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¿Por qué escribir una novela sobre la desaparición forzada en Colombia?
El drama de los desaparecidos en el país es silencioso, parece que no ocupa la agenda de los medios. Esa fue la primera razón que me llevó a enfocarme en ese tema. Lo otro es que por mi oficio periodístico recorro toda Colombia, y en muchos territorios esa problemática está más a flor de piel que en los cascos urbanos. El problema de las familias que buscan a sus seres queridos es mucho más evidente en las regiones, pues en esos lugares se ha sufrido una guerra que tiene que ver con el campo, la posesión de la tierra, con clanes mafiosos que se han armado y responden a esta lógica. En muchos de esos viajes pude construir una ficción que se basa en lo que pasa en La Guajira, en los Montes de María, en el sur de Bolívar, en muchas partes del Magdalena Medio.
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La tierra parece ser no solo testigo, sino personaje de la historia...
Trato de imponer la geografía no como un escenario en el que han ocurrido cosas, sino como un personaje que puede decidir sobre el desarrollo mismo de la historia. Lo que desata el conflicto es la tierra, porque se robó, se expropió y se desplazó. Pero también es utilizada para ocultar los estragos de la misma guerra. Los montes han servido para ocultar pueblos; los ríos, para depositar los cuerpos, y que las aguas hagan lo suyo. Las selvas, el desierto, todo se utiliza con ese fin. Así, la geografía en la narrativa de la novela no solo es espectadora, sino que participa. Por eso tiembla tanto en el pueblo, porque es una premonición y una respuesta que la tierra da para reivindicar la memoria. El problema de desaparición forzada ha rebasado una voluntad política de querer esclarecer la identificación de restos para devolver justicia, verdad y memoria a las familias. De alguna manera, a través de la geografía reivindico lo que el ser humano no ha hecho. Y, finalmente, allí doy la posibilidad de que la tierra sea la que emita esas voces de la verdad y la memoria. Y como en verdad no pasa nada, todo se desata, y aquello que se quiso ocultar es lo que se revierte y vuelve de las entrañas de la tierra, y vuelven a aparecer los restos de tantas guerras y desapariciones. Es una forma de rebelión telúrica, y el libro habla de eso, de desatar verdades que el mismo ser humano ha ocultado. La tierra no solamente es sinónimo de riqueza material, sino de riqueza sobre el otro, de posesión y dominio. Lo que desarrolla la historia es lo que ha pasado en el país. Quienes han colonizado las tierras han determinado el destino de los demás, de los que ya son desposeídos, de los excluidos. Estas personas son los olvidados. Ahí está el componente político.
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Lo que desata el conflicto es la tierra porque se robó, se expropió y se desplazó. Pero también es utilizada para ocultar los estragos de la misma guerra. Los montes han servido para ocultar pueblos; los ríos para depositar los cuerpos y que las aguas hagan lo suyo. Las selvas, el desierto, todo se utiliza con ese fin. Así, la geografía en la narrativa de la novela no solo es espectadora, sino que participa. Por eso tiembla tanto en el pueblo, porque es una premonición y una respuesta que la tierra da para reivindicar la memoria. El problema de desaparición forzada ha rebasado una voluntad política de querer esclarecer a la identificación de restos para devolver justicia, verdad y memoria a las familias. De alguna manera, a través de la geografía reivindico lo que el ser humano no ha hecho. Y finalmente allí doy la posibilidad de que la tierra sea la que emita esas voces de la verdad y la memoria. Y como en verdad no pasa nada, todo se desata, y aquello que se quiso ocultar es lo que se revierte y vuelve de las entrañas de la tierra, y vuelven a aparecer los restos de tantas guerras y desapariciones. Es una forma de rebelión telúrica y el libro habla de eso, de desatar verdades que el mismo ser humano ha ocultado.
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En el libro habla no solo de herencias del poder, sino también de odios...
Los personajes de Anatomía del silencio demuestran que la venganza es un activo económico de esas prácticas criminales. Y cuando digo esto me refiero a esas inversiones a futuro que garantizan las ganancias ya logradas. Me explico: si no se inoculan la sed de venganza, los odios y los desquites, los clanes corruptos y violentos estarían exponiéndose a que sean destronados, pues esto es un tema de tiempo. La violencia no solamente está ligado al territorio, sino también al tiempo, a las familias que se perpetúan en ese poder. Valga la redundancia, para poder seguir en ese ejercicio del poder se necesitan crear inversiones y la venganza es una buena forma de inversión. Se mantienen activos los odios para acabar con el contrincante, para poder sacar de terrenos que se quieren conquistar al indeseado o al advenedizo.
En el libro hay varios personajes que pueden ser entendidos como metáforas de nuestra sociedad. Por ejemplo, hay un enterrador que podría ser un símbolo de la búsqueda de la verdad
Habla de una indígena Wayuu, Mercedes Uriana. Es un personaje que encuentro como periodista en la Guajira hace unos 12 años. Existe o existió en la realidad. Ella recogía los cadáveres N.N y les daba una sepultura temporal o transitoria mientras divulgaba a la gente que tenía esos cuerpos a ver si le daba tiempo a los familiares de encontrar esos cuerpos. Ella reemplaza lo que debería ser el Estado. En muchas regiones el Estado no existen. Esa tarea la asumen otros, en general los curas, pero los curas han dejado de ejercer ese oficio porque eso los ha comprometido en procesos. Eso cuando el cadáver no lo desaparecen, pero cuando es desaparecido existen otros personajes como el señor anfibio que se lanza al río a buscar restos. Ese otro tampoco me lo inventé. Existe en Juanchito, en el Valle del Cauca. Lo conocí hace 15 años. Rescataba cuerpos que lanzaban al río Cauca y los sacaba de allí, a veces estaban deshechos. Allá hay gente que por cuestiones elevadas o por oficios macabros que se crean por la violencia se dedican a eso porque es la solución para buscar a sus desaparecidos porque el Estado no lo hace.
El alcalde Marciano Tascón habla de enfrentamientos aislados y no de masacres...
Él representa ese tipo de status quo que no quiere ser cuestionado, que se resiste a ser evaluado o fiscalizado. Además de eso, es una marioneta de ese status quo que se impone allí para vigilar que nadie pregunte, nadie sospeche, y si sospecha que sea víctima de intimidación o desaparición. Eso ocurre en muchas zonas del país. Hay cientos de Marcianos Tascón que se logran posicionar por clanes políticos que han participado de la violencia y los ponen allí para tapar esa misma violencia. Yo no he hablado del tema de corrupción económica, que también tiene que ver. Son clanes de corrupción. Los Marciano Tascón son vigilantes armados que se han valido de los procesos democráticos para perpetuar la violencia y la corrupción.
El capítulo final se llama “Somos lo perdido”, ¿usted nos define así como sociedad?
Para volver a empezar como sociedad tenemos que sabernos derrotados. Puede ser una posición pesimista. Peca de pesimismo y dramatismo, pero en el libro se demuestra que lo que la humanidad, la empatía y las ambiciones desmedidas nos ha llevado a canjear valores básicos por valores importantes. Eso nos lleva a una forma de derrota, y desconocerla es insensato. Por eso ese título: “Somos lo perdido”. Puede ser oxímoron. Hemos ganado lo que hemos perdido. En Colombia somos eso. Nos la pasamos diciendo que perder es ganar un poco. Podríamos decir que somos lo perdido. Vamos a tener que afrontar lo esencial, y eso es que hemos perdido mucho.
La democracia de la muerte es otro de los capítulos del libro y resulta un título que puede ser también una crítica a la violencia política de Colombia...
Uno de los personajes, Alonso Amador, dice para intimidar a sus secuaces que lo más democrático que hay es la muerte. Y él la trajo al cañón. Y lo que yo pienso es que la democracia ha sido un instrumento para demostrar lo que no es. Un ejemplo muy clásico es que se le hace una moción de censura a Diego Molano, ministro de defensa, y dígame usted qué le pasa al que tiene hoy algo así: entra culpable y sale fortalecido. Es eso. Esa es la democracia de la muerte, es utilizar esa forma de gobierno con otros fines: partidistas o criminales. Hemos rebajado la democracia y la hemos ideologizado.
¿Qué opina usted del perdón cuando justamente el daño no ha sido reparado. Es decir, cómo hablar de perdón e institucionalizarlo cuando hay tantos casos de víctimas que no han encontrado a sus seres queridos?
El problema en el país es que los huesos no importan. Se están viendo como reliquias que tienen que permanecer sepultadas. y se ha ideologizado la verdad y la búsqueda de esas reliquias. Esto es una falacia que no contribuye a esa búsqueda. La reconciliación se va a dar cuando nosotros sepamos y seamos conscientes de lo perdido, y la única manera es cuando valoricemos los restos como evidencias que nos van a llevar a identificar una persona, a darle a la familia la certeza de la muerte de esa persona y luego viene el reto de volver eso un caso, de encontrar a los asesinos. Es como si no quisiéramos enfrentar ese camino.
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