Doscientos años de Castillo y Rada (VI)
A manera de homenaje al historiador Héctor Muñoz Bustamante, recientemente fallecido, presentamos la sexta y última entrega de una de sus series. “Doscientos años de Castillo y Rada” se publicó entre el 17 y 22 de diciembre de 1976 en El Espectador. Con estos textos sobre el prócer, Muñoz recibió su segundo Premio Simón Bolívar en 1977.
Héctor Muñoz
Rector del Rosario
Distanciado de Bolívar y consumada la disolución de la Gran Colombia, podría decirse que concluye la prolongada y extraordinaria carrera política de José María del Castillo y Rada. Fue, indudablemente, el más completo hombre de Estado en el equipo de colaboradores civiles de Santander y del Libertador.
Aceptada la renuncia de Castillo y Rada, el primero de marzo de 1830 designa Bolívar al general Domingo Caicedo, presidente interino del Consejo de Ministros.
Clausuradas las sesiones del Congreso Admirable, declina Castillo el cargo de consejero de Estado. Pero, a poco, estalla la insurrección del Batallón Callao, promovida por el general Urdaneta, exministro de Guerra. Y en ese caos, la irrevocable vocación de servicio de Castillo y Rada lo obliga a participar en la comisión que integra el vicepresidente Caicedo para entenderse con los rebeldes, infortunadamente sin éxito.
Triunfantes los revolucionarios en la batalla del Santuario, el presidente Joaquín Mosquera pide a los comisionados Castillo y Luis A. Baralt que pacten con los rebeldes, en condiciones humillantes, una capitulación con el gobierno legítimo, que se considera virtualmente vencido.
Le recomendamos: Doscientos años de Castillo y Rada (V)
Luego asume el general Urdaneta el Ministerio de Guerra. Es el árbitro de la situación. Proclama al Libertador, que ya se había ausentado definitivamente de Bogotá, jefe supremo de Colombia.
Extinguida la luminaria de Bolívar, Urdaneta se proclama dictador. Pero los granadinos, en diversas regiones del país, se rebelan contra él. Entonces Castillo y Rada, haciendo de lado justos resentimientos, se entiende con Urdaneta. Le insinúa la conveniencia de realizar una entrevista con el general Caicedo, quien acababa de declararse en ejercicio del poder ejecutivo. Y, en gesto patriótico, Urdaneta acepta esa insinuación. Le pide entonces a Castillo que lo acompañe a la Conferencia de Juntas de Apulo con su ministro del Interior, García del Río, y con el coronel Jiménez.
En esa histórica reunión, el buen sentido y la admirable dialéctica del Castillo y Rada contribuyeron decisivamente a la firma del convenio que puso fin a la efímera dictadura de Urdaneta y que restableció el régimen legal de la República.
Ministro del Interior
Sostienen los historiadores que para el vicepresidente Caicedo era indispensable la colaboración en su gabinete de Castillo y Rada. Lo designó ministro del Interior, y por ausencia del titular, lo encargó del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Le correspondió a Castillo elaborar el decreto de convocatoria de la Convención Granadina, que reconoció el hecho cumplido de la extinción de la Gran Colombia.
Narra Abel Cruz Santos que luego ocurrió un incidente de carácter personal, promovido por el general José María Obando, en una sesión del gabinete del vicepresidente Caicedo, contra los miembros de este gobierno que, como Castillo y Rada, eran tachados de dictatoriales, lo cual determinó su renuncia.
Constituida la Nueva Granada, Castillo es elegido senador en 1833 y le tocó presidir esa corporación. Injustamente, sus enemigos políticos trataron de mezclarlo en la conspiración de Sardá.
Rector del Rosario
Después abandonó la vida pública y se dedicó a dirigir una cátedra en el Colegio Mayor del Rosario, en la que a su talento para la enseñanza de la juventud unía el ejemplo que daba a sus discípulos de la más severa virtud. Siendo rector de ese benemérito colegio, murió el 23 de febrero de 1935, a los 59 años de edad. Y como dice uno de sus biógrafos, “su mayor elogio está en decir que después de haber manejado como ministro de Hacienda de Colombia los millones de libras contratadas en Londres, falleció en tanta pobreza que los alumnos del colegio tuvieron que costear el entierro”.
Hombre insustituible
Otro historiador anota: “Por su tolerancia, por su flexibilidad, por su don de gentes, en fin, para no mencionar su ilustración y su viva inteligencia, llegó a constituirse Castillo en hombre indispensable, insustituible, en la primera república, en la Gran Colombia y hasta en los comienzos de la Nueva Granada. Sus documentos oficiales, sus exposiciones políticas, sus cartas a sus amigos y a sus familiares, se distinguen por la nobleza del estilo y la elevación del concepto, lo mismo que por la firmeza de sus convicciones”.
Tenía el sentido de la solidaridad familiar, el don del consejo, oportuno y certero.
Le sugerimos leer el perfil sobre Héctor Muñoz, autor de esta serie: Héctor Muñoz, un cronista que dejó su corazón en Cucaita
Duelo de la Patria
Ya vimos cómo fue un ardiente patriota y servidor abnegado de la causa de la libertad en los más calificados destinos. Como escritor difundió en “El Argos” luminosas ideas sobre legislación, ciencia constitucional y economía política; como orador mantuvo las Asambleas pendientes de su palabra inspirada siempre en favor de la razón y del derecho; y como político ayudó a sacar de la nada gobiernos regulares y que pudieron figurar dignamente ante el mundo civilizado, que por primera vez volvía sus miradas hacia la América española.
La muerte de Castillo y Rada fue un duelo general para la patria. Su sepulcro de mármol fue levantado en la capilla del Colegio Mayor del Rosario en donde reposan sus cenizas.
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Rector del Rosario
Distanciado de Bolívar y consumada la disolución de la Gran Colombia, podría decirse que concluye la prolongada y extraordinaria carrera política de José María del Castillo y Rada. Fue, indudablemente, el más completo hombre de Estado en el equipo de colaboradores civiles de Santander y del Libertador.
Aceptada la renuncia de Castillo y Rada, el primero de marzo de 1830 designa Bolívar al general Domingo Caicedo, presidente interino del Consejo de Ministros.
Clausuradas las sesiones del Congreso Admirable, declina Castillo el cargo de consejero de Estado. Pero, a poco, estalla la insurrección del Batallón Callao, promovida por el general Urdaneta, exministro de Guerra. Y en ese caos, la irrevocable vocación de servicio de Castillo y Rada lo obliga a participar en la comisión que integra el vicepresidente Caicedo para entenderse con los rebeldes, infortunadamente sin éxito.
Triunfantes los revolucionarios en la batalla del Santuario, el presidente Joaquín Mosquera pide a los comisionados Castillo y Luis A. Baralt que pacten con los rebeldes, en condiciones humillantes, una capitulación con el gobierno legítimo, que se considera virtualmente vencido.
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Luego asume el general Urdaneta el Ministerio de Guerra. Es el árbitro de la situación. Proclama al Libertador, que ya se había ausentado definitivamente de Bogotá, jefe supremo de Colombia.
Extinguida la luminaria de Bolívar, Urdaneta se proclama dictador. Pero los granadinos, en diversas regiones del país, se rebelan contra él. Entonces Castillo y Rada, haciendo de lado justos resentimientos, se entiende con Urdaneta. Le insinúa la conveniencia de realizar una entrevista con el general Caicedo, quien acababa de declararse en ejercicio del poder ejecutivo. Y, en gesto patriótico, Urdaneta acepta esa insinuación. Le pide entonces a Castillo que lo acompañe a la Conferencia de Juntas de Apulo con su ministro del Interior, García del Río, y con el coronel Jiménez.
En esa histórica reunión, el buen sentido y la admirable dialéctica del Castillo y Rada contribuyeron decisivamente a la firma del convenio que puso fin a la efímera dictadura de Urdaneta y que restableció el régimen legal de la República.
Ministro del Interior
Sostienen los historiadores que para el vicepresidente Caicedo era indispensable la colaboración en su gabinete de Castillo y Rada. Lo designó ministro del Interior, y por ausencia del titular, lo encargó del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Le correspondió a Castillo elaborar el decreto de convocatoria de la Convención Granadina, que reconoció el hecho cumplido de la extinción de la Gran Colombia.
Narra Abel Cruz Santos que luego ocurrió un incidente de carácter personal, promovido por el general José María Obando, en una sesión del gabinete del vicepresidente Caicedo, contra los miembros de este gobierno que, como Castillo y Rada, eran tachados de dictatoriales, lo cual determinó su renuncia.
Constituida la Nueva Granada, Castillo es elegido senador en 1833 y le tocó presidir esa corporación. Injustamente, sus enemigos políticos trataron de mezclarlo en la conspiración de Sardá.
Rector del Rosario
Después abandonó la vida pública y se dedicó a dirigir una cátedra en el Colegio Mayor del Rosario, en la que a su talento para la enseñanza de la juventud unía el ejemplo que daba a sus discípulos de la más severa virtud. Siendo rector de ese benemérito colegio, murió el 23 de febrero de 1935, a los 59 años de edad. Y como dice uno de sus biógrafos, “su mayor elogio está en decir que después de haber manejado como ministro de Hacienda de Colombia los millones de libras contratadas en Londres, falleció en tanta pobreza que los alumnos del colegio tuvieron que costear el entierro”.
Hombre insustituible
Otro historiador anota: “Por su tolerancia, por su flexibilidad, por su don de gentes, en fin, para no mencionar su ilustración y su viva inteligencia, llegó a constituirse Castillo en hombre indispensable, insustituible, en la primera república, en la Gran Colombia y hasta en los comienzos de la Nueva Granada. Sus documentos oficiales, sus exposiciones políticas, sus cartas a sus amigos y a sus familiares, se distinguen por la nobleza del estilo y la elevación del concepto, lo mismo que por la firmeza de sus convicciones”.
Tenía el sentido de la solidaridad familiar, el don del consejo, oportuno y certero.
Le sugerimos leer el perfil sobre Héctor Muñoz, autor de esta serie: Héctor Muñoz, un cronista que dejó su corazón en Cucaita
Duelo de la Patria
Ya vimos cómo fue un ardiente patriota y servidor abnegado de la causa de la libertad en los más calificados destinos. Como escritor difundió en “El Argos” luminosas ideas sobre legislación, ciencia constitucional y economía política; como orador mantuvo las Asambleas pendientes de su palabra inspirada siempre en favor de la razón y del derecho; y como político ayudó a sacar de la nada gobiernos regulares y que pudieron figurar dignamente ante el mundo civilizado, que por primera vez volvía sus miradas hacia la América española.
La muerte de Castillo y Rada fue un duelo general para la patria. Su sepulcro de mármol fue levantado en la capilla del Colegio Mayor del Rosario en donde reposan sus cenizas.
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