Edvard Munch, gritar con pintura
El pintor noruego, fallecido el 23 de enero de 1944, se considera uno de los predecesores del expresionismo. Su estilo y temas rompieron con el canon estético de los impresionistas y del naturalismo que reinaba en Europa.
Andrea Jaramillo Caro
Entre tonos naranjas y azules que dan una sensación de desasosiego, una figura misteriosa grita sobre un puente. En el cuadro no hay más, pero con esto basta para entender que se trata de la obra más reconocida de Edvard Munch, “El grito”. Pintada en 1893, esta obra, conocida como símbolo de angustia y ansiedad, representa la confusión interna del artista. El protagonista de esta pieza parece estar gritando, pero para unos, como el curador James Payne, el hombre de la imagen está cubriendo sus oídos para bloquear su grito.
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Entre tonos naranjas y azules que dan una sensación de desasosiego, una figura misteriosa grita sobre un puente. En el cuadro no hay más, pero con esto basta para entender que se trata de la obra más reconocida de Edvard Munch, “El grito”. Pintada en 1893, esta obra, conocida como símbolo de angustia y ansiedad, representa la confusión interna del artista. El protagonista de esta pieza parece estar gritando, pero para unos, como el curador James Payne, el hombre de la imagen está cubriendo sus oídos para bloquear su grito.
“Su pintura de una criatura asexuada y retorcida, con la boca y los ojos muy abiertos en un grito de horror, recreaba una visión que se había apoderado de él mientras caminaba una tarde de su juventud con dos amigos al atardecer. Como lo describió más tarde, ‘el aire se convirtió en sangre’ y los ‘rostros de mis camaradas se volvieron de un llamativo color blanco amarillento’. Vibrando en sus oídos escuchó ‘un enorme grito interminable que recorría la naturaleza’”, es la forma en la que Arthur Lubow describió la obra en un artículo para Smithsonian Magazine.
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Munch dijo en uno de sus textos: “Del mismo modo que Leonardo da Vinci había estudiado la anatomía humana y diseccionado cuerpos, yo intento diseccionar almas”. Su intento por llegar hasta lo más profundo del ser humano tiene sus raíces en las experiencias que marcaron su vida desde la infancia y el contexto en el que creció.
Cuando el pintor nació, en 1863, Europa atravesaba grandes cambios, no solo a nivel económico, sino también social. Mientras esto sucedía, la vida de Munch comenzó a verse marcada por la muerte y los problemas de salud mental que su padre y abuelo enfrentaban. En 1868, cuando tenía cinco años, su madre y hermana sucumbieron ante la tuberculosis. Su padre, que luchaba contra la depresión, quedó a cargo del futuro pintor y sus tres hermanos. “Su padre los crio con miedos a problemas profundamente arraigados, razón por la cual el trabajo de Edvard Munch adoptó un tono más profundo y por la que se sabía que el artista tenía tantas emociones reprimidas a medida que creció”, se lee en la página dedicada al artista.
Antes de tomar la decisión de convertirse en pintor, elección por la que ya se habían decantado personajes como Van Gogh y Monet, Munch vio en el arte y los dibujos una forma de hacer frente a las propias enfermedades que lo aquejaron. Sin embargo, cuando llegó el momento de comunicar su elección de vida, recibió una negativa, pues las creencias de su padre dictaban que esta era una carrera profana.
A pesar de esto, se dedicó a la pintura. Con 21 años se unió al círculo bohemio de Christiania, ciudad ahora conocida como Oslo, donde abandonó sus lazos con el realismo y naturalismo para adoptar las pinceladas de su alma. Pinceladas que más tarde se convertieron en su legado.
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De acuerdo con Payne, Munch fue alentado por el líder del grupo bohemio, Hans Jaeger, para alejarse de los principios burgueses, la religión y los cánones tradicionales, con el propósito de favorecer las emociones y dejarse llevar por ellas.
A los 22 años, en 1865, pintó “La niña enferma”, inspirada en el lecho de muerte de su hermana, un tema que se repetiría múltiples veces en su obra. Aquella pintura temprana causó indignación entre la élite noruega, pues rechazaron las pinceladas y rayones emocionales que el artista vertió sobre su obra.
Mientras que en su país lo rechazaron, encontró que en París su estilo fue más aceptado. Aunque negó tener influencias, el noruego tomó inspiración de pinturas que vio en la capital francesa. Sus autores fueron Monet, Manet, Van Gogh, Cezanne y Gaugin. Las obras de los impresionistas y posimpresionistas abrieron los ojos del pintor “al uso de la forma y el color”, como lo mencionó Payne en un video sobre Munch.
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Su tiempo en París, donde estudió durante tres años, lo cargó de herramientas que adaptó a su propio ser. De esta manera surgió un estilo personal y expresivo con el que se acercó a sus materiales y temáticas. Payne le llamó “melancolía nórdica” y esta pudo haber sido aumentada por la soledad y el alcoholismo que sufrió.
Nunca llegó a contraer matrimonio y en vida llamó a sus pinturas “sus hijos”: detestaba estar separado de ellas, según escribió Lubow. Tanto fue su apego a sus retablos y papeles que, al momento de su muerte, a los 80 años, la policía descubrió en su casa 1,008 pinturas, 4443 dibujos y 15391 grabados, entre otras obras. “Mi miedo a la vida me es necesario, al igual que mi enfermedad”, escribió una vez. “Sin ansiedad ni enfermedad, soy un barco sin timón... Mis sufrimientos son parte de mí y de mi arte. Son indistinguibles de mí, y su destrucción destruiría mi arte”.