El abrazo del tango: terapia para adultos mayores
En el barrio Castilla, de la localidad de Kennedy, un grupo de mujeres y hombres entre los 50 y 80 años participan en clases de tango, donde no solo les enseñan a bailar, sino que también enriquecen su bienestar emocional. Este taller forma parte del programa gratuito Crea, de Idartes, que brinda formación artística en diversas disciplinas a varias comunidades de Bogotá.
Diana Camila Eslava
Ana Gómez llena un termo con tinto para brindarles a sus compañeras cada miércoles en su clase de danza. Una mezcla de café con panela y canela que, al probarlo, me hizo pensar en la palabra “elixir” y su significado: bebida con propiedades medicinales. Lo sirvió durante el receso en unos vasos de plástico que llevó con previsión para reponer energías y enfrentar la segunda ronda de ensayos.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Ana Gómez llena un termo con tinto para brindarles a sus compañeras cada miércoles en su clase de danza. Una mezcla de café con panela y canela que, al probarlo, me hizo pensar en la palabra “elixir” y su significado: bebida con propiedades medicinales. Lo sirvió durante el receso en unos vasos de plástico que llevó con previsión para reponer energías y enfrentar la segunda ronda de ensayos.
Bailan tango para curarse, acompañarse y divertirse. Son un grupo de 15 mujeres y cinco hombres entre los 50 y 80 años. El propósito, según Claudia Acevedo, la artista que los guía, no es formar bailarines profesionales, sino propiciar un espacio donde las asistentes puedan encontrar una comunidad.
“Antes de empezar vamos a pedir que hoy estemos en paz y armonía, vamos a poner nuestro lenguaje corporal y nuestro idioma al servicio de los demás. Vamos a pensar antes de hablar, a aprender nuevos códigos; saldremos renovados. Hoy demos gracias por esta mente y este corazón”. Luego, Acevedo les pide que hagan un círculo y que, en parejas, se vean a los ojos, se toquen la cara con delicadeza y se abracen. Les habla de la ternura, un sentimiento de afecto y consideración por el otro. Les dice que se tomen el tiempo de verse con detenimiento. “En el tango, aunque suene obvio, tenemos que recordar que bailamos con otra persona, con otro ser vivo”.
Para ella, este baile es un diálogo sin palabras dictado por los sentidos, el ritmo y la música, entre una persona que marca los pasos y un interlocutor que responde con una mezcla de avances y retrocesos, giros y pausas. Cada movimiento está diseñado para seguir el ritmo y la cadencia de la música. La posición de los cuerpos y el abrazo pueden variar, pero la esencia es una conexión constante y fluida que permite la improvisación. El tango no solo se basa en la técnica, sino también en la capacidad de los bailarines para interpretar la música y expresar sus emociones.
Miriam Moreno toma dos buses y si no hay trancón, se demora media hora desde El Tintal hasta el barrio Castilla, en la localidad de Kennedy. Cuando se abrió el taller, el año pasado, invitó a todas sus amigas y conformaron un grupo de 60 personas que se tuvo que dividir en dos jornadas. Es una estudiante de tango antigua que comenzó su trayectoria en Roma, otro barrio de la localidad. Allí también daba clases Claudia Acevedo en el programa Crea, que tiene 20 centros en la ciudad, donde se ofrece formación artística en música, teatro, danza, artes plásticas, literatura y artes electrónicas. “Tengo 66 años; me encanta bailar, la profesora es excelente y cuando tiene que ser estricta ella nos pone sobre la línea. Gracias a estas clases ya nos hemos presentado en público. La primera vez fue en un concurso en Mosquera. Competimos con gente muy joven y nos llevamos el tercer puesto. Fue muy emocionante”.
En un grupo que está compuesto mayoritariamente por mujeres, surge la pregunta de por qué los hombres no acuden en la misma medida. Pedro López, uno de los asistentes, sospecha que es por las barreras culturales que han impuesto una visión restrictiva sobre lo que los hombres deben disfrutar o practicar. Para este estudiante de 52 años, el tango ha significado una nueva forma de explorar facetas de sí mismo y conectar con otros a través del arte. “Nunca había bailado tango; siempre lo había visto y me parecía espectacular. Al empezar a practicar, me di cuenta de lo complejo y exigente que es. No es solo el ritmo, es la concentración y la dedicación que requiere. Lo mejor es que aquí no solo aprendemos a bailar, sino que también crecemos como personas, ampliamos nuestro círculo social y encontramos una forma de expresión muy especial”.
Según Acevedo, en estos talleres la danza no solo se pone en práctica como formación artística, sino también como una actividad que enseña habilidades para todos los aspectos de la vida. Se siente feliz trabajando para este sector de la población porque no tiene pretensiones estrictas, y son ellos quienes se entusiasman y se involucran cada vez más en el proceso. Por ejemplo, en octubre ya saben que es la época para ir preparando sus presentaciones de fin de año, y ellas se reúnen para hablar del vestuario y todos los detalles. “Me encanta que en nuestros talleres se forme una familia diversa y unida con roles distintos, desde la mamá regañona hasta la que siempre trae el tinto, y nos aceptamos tal como somos”.
El programa Crea
Crea hace parte del Instituto Distrital de las Artes (Idartes). Se originó en 2013 bajo el nombre de CLAN, (Centros Locales de Atención para Niños y Niñas). Su objetivo inicial era integrar la formación artística en el currículo escolar de los colegios de la ciudad, ya que muchas instituciones educativas no disponían de espacios adecuados para este tipo de formación.
En 2017, el programa CLAN cambió oficialmente su nombre a Crea, manteniendo la misma estructura y objetivos, pero con una nueva identidad. A medida que el programa evolucionaba, se empezaron a establecer centros especializados en varias zonas de la ciudad y se amplió la oferta para atender a comunidades fuera del ámbito escolar. Esto incluyó la creación de la línea Impulso colectivo, que permite a los interesados, tanto niños como adultos, inscribirse en talleres de su elección. Además, el programa se ha enfocado en ofrecer formación artística a personas en situaciones de vulnerabilidad y en adaptar sus programas a todo tipo de poblaciones.
Yaneth Reyes, subdirectora de formación de Idartes, expresó su optimismo sobre el futuro del programa: “En una ciudad tan compleja y en ebullición como Bogotá, el arte ofrece un espacio para soñar y construir una ciudad distinta. Creo firmemente que el arte tiene el poder de transformar no solo a los individuos, sino a toda la comunidad. Hay artistas formadores con posgrados y doctorados que me dicen: ‘Quiero trabajar con habitantes de calle o con personas con discapacidades’. Para ellos, estas poblaciones también representan una transformación. Nos cuentan cómo la experiencia les ha cambiado la forma de ver el mundo y les ha hecho más conscientes de las necesidades de los demás”.
Para Reyes, este enfoque no se limita a proporcionar habilidades artísticas: “No entramos directamente a decirles que les vamos a solucionar la vida, pero entendemos que, a través de un trabajo consciente con el arte, el artista formador no solo les enseña a cantar bonito o a bailar, sino que también les ayuda a expresar emociones y vivencias”.