El 70% de la población de los grupos étnicos aún habla su lengua
El etnolingüista Jon Landaburu habla del diseño del programa de protección de las 68 lenguas nativas que existen en Colombia.
Angélica Gallón Salazar
“Cada vez que una lengua muere es como si el mundo tuviera muchas caras y una de ellas se esfumara para siempre”, sentencia Jon Landaburu, etnolingüista encargado de diseñar el programa de protección de las lenguas nativas que existen en Colombia, que suman 68 entre las indígenas, las habladas por afrodescendientes (el criol de San Basilio de Palenque y el inglés isleño de San Andrés) y la lengua de los gitanos.
Desde hace muy pocos años el mundo despertó a una nueva preocupación, la muerte sistemática alrededor de todos los continentes de pequeñas lenguas. A pesar de haber sobrevivido por siglos con sus tradiciones, muchos pueblos sucumbieron ante la fortaleza de otros grandes imperios y sus idiomas, como el del inglés, el español, el chino mandarín y olvidaron su lengua por fuerza o voluntad. “La situación es difícil, porque cuando hay una cultura con una superioridad aplastante, muchos de estos pueblos les cuesta sobrevivir y a veces sucede que los padres deciden no transmitir sus formas de hablar para que sus hijos hablen y aprendan la lengua del conquistador, porque eso les dará ventajas”, explica Landaburu.
Colombia, dueña de una diversidad pasmosa de lenguas, que llegan a provenir de 13 troncos lingüísticos diferentes, ha decidido crear un marco normativo para que haya mecanismos de protección y para alentar a aquellos pueblos, —que lo consideren necesario—, a que no olviden esas sabidurías milenarias contenidas en las formas en las que los antepasados nombraron el mundo.
El proyecto de ley ya está en el Senado para ser discutido en último debate por lo que el Ministerio de Cultura y el grupo de trabajo de Landaburu esperan que sea aprobada antes de que se acabe el año, y después sea sancionada por el presidente Álvaro Uribe para que se convierta en ley.
Pero desarrollar un mecanismo de defensa de las lenguas nativas era algo que necesariamente tenía que involucrar un trabajo estrecho con cada una de las comunidades. Fue así como se creó una gran encuesta, un modelo de autodiagnóstico que se aplicó en cada comunidad y que le permitió al equipo observar con alegría que el 70% de la población de estos grupos étnicos, que integran aproximadamente a un millón cuatrocientas mil personas, todavía habla su lengua.
“Hay lenguas muy vitales, como la del pueblo Cuna, en Urabá, en las que casi el 95% de la comunidad entiende y habla como sus ancestros”, asegura el lingüista y añade: “Este pueblo nos dijo que ellos no tenían problemas y que en realidad la conservación de su lengua era un asunto de ellos, así que más bien nos pidieron apoyo en el desarrollo de investigaciones de viejas palabras de los ancianos”.
Por el contrario, hubo pueblos, como el de los chimilas, que viven entre la Sierra Nevada y el río Magdalena, que después de haberse separado, casi desaparecido durante décadas, se ha vuelto a reunir y necesitan urgentemente recuperar una lengua que sólo los más ancianos, algo menos que el 20% de la población, hablan.
“Una lengua se protege por sus hablantes y el punto fundamental es la trasmisión familiar, pero también la supervivencia de esa lengua depende de las condiciones externas, entonces creemos que si favorecemos un entorno más amable y ampliamos los ámbitos de uso puede entonces que los jóvenes pierdan la pena de hablar en su idioma nativo y sientan gusto de seguir transmitiendo su legado. En eso es en lo que estamos trabajando”, concluye Landaburu.
“Cada vez que una lengua muere es como si el mundo tuviera muchas caras y una de ellas se esfumara para siempre”, sentencia Jon Landaburu, etnolingüista encargado de diseñar el programa de protección de las lenguas nativas que existen en Colombia, que suman 68 entre las indígenas, las habladas por afrodescendientes (el criol de San Basilio de Palenque y el inglés isleño de San Andrés) y la lengua de los gitanos.
Desde hace muy pocos años el mundo despertó a una nueva preocupación, la muerte sistemática alrededor de todos los continentes de pequeñas lenguas. A pesar de haber sobrevivido por siglos con sus tradiciones, muchos pueblos sucumbieron ante la fortaleza de otros grandes imperios y sus idiomas, como el del inglés, el español, el chino mandarín y olvidaron su lengua por fuerza o voluntad. “La situación es difícil, porque cuando hay una cultura con una superioridad aplastante, muchos de estos pueblos les cuesta sobrevivir y a veces sucede que los padres deciden no transmitir sus formas de hablar para que sus hijos hablen y aprendan la lengua del conquistador, porque eso les dará ventajas”, explica Landaburu.
Colombia, dueña de una diversidad pasmosa de lenguas, que llegan a provenir de 13 troncos lingüísticos diferentes, ha decidido crear un marco normativo para que haya mecanismos de protección y para alentar a aquellos pueblos, —que lo consideren necesario—, a que no olviden esas sabidurías milenarias contenidas en las formas en las que los antepasados nombraron el mundo.
El proyecto de ley ya está en el Senado para ser discutido en último debate por lo que el Ministerio de Cultura y el grupo de trabajo de Landaburu esperan que sea aprobada antes de que se acabe el año, y después sea sancionada por el presidente Álvaro Uribe para que se convierta en ley.
Pero desarrollar un mecanismo de defensa de las lenguas nativas era algo que necesariamente tenía que involucrar un trabajo estrecho con cada una de las comunidades. Fue así como se creó una gran encuesta, un modelo de autodiagnóstico que se aplicó en cada comunidad y que le permitió al equipo observar con alegría que el 70% de la población de estos grupos étnicos, que integran aproximadamente a un millón cuatrocientas mil personas, todavía habla su lengua.
“Hay lenguas muy vitales, como la del pueblo Cuna, en Urabá, en las que casi el 95% de la comunidad entiende y habla como sus ancestros”, asegura el lingüista y añade: “Este pueblo nos dijo que ellos no tenían problemas y que en realidad la conservación de su lengua era un asunto de ellos, así que más bien nos pidieron apoyo en el desarrollo de investigaciones de viejas palabras de los ancianos”.
Por el contrario, hubo pueblos, como el de los chimilas, que viven entre la Sierra Nevada y el río Magdalena, que después de haberse separado, casi desaparecido durante décadas, se ha vuelto a reunir y necesitan urgentemente recuperar una lengua que sólo los más ancianos, algo menos que el 20% de la población, hablan.
“Una lengua se protege por sus hablantes y el punto fundamental es la trasmisión familiar, pero también la supervivencia de esa lengua depende de las condiciones externas, entonces creemos que si favorecemos un entorno más amable y ampliamos los ámbitos de uso puede entonces que los jóvenes pierdan la pena de hablar en su idioma nativo y sientan gusto de seguir transmitiendo su legado. En eso es en lo que estamos trabajando”, concluye Landaburu.