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El amor como motor de todas nuestras pesquisas

Reseña de “Breve historia de un amor sin fin”, de Miguel Torres. Publicada a inicios de 2020, esta novela es probablemente la más personal de este escritor.

Santiago Díaz Benavides @santiescribe_
02 de marzo de 2022 - 07:51 p. m.
En apenas 171 páginas, Miguel Torres nos narra con extrema ternura la historia de amor entre Dina y Peter.
En apenas 171 páginas, Miguel Torres nos narra con extrema ternura la historia de amor entre Dina y Peter.
Foto: Santiago Díaz
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Como su título lo indica, esta es la breve historia de un amor que no tiene fin, que supera las barreras del tiempo y la distancia y logra, contra todo pronóstico, mantenerse vivo. En apenas 171 páginas, Miguel Torres nos narra con extrema ternura la historia de amor entre Dina y Peter, dos jóvenes que viven en la Bogotá de los años 50, la de los cines y teatros, los cafés y los parques, las tertulias y los movimientos de contracultura.

Dina es una bailarina, hija de judíos, que idolatra a Isadora Duncan y recita orgullosa a Alfonsina Storni; Peter es actor de teatro y trabaja en una editorial. Él es nuestro narrador, quien nos cuenta la forma como se enamora perdidamente de esta joven y nos conduce por los laberintos interminables de su idilio. Su nombre real es otro, pero Dina decide llamarlo así por el papel que él interpreta en una puesta en escena de El diario de Ana Frank. Es el joven Peter, el hijo menor de los Van Pels. Justo al final de la obra es cuando ellos hablan por vez primera, el momento en el que todo se alinea para que ya nunca dejen de amarse. Sin embargo, ya desde antes se habían visto, en la Academia de Ballet Kiril Pikieris.

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Jimmy, quien enseña en la Academia, le aconseja a Peter tomar clases de danza para mejorar su expresión corporal en el escenario. Es justo durante esas jornadas que ve por primera vez a Dina y queda flechado. Le llaman la atención sus grandes ojos, su cabello, sus manos y la forma de su espalda, sus piernas y la manera como levita al bailar. Al principio, la idea era ir un par de veces a la semana a la Academia, pero a partir del encuentro, Peter decide ir con más frecuencia. Él solo quiere ver a Dina, sentirla cerca y, eventualmente, acercarse e invitarla a salir. Cuando por fin reúne el coraje para hacerlo, recibe el primer dolor por parte de su enamorada: hay un hombre que se interpone. Peter asume que se trata de su amante, pues va a buscarla al salir de la Academia y la abraza hondamente, la hace reír a carcajadas. Dina es feliz, mientras que Peter se desmorona por dentro.

Como buen hombre enamorado, herido y frustrado, decide alejarse e intentar curar sus heridas en silencio. Deja de ir a la Academia e intenta no pensar en Dina, pero no lo consigue y en menos de nada la está buscando otra vez. Pregunta por ella, pero le informan que está de viaje y que no volverá a las clases en varios días. Peter se la imagina en algún lugar paradisiaco con el fulano aquel. Se le retuercen las tripas, pero está convencido de que él puede enamorar a Dina y alejarla del otro sujeto. Él sabe que no será capaz de renunciar a ella, pero pasan los días y Dina no regresa, a Peter no le queda de otra y se resigna. Decide concentrarse en la obra de Ana Frank.

Cuando llega el día del estreno, todo el elenco recibe ovaciones por parte del público asistente al Teatro Colón, en su mayoría judíos, y él, principalmente, es bien reconocido por su papel de Peter. Luego de cambiarse la ropa en el camerino y volver a ser él, en los pasillos del teatro la ve a Dina de nuevo, por fin. Se ve bellísima con su pelo suelto. Esta vez no dejará que se le escape y aunque está dispuesto a hablarle, es ella la que se aproxima. Ella es la primera en dar el golpe. Su voz le parece a él lo más sublime del mundo, y aún más el abrazo que le da, al felicitarlo por su actuación. Hablan sobre lo bueno que ha sido su papel, sobre por qué ella ha ido a ver la obra y las razonas por las que él no ha vuelto a las clases. A Peter le asombra saber que ella se fijaba en su presencia. Él la invita a la recepción que tendrá después el grupo de teatro y ella le dice que, aunque le gustaría, no puede acompañarlo, pero le recomienda pasarse por la Academia para hablar de nuevo. Es en esa noche de un martes 19 de agosto cuando todo empieza, el amor intenso entre los dos.

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Infinitas jornadas en medio de boleros, poesía y copas de vino, besos apasionados y salidas al cine ocupan los días de Dina y Peter; encuentros con los nadaístas, con Feliza Bursztyn y la voz de Benny Moré; conversaciones acerca de la vida, de viajar a París, a Londres o a Estambul, de amarse siempre con la misma intensidad. Poco hablan de sus familias al inicio y prefieren centrarse en lo que están viviendo. De alguna manera, los dos intuyen que los amores primeros siempre se quedan siendo solo eso: amores primeros. Pero el de ellos es más que eso, lo sienten por dentro. Sin embargo, el tiempo está en su contra. Lo saben. Y, pese a todo, pasa.

Un Peter ya mayor nos cuenta lo que ha pasado con ese amor de 45 años atrás y es justo durante esa parte de la narración cuando el lector ha terminado por vincularse totalmente. No hay vuelta atrás. La prosa de Torres es finísima. No recuerdo un libro que me haya hecho llorar tanto como este, y he llorado con varios ya. Son las últimas 60 páginas las que logran estremecer, agitar, emocionar. Uno llora por ellos dos, por sus destinos, por saber qué es lo que pasará, por intuir lo que vendrá. Uno llora por los versos, por los pasajes sutiles en los que se narra el amor como lo que es, la fuerza más grande de todas.

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¿Quién no recuerda con temblor en las piernas la fuerza del primer amor? Este libro logra hacernos suspirar y reflexionar en torno a esos amores pasados que terminan siendo fallidos en su mayoría, y nos invita a abrazar aquellos que a pesar de los años no dejan de habitarnos, aquellos que a pesar de ser interrumpidos se mantienen vivos, como el amor de Dina y Peter, tan grande que hasta el último segundo luchó por no verse disminuido.

Ahora bien, hay que reconocer lo hecho aquí por Miguel Torres. En esta novela, quizá de las mejores que ha escrito, la forma en que nos ubica junto a sus personajes y desentraña los misterios de las pasiones humanas, como nos sitúa sobre esa delgada línea en que la ficción y la realidad se abrazan, las maneras en que, en más de una ocasión, nos permite reconocer que es el amor el motor de todas nuestras pesquisas, solo es muestra de alguien que ha logrado con los años perfeccionar su oficio y nos lo entrega con maestría. Qué breve es esta historia de un amor sin fin, y qué buena.

Por Santiago Díaz Benavides @santiescribe_

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