Doscientos años de Castillo y Rada (IV)
A manera de homenaje al historiador Héctor Muñoz Bustamante, recientemente fallecido, presentamos la cuarta entrega de una de sus series. “Doscientos años de Castillo y Rada” se publicó entre el 17 y 22 de diciembre de 1976 en El Espectador. Con estos textos sobre el prócer, Muñoz recibió su segundo Premio Simón Bolívar en 1977.
Héctor Muñoz Bustamante
Presidente del Consejo de Estado
En 1821, primero, y luego en 1825, los granadinos se presentaron divididos al elegir vicepresidente de la Gran Colombia. Por circunstancias ajenas a los dos contendores, se enfrentaron, en ambos eventos, los nombres de José María del Castillo y Rada y de Francisco de Paula Santander.
Al instalarse el Congreso de Cúcuta, en mayo de 1821, tanto Santander como Castillo se hallaban en la cima de su carrera. Por designación del Libertador, a raíz de la batalla de Boyacá, Santander era vicepresidente de Cundinamarca, y Castillo vicepresidente interino de Colombia, elegido por el cuerpo constituyente en remplazo de don Antonio Nariño.
Apuntan los historiadores que fueron necesarios ocho escrutinios en aquel Congreso para que el general Santander reuniera las dos terceras partes de los votos requeridos para ser declarado vicepresidente de la Gran Colombia. El elemento civilista neogranadino votó, también por Nariño y por Castillo, división que aprovecharon los venezolanos para apoyar los nombres de sus coterráneos, los generales Soublette, Montilla y Páez. Hay que tener en cuenta, además, que el cargo de vicepresidente era de la mayor importancia, ya que de antemano se sabía que le tocaría ejercer el Poder Ejecutivo.
A propósito del antagonismo entre militares y civiles, Castillo y Rada le escribió a Santander, desde la Villa del Rosario de Cúcuta el 8 de agosto de 1821:
“Tal vez habrá algunos hombres que aborrezcan las armas en cuanto no quieran seguirlas; algunos habrá que miren mal a tal militar, y en fin, serán muchos los que no gusten del gobierno militar; pero ninguno que sepa, puede mirar con odio la ilustre carrera de las armas. Los que saben, conocen que la milicia es el brazo armdo de la República para aniquilar a sus enemigos exteriores, para contener los internos, para hacer respetar las leyes y defender la libertad política y civil contra todos los embates que pueda experimentar, y que los hombres de luces, sean o no militares, son el alma misma de la República, es el espíritu que mueve la gran máquina. En efecto, estas dos clases son absolutamente necesarias y es preciso que obren de acuerdo. Ese acuerdo hace la felicidad del país, y su discordancia lo arruina infaliblemente.
“Usted tiene el conocimiento de lo que digo en su misma persona. Si usted hubiera sido puro militar, ¿habría sido vicepresidente de Cundinamarca? Y caso que lo hubiera sido, ¿habría podido hacer lo que ha hecho? No, seguramente. Usted ha debido su acierto a sus luces, y como felizmente se han reunido en usted las cualidades de que voy hablando, usted ha podido desempeñar dignamente su destino en circunstancias bien difíciles y espinosas. Aquí ve usted prácticamente los buenos efectos de la feliz unión del saber con las armas, y la necesidad de fomentar y estrechar esta unión”.
Le recomendamos: Héctor Muñoz, un cronista que dejó su corazón en Cucaita
Elegido vicepresidente el general Santander, Castillo y Rada le escribió el 8 de septiembre de aquel año:
“El Congreso de Colombia ha elegido ayer presidente de la República al señor Simón Bolívar y vicepresidente al general Francisco de Paula Santander.
¿Aborrecen los letrados a los militares? ¿Será cierto que el Congreso ha mirado con la más lata consideración al general Santander?
“Esto confirmará siempre lo que tantas veces he dicho a usted, insistiendo en que no creyere a los chismosos, porque yo lo he estado viendo todo con ojos imparciales, y era de los pocos que estábamos en la mejor aptitud de decir la verdad”.
Santander le respondió en términos sinceramente cordiales y expresa el afecto y la admiración que siente por Castillo y Rada.
Llegan las Discrepancias
Ya en el ejercicio del gobierno se presentaron las inevitables discrepancias entre Santander y Castillo, es decir, el vicepresidente y el secretario de Hacienda. Santander, en materias económicas y fiscales, era menos avanzado que Castillo y Rada. A tiempo que este, en sus informes al Congreso, defendía la contribución directa, atacaba los diezmos, los estancos, las alcabalas, y pedía la desamortización de los bienes de manos muertas, Santander -temeroso de que esas reformas determinaran la quiebra de las finanzas grancolombianas- se manifestaba en sus mensajes, favorables al régimen fiscal de la Colonia, ya que, como lo dijo en alguno de ellos, no se podía modificar en pocos años la obra de tres siglos.
Historiadores como Cruz Santos y García Ortiz dicen que Santander se sentía, en cierta manera, celoso del prestigio intelectual de Castillo, su secretario de Hacienda. En carta al general Mariano Montilla le decía: “Los amigos de Castillos son enemigos míos, solo porque tengo casaca de soldado y no tengo cinco estantes con libros...” Y al Libertador le escribió el 21 de junio de 1825: “El secretario Castillo, que sabe muchos principios abstractos de economía política, y conoce la hacienda pública de otras naciones tiene una pereza invencible para trabajar. Creo que ni una hora del día reserva él para pensar en nuestras rentas. Y ciertamente que este ramo es el flanco débil que tiene nuestra querida patria”.
Como lo reconociera más adelante el mismo general Santander, el concepto era injusto. Pero se explica si se piensa que por aquellos días se acercaba el debate electoral, de 1825, en que, por segunda vez, se vería, fatalmente, enfrentado a su secretario de Hacienda.
Las Elecciones
Cada vez que se acercaban las elecciones presidenciales, tanto Bolívar como Santander hacían públicas y privadas manifestaciones de renunciamiento. Pero a la hora de la verdad, sabiendo lo que significaba su presencia en el supremo comando de la República, cedían a la voluntad popular. Efectuadas las elecciones, el resultado fue, en principio, incierto para el general Santander. Solo obtuvo 289 de los electores, contra 77 del general Pedro Briceño Méndez y 56 de Castillo y Rada. Perfeccionada la elección por el Congreso, que escogió de esa terna, Santander obtuvo, en el primer escrutinio, 70 de los votos de los 98 congresistas, Castillo 22 y Briceño 6.
En Apuros Financieros
El Congreso había adoptado casi todas las reformas y mejoras que propuso Castillo y Rada. Y en ese mar de penurias, era indispensable la ayuda en el gobierno del ilustre cartagenero. Santander no había perdido del todo la confianza en su secretario de Hacienda.
Le sugerimos: Doscientos años de Castillo y Rada (III) y Doscientos años de Castillo y Rada (II)
Le escribía Santander al Libertador el 23 de diciembre de 1826: “Yo hace mucho tiempo que no me meto en la Hacienda nacional porque estoy aburrido de hablar de ella. Castilllo, todo, todo lo ha manejado, empréstito, renta, etc.; de modo que nada sé, ni he querido saber de ella. Veré a Castillo para que nos saque de apuros”.
Con malos augurios para el futuro de la Gran Colombia, se inició el año de 1827. Y un imperativo de natural delicadeza condujo a Santander a presentar renuncia de su cargo el 24 de abril, en mensaje dirigido al Congreso, que ratificó el 26 del mismo mes en comunicación dirigida al presidente del Senado. La renuncia no fue aceptada. Pero el vicepresidente, antes de que el Libertador asumiera el Poder Ejecutivo, envió, con fecha 2 de mayo, la siguiente comunicación a su secretario de Hacienda:
“Al separarme de la administración, quiero dejar a usted una prueba en este papel del aprecio y reconocimiento de mi corazón por la ayuda que he recibido durante el período transcurrido de los esfuerzos patrióticos de usted.
Sus distinguidos talentos, profundas luces, notoria rectitud y desinteresado celo por el bien público me han sido, no solo harto conocidos, sino auxiliares eficaces en mi gobierno. Más que todo me ha sido muy grata la amistad con que usted se ha conducido desde 1821, y el interés con que ha procurado organizar el sistema de Hacienda y su administración, por más que causas extrañas hayan impedido recoger el fruto de sus observaciones”.
Así que Santander reconoció la eficiencia y honestidad de Castillo y Rada como secretario de Hacienda.
El Libertador solo asumió el Poder Ejecutivo el 10 de septiembre de 1827. Bolívar no solo conservó en su cargo a Castillo y Rada, negándose a admitir la renuncia, sino que lo tuvo como consejero. Y la amistad de los dos fue cada día más estrecha.
Por esos días ya comenzaban a cosecharse las medidas dictadas por Castillo y Rada para organizar la Hacienda nacional. El recaudo de las rentas presentaba un ascenso apreciable sobre el de los años anteriores.
En la Universidad Central
Por aquella época fue designado Castillo y Rada vicerrector de la Universidad Central, cuyos estatutos le correspondió elaborar. Y fue, también socio fundador de la Academia Nacional de Colombia.
En el año de 1827 la Constitución de Cúcuta sufrió el impacto definitivo, cuando Bolívar propuso la Confederación de Colombia con el Perú y Bolivia, para adoptar la tan controvertida constitución boliviana. Castillo y Rada fue abiertamente adverso a esa iniciativa. El Congreso, para evitar la crisis institucional, autorizó la reunión de la Gran Convención de Ocaña.
Castillo y Rada dejó, entonces, la Secretaría de Hacienda para asistir al cuerpo constituyente, como diputado por las provincias de Cartagena y Mariquita. Y por escasa minoría y en competencia con el general Santander, fue elegido presidente.
El 27 de agosto de 1828 asumió el Libertador la dictadura, lo que implicó el desconocimiento de la Constitución de Cúcuta. Suprimida la vicepresidencia de la República, Bolívar compartió el Poder Ejecutivo con el Consejo de Ministros y con el Consejo de Estado. Y designó a Castillo y Rada presidente de ambos.
La Conspiración Septembrina
Por aquellos días y cuando Santander se preparaba a viajar a los Estados Unidos, a ocupar la Legación en Washington, ocurrió la “nefanda noche septembrina”, el 25 de ese mes de 1828. Un tribunal militar condenó al que había sido vicepresidente de la República a la pena máxima. El Consejo de Ministros, al ser consultado, se dividió en dos grupos: el acaudillado por el Ministro de Guerra, general Urdaneta, que exigía la pena de muerte para el general Santander; y el que encabeza Castillo y Rada con el ministro Interior, José Manuel Restrepo, que pidió al Libertador la conmutación de esa pena y la obtuvo.
Antes de salir al destierro, el general Santander dirigió esta carta a Castillo y Rada:
“He sido amigo de usted con todo mi corazón y me he portado siempre como tal. He sabido los oficios de usted en mi favor en esta desgracia, y debo manifestarle mi reconocimiento. En mi adversidad es inútil cualquier ofrecimiento mío; más, yo debo hacerlo. No me queda más que fortaleza y serenidad para resistir los golpes de una fortuna adversa, y es lo único que no me han privado después de 19 años de constantes servicios a la patria. Créame usted, señor don Pepe, que no olvidaré jamás los oficios de usted en esta calamidad”.
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Ya en Europa, en 1829, Santander escribió una amarga semblanza de su antiguo secretario de Hacienda, que implicaba una inexplicable rectificación a su carta de despedida.
Rector del Rosario
Han pasado algunos años. El 23 de noviembre de 1832 el Colegio Mayor del Rosario encabeza con el nombre de su profesor José María del Castillo y Rada, la terna para rector del claustro. Es presidente de la Nueva Granada, Francisco de Paula Santander, que ni perdona ni olvida. Y es así como el general -patrono del claustro-veta el nombre de su antiguo secretario de Hacienda. Pero el Colegio mantiene el nombre de Castillo. Santander acepta esa decisión, y Castillo y Rada ejerce el cargo hasta la muerte.
Los historiadores Eduardo Rodríguez Piñeres y Raimundo Rivas, coinciden al decir que el general Santander nunca perdonó a los signatarios del documento dirigido al Libertador -en que se pedía la conmutación de la pena de muerte al Hombre de las Leyes-, que se dijera que la sentencia era justa.
La actitud del presidente del Consejo de Ministros, Castillo y Rada, en defensa de la vida del general Santander le enajenó la amistad del general Rafael Urdaneta, ministro de Guerra. Y el mismo Libertador así lo reconoció cuando le escribió diciéndole que, por salvar al general Santander, “hubiera preferido su gloria a la suerte de Colombia”.
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Presidente del Consejo de Estado
En 1821, primero, y luego en 1825, los granadinos se presentaron divididos al elegir vicepresidente de la Gran Colombia. Por circunstancias ajenas a los dos contendores, se enfrentaron, en ambos eventos, los nombres de José María del Castillo y Rada y de Francisco de Paula Santander.
Al instalarse el Congreso de Cúcuta, en mayo de 1821, tanto Santander como Castillo se hallaban en la cima de su carrera. Por designación del Libertador, a raíz de la batalla de Boyacá, Santander era vicepresidente de Cundinamarca, y Castillo vicepresidente interino de Colombia, elegido por el cuerpo constituyente en remplazo de don Antonio Nariño.
Apuntan los historiadores que fueron necesarios ocho escrutinios en aquel Congreso para que el general Santander reuniera las dos terceras partes de los votos requeridos para ser declarado vicepresidente de la Gran Colombia. El elemento civilista neogranadino votó, también por Nariño y por Castillo, división que aprovecharon los venezolanos para apoyar los nombres de sus coterráneos, los generales Soublette, Montilla y Páez. Hay que tener en cuenta, además, que el cargo de vicepresidente era de la mayor importancia, ya que de antemano se sabía que le tocaría ejercer el Poder Ejecutivo.
A propósito del antagonismo entre militares y civiles, Castillo y Rada le escribió a Santander, desde la Villa del Rosario de Cúcuta el 8 de agosto de 1821:
“Tal vez habrá algunos hombres que aborrezcan las armas en cuanto no quieran seguirlas; algunos habrá que miren mal a tal militar, y en fin, serán muchos los que no gusten del gobierno militar; pero ninguno que sepa, puede mirar con odio la ilustre carrera de las armas. Los que saben, conocen que la milicia es el brazo armdo de la República para aniquilar a sus enemigos exteriores, para contener los internos, para hacer respetar las leyes y defender la libertad política y civil contra todos los embates que pueda experimentar, y que los hombres de luces, sean o no militares, son el alma misma de la República, es el espíritu que mueve la gran máquina. En efecto, estas dos clases son absolutamente necesarias y es preciso que obren de acuerdo. Ese acuerdo hace la felicidad del país, y su discordancia lo arruina infaliblemente.
“Usted tiene el conocimiento de lo que digo en su misma persona. Si usted hubiera sido puro militar, ¿habría sido vicepresidente de Cundinamarca? Y caso que lo hubiera sido, ¿habría podido hacer lo que ha hecho? No, seguramente. Usted ha debido su acierto a sus luces, y como felizmente se han reunido en usted las cualidades de que voy hablando, usted ha podido desempeñar dignamente su destino en circunstancias bien difíciles y espinosas. Aquí ve usted prácticamente los buenos efectos de la feliz unión del saber con las armas, y la necesidad de fomentar y estrechar esta unión”.
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Elegido vicepresidente el general Santander, Castillo y Rada le escribió el 8 de septiembre de aquel año:
“El Congreso de Colombia ha elegido ayer presidente de la República al señor Simón Bolívar y vicepresidente al general Francisco de Paula Santander.
¿Aborrecen los letrados a los militares? ¿Será cierto que el Congreso ha mirado con la más lata consideración al general Santander?
“Esto confirmará siempre lo que tantas veces he dicho a usted, insistiendo en que no creyere a los chismosos, porque yo lo he estado viendo todo con ojos imparciales, y era de los pocos que estábamos en la mejor aptitud de decir la verdad”.
Santander le respondió en términos sinceramente cordiales y expresa el afecto y la admiración que siente por Castillo y Rada.
Llegan las Discrepancias
Ya en el ejercicio del gobierno se presentaron las inevitables discrepancias entre Santander y Castillo, es decir, el vicepresidente y el secretario de Hacienda. Santander, en materias económicas y fiscales, era menos avanzado que Castillo y Rada. A tiempo que este, en sus informes al Congreso, defendía la contribución directa, atacaba los diezmos, los estancos, las alcabalas, y pedía la desamortización de los bienes de manos muertas, Santander -temeroso de que esas reformas determinaran la quiebra de las finanzas grancolombianas- se manifestaba en sus mensajes, favorables al régimen fiscal de la Colonia, ya que, como lo dijo en alguno de ellos, no se podía modificar en pocos años la obra de tres siglos.
Historiadores como Cruz Santos y García Ortiz dicen que Santander se sentía, en cierta manera, celoso del prestigio intelectual de Castillo, su secretario de Hacienda. En carta al general Mariano Montilla le decía: “Los amigos de Castillos son enemigos míos, solo porque tengo casaca de soldado y no tengo cinco estantes con libros...” Y al Libertador le escribió el 21 de junio de 1825: “El secretario Castillo, que sabe muchos principios abstractos de economía política, y conoce la hacienda pública de otras naciones tiene una pereza invencible para trabajar. Creo que ni una hora del día reserva él para pensar en nuestras rentas. Y ciertamente que este ramo es el flanco débil que tiene nuestra querida patria”.
Como lo reconociera más adelante el mismo general Santander, el concepto era injusto. Pero se explica si se piensa que por aquellos días se acercaba el debate electoral, de 1825, en que, por segunda vez, se vería, fatalmente, enfrentado a su secretario de Hacienda.
Las Elecciones
Cada vez que se acercaban las elecciones presidenciales, tanto Bolívar como Santander hacían públicas y privadas manifestaciones de renunciamiento. Pero a la hora de la verdad, sabiendo lo que significaba su presencia en el supremo comando de la República, cedían a la voluntad popular. Efectuadas las elecciones, el resultado fue, en principio, incierto para el general Santander. Solo obtuvo 289 de los electores, contra 77 del general Pedro Briceño Méndez y 56 de Castillo y Rada. Perfeccionada la elección por el Congreso, que escogió de esa terna, Santander obtuvo, en el primer escrutinio, 70 de los votos de los 98 congresistas, Castillo 22 y Briceño 6.
En Apuros Financieros
El Congreso había adoptado casi todas las reformas y mejoras que propuso Castillo y Rada. Y en ese mar de penurias, era indispensable la ayuda en el gobierno del ilustre cartagenero. Santander no había perdido del todo la confianza en su secretario de Hacienda.
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Le escribía Santander al Libertador el 23 de diciembre de 1826: “Yo hace mucho tiempo que no me meto en la Hacienda nacional porque estoy aburrido de hablar de ella. Castilllo, todo, todo lo ha manejado, empréstito, renta, etc.; de modo que nada sé, ni he querido saber de ella. Veré a Castillo para que nos saque de apuros”.
Con malos augurios para el futuro de la Gran Colombia, se inició el año de 1827. Y un imperativo de natural delicadeza condujo a Santander a presentar renuncia de su cargo el 24 de abril, en mensaje dirigido al Congreso, que ratificó el 26 del mismo mes en comunicación dirigida al presidente del Senado. La renuncia no fue aceptada. Pero el vicepresidente, antes de que el Libertador asumiera el Poder Ejecutivo, envió, con fecha 2 de mayo, la siguiente comunicación a su secretario de Hacienda:
“Al separarme de la administración, quiero dejar a usted una prueba en este papel del aprecio y reconocimiento de mi corazón por la ayuda que he recibido durante el período transcurrido de los esfuerzos patrióticos de usted.
Sus distinguidos talentos, profundas luces, notoria rectitud y desinteresado celo por el bien público me han sido, no solo harto conocidos, sino auxiliares eficaces en mi gobierno. Más que todo me ha sido muy grata la amistad con que usted se ha conducido desde 1821, y el interés con que ha procurado organizar el sistema de Hacienda y su administración, por más que causas extrañas hayan impedido recoger el fruto de sus observaciones”.
Así que Santander reconoció la eficiencia y honestidad de Castillo y Rada como secretario de Hacienda.
El Libertador solo asumió el Poder Ejecutivo el 10 de septiembre de 1827. Bolívar no solo conservó en su cargo a Castillo y Rada, negándose a admitir la renuncia, sino que lo tuvo como consejero. Y la amistad de los dos fue cada día más estrecha.
Por esos días ya comenzaban a cosecharse las medidas dictadas por Castillo y Rada para organizar la Hacienda nacional. El recaudo de las rentas presentaba un ascenso apreciable sobre el de los años anteriores.
En la Universidad Central
Por aquella época fue designado Castillo y Rada vicerrector de la Universidad Central, cuyos estatutos le correspondió elaborar. Y fue, también socio fundador de la Academia Nacional de Colombia.
En el año de 1827 la Constitución de Cúcuta sufrió el impacto definitivo, cuando Bolívar propuso la Confederación de Colombia con el Perú y Bolivia, para adoptar la tan controvertida constitución boliviana. Castillo y Rada fue abiertamente adverso a esa iniciativa. El Congreso, para evitar la crisis institucional, autorizó la reunión de la Gran Convención de Ocaña.
Castillo y Rada dejó, entonces, la Secretaría de Hacienda para asistir al cuerpo constituyente, como diputado por las provincias de Cartagena y Mariquita. Y por escasa minoría y en competencia con el general Santander, fue elegido presidente.
El 27 de agosto de 1828 asumió el Libertador la dictadura, lo que implicó el desconocimiento de la Constitución de Cúcuta. Suprimida la vicepresidencia de la República, Bolívar compartió el Poder Ejecutivo con el Consejo de Ministros y con el Consejo de Estado. Y designó a Castillo y Rada presidente de ambos.
La Conspiración Septembrina
Por aquellos días y cuando Santander se preparaba a viajar a los Estados Unidos, a ocupar la Legación en Washington, ocurrió la “nefanda noche septembrina”, el 25 de ese mes de 1828. Un tribunal militar condenó al que había sido vicepresidente de la República a la pena máxima. El Consejo de Ministros, al ser consultado, se dividió en dos grupos: el acaudillado por el Ministro de Guerra, general Urdaneta, que exigía la pena de muerte para el general Santander; y el que encabeza Castillo y Rada con el ministro Interior, José Manuel Restrepo, que pidió al Libertador la conmutación de esa pena y la obtuvo.
Antes de salir al destierro, el general Santander dirigió esta carta a Castillo y Rada:
“He sido amigo de usted con todo mi corazón y me he portado siempre como tal. He sabido los oficios de usted en mi favor en esta desgracia, y debo manifestarle mi reconocimiento. En mi adversidad es inútil cualquier ofrecimiento mío; más, yo debo hacerlo. No me queda más que fortaleza y serenidad para resistir los golpes de una fortuna adversa, y es lo único que no me han privado después de 19 años de constantes servicios a la patria. Créame usted, señor don Pepe, que no olvidaré jamás los oficios de usted en esta calamidad”.
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Ya en Europa, en 1829, Santander escribió una amarga semblanza de su antiguo secretario de Hacienda, que implicaba una inexplicable rectificación a su carta de despedida.
Rector del Rosario
Han pasado algunos años. El 23 de noviembre de 1832 el Colegio Mayor del Rosario encabeza con el nombre de su profesor José María del Castillo y Rada, la terna para rector del claustro. Es presidente de la Nueva Granada, Francisco de Paula Santander, que ni perdona ni olvida. Y es así como el general -patrono del claustro-veta el nombre de su antiguo secretario de Hacienda. Pero el Colegio mantiene el nombre de Castillo. Santander acepta esa decisión, y Castillo y Rada ejerce el cargo hasta la muerte.
Los historiadores Eduardo Rodríguez Piñeres y Raimundo Rivas, coinciden al decir que el general Santander nunca perdonó a los signatarios del documento dirigido al Libertador -en que se pedía la conmutación de la pena de muerte al Hombre de las Leyes-, que se dijera que la sentencia era justa.
La actitud del presidente del Consejo de Ministros, Castillo y Rada, en defensa de la vida del general Santander le enajenó la amistad del general Rafael Urdaneta, ministro de Guerra. Y el mismo Libertador así lo reconoció cuando le escribió diciéndole que, por salvar al general Santander, “hubiera preferido su gloria a la suerte de Colombia”.
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