Homenaje a Marte (El cajón de santaora)
“Todos somos extraterrestres”, afirmó alguna vez Edy Martínez imaginando la música de Marte. Presentamos en esta nueva sección, “El cajón de santaora”, de Julia Díaz Santa, un texto sobre su recorrido y la relación de su música con la idea que tiene del cosmos.
Julia Díaz Santa
John Graas fue uno de los primeros extraterrestres que Manuel Eduardo conoció en su vida. El padre desenfundó el disco y la aguja se deslizó sobre los aros brillantes de ese oscuro sistema solar.
Las ondas tomaron el rumbo del french horn jazz y viajaron no sé cuántos kilómetros. Con los ojos cerrados, junto a su hermano en la sala de su casa en San Juan de Pasto, Manuel Eduardo giró como en un platillo volador. Tenía siete años y esa música le pareció muy rara. Pero muy linda.
Su padre había llegado de una gira por Panamá con el disco debajo del brazo, casi recién salido del horno. Al ver los rostros de los niños, mientras escuchaban los sonidos, Martínez Polit decidió convertirse en el maestro de música y percusión de sus hijos. Por otra parte, Rosa Bastidas, que era la concertista de bandola conocida como Rosita del Silencio, fue la madre maestra de armonía.
Le sugerimos: Historia de la literatura: “Crimen y castigo”, Fiódor M. Dostoievski
Una década después, Manuel Eduardo tuvo un sueño. Se encontraba en un lugar desde donde veía una línea del horizonte, era un espacio inundado por tonos rojizos y amarillos. La música de Bela Bartok era el fondo musical de la escena. De repente, volteó a su derecha y vio la nave espacial. Al lado del artefacto, un ser con una túnica color carmelita le dijo que eso que estaba escuchando era la música de ese planeta.
Manuel Eduardo, para ese entonces, ya tocaba con la orquesta de su padre (fue primero el conguero, luego el baterista y finalmente el pianista), y ya era conocido con su nombre artístico: Edy Martínez. “Todos somos extraterrestres”, pensó al despertar, y se guardó para él esta idea y todos los mensajes que iba recibiendo de la universidad del cosmos, como llamó al maestro Bartok. No quería que pensaran que estaba loco.
El disco de esa figura imprescindible en la música contemporánea, se lo había regalado Hernando Becerra. El mismo que le ofreció irse a Estados Unidos a finales de los cincuenta, en donde Edy Martínez conoció y tocó por décadas con otros destacados marcianos. Ningún otro colombiano ha colaborado con tantos y tan importantes intérpretes de la historia de la música latina: Gato Barbieri, Tito Puente, Mongo Santamaría y Ray Barretto, fueron algunos de sus colegas musicales.
Le puede interesar: Cuidar libros en el infierno, una misión de valientes
Con Barreto grabó The Other Road, uno de los discos más importantes dentro de la carrera del puertorriqueño. Catalogado a su vez como un disco de culto, pues marca la intersección donde se encuentran los dos senderos musicales de Barreto, su primer disco de jazz latino, en los años setenta, en pleno apogeo de la salsa en el mundo.
Más de cincuenta años después de aquel sueño sideral, el maestro Edy Martínez volvió a Colombia. Convocado por la Universidad de Nariño, se convirtió en docente del programa en el año 2014 y obtuvo el título de Doctor Honoris Causa en música en 2015. Fue por ese entonces cuando quiso contar su visión astronómica musical y compuso finalmente el Homenaje a Marte. En sus propias palabras, la pieza es música libre, con un concepto armónico sin gravedad, que vuelve sobre los sueños y está enriquecida por todas las culturas que lo han influenciado. “Eso no lo entiende todo el mundo”, reitera.
Hace poco, los medios publicaron imágenes inéditas de Marte, parte del proyecto Curiosity de la Nasa. El planeta rojo luce tal como lo vio Edy Martínez en el sueño que tuvo esa vez. Para él, esto no es sobrenatural, es algo tangible.
Le sugerimos: Pablo Montoya: ‘Todo proceso de escritura es ambivalente’ (II)
Ahora que vuelvo a soñar su montuno en la versión original del Sofrito de Mongo Santamaría, recuerdo algunas palabras de Robert Shumman. Creo que fue él quien dijo que la música es el lenguaje que permite comunicarse con el más allá. Edy Martínez piensa en galaxias mientras todos repetimos una frase que ya es cotidiana: la música es el verdadero lenguaje universal.
John Graas fue uno de los primeros extraterrestres que Manuel Eduardo conoció en su vida. El padre desenfundó el disco y la aguja se deslizó sobre los aros brillantes de ese oscuro sistema solar.
Las ondas tomaron el rumbo del french horn jazz y viajaron no sé cuántos kilómetros. Con los ojos cerrados, junto a su hermano en la sala de su casa en San Juan de Pasto, Manuel Eduardo giró como en un platillo volador. Tenía siete años y esa música le pareció muy rara. Pero muy linda.
Su padre había llegado de una gira por Panamá con el disco debajo del brazo, casi recién salido del horno. Al ver los rostros de los niños, mientras escuchaban los sonidos, Martínez Polit decidió convertirse en el maestro de música y percusión de sus hijos. Por otra parte, Rosa Bastidas, que era la concertista de bandola conocida como Rosita del Silencio, fue la madre maestra de armonía.
Le sugerimos: Historia de la literatura: “Crimen y castigo”, Fiódor M. Dostoievski
Una década después, Manuel Eduardo tuvo un sueño. Se encontraba en un lugar desde donde veía una línea del horizonte, era un espacio inundado por tonos rojizos y amarillos. La música de Bela Bartok era el fondo musical de la escena. De repente, volteó a su derecha y vio la nave espacial. Al lado del artefacto, un ser con una túnica color carmelita le dijo que eso que estaba escuchando era la música de ese planeta.
Manuel Eduardo, para ese entonces, ya tocaba con la orquesta de su padre (fue primero el conguero, luego el baterista y finalmente el pianista), y ya era conocido con su nombre artístico: Edy Martínez. “Todos somos extraterrestres”, pensó al despertar, y se guardó para él esta idea y todos los mensajes que iba recibiendo de la universidad del cosmos, como llamó al maestro Bartok. No quería que pensaran que estaba loco.
El disco de esa figura imprescindible en la música contemporánea, se lo había regalado Hernando Becerra. El mismo que le ofreció irse a Estados Unidos a finales de los cincuenta, en donde Edy Martínez conoció y tocó por décadas con otros destacados marcianos. Ningún otro colombiano ha colaborado con tantos y tan importantes intérpretes de la historia de la música latina: Gato Barbieri, Tito Puente, Mongo Santamaría y Ray Barretto, fueron algunos de sus colegas musicales.
Le puede interesar: Cuidar libros en el infierno, una misión de valientes
Con Barreto grabó The Other Road, uno de los discos más importantes dentro de la carrera del puertorriqueño. Catalogado a su vez como un disco de culto, pues marca la intersección donde se encuentran los dos senderos musicales de Barreto, su primer disco de jazz latino, en los años setenta, en pleno apogeo de la salsa en el mundo.
Más de cincuenta años después de aquel sueño sideral, el maestro Edy Martínez volvió a Colombia. Convocado por la Universidad de Nariño, se convirtió en docente del programa en el año 2014 y obtuvo el título de Doctor Honoris Causa en música en 2015. Fue por ese entonces cuando quiso contar su visión astronómica musical y compuso finalmente el Homenaje a Marte. En sus propias palabras, la pieza es música libre, con un concepto armónico sin gravedad, que vuelve sobre los sueños y está enriquecida por todas las culturas que lo han influenciado. “Eso no lo entiende todo el mundo”, reitera.
Hace poco, los medios publicaron imágenes inéditas de Marte, parte del proyecto Curiosity de la Nasa. El planeta rojo luce tal como lo vio Edy Martínez en el sueño que tuvo esa vez. Para él, esto no es sobrenatural, es algo tangible.
Le sugerimos: Pablo Montoya: ‘Todo proceso de escritura es ambivalente’ (II)
Ahora que vuelvo a soñar su montuno en la versión original del Sofrito de Mongo Santamaría, recuerdo algunas palabras de Robert Shumman. Creo que fue él quien dijo que la música es el lenguaje que permite comunicarse con el más allá. Edy Martínez piensa en galaxias mientras todos repetimos una frase que ya es cotidiana: la música es el verdadero lenguaje universal.