; y es fuera de toda duda que sería solicitado como único medio de conseguir la sal, que es objeto de tráfico y consumo”.
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Santander aprendió la lección y contestó a Castillo el 29 de septiembre:
“Con mucho aprecio he visto la de usted del 30 de agosto, en que ha tenido la bondad de explicarme el proyecto de emisión de 200.000 pesos. Lo he leído muchas veces y lo encuentro aceptable. Confieso que no lo había leído antes y que agradezco el que usted me haya proporcionaod este arbitrio, de que me tendré que valer cuando ya estén agotados otros arbitrios. Este triunfo que usted ha obtenido sobre mis ideas, le persuadirá que soy dócil a la razón y que respeto las opiniones de usted”.
Así fue como el Estado emitió papel-sal, como lo hicieron los Estados Unidos con el tabaco de Virginia. Y con ese arbitrio fiscal se pudo atender, en parte, la financiación del ejército libertador.