Efrén Martínez: “En el mundo hay una visión muy moral de las adicciones”
El doctor en psicología habló sobre cómo su proceso con las drogas y su paso por una clínica de rehabilitación lo llevó a dedicar su vida a la salud mental y a especializarse en las adicciones.
Empezó estudiando ingeniería química, ¿cómo terminó dedicándose a la psicología?
A los 19 años decidí estudiar psicología, después de mi experiencia en un centro de rehabilitación. No podía ser que para atender la depresión, la ansiedad o las drogas estén esos planteles que no tienen en cuenta a la persona. Cuando salí de este centro dije que iba a dedicar mi vida a la salud mental. Esta vez, al comienzo, no conté con el apoyo de mis padres, porque tenían miedo de que volviera a vivir solo y presentara una recaída. Para ese entonces ya llevaba dos años sin consumir. Después decidí especializarme en adicciones, hice un doctorado en psicología y me enfoqué en la línea de pensamiento del psiquiatra Víctor Frankl. También trabajo en hacer la divulgación de estos temas en otros formatos, como los pódcast.
¿Por qué decidió que su principal área de estudio se enfocara en las adicciones?
Las adicciones son un tema circunstancial. Crecí en una época rodeada de mucho consumo de drogas y narcotráfico. Terminó siendo un problema muy grave y consumí entre los 12 y 18 años, que fue cuando decidí estudiar ingeniería química en la Universidad Nacional. Lo hice porque para mí las drogas eran tan buenas, que quería hacer unas que no hicieran daño y buscaba compartir este placer con todo el mundo. Así estaba la locura. Esa experiencia con las drogas me llevó a pensar que mi aporte a la humanidad era el de lograr abrir un programa de tratamiento que fuese distinto a lo tradicional, que estuviese libre de maltratos, libre de gritos, de abusos, y que tuviera una capacidad elevada de profesionales.
¿Qué lo llevó a los 12 años a consumir por primera vez?
Me pasó algo raro. Me dio una enfermedad, me operaron de la columna y me tuvieron que amarrar durante un par de semanas. Luego, por más de un año, estuve enyesado. Esto me llevó a tener una sensación de que uno se puede morir en cualquier momento. Después de esto dije: “Voy a beber, voy a rumbear y a hacer esto y lo otro, porque usted se puede morir en cualquier momento”. Mientras consumía, aparentemente no pasaba nada, y duré así hasta los 18 años. La mayoría de la gente que consume drogas es por curiosidad o por presión social.
¿En qué momento se dio cuenta de ese problema y decidió pedir ayuda?
Decía que ya no me iba a drogar más, pero al día siguiente volvía y recaía. Aunque traté de ir a grupos de apoyo, eso no funcionaba, y en ese momento, cuando quería dejarla, me di cuenta de que realmente era un problema. Un día, caminando por la calle, me encontré con una encuesta con 12 puntos que ayudaba a identificar si tenía un problema. Decía que si tenía cuatro “sí” era porque algo andaba mal. Tuve 12. Me mandaron a una unidad de salud mental en un hospital en el centro, y cuando llegué vi a gente desnuda, con batas azules y no podían casi moverse. No era un espacio apto de ayuda. Eran unas condiciones inhumanas. Logré quedarme 10 meses y me propuse que cuando saliera de ahí iba a abrir una clínica en donde no pasara nada de esto. No podía ser que para salir de las drogas se debía vivir algo peor que las mismas drogas.
Esta experiencia en la clínica lo llevó a escribir su primer libro, que es sobre trastornos de la personalidad. ¿Qué encontró?
Esta clínica venía de un movimiento llamado “antisiquiatría”. Allí, en esos 10 meses que estuve internado, pude hacer un trabajo antropológico. Encontré que mi adicción estaba relacionada con mi personalidad. Además, entendí que para el adicto no era un problema acudir al consumo, a las drogas, a cortarse o a vomitar. Para ellos, esto era la solución. Había una ausencia de soluciones acertadas en el tratamiento de adicciones.
¿Así fue cómo nació en 1997 la Fundación Colectivo Aquí y Ahora?
El colectivo nació porque justamente los sitios que había visitado como paciente no me parecían los adecuados para tratar temas relacionados con salud mental y el país no tenía en ese entonces un centro especializado. Ese fue el objetivo y los resultados terminaron haciendo que hoy, 27 años después, vengan personas de más de 20 países a tratarse a Colombia, que el 25 % de los pacientes sean internacionales o que solo tengamos una tasa del 6 % de abandono del tratamiento. En la actualidad quizás es una de las organizaciones más importantes y reconocidas del mundo de habla hispana.
¿Cuál es el factor que hace diferente a esta fundación?
En el mundo hay una visión muy moral de las adicciones, en donde consideramos que vamos a salvar un alma y que un líder carismático, que pasó por el consumo de drogas, puede ayudar a otros a salir sin haber estudiado nada. Es un fenómeno global, mucho más en América Latina, pues el mundo está lleno de personas que no han estudiado nada o de gente que abre consultorios sin tener la formación adecuada. En Colombia no estábamos exentos de tener lugares en donde no había profesionales y, aun en los lugares donde había psicólogos y psiquiatras, no contaban con las herramientas necesarias para poder trabajar en un tema tan especializado. Nosotros queríamos generar un lugar con el más alto nivel de especialización y con las condiciones de mayor seguridad para que el trato sea amable, digno y sea efectivo. Lo primero es que en la fundación no existe esta sensación de encierro. No tienes terapeutas con batas blancas, ni los doctores están a un lado y los pacientes al otro. De hecho, los terapeutas pasan la noche dentro del sitio. Es un proceso mucho más horizontal, que requiere una gran formación humana y de una capacidad de liderazgo.
En el trabajo que han realizado en estos 25 años se ha centrado en el pensamiento de Víctor Frankl. ¿En qué consiste ese pensamiento y por qué destacarlo?
Víctor Frankl fue un psiquiatra austriaco que tuvo una influencia de la filosofía existencial muy alta. Lo que le pasó a él es que después de la Primera Guerra Mundial hubo una epidemia de suicidio muy alta en Europa, él era judío y le tocó vivir también la Segunda Guerra Mundial. En medio de esos climas difíciles, mucho de lo que él pensaba acerca del sentido de la vida y de vivir con propósito tomó muchísima fuerza y se volvió uno de los autores que más ha trabajado en cómo aumentar el sentido de la vida y el propósito. Desde mediados de los 60 y hasta ahora, sobre todo la última década, ha habido una explosión de investigación en todo el planeta y en todas las culturas, mostrando cómo la gente que vive con propósito tiene menos problemas de ansiedad, menos problemas de depresión, menos trastornos alimenticios, menos adicción a drogas. Es un macro factor preventivo. Cuando nosotros encontramos que existía una variable así de poderosa llamada sentido de vida, nos adherimos de inmediato y terminamos siendo los representantes de Víctor Frankl. En Colombia somos la institución que difunde el pensamiento de Víctor Frankl.
Recientemente están llevando a cabo una encuesta con la que pretenden llegar a más de 30.000 personas. ¿Cuál es el objetivo de esta recolección de datos?
Estamos haciendo la investigación más grande que se haya hecho en el mundo de habla hispana, sobre cómo está el propósito de vida de los latinoamericanos. La idea es poder detectar aquellas cosas que conectan a la vida de las personas, que hacen que la vida sea más feliz, más resiliente, que tenga todos los beneficios de una vida con sentido. El objetivo es que con este conocimiento podamos aportarle al trabajo de temas como la prevención del suicidio, la depresión, la ansiedad o, en general, cómo llevar una vida a tope. Hace algunas semanas comenzamos con la recolección de datos y ya estamos llegando a 10.000 personas encuestadas en toda América Latina.
¿Qué expectativas tienen con la elaboración de esta encuesta?
Queremos saber hasta qué cantidad de ingresos aumenta o disminuye el sentido de la vida. También buscamos saber si tener amigos y en qué cantidad puede repercutir en el sentido de la vida o si la gratitud, tener hijos o mascotas tiene un efecto. En resumen, queremos despejar un montón de variables que nos permitan decir cuál de ellas es la que más le está dando sentido a la vida y cómo le ayudamos a la gente a conocer y a fomentarlas para que puedan disfrutar más la vida. Pueden participar en este enlace.
Usted le ha apostado a una divulgación científica digital, enfocada en un lenguaje más fresco. En una entrevista aseguró que en la academia no está bien visto este tipo de difusión. ¿Por qué apostarle a esta forma de comunicación?
En mi opinión, creo que a la academia le asusta perder rigurosidad, perder rigidez. Mis primeros libros, que eran académicos, si mucho se lo han leído cuatro mil psicólogos y psiquiatras. En cambio, los que he escrito desde 2020 en adelante se lo han leído miles de personas, están en términos más accesibles y no están limitados para ámbitos académicos. Después de la pandemia me he centrado en hablar en un lenguaje que la gente entienda, lo he hecho también con pódcast, como el “Rincón de los errores”.
Empezó estudiando ingeniería química, ¿cómo terminó dedicándose a la psicología?
A los 19 años decidí estudiar psicología, después de mi experiencia en un centro de rehabilitación. No podía ser que para atender la depresión, la ansiedad o las drogas estén esos planteles que no tienen en cuenta a la persona. Cuando salí de este centro dije que iba a dedicar mi vida a la salud mental. Esta vez, al comienzo, no conté con el apoyo de mis padres, porque tenían miedo de que volviera a vivir solo y presentara una recaída. Para ese entonces ya llevaba dos años sin consumir. Después decidí especializarme en adicciones, hice un doctorado en psicología y me enfoqué en la línea de pensamiento del psiquiatra Víctor Frankl. También trabajo en hacer la divulgación de estos temas en otros formatos, como los pódcast.
¿Por qué decidió que su principal área de estudio se enfocara en las adicciones?
Las adicciones son un tema circunstancial. Crecí en una época rodeada de mucho consumo de drogas y narcotráfico. Terminó siendo un problema muy grave y consumí entre los 12 y 18 años, que fue cuando decidí estudiar ingeniería química en la Universidad Nacional. Lo hice porque para mí las drogas eran tan buenas, que quería hacer unas que no hicieran daño y buscaba compartir este placer con todo el mundo. Así estaba la locura. Esa experiencia con las drogas me llevó a pensar que mi aporte a la humanidad era el de lograr abrir un programa de tratamiento que fuese distinto a lo tradicional, que estuviese libre de maltratos, libre de gritos, de abusos, y que tuviera una capacidad elevada de profesionales.
¿Qué lo llevó a los 12 años a consumir por primera vez?
Me pasó algo raro. Me dio una enfermedad, me operaron de la columna y me tuvieron que amarrar durante un par de semanas. Luego, por más de un año, estuve enyesado. Esto me llevó a tener una sensación de que uno se puede morir en cualquier momento. Después de esto dije: “Voy a beber, voy a rumbear y a hacer esto y lo otro, porque usted se puede morir en cualquier momento”. Mientras consumía, aparentemente no pasaba nada, y duré así hasta los 18 años. La mayoría de la gente que consume drogas es por curiosidad o por presión social.
¿En qué momento se dio cuenta de ese problema y decidió pedir ayuda?
Decía que ya no me iba a drogar más, pero al día siguiente volvía y recaía. Aunque traté de ir a grupos de apoyo, eso no funcionaba, y en ese momento, cuando quería dejarla, me di cuenta de que realmente era un problema. Un día, caminando por la calle, me encontré con una encuesta con 12 puntos que ayudaba a identificar si tenía un problema. Decía que si tenía cuatro “sí” era porque algo andaba mal. Tuve 12. Me mandaron a una unidad de salud mental en un hospital en el centro, y cuando llegué vi a gente desnuda, con batas azules y no podían casi moverse. No era un espacio apto de ayuda. Eran unas condiciones inhumanas. Logré quedarme 10 meses y me propuse que cuando saliera de ahí iba a abrir una clínica en donde no pasara nada de esto. No podía ser que para salir de las drogas se debía vivir algo peor que las mismas drogas.
Esta experiencia en la clínica lo llevó a escribir su primer libro, que es sobre trastornos de la personalidad. ¿Qué encontró?
Esta clínica venía de un movimiento llamado “antisiquiatría”. Allí, en esos 10 meses que estuve internado, pude hacer un trabajo antropológico. Encontré que mi adicción estaba relacionada con mi personalidad. Además, entendí que para el adicto no era un problema acudir al consumo, a las drogas, a cortarse o a vomitar. Para ellos, esto era la solución. Había una ausencia de soluciones acertadas en el tratamiento de adicciones.
¿Así fue cómo nació en 1997 la Fundación Colectivo Aquí y Ahora?
El colectivo nació porque justamente los sitios que había visitado como paciente no me parecían los adecuados para tratar temas relacionados con salud mental y el país no tenía en ese entonces un centro especializado. Ese fue el objetivo y los resultados terminaron haciendo que hoy, 27 años después, vengan personas de más de 20 países a tratarse a Colombia, que el 25 % de los pacientes sean internacionales o que solo tengamos una tasa del 6 % de abandono del tratamiento. En la actualidad quizás es una de las organizaciones más importantes y reconocidas del mundo de habla hispana.
¿Cuál es el factor que hace diferente a esta fundación?
En el mundo hay una visión muy moral de las adicciones, en donde consideramos que vamos a salvar un alma y que un líder carismático, que pasó por el consumo de drogas, puede ayudar a otros a salir sin haber estudiado nada. Es un fenómeno global, mucho más en América Latina, pues el mundo está lleno de personas que no han estudiado nada o de gente que abre consultorios sin tener la formación adecuada. En Colombia no estábamos exentos de tener lugares en donde no había profesionales y, aun en los lugares donde había psicólogos y psiquiatras, no contaban con las herramientas necesarias para poder trabajar en un tema tan especializado. Nosotros queríamos generar un lugar con el más alto nivel de especialización y con las condiciones de mayor seguridad para que el trato sea amable, digno y sea efectivo. Lo primero es que en la fundación no existe esta sensación de encierro. No tienes terapeutas con batas blancas, ni los doctores están a un lado y los pacientes al otro. De hecho, los terapeutas pasan la noche dentro del sitio. Es un proceso mucho más horizontal, que requiere una gran formación humana y de una capacidad de liderazgo.
En el trabajo que han realizado en estos 25 años se ha centrado en el pensamiento de Víctor Frankl. ¿En qué consiste ese pensamiento y por qué destacarlo?
Víctor Frankl fue un psiquiatra austriaco que tuvo una influencia de la filosofía existencial muy alta. Lo que le pasó a él es que después de la Primera Guerra Mundial hubo una epidemia de suicidio muy alta en Europa, él era judío y le tocó vivir también la Segunda Guerra Mundial. En medio de esos climas difíciles, mucho de lo que él pensaba acerca del sentido de la vida y de vivir con propósito tomó muchísima fuerza y se volvió uno de los autores que más ha trabajado en cómo aumentar el sentido de la vida y el propósito. Desde mediados de los 60 y hasta ahora, sobre todo la última década, ha habido una explosión de investigación en todo el planeta y en todas las culturas, mostrando cómo la gente que vive con propósito tiene menos problemas de ansiedad, menos problemas de depresión, menos trastornos alimenticios, menos adicción a drogas. Es un macro factor preventivo. Cuando nosotros encontramos que existía una variable así de poderosa llamada sentido de vida, nos adherimos de inmediato y terminamos siendo los representantes de Víctor Frankl. En Colombia somos la institución que difunde el pensamiento de Víctor Frankl.
Recientemente están llevando a cabo una encuesta con la que pretenden llegar a más de 30.000 personas. ¿Cuál es el objetivo de esta recolección de datos?
Estamos haciendo la investigación más grande que se haya hecho en el mundo de habla hispana, sobre cómo está el propósito de vida de los latinoamericanos. La idea es poder detectar aquellas cosas que conectan a la vida de las personas, que hacen que la vida sea más feliz, más resiliente, que tenga todos los beneficios de una vida con sentido. El objetivo es que con este conocimiento podamos aportarle al trabajo de temas como la prevención del suicidio, la depresión, la ansiedad o, en general, cómo llevar una vida a tope. Hace algunas semanas comenzamos con la recolección de datos y ya estamos llegando a 10.000 personas encuestadas en toda América Latina.
¿Qué expectativas tienen con la elaboración de esta encuesta?
Queremos saber hasta qué cantidad de ingresos aumenta o disminuye el sentido de la vida. También buscamos saber si tener amigos y en qué cantidad puede repercutir en el sentido de la vida o si la gratitud, tener hijos o mascotas tiene un efecto. En resumen, queremos despejar un montón de variables que nos permitan decir cuál de ellas es la que más le está dando sentido a la vida y cómo le ayudamos a la gente a conocer y a fomentarlas para que puedan disfrutar más la vida. Pueden participar en este enlace.
Usted le ha apostado a una divulgación científica digital, enfocada en un lenguaje más fresco. En una entrevista aseguró que en la academia no está bien visto este tipo de difusión. ¿Por qué apostarle a esta forma de comunicación?
En mi opinión, creo que a la academia le asusta perder rigurosidad, perder rigidez. Mis primeros libros, que eran académicos, si mucho se lo han leído cuatro mil psicólogos y psiquiatras. En cambio, los que he escrito desde 2020 en adelante se lo han leído miles de personas, están en términos más accesibles y no están limitados para ámbitos académicos. Después de la pandemia me he centrado en hablar en un lenguaje que la gente entienda, lo he hecho también con pódcast, como el “Rincón de los errores”.