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En 1802, Ludwig van Beethoven pidió a su médico, J.A. Schmidt, que tras su muerte describiera públicamente su progresiva pérdida de audición y sus problemas de gastrointestinales para que “en la medida de lo posible, al menos el mundo se reconciliara conmigo”. Desde entonces, las causas de la muerte de Beethoven han sido un misterio.
Ahora, más de dos siglos después, un equipo de científicos ha cumplido su deseo y, tras analizar el ADN de cinco mechones de su pelo -previamente autentificados-, no ha encontrado explicación a su sordera ni a sus problemas gastrointestinales, pero sí ha descubierto que el célebre compositor tenía predisposición genética a las enfermedades hepáticas.
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Los detalles de la investigación, realizada por la Universidad de Cambridge (Reino Unido), el Beethoven Center San Jose y la American Beethoven Society de California (Estados Unidos), La Universidad KU Leuven (Bélgica), la Universidad de Bonn, la Beethoven-Haus de Bonn, y el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania), se publican este miércoles en la revista Current Biology.
“Nuestro objetivo era arrojar luz sobre los problemas de salud de Beethoven, entre los que se encuentra la pérdida progresiva de audición, que comenzó a mediados o finales de sus 20 años y le llevó a la sordera funcional en 1818″, explica Johannes Krause, del Instituto Max Planck.
Además, el equipo también buscó el posible origen genético de las dolencias gastrointestinales crónicas de Beethoven y de la grave enfermedad hepática (posiblemente cirrosis) que culminó con su muerte en 1827, a los 56 años. El ADN no halló respuesta a ninguno de estos problemas de salud, pero descubrió factores genéticos de enfermedad hepática y pruebas de que había sufrido una infección por el virus de la hepatitis B en los meses previos a su muerte, que se vieron agravados por alcohol y el riesgo genético del compositor. “No podemos decir definitivamente qué mató a Beethoven, pero ahora podemos al menos confirmar la presencia de un riesgo hereditario significativo y una infección por el virus de la hepatitis B”, concluye Krause.
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“Podemos deducir de los ‘libros de conversación’ de Beethoven, que utilizó durante la última década de su vida, que su consumo de alcohol era muy regular, aunque es difícil estimar los volúmenes consumidos”, explica Tristan Begg, autor principal del estudio e investigador en Cambridge. Y aunque la mayoría de fuentes apuntan a que su consumo era moderado para los estándares vieneses de principios del siglo XIX, es probable que alcanzara cantidades de alcohol que hoy en día se sabe que son perjudiciales para el hígado.
Respecto a la pérdida de audición, el análisis de ADN no logró identificar una base genética clara, aunque los investigadores advierten de que el estudio no es suficiente para descartar esta hipótesis.
“Teniendo en cuenta el historial médico conocido, es muy probable que se tratara de alguna combinación de estos tres factores, incluido su consumo de alcohol, actuando de forma concertada, pero futuras investigaciones tendrán que aclarar hasta qué punto estuvo implicado cada factor”, añade Begg.
Además, el ADN de Beethoven guardaba otra sorpresa: Su cromosoma Y no coincide con el de ninguno de los cinco parientes actuales que llevan su apellido y comparten, según los registros genealógicos, un antepasado común paterno. Es decir, en algún momento de las generaciones por parte del padre de Beethoven hubo un “acontecimiento” extramatrimonial, concluye el estudio. “Este hallazgo sugiere un acontecimiento de paternidad extraparental en su línea paterna entre la concepción de Hendrik van Beethoven en Kampenhout (Bélgica) hacia 1572 y la concepción de Ludwig van Beethoven siete generaciones más tarde, en 1770, en Bonn (Alemania)”, concluye Begg.
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