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“El amor líquido”, un concepto en vigencia

Hace casi veinte años el sociólogo Zygmunt Bauman introdujo el concepto de “amor líquido” como una continuación a su pensamiento sobre lo que él denominó como “modernidad líquida”. En el Día de San Valentín reflexionamos sobre la aplicabilidad en la actualidad de esta noción de amor.

Danelys Vega Cardozo
14 de febrero de 2022 - 06:33 p. m.
Zygmunt Bauman (foto) criticó el impacto que produce las redes sociales en los individuos. Para el sociólogo, los usuarios de estas redes actúan como “un enjambre”: cambian constantemente de “causas”, con el fin de entrar a la discusión y por lo tanto ser vistos, careciendo así de identidad propia.
Zygmunt Bauman (foto) criticó el impacto que produce las redes sociales en los individuos. Para el sociólogo, los usuarios de estas redes actúan como “un enjambre”: cambian constantemente de “causas”, con el fin de entrar a la discusión y por lo tanto ser vistos, careciendo así de identidad propia.
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Decía Zygmunt Bauman que este mundo líquido- aquel en donde los valores han desaparecido, y la individualidad reina y la inmediatez apremia- se expandió hasta el amor. Amor líquido, le llamó. Un amor que sostenía el sociólogo que ya no está basado en relaciones sino en conexiones. El lenguaje importa porque, aunque parezca lo mismo, lo uno no es sinónimo de lo otro. La relación parte de un compromiso mutuo entre las partes, mientras que en la conexión -vinculada al concepto de redes- no es que el descompromiso sea la base, pero tampoco lo es su opuesto: el compromiso. Diría Bauman que en esta última se viven periodos intermitentes, entre conexión y desconexión.

Conexiones hay muchas, así que, si una no funciona optamos por disolverla a “tiempo” y buscar una nueva. “En una red, las conexiones se establecen a demanda, y pueden cortarse a voluntad. Una relación “indeseable pero indisoluble” es precisamente lo que hace que una “relación” sea tan riesgosa como parece. Sin embargo, una “conexión indeseable” es un oxímoron: las conexiones pueden ser y son disueltas mucho antes de que empiecen a ser detestables”, menciona Zygmunt Bauman en su libro Amor líquido.

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Y es que precisamente en el amor líquido el compromiso aterra y pareciera que fuera el mal que se debería evitar a toda costa. “(…) si usted quiere “relacionarse”, será mejor que se mantenga a distancia; si quiere que su relación sea plena, no se comprometa ni exija compromiso. Mantenga todas sus puertas abiertas permanentemente”.

Menciona el sociólogo que, en la posmodernidad, el amor a diferencia de la muerte -vista como algo exclusivo, que solo ocurre una vez en la vida y que no puede ser explicada a través de la experiencia de terceros- goza de un estándar distinto porque parece ser un fenómeno que sucede a diario y que es instantáneo, una fuerza -si se quiere- en constante movimiento. En suma, vivimos y deseamos varias “experiencias amorosas” a lo largo de nuestra vida, creyendo- como afirmaba Bauman- que cantidad es sinónimo de calidad, o que la calidad aumenta con la cantidad. Que entre más experiencia mejor: más cancha tengo, así que estoy mejor preparado para el siguiente amor. Y de paso confiamos en que ese próximo “amor” será más “optimo” que el anterior. “Sin embargo, sólo es otra ilusión... La clase de conocimiento que aumenta a medida que la cadena de episodios amorosos se alarga es la del “amor” en tanto serie de intensos, breves e impactantes episodios, atravesados a priori por la conciencia de su fragilidad y brevedad. La clase de destreza que se adquiere es la de “terminar rápidamente y volver a empezar desde el principio (…)”

Lo cierto es que amar implica correr un riesgo, aunque cada vez estemos menos dispuesto a asumirlo. No se puede construir algo partiendo de la nada, sin contar tan si quiera con una herramienta o un elemento, así sea solo cemento. No se puede construir sin dar algo a cambio. Y Para que la oruga se convierta en mariposa necesita atravesar por un proceso. Los procesos -la mayoría de las veces, si es que no siempre- no son inmediatos, son pensados a largo plazo. “El amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar en la construcción de esas cosas. El amor está muy cercano a la trascendencia; es tan sólo otro nombre del impulso creativo y, por lo tanto, está cargado de riesgos, ya que toda creación ignora siempre cuál será su producto final”.

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Para Bauman el amor no debe confundirse con el deseo porque, aunque se entrecrucen, son fenómenos que conllevan resultados distintos. El deseo implica muerte, mientras que el amor perpetúa la vida. El deseo se extingue cuando se ha alcanzado lo perseguido, mientras que el amor permanece a pesar de que se “posea” lo amado, puesto que busca incesantemente proteger al otro, preservarlo en el tiempo. El amor, a fin de cuentas, es ver al otro como algo valioso. “El deseo y el amor tienen propósitos opuestos. El amor es una red arrojada sobre la eternidad, el deseo es una estratagema para evitarse el trabajo de urdir esa red. Fiel a su naturaleza, el amor luchará por perpetuar el deseo. El deseo, por su parte, escapará de los grilletes del amor”.

Y es por eso por lo que el deseo, es tal vez, lo que gobierna a las relaciones amorosas de la actualidad. El deseo de adquirir nuevos objetos de amor. De cambiar los “defectuosos” por unos carentes de “imperfecciones”. El amor se convierte en el arte de consumir. De un consumo desenfrenado. Como comenta Bauman, sabemos que en el mercado hay más de una opción disponible y que muchos “artículos” cuentan con versiones mejoradas y de fácil adquisición, no tanto por el costo, sino por la “oferta”.

Quienes optan por el amor se sumergen en aguas llenas de incertidumbre. Realizan una apuesta en la que bien podrían ganar o perder. Primero, porque todo dependerá del fin principal que haya motivado a la inversión, ya que pueda que el otro cumpla con lo que esperamos, pero también pueda que no. Segundo, porque el otro también tiene “expectativas” y es un ser libre capaz de tomar decisiones. Entonces, nada depende solo de una de las partes. Quizás los dos persigan y caminen juntos hacía el mismo destino, pero quizás, en algún punto, alguno se desvíe y prefiera seguir solo, en busca de nuevos senderos. Y tercero, porque la sensación de seguridad que nos puede producir una relación amorosa es un lugar cómodo que nos invita a descansar en nuestra silla y darlo todo por hecho. Aunque como diría Zygmunt Bauman “Uno nunca puede estar verdadera y plenamente seguro de lo que debe hacer, y jamás tendrá la certeza de que ha hecho lo correcto o de que lo ha hecho en el momento adecuado”.

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Pero bajo la incertidumbre se construye el “encuentro”. La fugacidad no da tiempo para que eso suceda. El “yo y tú” del que hablaba el filósofo Martin Buber solo es posible cuando dejamos de ver al otro como un “ello”, como un objeto. Cuando reconocemos al otro como un igual. Cuando nos despojamos de nuestros miedos y abandonamos “el amor líquido”. “Si estoy ante un ser humano que es mi tú y digo la palabra básica yo-tú, él ya no es una cosa entre todas las cosas, ni se compone de cosas”.

Danelys Vega Cardozo

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com

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Nada importante frente el crucial momento; y menos aún cuando se utilizan términos "más óptimos", que al parecer, son "más mejores". Resumiendo, es querer decir mucho cuando no hay nada para decir.
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