Eduardo Escobar: un santo a su manera
El 18 de marzo, falleció el escritor y poeta Eduardo Escobar por cáncer de pulmón. Sus ideas y letras no solo fortalecieron el nadaísmo, sino que se convirtieron en su forma de perdurar en el tiempo.
Samuel Sosa Velandia
Eduardo Escobar quiso ser santo, pero fue todo lo opuesto. Más bien se convirtió en un “prófugo del Divino Salvador”, como lo llamó Gonzalo Arango, su amigo, colega y casi que su figura paterna, aunque Arango prefirió darle el título del “nieto”, pues era el más pequeño, tenía apenas catorce cuando se encontró con ese grupo de jóvenes antioqueños que no creían en nada más que en la traición a la tradición. Y aunque fueron señalados de rebeldes sin causa, tenían conciencia de que su defensa era por su condición de humanos, por el placer que les representaba ocupar un cuerpo y habitar una tierra.
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Eduardo Escobar quiso ser santo, pero fue todo lo opuesto. Más bien se convirtió en un “prófugo del Divino Salvador”, como lo llamó Gonzalo Arango, su amigo, colega y casi que su figura paterna, aunque Arango prefirió darle el título del “nieto”, pues era el más pequeño, tenía apenas catorce cuando se encontró con ese grupo de jóvenes antioqueños que no creían en nada más que en la traición a la tradición. Y aunque fueron señalados de rebeldes sin causa, tenían conciencia de que su defensa era por su condición de humanos, por el placer que les representaba ocupar un cuerpo y habitar una tierra.
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Escobar era solo un niño cuando entendió eso. Cuando se dio cuenta de que debía desarraigarse de sus orígenes y creencias. Que ese deseo de ser sacerdote, como su tío, quien no solo lo acercó a Dios, sino también a los libros, no era tan fuerte como esa ansiedad por ser dueño de sí mismo, sin sistemas fijos ni dogmas.
Para Alexandra Cabrera, periodista, tarotista y amiga del escritor, todo estaba dicho desde que nació. Era sagitariano y su arcano natal era el Loco, que representa a una persona que vive la vida según sus propias reglas. Este no es un detalle menor, pues Cabrera recuerda que a él le gustaba hablar de este y todos los temas que soportaran una cajetilla de cigarrillos. En su último encuentro, en septiembre de 2023, ella le leyó las cartas. “Su arcano para este año era el Sin Nombre, mal llamado la Muerte. Me acuerdo de que cuando se lo dije nos quedamos mirándonos, sin decir nada, pero luego le manifesté que no significaba que fuera a fallecer, sino que era la representación de una gran transformación”, contó Cabrera a El Espectador.
Sus últimos días los pasó en su casa en San Francisco de Sales. Vivía con un perro, un gato y libros dispersos por todos lados. Entre ellos posiblemente había varios títulos de León de Greiff, quien, para él, era el mejor poeta, y de Emilio Salgari, que logró cautivarlo y enamorarlo de las letras. Aunque ese fue un amor extraño; uno que presentó como tormentoso, contradictorio y, al final, muy humano.
“Yo no me elegí escritor, no hay elección. La escritura fue más bien un destino, un instinto del que acabé preso. Pero no me arrepiento. El servicio del habla me enorgullece en cierto modo, aunque tenga implícito al mismo tiempo tanto sufrimiento, tantas privaciones y tantos esfuerzos... Aquí estamos y aquí seguimos... entre libros, palabras, ideas, desalientos y exultaciones...”, se lee en Insistencia en el error, antología de sus poemas.
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Y tal parece que el amor siempre fue algo que lo desgarró. “Los nadaístas somos a veces tipos muy de malas para el amor. Yo no me quejo, pero lo digo por Eduardo Escobar, un nadaísta encartado con una de las almas más poéticas de mi generación”, escribió Arango en un texto que le dedicó. De hecho, el mismo Escobar le confesó a Alexandra Cabrera que, para él, haber estado con muchas mujeres nunca fue un sinónimo de éxito. Aun así, no dejó de creer en este sentir. Incluso, aseguró que todos los días se enamoraba; aunque nunca convirtió a ninguna mujer en su musa.
En cambio, su obra le sirvió para hacerla su espejo y su sombra. Con ella conversó sobre los asuntos más trascendentales y también los más absurdos de la vida. Siempre lo cuestionó su humanidad. Vivió en un “un estado esquizofrénico-consciente”, como se declara en el Manifiesto nadaísta, en el que repasó la realidad, pero también la misticidad.
“Comparo mi poesía con los cajones de mi papá, el anticuario. Cuando vendía antigüedades, mi padre compraba unos guacales y los llenaba de paja y ahí metía unos platicos de porcelana, unos medallones de bronce, unos relicarios con cadejos de pelos de princesas, unas cartas de algún amor histórico. En el fondo, mi obra puede ser eso, un montón de paja donde alguna persona de buena voluntad, si se decide a escarbar sin prejuicios, y sin miedo a las cucarachas, puede encontrar, de pronto, algo valioso. Algún pequeño tesoro transitorio”, expresó en una entrevista para la Revista Bocas. También sostuvo que los poemas no se conseguían buscando, que los poemas llegaban.
Dice Cabrera que Escobar nunca se sintió viejo. Que, para él, el paso del tiempo era una oportunidad de sumar más experiencias, de acercarse a la vida. Por eso creció, se tatuó, fue a festivales de hip-hop, le encontró sentido al internet y siguió escribiendo.
Algunas de las obras de Eduardo Escobar
Además de ser poeta, Eduardo Escobar fue ensayista y cuentista. Entre sus obras se encuentra un cúmulo de títulos que reflejan su mirada sobre la vida. Algunos de sus libros son Segunda Persona, de 1969, y Del embrión a la embriaguez, que publicó el mismo año. En 1973, lanzó Buenos días noche. También escribió Cantar sin motivo, y Confesión Mínima, esbozo autobiográfico.
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De igual manera, el Instituto de Cultura publicó una Antología Poética con sus poemas. Por su parte, la Universidad de Antioquia lanzó Escribano del agua y las Canciones de Golpe de Suerte, hechas para la obra del grupo Teatro la Candelaria de Bogotá.
Procultura de Bogotá también publicó su esbozo biográfico de Gonzalo Arango para uso escolar y, en 2020, la editorial Sílaba de Medellín lanzó otra antología con sus poemas llamada Insistencia en el error, que incluye una selección de treinta poemas precedidos por unas consideraciones del escritor Juan Felipe Restrepo David.
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