El año cero y la división del tiempo en antes y después de Cristo
La primera vez que se utilizó el d.C. fue en la “Historia eclesiástica de la nación inglesa”, de Beda el Venerable, un historiador cristiano, canonizado con el tiempo, y quien escribió su libro en el siglo VIII en las tierras de lo que era entonces el reino de Northumbria.
Fernando Araújo Vélez
Más allá de que el año cero no existió como tal, pues por aquellos tiempos ni siquiera se había inventado el cero y los cristianos ni siquiera se habían agrupado, las denominaciones de “Anno domini”, el año de Nuestro Señor, según las cuales la historia se dividía en un antes y un después de Cristo, colaboraron en la expansión del cristianismo y la unión de miles de hombres y mujeres en torno al nombre y la figura de Jesús. La primera vez que se utilizó el d.C. fue en la “Historia eclesiástica de la nación inglesa”, de Beda el Venerable, un historiador cristiano, canonizado con el tiempo, y quien escribió su libro en el siglo VIII en las tierras de lo que era entonces el reino de Northumbria. El “antes de Cristo”, plasmado también en las obras de Beda, apenas se popularizó en los años de mil setecientos y tantos, según G. J. Whitrow, autor del libro: “El tiempo en la historia”.
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Más allá de que el año cero no existió como tal, pues por aquellos tiempos ni siquiera se había inventado el cero y los cristianos ni siquiera se habían agrupado, las denominaciones de “Anno domini”, el año de Nuestro Señor, según las cuales la historia se dividía en un antes y un después de Cristo, colaboraron en la expansión del cristianismo y la unión de miles de hombres y mujeres en torno al nombre y la figura de Jesús. La primera vez que se utilizó el d.C. fue en la “Historia eclesiástica de la nación inglesa”, de Beda el Venerable, un historiador cristiano, canonizado con el tiempo, y quien escribió su libro en el siglo VIII en las tierras de lo que era entonces el reino de Northumbria. El “antes de Cristo”, plasmado también en las obras de Beda, apenas se popularizó en los años de mil setecientos y tantos, según G. J. Whitrow, autor del libro: “El tiempo en la historia”.
En el año cero, apenas un puñado de personas había oído hablar de Cristo. Era poco lógico que alguno de ellos pensara que estaba por iniciarse una nueva era, y tendrían que transcurrir más de tres siglos para que unos cuantos consideraran que con la llegada y la muerte de Jesús, la historia de la humanidad se había dividido en un antes y un después de él. Como lo reseñó Peter Watson en “Ideas, historia intelectual de la humanidad”, “En el mundo antiguo, las formas de entender el tiempo variaban de un lugar a otro según las circunstancias locales y, en particular, las religiones locales. Encontramos las primeras monedas acuñadas en cuyo sello se incluía una fecha en Siria, hacia el año 312 a. C. Se estampó en ellas el año de la era seléucida en que tuvo lugar la acuñación (Seleuco Nicátor fundó el imperio seléucida en el año 321 a. C., dos años después de la muerte de Alejandro Magno)”.
Por aquellos tiempos, o mejor, en los tiempos anteriores a Cristo, los estudiosos habían dividido los factores astronómicos en Este y Oeste, que en latín significaban “aparecer, nacer”, y “caer”. “Los babilonios -escribió Watson-, entre otros, advirtieron el denominado corte ‘helíaco’ de las estrellas, el fenómeno que permite, justo antes del crepúsculo, observar la salida de las estrellas que están cerca del sol. Los babilonios también se dieron cuenta de que, al pasar el año, el sol cruzaba las estrellas en lo que parecía ser un ciclo regular”. Entonces, dividieron las estrellas en doce constelaciones. Según algunos documentos que les sobrevivieron, ya se habían dado cuenta de que existían doce lunaciones al año, e incluso las nombraron, en la mayoría de las ocasiones, con nombres de animales, de acuerdo con las figuras que vislumbraban en el firmamento.
Aquel saber fue heredado por los griegos, y de allí surgió el zodíaco, cuyo término en griego era ‘zodion’, que significaba ‘pequeño animal’. En palabras de Watson, “Así como los doce meses del año se dividían en, aproximadamente, treinta días, las doce regiones del zodíaco se dividieron en treinta. La división del cielo finalmente conduciría a nuestra costumbre de dividir un círculo completo en trescientos sesenta grados”. La astronomía y su estudio se difundieron por Egipto, Grecia, la India y China. Unas más, unas menos, cada una de aquellas culturas tomó las enseñanzas babilonias, las debatió, les añadió o les quitó unos cuantos elementos, y por ellas se fue uniformando la manera de contar el tiempo, aunque la división del día en 24 horas fue obra de los egipcios, o esa fue la idea que se fue formando con el transcurrir de los años y los siglos.
Los egipcios notaron que en las noches aparecían estrellas con intervalos regulares. Por eso dividieron la noche en doce horas. Posteriormente, también el día fue dividido en doce horas, aunque con distintas variaciones en cada hora, que dependían de la duración de las noches. Mientras más largas fueran éstas, menos tiempo duraban las horas del día. En China, el día constaba de doce ‘sichen’, En Babilonia, en doce ‘berro’, y en la India, en treinta ‘muhala’. Como lo describió Watson, “En Babilonia un ‘beru’ se dividía en treinta ‘ges’ y un ‘ges’ equivalía a sesenta ‘gar’. En India, un ‘muhala’ se dividía en dos ‘ghati’, que a su vez se dividían en sesenta ‘palas’. En otras palabras, había en la antigüedad una tendencia a dividir el tiempo en subdivisiones que son múltiplos de doce o de treinta, y tenemos casi la certeza de que ello se debe a la división del año en (aproximadamente) doce lunaciones y cada lunación en (aproximadamente) treinta días”.
El sistema sexagesimal babilonio hizo historia, y de allí se tomó la costumbre de dividir las horas en sesenta minutos, y los minutos, en sesenta segundos. Como la primera división se llamó en latín ‘pars minuta prima’, y la segunda ‘partes minutae secondae’, el uso frecuente de aquellas denominaciones derivó en ‘minutos’ y ‘segundos’, y fue representada en los escritos con comillas altas, igual que en los siglos posteriores, hasta el actual. En la era del imperio babilonio, y después, el problema principal de los astrónomos para registrar el tiempo era conciliar los ciclos lunar y solar, más allá de que para aquellos pueblos tanto el uno como la otra tenían propiedades “mágicas”, o “divinas”. El sol regía sobre las estaciones. La luna, sobre las mareas. Eran el día y la noche en todo sentido, y además, ninguno de los dos tenía un comportamiento perfectamente divisible.
Más de una sociedad decidió añadirle meses a sus calendarios para que las cuentas les cuadraran. Sin embargo, aquellas “intercalaciones”, como escribió Watson, que las llamaban los babilonios, eran temporales. Con el paso del tiempo no solo había desfases, sino que cada vez eran más prominentes. Para G. J. Whitrow, uno de los calendarios más acertados se dio en Babilonia, hacia el año de 499 a. Cristo, según lo referenciaron Metón y Euctemón, dos griegos que en 432 a. C lo llevaron a su tierra y lo bautizaron como “el ciclo metónico”, que era de 19 años, con 12 meses cada uno y uno adicional en siete ocasiones (en los años tres, cinco, ocho, once, trece, dieciséis y diecinueve). Unos meses eran de 30 días, y otros, de 29. A los primeros los catalogaron como completos. A los segundos, deficientes. China y la India adoptaron aquel calendario, igual que el pueblo judío, y más tarde, el cristiano.
El día de la Pascua, introducida en Roma aproximadamente en el año 160, se determinó bajo el mismo sistema del calendario de 19 años, y fue decidido como una festividad que celebraba el instante preciso en el que Dios había necesitado del concurso de su pueblo para vencer al demonio. Los distintos pueblos de la antigüedad fueron cambiando sus calendarios, de acuerdo con sus propias creencias y sus observaciones. El más cercano al actual fue creado por los egipcios, que dividieron el año en doce meses lunares, cada uno de 30 días, más cinco días más. Era el tiempo que el Nilo se demoraba en producir una inundación en Heliópolis. Este era el momento más importante para ellos. Algunos pocos años más tarde, ajustaron su calendario a los 365 días y un cuarto de los de hoy. Lo llamaron el calendario “Sótico”, en honor del perro “Sothos”, y según sus cálculos, el mundo y la vida, es decir, el año cero de ellos, se había iniciado en el año 2773 antes de Cristo. Durante los tiempos de Jesús, los judíos comenzaban sus cuentas en el año 321 a. C, basados en el calendario seléucida.
De acuerdo con las investigaciones de Whitrow, la primera vez que se mencionó la Navidad para los cristianos fue en el año de 354. “Antes de ello -como escribió Watson, tomando como referencia a Whitrow-, se celebraba el 6 de enero como aniversario del bautismo de Jesús, que se creía había tenido lugar en su trigésimo cumpleaños. Lo que motivó el cambio fue que el bautismo infantil había ido reemplazando al bautismo adulto, a medida que el cristianismo se difundía, y esto condujo también a un cambio de creencias. De modo que la divinidad de Cristo se situó en su nacimiento, y no en su bautismo”.