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Para Natalia Calao, el oficio de la caligrafía es muy silencioso y humilde. Dice que son dos caminos: uno en el que desarrolla su propia obra y otro en el que acompaña la obra de otros artistas. “Ahí simplemente las letras van silenciosas, humildes, acompañando el trabajo de otro”, agrega.
A propósito del Día mundial de la caligrafía, una celebración establecida en 2017 por la compañía británica de útiles de escritura Manuscript Pen Company, recuperamos esta charla con la calígrafa colombiana. Esta fecha pretende poner en relieve una tendencia que, tras ser opacada por los dispositivos electrónicos, goza de una nueva popularidad.
¿Cómo se inició en la caligrafía?
No hubo un momento en el que decidiera que esto era lo que quería hacer, lo único que sabía era que me parecían muy lindas las formas de las letras. Mi mamá cuenta que al principio no escribía, sino que calcaba las letras o las dibujaba, y se dieron cuenta de que no era que no supiera leer ni escribir, sino que estaba copiando el dibujo de las letras. En mi casa siempre hubo libros, porque mi mamá fue profesora de idiomas y buena lectora, y mi profesora del bachillerato también me inculcó ese amor. Cuando crecí me parecían lindos los temas de escribir y los materiales que se usaban, por eso las papelerías son unos de mis lugares favoritos. Decidí ser artista y después me di cuenta de que quería ser calígrafa, así entendí que me gustaban las letras en su forma y fondo.
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¿Cuál es el valor de la caligrafía en la sociedad?
Además de hacer caligrafía, hago cerámica, que es otra cosa, y una de las cosas que he encontrado es que los oficios les apuntan directamente a la nostalgia y a la memoria. Cada vez que digo que hago caligrafía y cerámica, inmediatamente algo se detona en el otro que está conversando conmigo y aparecen sus recuerdos y anécdotas. Más allá de pensar en el tema económico, tiene que ver con el espíritu mismo de la memoria individual, y así uno se va dando cuenta de que los oficios son parte de la memoria colectiva. La caligrafía hace parte de esa memoria y ayuda a construirla. Asimismo, la escritura a mano hace que uno se disponga de otra manera a buscar los materiales y así pausar la velocidad de este mundo moderno.
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Cuenta que también hace cerámica, ¿qué le interesó de este oficio?
Viviendo en Antioquia, en Carmen de Viboral, descubrí este oficio y decidí tomar un programa de la Universidad de Antioquia que se llama tecnología en artesanía. El énfasis se estudiaba acuerdo con la seccional donde se tomaba. Me tocó cerámica. Decidieron profesionalizar un oficio que era un poco más empírico. Esa fue la primera formación que recibí. Como ya tenía toda la experiencia desarrollando empíricamente la caligrafía, puse a conversar esos dos oficios. Ahora lo que hago es caligrafía sobre cerámica, que también tiene otras implicaciones: la herramienta y el soporte hacen que la práctica vaya cambiando. Descubrí que hay oficios que conversan muy bien: la ilustración y la cerámica, la caligrafía y la encuadernación, etc.
¿Estos medios qué le permiten expresar que otros no?
Considero que no son el fin último, creo que la caligrafía es el medio que nos permite llevar el mensaje de otra manera. Lo que hago es empujar los límites de lo obvio, ir más allá de la letra y el mensaje que lleva la palabra. También me pregunto por lo que hay detrás de las letras y lo estrictamente figurativo de ellas. En este sentido, la cerámica también permite eso: qué es lo que hay más allá del barro mismo, lo que podemos hacer con ese barro al trabajarlo con los elementos que lo intervienen como el fuego y el agua. Pienso que cualquier medio podría permitir expresar eso y buscar las respuestas a las preguntas que plantea el arte y las prácticas artísticas. También me interesa abarcar la investigación teórica junto con la praxis.
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¿Qué respuestas ha encontrado a las preguntas que se plantea?
Hay un tema que a mí me importa mucho: la materialidad de las letras. ¿Cómo hacer que las letras se vuelvan tridimensionales? Es algo que me acompaña todo el tiempo. Sería interesante que, por ejemplo, cuando yo hablara salieran las palabras y que el otro, el que me está escuchando, no las escuchara sino que las viera. Más allá de esta cuestión, también me esfuerzo por dar respuesta sobre el estilo propio. A lo largo de mi carrera descubrí que la caligrafía es un ejercicio de copia, que no está mal, y aquí hay otro aporte: pensar que no hay nada bajo el supuesto, que aprendimos a hablar y a escribir porque alguien nos lo transmitió, así que siempre estamos copiando y está bien. La pregunta para mí en la caligrafía es ¿en qué punto yo dejo de copiar y empiezo a crear mi propio camino en la escritura caligráfica?
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¿Tiene o tuvo algún referente en esta línea de trabajo?
Hay muchos, sobre todo muchas, porque como mujer negra es una conquista de género: en algún punto, fue un oficio que se le negó a las mujeres. Al final del siglo XIX, con la industrialización, empezó a popularizarse también la escritura a mano y ahí es cuando empiezan a poder acceder a esto las mujeres, entonces trato de tener siempre eso en la memoria. Mencionaría nombres como Martina Flor, Silvia Cordero, entre otras. Voy a sus clases de manera virtual porque este oficio también exige la práctica y el aprendizaje permanente. Me costó un montón decir: “yo soy calígrafa”, no sabía cuál era el momento en el que había que decir eso porque nadie te da ese título en ninguna universidad, al menos en Colombia. Lograrlo tuvo que ver con esos referentes que siempre he perseguido y que hacen un trabajo muy disciplinado.
¿Cuál ha sido su proyecto favorito de los que ha trabajado con caligrafía?
Soy la calígrafa del Museo del Río Magdalena. Hace unos cuatro o cinco años me encontré con dos curadores, Germán Ferro y Margarita Reyes. Él es el director del museo y ella trabaja en el área de museografía del Instituto Colombiano de Antropología e Historia. Cuando conocieron mi oficio, quisieron hacer una apuesta por cambiar la manera de hacer museografía y pasaron de los impresos, que es lo que normalmente hacen en los museos, a pensar que yo podía viajar para el montaje de las obras y proponer unas letras in situ y hacerlas en el momento. Lo que yo hago, que Germán lo bautizó como una acción caligráfica, es a la vez una acción performativa.
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Mientras están haciendo el montaje de las obras, yo voy hasta el museo, el curador o el artista me cuenta de que se trata el montaje y yo propongo una letra que acompañe ese montaje. Esa letra tiene que tener coherencia con el diseño museográfico, con el diseño tipográfico, pero además con el fondo y con el tema de la exposición. He visitado varios museos del país, como el Panóptico de Ibagué, el Parque Arqueológico de Tierra Adentro, el Parque Arqueológico de San Agustín, el Fuerte de San Fernando en Cartagena, entre muchos otros. De todo ese recorrido hay unos trabajos muy hermosos que me han conmovido un montón, uno de ellos fue el que hice para el Museo de Arte Moderno de Medellín, en el que acompañé la obra de la artista María Teresa Hincapié.
*Esta entrevista se publicó originalmente el 14 de febrero de 2023*