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Apoyo a la Monarquía Constitucional
Tal vez un solo lunar grande hubo en la carrera política de José María del Castillo y Rada, quien nació hoy hace 200 años.
El haberse retirado, como jefe de la minoría, para la Convención de Ocaña, fue una de las fallas más protuberantes en la vida pública de Castillo y Rada. El historiador Rodríguez Piñeres dice que “Castillo y Rada no fue a la Convención con ánimo de servir a Bolívar -como se ha dicho- sino a cumplir un deber y a prestar un servicio que consideraba más importante que el de seguir en el ministerio”. Pero, como él mismo lo dice en sus Memorias, las circunstancias políticas del momento lo colocaron en una posición que no era la más conforme con sus principios democráticos. Escribe el prócer cartagenero: “Por una fatalidad se me sospechó entonces ciego partidario del general Bolívar, solamente porque no me pronunciaba abiertamente contra él, injusticia muy manifiesta, relativamente a un hombre que por carácter y temperamento y, sobre todo, por estudio, nunca ha podido decidirse por partidos extremos ni pronunciarse contra sus personales enemigos gratuitos o ingratos, de lo cual ha dado siempre pruebas claras y notorias a cuantos le han tratado”. Sin poder evitarlo, Castillo y Rada se ve, de pronto, lanzado a la pugna ardiente, que hace imposible llegar a un acuerdo.
Le sugerimos leer la primera entrega de esta serie: Doscientos años de Castillo y Rada (I)
Dos Proyectos
En la Convención de Ocaña se presentaron dos proyectos de Constitución: el del doctor Vicente Azuero, de tendencia federalista, que pretendía reducir a la impotencia al Libertador, y el del doctor Castillo y Rada, que fortalecía al Poder Ejecutivo, “pero sin conculcar los derechos ciudadanos”. En las entrevistas que Castillo sostuvo con el general Santander le expuso claramente el error en que se incurría al expedir una Constitución contra Bolívar, olvidando que “este era mortal; que después de sus días, la República se encontraría expuesta a terribles conmociones si la Constitución no era tal que se hiciese cada día más estable”.
Sostienen varios historiadores que era tan sincero el espíritu de conciliación de que estaba animado Castillo y Rada, que, desde Ocaña, le sugirió a Bolívar que expidiera un decreto de amnistía en favor de los expulsados por opiniones políticas. Le decía que “esa medida privaría de un argumento a los miembros de la oposición”. Y terminaba así: “Permítame usted que le diga que usted debe ser en extremo indulgente, porque nada debe temer con fundamento. Los clamores desentonados son de pocos, y yo noto que esos clamores tienen por fundamento el temor; y de aquí infiero que removidos motivos de temor, cesarán aquellos”.
Pero el Libertador, desde Bucaramanga, aconsejó el retiro de sus amigos del seno de la Convención y rechazó la posibilidad de la amnistía. Consideraba que Castillo se gobernaba “por su corazón y no por su cabeza”, Bolívar también afirmaba: “No haremos nada que no sea muy útil; en caso contrario, suspenderemos las sesiones y las reformas hasta otra época, y si nada de esto se consigue, nos iremos denunciando a la execración pública los motivos del mal”. Por su parte, el grupo santanderista, que se creía mayoritario, integrado por Azuero, Soto, Diego Fernando Gómez, Vargas Tejada, no se distinguió en Ocaña por su ecuanimidad ni se prestó a ningún arreglo”.
Le sugerimos leer la segunda enrega de esta serie: Doscientos años de Castillo y Rada (II)
Debilidades inexcusables
El ánimo conciliador de Castillo Y Rada lo hizo incurrir en ciertas debilidades, que algunos historiadores califican de inexcusables. Pretendió que se admitiera como diputado a la Convención al doctor Miguel Peña, cuyo juicio estaba pendiente en el Senado, Y sufrió, también, una estruendosa derrota cuando propuso que se autorizara al Libertador-Presidente, para que se trasladara a Ocaña a mediar entre los bandos beligerantes que se hallaban enfrentados. Esto lo propuso a pesar de que la ley que convocó la Convención le prohibía a Bolívar residir en dicha ciudad.
Extinguida toda posibilidad de entendimiento, la Convención de Ocaña empezó a desintegrarse. Y en el espíritu de Castillo y Rada cundió el desaliento y se sintió impotente para seguir en la lucha. “Los hechos fueron más fuertes que su voluntad”, observa Raimundo Rivas. En sus Memorias dice Castillo: “No tuve ya elección entre el bien y el mal; no podía escoger sino entre dos males, y me determiné a elegir el menor, el de faltar a un deber secundario, retirándome de la Convención. Podía resultar que esta se disolviese o quedase por algún tiempo en inactividad, por falta de número; y entre este evento o en el de que la segunda constitución fuese recibida en las bayonetas, pisada, ultrajada y despedazada, yo no pude vacilar. Resolví retirarme y lo hice con un dolor acerbo, y con una repugnancia que solo pudo vencer la desesperación”.
Respaldo de Bolívar
Castillo y Rada redacta el manifiesto, suscrito en La Cruz el 12 de junio de 1828, en el cual veinte diputados puntualizan las razones que los obligaban a tomar esa determinación. El Libertador, en comunicación firmada en Ubaté el 20 de junio, aplaude esa actitud. “Cada día tengo que admirar la noble y esforzada conducta de usted y compañeros en la Gran Convención, en que han tenido que luchar contra la perfidia más inicua y la intriga más refinada, y mi satisfacción se aumenta hasta lo infinito al ver que usted ha obrado conforme con la voluntad del pueblo y de acuerdo con sus deseos”.
Lo que siguió después demostró cómo Bolívar no era ya, en 1828, el hombre de las grandes tesis democráticas del Congreso de Angostura en 1819.
Rodríguez Piñeres y Cruz Santos consideran que es ingenuo suponer que, sin la disolución de la Convención de Ocaña, se hubieran evitado dos hechos ineluctables: la dictadura de Bolívar y la disolución de la Gran Colombia.
Monarquía Constitucional
A principios de 1829 se hallaba el Libertador en el sur de Colombia con motivo de la invasión de tropas del Perú, al mando del general Lamar, a los departamentos meridionales. Tanto la situación internacional como la interna eran de suma gravedad. El alzamiento del general Córdoba en Antioquía contra la dictadura; los conatos de disolución de la Gran Colombia en Venezuela oscurecían el horizonte. “Al Consejo de Ministros” que ejercía el Poder Ejecutivo, presidido por el doctor José María del Castillo y Rada, le faltó serenidad y firmeza ideológica para afrontar la difícil situación”, expresa el académico Cruz Santos.
Ministros de la talla de José Manuel Restrepo, Estanislao Vergara y Rafael Urdaneta consideraron, precipitadamente, que el régimen democrático estaba perdido; que para poner un dique a la anarquía era indispensable variar de sistema, mediante el establecimiento de una monarquía constitucional; en la cual gobernaría por el resto de su vida el general Bolivar, con el título de Libertador, y que se llamaría a sucederla con el título de rey, a un príncipe extranjero.
J.M. Restrepo refiere en su “Diario Politico y Militar”, que el plan se estudió y adoptó en varias reuniones celebradas en la casa de Castillo y Rada, a quien se comisionó para elaborar el proyecto de la Nueva Constitución. El plan fue adoptado por el Consejo de Ministros, antes de que lo conociera el Libertador. Anota R. Rivas “Y este fue el segundo y grave error del doctor Castillo y Rada, explicable, como el primer sentimiento que lo indujo a cometerlo y por la serenidad con que aceptó las responsabilidades y malquerencias que se acumularon sobre su cabeza, ya blanqueada por la nieve de los años y el peso del adverso destino”.
Le correspondió III ministro de Relaciones Exteriores, señor Vergara, dar los pasos iniciales para la realización del plan, que fue respaldado por Bolívar. En carta dirigida al Consejo de Ministros, fechada el 6 de julio en Buíjo, Bolívar autoriza a este organismo para tomar las medidas conducentes a fin de obtener para Colombia la protección de alguna potencia europea, de preferencia Inglaterra, para constituir la monarquía constitucional. Creyó oportuno también el Consejo de Ministros dar cuenta del plan, en solicitud de sus opiniones, a los jefes militares de más influjo, generales Páez, Montilla, Sucre y Flórez. El primero lo recibió con ciertas reservas, manifestando que era peligroso por el gran número de pardos que había.
En cuanto a Ios tres últimos, lo aceptaron de plano “porque se hallan cansados de la revolución”. Pero no habian corrido muchos días cuando el Libertador cambió de opinión, al ponerse en contacto con la realidad política del país. En efecto, en carta que dirigió al señor Vergara, ministro de Relaciones Exteriores, le sugirió la necesidad de anticipar la división de la Gran Colombia, “con legalidad, en paz y buena armonía, ordenando los representantes del pueblo pedir el dictamen de los colegios electorales si no se juzgaren autorizados para dar ese paso, estableciendo un gobierno vitalicio con Senado hereditario”. Y en cuanto al establecimiento de la monarquía, dejaba sin piso las negociaciones adelantadas, a nombre del Consejo de Ministros, por el señor Vergara. Decía Bolívar: “El pensamiento de una monarquía extranjera para sucederme en el mando, por ventajosa que fuera en sus resultados, veo mil inconvenientes para conseguirla...”.
Ya era un poco tarde para que el Consejo de Ministros, presidido por Castillo y Rada, echara un pie hacia atrás. Además, por aquellos días el Libertador “no tenía plan fijo ni estable”. El historiador Restrepo expresa: “El Libertador es en política hombre de afectos del momento; según las noticias últimas que recibe, es el sistema que se forma cada dia; de aquí proviene que bajo de su mando, especialmente si obra con facultades extraordinarias, no puede existir nada que sea permanente, y por tarto no puede haber administración”.
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Renuncia
Por todo lo sucedido, era apenas natural que Castillo y Rada, en su doble carácter de presidente del Consejo de Ministros y del Consejo de Estado, se sintiera hondamente afectado en su alta posición oficial y en su prestigio político.
Por esas paradojas de la vida política, el confidente de Bolívar en la Convención de Ocaña, y posteriormente su hombre de confianza, vino a última hora a ser considerado como uno de los enemigos del Libertador. Y todo esto a tiempo que el general Santander y sus amigos lo apellidaban traidor a los ideales democráticos por haber apoyado la dictadura de Bolívar y por haberse comprometido en la aventura de la monarquia. La dimisión era la única salida decorosa ante el impase que afrontaban el presidente y los miembros del Consejo de Ministros.
Castillo y Rada envió su renuncia al Libertador de los dos altos cargos que ejercía. Pero Bolívar no la aceptó. Y le pidió un sacrificio más: que manifestara a los agentes diplomáticos, en cuanto al proyecto de la monarquía, que se había procedido precipitadamente y sin autorizaciones para ello. Continuó Castillo y Rada en el ejercicio de sus altas funciones hasta que se instala el Congreso Admirable, en 1830. Toma asiento como diputado por Cartagena. Escribe Raimundo Rivas: “Definida ya la separación entre el elemento granadino y el venezolano, forma entre las filas del primero, y representante el más visible de la tedencia civilista, se opone a la candidatura del mariscal Sucre para la presidencia de Colombia, y trabaja por la elección de un hombre de toga para suceder al Libertador, empeño en el cual triunfa por medio de un artículo, hábilmente presentado, que prohibe ejercer la primera magistratura a quien no tenga cuarenta años de edad, con lo cual cierra el paso al vencedor en Ayacucho”.
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