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“Fuera de sí” se relaciona con el archivo y con aspectos como la construcción de identidad. ¿Cuál cree que es el papel de los medios con respecto a estos temas?
Pienso que existen muchos agentes que ayudan en la fabricación de una identidad nacional, y los medios de archivos son los que más contribuyen a ese fin (por eso me gustan tanto). Cuando pensamos que nuestra identidad es una arepa de huevo o la camiseta de Colombia es porque ha habido toda una elaboración de publicidad, de prensa y noticieros para que ellos puedan vender su producto, entonces agarran un grupo poblacional, pero al mismo tiempo van generando, sin quererlo, una identidad nacional. El Estado-nación también como aparato estatal hace esas negociaciones y va elaborando ciertos lugares que le interesan, porque de alguna manera agrupa, genera familiaridad entre nosotros a partir de elementos comunes, por ejemplo, la bandera y el escudo, pero hay otros que son más invisibles y nos van organizando como país y nación, pero al tiempo que hace eso nos va obligando a seguir esos mismos imaginarios, y es ahí cuando empiezan los problemas. Lo que siento con las marchas y con lo que empezó a suceder hace dos o tres años es que precisamente había un aparato de Estado muy cerrado que no quería escuchar a esos jóvenes, pero eso debe ser negociable siempre, porque si no empieza a haber actos como la sublevación o los levantamientos.
En la actualidad, ¿qué imaginarios considera que están cerrados en Colombia?
Creo que es complejo decir cuáles, pero sí siento que hay imaginarios dados, por ejemplo, por lugares religiosos; hay un imaginario que nos aborda y que está trasladado desde la religión y que luego la política lo condensa: la idea de obtener siempre las ganancias a partir del trabajo, el esfuerzo y el sacrificio. Entonces, se nos imprime esta idea de que todo debe ser sacrificado y uno empieza a cuestionarse valores como la felicidad alrededor del trabajo (si efectivamente debo sacrificarme por un trabajo o debo ser feliz en el trabajo). Rancière (un filósofo francés que me fascina) afirma unas cosas súper interesantes alrededor de cómo se trasladan esos imaginarios y por qué nosotros tenemos esas imposiciones, y lo que pasa es que tenemos una doble consecuencia: somos policías y al mismo tiempo subversivos ante eso. Hay una época de la vida en que somos subversivos, pero luego somos policías, porque les decimos a las personas cómo comportarse o cómo debe ser la vida (a veces somos malos consejeros). Esos imaginarios se van trasladando a partir de nuestro propio lenguaje y vocabulario. Nosotros debemos aprender a ejercer unos mecanismos políticos en donde como ciudadanos dejemos abiertas las cosas, es decir, que no haya cosas cerradas, una única forma o lugar en los que deba funcionar la vida.
Es entender que nada es estático y que todo es propenso a futuras interpretaciones…
Sí, lo que pasa es somos muy dados a una cosa que en ciencia se llama entropía y tiene relación con el cáncer: hoy en día se estudia mucho y se revisa que son células que no quieren responder, que se cierran con sus vínculos con el afuera (ya no entra ni sale información), pero las células no están muertas del todo, simplemente no generan intercambios. Yo siento que esto también nos pasa con los archivos: son entrópicos, y si no fluye no tiene relación con el afuera y lo que está pasando ahí, pues se empieza a enfermar, entonces el archivo es como un cáncer o una enfermedad.
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¿Cómo surgió ese interés suyo por el archivo?
Cuando era pequeño me gustaba mucho guardar cosas en baúles, en archivos. Tengo un escritorio grande con varios cajones, entonces me di cuenta de que me gusta guardar y desempacar lo guardado, revisar lo que está ahí (puede que sea esa una de las razones de mi interés por el archivo). También, hace unos diez años tuve una relación con la muerte de un amigo y empecé a indagar qué significaba esa muerte con relación a lo que nos deja el otro en mí (no sé cuántas veces nos ha sucedido que, cuando una persona muere, empezamos a calcar ciertas actitudes de ella). Entonces uno comienza a descubrir que somos personas hechas a partir de los demás: uno no existe como un individuo, sino que siempre tenemos una parte del otro. Cuando una persona falta lo que me está faltando es ese pedazo que me complementa, que no tengo (me toca sacar ese pedazo porque ya no hace parte de mí). El dolor del duelo parece tiene que ver mucho con la imagen que tenía del otro, no el otro como cuerpo, sino como afecto, los cariños que me daba, los diálogos y las esperanzas que ponía en él (esa cosa que yo hice del otro y que ahora hace parte de mí, pero como ya no la tengo, empieza a aparecer el duelo, la falta). Es decir, somos unos archivos ambulantes incluso de las personas con las que condensamos. Entonces, cuando se muere mi amigo, yo comienzo a elaborar esa idea de la falta, pero también empecé a hacer archivos con papel carbón (me parece interesante porque ahí queda la huella, la memoria de algo calcado).
Al final el archivo da cuenta de quiénes somos…
Sí, esa es la pulsión, siempre estamos haciéndonos mundo. Hay una relación, creo que filosófica, que dice que existe el mundo del afuera: el que no está nombrado, pero todo lo que sí lo está empieza a cobrar valor para nosotros como horizonte de sentido (digo silla o zapato, porque son elementos que comienzo a nombrar en mi mente, son mis propios archivos). Sin embargo, esos archivos pueden ser arbitrarios, porque en otro lugar del mundo, en otra comunidad o sociedad pueden ser nombrados de otra manera y tener otros atributos. Cien años de soledad arranca por ahí: por el problema de cómo se nombraban las cosas, y Borges hablaba mucho de que uno debería proponer diferentes maneras de nombrar lo mismo para volver a hacer mundo, porque se vuelve aburrido cuando ya todo tiene el mismo nombre, entonces toca renombrar las cosas.
Como una especie de engaño al cerebro…
Sí, también. Como el mundo no tiene sentido, volverlo una excusa es convertirlo en un orden nuevo (es lindo volver a pensar las palabras). Martin Heidegger, un filósofo que he seguido mucho, dice que en el momento en que las cosas dejan de ser comunes y las redescubro, empiezan, por fin, a aparecer como una existencia porque nos olvidamos de que las cosas están ahí, suena banal o tonto, pero sucede.
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Lo mismo pasa con las personas…
Sí, las damos por hecho, damos por hecho que todo está ahí, pero qué pasaría si nos cuestionáramos que esas cosas no estuvieran. Ese es el problema del duelo: cuando esa persona falta, por fin extraño algo del mundo (me cambia mi horizonte de sentido), entonces uno debería hacer duelo incluso con las cosas porque se pierden, y si vuelven a aparecer, dan sentido de nuevo al mundo, reelaboro otro orden del mundo. Por eso el archivo es tan importante, porque es la manera en que hago duelos y reelaboro esos duelos para volver a reconfigurar la realidad de otra manera. Nuestros papás, en ocasiones, creen que “el mundo ya venía así”, pero en realidad así nos lo inventamos un día al igual que las maneras en que hacemos las cosas y las ordenamos. A veces uno piensa que un archivo es legítimo, verdadero, cuando proviene de un juez, de un problema del Estado, y que nuestras vidas no lo son porque no las juzgamos como un archivo. Para mí siempre ese detalle del archivo ha sido interesante más como el lugar en donde nosotros nos hacemos mundo, nos reconfiguramos como mundo (el archivo es un mundo que nosotros configuramos).
Lo que decía me hace pensar en que a veces creemos que hay cosas que tienen mayor peso que otras y por eso son más creíbles para nosotros…
Total. Pero el archivo es arbitrario (todos hacemos archivo y los volvemos arbitrarios). En el Estado aparecen ciertos lugares de autoridad que uno debería definir y redefinir si son necesariamente acuerdos comunes o son imposiciones de un grupo. A veces, nosotros decimos que hay que luchar contra el Estado (como si fuera un enemigo), pero lo que hay que hacer es usarlo, utilizarlo. Eso es algo que hemos discutido mucho con los jóvenes que estuvieron en las marchas: ¿será que el Estado es un aparato con el que debemos luchar o nosotros mismos somos el Estado y no nos hemos empoderados, no hemos hecho que nos responda a lo que queremos? Una relación curiosa con los acostumbramientos es cuando decimos: “Uno vota por el Congreso y resulta que nunca hace las cosas que debe hacer”, pero luego uno se acuerda de los órdenes políticos y se da cuenta que el Congreso fue hecho a partir de la idea de la representación (es decir, son representantes de mis ideas). La gran magia del Estado es que nos ha hecho alejarnos de la idea del Estado mismo, como si fuera una máquina, un ente por fuera de nosotros, pero resulta que todos somos el Estado.
Hablemos un poco sobre la Amarquía, un concepto que fue clave durante un taller que realizó con algunos jóvenes que estuvieron participando en las recientes marchas en Colombia…
La anarquía está muy ligada con el amor (siempre los actos amorosos son los que más generan actos de anarquía). Hay una película muy linda con un lugar donde hay presos, ellos necesitan empezar a generar unas agencias propias dentro de la cárcel, pero se sienten muy vigilados por los oficiales y no saben cómo subvertir el orden de estas personas. Entonces, entre los mismos chicos presos se empiezan a abrazar, a besar y eso genera desórdenes mentales en los policías porque no están acostumbrados a ver hombres besándose, así que todo eso desbarata el orden policial que hay dentro de la cárcel. Entonces, lo que descubrimos es que, efectivamente, el orden del cuerpo como un lugar amoroso subvierte cualquier orden (pasó en las marchas cuando había danzas, expresiones culturales, máscara, todo eso “fregaba” muchísimo a los policías porque les daña el orden de lo que creen que deben atacar (el orden policial siempre ataca con violencia y cree que va a haber un acto violento). El acto anárquico por excelencia es el amoroso (estrategias de amor). Entonces lo que nosotros convocábamos con estos chicos era un acto amoroso (un acto de rebeldía, pero desde el amor).
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¿Por qué cree que a veces lo anárquico es satanizado por la sociedad?
Porque no se comprende. Pienso que la anarquía ha sido vista como subversiones ante el poder y a él le da mucho miedo, pero la anarquía bien entendida es la manera de ordenar los archivos comunes. En un país como este que tiene una tradición tan colonial, con unos gobernantes tan de vieja data, pues ellos no quieren perder privilegios. La mejor manera de desestabilizar la lucha de los jóvenes es decir que las anarquías son peligrosas, pero no creo que en realidad sea así. Quizá sí hay satanización, pero creo que debe ser por el miedo.
¿Por qué piensa que nos cuesta la emancipación? (No tener a alguien que nos diga qué hacer y cómo debemos comportarnos).
Eso tiene mucho que ver con la forma de educación: a nosotros se nos educa poco en la manera política de ser. En el colegio nos dicen las maneras en qué debemos aprender, pero no el concepto crítico de las cosas que tenemos (nosotros deberíamos ser personas profundamente críticas con todo, con las maneras en que nos están diciendo que debe ser un comportamiento o no). Cuando uno habla de anarquía, curiosamente, no quiere decir que todo deba ser desorganizado, sino que creemos nuevos órdenes. Un filósofo europeo dice que “una parte nuestra quiere dejar que otros ordenen por nosotros, que alguien siempre decida por mí”. Si nosotros fuéramos políticamente educados estaríamos pendiente de esos órdenes: siempre estaríamos en las reuniones comunales, hablando con nuestros vecinos, pero eso es parte de lo que la capitalización hace: individualizarnos, cerrarnos, meternos en nuestros núcleos familiares, así que, si la calle está rota o están pasando cosas afuera, no me importa porque debe haber un poder afuera que me solucione los problemas.