“Valoro la quietud: vegetar es una forma superior de estar en el mundo”
Nueva entrega de la serie “Fuera del papel” (entrevistas con autores a partir de los personajes de sus obras). Efrén Giraldo, autor de “Caminos del moriche: cuaderno vegetal de La Vorágine”, decidió convertir a la flora, que inspiró la obra de José Eustasio Rivera, en su personaje principal.
Samuel Sosa Velandia
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“La Vorágine, de José Eustasio Rivera, intentó abandonar el especismo y conceder a las plantas un papel privilegiado en la historia humana, esa misma que prefigura una inminente destrucción, pero también un esbozo de ruta enseñado por el movimiento de las plantas”, se lee en la advertencia que escribió Efrén Giraldo en la primera página de su última obra.
Bajo el sello de Luna Libros, el autor paisa presentó en la edición 36 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá la obra “Caminos del moriche: cuaderno vegetal de La Vorágine”, un relato que secunda la obra de José Eustasio Rivera en su propósito de reconocer que la vida y el territorio no solo están en lo humano, sino que el respiro, el sentir y el raciocinio están en todo lugar. Y quizá por eso sus letras podrían percibirse como una contraposición al paradigma antropocentrista que nos gobierna.
¿Cómo fue el encuentro con las plantas?
Me metí por completo en este mundo de las plantas en pandemia, que fue cuando escribí mi anterior libro. En ese momento empecé a ver que me interesaba explorar la relación de mi familia con ellas, específicamente de las mujeres. Si bien los hombres también la tenían, era algo más utilitario, mientras que para mi mamá, mis abuelas o mis tías sí era algo ornamental. Aunque nací y crecí en Medellín, tenía la posibilidad fluctuante de estar en el campo y compartir. En ese ir y venir me di cuenta de que me interesaban también desde un punto de vista académico y filosófico. Así todo se empezó a encauzar y ya llevo cuatro años entregado al mundo vegetal.
¿Cómo se despojó de esa mirada antropológica y especista para ver a las plantas como protagonistas no solo de su obra, sino del mundo que habita?
Podría dar una respuesta académica y decir que hay un agotamiento del paradigma humanista y que lo no humano aparece como una alternativa que transforma la mirada hacia las cosas, y puede que sea así, pero creo que para los que hemos tenido relación con el mundo vegetal de manera permanente o con cierta intensidad todo se da de forma natural. Cuando miras una planta y creas una conexión con ella, te das cuenta de que es algo especial, porque encarnan una alteridad y una otredad muy particular. A pesar de que los animales no hablan, sí cantan o aúllan y comparten una serie de características más evidentes con los humanos, a diferencia de las plantas, que son silenciosas e inmóviles; no obstante, son muy fuertes porque resisten y tienen la capacidad de adaptarse a los cambios. Esa perplejidad y extrañeza genera sorpresa en nosotros y es desde ahí, desde el asombro, que se da esa interacción.
En el cuaderno vegetal señaló que si la vida humana estuviera dada al tiempo de las plantas todo sería diferente. ¿Cuál es esa temporalidad?
La temporalidad de las plantas no es productiva, tal y como lo dicta el capitalismo avanzando. Por eso es raro decir que hay riqueza natural o vegetal, porque es un paradigma de extracción y explotación. Lo vegetal tiene su propia temporalidad y relación con lo existente, incluso, cada especie tiene su manera de vivir en el tiempo y el espacio, y eso es lo que me gusta de “La Vorágine”, que el hombre tiene que aprender a comportarse y a vivir en el mundo de una manera más parecida a las plantas, como nos está pasando ahora. Las crisis migratorias, ambientales y políticas nos han hecho pensar en ellas como un modelo existencial y de interacción, porque nos hemos dado cuenta de que son generosas y en su esencia está dar al otro, a diferencia de nosotros. Además, tienen la capacidad para mejorar y reparar el lugar en donde están, lo cual tiene una relevancia en términos de cómo se entiende la vida. Ahí puede estar el camino del moriche, que mencionó Rivera en su novela.
Las descripciones que expone sobre las plantas son detalladas, tanto que logró compararlas y equiparlas con sentimientos o estados de ánimo humanos. ¿Cómo lo consiguió? ¿Fue un juego con la imaginación o eso que cuenta está comprobado?
Mi editora se burla diciendo que ese diario debe contener mentiras y que no se escribieron en la fecha que ocurrieron. Si bien este es un libro de no ficción, una crítica literaria y también un relato sobre mi vida, hay un componente de invención. Sin embargo, sí leí muy detalladamente la obra de Rivera, y en ese proceso entendí que debía combinar la lectura con la acción: la jardinería y el cultivo. Finalmente, leer y hacer un libro se parece mucho a cosechar y a espigar, pues se trata de extraer algo sin dañar el lugar en el que está. Entonces, fueron procesos sucesivos, mientras estaba escribiendo y leyendo, estaba haciendo un experimento con mis hijos sobre la germinación de las asclepias para homenajear el comienzo del libro. El método, por llamarlo de alguna manera, fue anotar lo que leía, pero también registrar eso que estaba pasando en el mundo de afuera, en el que justamente ocurría de lo que nos habla “La Vóragine”: la guerra, la destrucción del hombre por el hombre y las heridas al mundo vegetal para también abrir una en la vida humana.
¿Cómo son las asclepias? ¿Le recuerdan a alguien que sea parte de su vida?
Las asclepias curassavica, que fueron las que sembramos, son plantas que estimulan la llegada de varios tipos de polinizadores, por eso creo que representan la hospitalidad. Si bien el libro explora la idea de que todo camino tiene que ser vegetal, porque las plantas abren esa posibilidad, en este caso, tenemos a unas hospederas, es decir, que son seres que reciben y ofrecen un hogar a insectos en migración y que permiten que allí se geste más vida. Ahora me recuerdan a mis hijos, en especial al mayor, que tiene una apropiación ficcional de muchas cosas, por su edad, y las plantas no son ajenas a eso. Cuando las sembramos me preguntaba un montón de cosas que también me ponían a imaginar.
Para escribir este cuaderno vegetal usted tuvo que releer “La Vorágine”, luego de varios años desde la última vez. ¿Qué encontró de nuevo, no en la obra, sino en usted?
Hay una ventaja entre muchas desventajas que trae envejecer y es que, aunque la opción de la relectura siempre está, la posibilidad de tener un espacio entre una lectura y otra es un privilegio de la gente que está envejeciendo. Me pareció una gran oportunidad leer La vorágine luego de dos anteriores veces. Una fue en el colegio, de la cual no tengo ningún mal recuerdo, a diferencia de la segunda ocasión, que fue cuando estaba en la universidad y, seguramente, como yo había cambiado para mal, mi lectura fue muy prepotente y tuve la sensación de que era una novela no tan bien hecha, por lo que tener ese tercer encuentro fue muy especial. No solo porque me gustó mucho, sino porque me permitió juzgar a mi yo de 20 años, pretencioso y que creía saber qué era la buena literatura. Como dice Borges: los únicos libros que uno elige son los que relee, y en esta ocasión fue un deleite ir escribiendo lo que iba redescubriendo y dejarme llevar por el asombro frente a eso que ya había visto, pero que parecía nuevo.
En el libro planteó ocho tesis vegetales para escribir, en una de ellas señaló que “vegetar es una forma superior de la existencia”. ¿A qué se refiere con eso?
En 2019 escribí un libro sobre la pereza, inspirado en Marcel Duchamp, y empecé a preguntarme por el estado vegetativo. Incluso, en mi libro anterior, hablé de una prima que tuvo parálisis, y recordar eso me llevó a preguntarme si valía la pena hacer y producir tantas cosas. A pesar de que a mí me gusta trabajar, no me gusta la idea que tenemos sobre los oficios en el mundo académico y cultural. Además, cuando uno valora lo que hace una planta, se da cuenta de que estaba equivocado al decir que son inferiores por su falta de movimiento, acción o productividad. En realidad, ellas son agresivas y activas, hacen muchas cosas, pero no bajo nuestro modelo, porque su trabajo es bajo tierra y a distancia. Por tanto, la quietud es una cosa que valoro mucho y creo que vegetar es una forma superior de estar en el mundo y se me hace maravilloso que se pueda rebatir la idea de que “ser como un vegetal” sea un insulto y que no replanteemos la incapacidad de estar quietos.
Su respuesta me hace pensar en que el postulado también habla de que les ha aprendido a las plantas sobre el trabajo silencioso y no pretencioso. ¿Es correcto?
No podemos olvidar que vivimos en la época de la economía de la tensión, de la lucha por la visibilidad y la tiranía de estar en todo lugar. Durante este proceso me pregunté si en vez de estar haciendo este libro en mi casa y con unos niños que cuidar, mejor me dedicaba a hacer unas publicaciones de Instagram o un hilo de X en el que contará lo que iba leyendo. Pero no, la decisión fue escribir mi cuaderno vegetal e intentar hacerlo en silencio, porque recordé que las cosas florecen sin ruido, a oscuras o después de la negrura, como dijo Mallarmé. En ese florecimiento, que se alimentó de lo que hay sepultado, hay mucho que aprender. Aunque esto no es un intento por imitar a las plantas, porque jamás vamos a poder ser como ellas, tenemos es que verlas como una alteridad compañera.
¿Y qué es lo que más anhela tener de esa otredad?
Si me pongo a imaginar eso, ahí tengo que detenerme a leer a Rivera y a esos poetas modernistas, porque no sé cuáles son los abismos existenciales que puede tener una planta, pues de lejos parecen estar muy tranquilas y no sufrir, pero no lo sé. Pero me las voy a dar de altruista y diría que me gusta su capacidad de entrega al lugar en donde están. Eso es sumamente envidiable, pues tratar de que el lugar donde está nuestra temporalidad quede mejor es algo increíble. Ojalá pudiera ser tan resiliente y resistente como una planta que, a pesar de las circunstancias, permanece, y eso tiene que ver también con una indiferencia que me gusta, porque siguen el lugar y se mueven por otros lados si les toca.
¿El final de las plantas llega con el final de la vida humana?
Cuando escribí Sumario de plantas oficiosas, estaba convencido de que sí, pero luego, leyendo a otra gente, tal vez no, porque quizás en lo que estemos sea como en una suerte de “ensamblaje multiespecie”. Considero que hay unas redes de solidaridad que no conocemos del todo, creo que hay árboles que no solo dependen de nosotros, sino que saben de esa dependencia, entonces si una planta es consciente de ello, podemos esperar no algo tan terrible. Pero no sé, no tengo esa respuesta, aunque me gustaría pensar que no.