De “El grito” al “Retablo de Ghent”: las obras de arte robadas en la historia
A propósito de la reciente recuperación de una obra de Vincent Van Gogh, robada hace tres años, y los recientemente descubiertos robos a la colección del Museo Británico, en Londres, recordamos este artículo, publicado originalmente en julio de 2022. En este se explora cómo las obras de arte, desde hace siglos, han sido el objetivo de diferentes operaciones de robo. Han pasado por las manos de piratas hasta mafiosos e incluso han sido usadas como botín de guerra.
Andrea Jaramillo Caro
Cuando en agosto se reveló que la colección del Museo Británico, compuesta de aproximadamente 8 millones de piezas, había sido víctima de robo por un de sus propios curadores, el mundo se estremeció. La institución, que alberga obras disputadas como los bronces de Benin y los mármoles del Partenón en Grecia, había sido alertada en 2021, pero hizo caso omiso a las advertencias, hasta que este año decidió comenzar una investigación detallada sobre el caso. Se sabe que el curador señalado del crimen había puesto en venta las piezas no catalogadas que sacaba de la colección a través del portal web Etsy y que, recientemente, comenzaron a recuperar algunas de las pieas robadas.
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Cuando en agosto se reveló que la colección del Museo Británico, compuesta de aproximadamente 8 millones de piezas, había sido víctima de robo por un de sus propios curadores, el mundo se estremeció. La institución, que alberga obras disputadas como los bronces de Benin y los mármoles del Partenón en Grecia, había sido alertada en 2021, pero hizo caso omiso a las advertencias, hasta que este año decidió comenzar una investigación detallada sobre el caso. Se sabe que el curador señalado del crimen había puesto en venta las piezas no catalogadas que sacaba de la colección a través del portal web Etsy y que, recientemente, comenzaron a recuperar algunas de las pieas robadas.
Similarmente, ayer se dio a conocer la noticia de una obra de Van Gogh que fue recuperada luego de haber sido robada del museo neerlandés Singer, donde la obra iba a permanecer en préstamo desde el Museo Groninger para una exhibición temporal. El lienzo “Jarsín de primavera, pintado en 1884, fue hurtado durante la madrugada del 30 marzo de 2020, cuando el museo estaba cerrado. Tres años y medio después el detective de arte Arthur Brand recuperó el cuadro cuando un hombre, cuya identidad se desconoce, devolvió el cuadro en una caja de la marca Ikea. Se sabe que la obra estuvo en manos de una organización criminal que tenía la intención de usarla como medio de negociación de penas, en caso de arresto.
Aquí le contamos algunos de los casos más sonados de robos de arte en la historia reciente.
El robo de arte que a 33 años sigue sin resolución
En la noche del fin de semana de san Patricio, el 18 de marzo de 1990, ocurrió un robo: el más grande en la historia del arte. La víctima fue el Isabella Stewart Gardner Museum (ISGM), de Boston. Treinta y tres años después, el paradero de las obras robadas, los detalles y los responsables del crimen se desconocen. Las trece obras, avaluadas en US$500 millones, están lejos de ser las únicas que han sido robadas en la historia, pero este robo ocurrió en circunstancias particulares que aún generan especulación en el público y preguntas sin respuesta para las autoridades responsables del caso.
En este caso en particular, los ladrones entraron disfrazados de policías de Boston a la 1:18 a.m., amordazaron al guardia de turno, Richard Abbath, y pasaron 81 minutos en el edificio durante los cuales tomaron las obras, entre las cuales se encuentra el único paisaje marino pintado por Rembrandt, cuyo paradero aún se desconoce: La tormenta en el mar de Galilea.
Esta es solo una de las formas en las que se llevó a cabo un robo de arte. Dieciocho años antes del atraco en Boston, otros ladrones perpetraron el robo de arte más grande de Canadá en 1972. Descendieron por una cuerda al Museo de Bellas Artes de Montreal y, con el mismo modus operandi de amordazar a los guardias, se llevaron 39 piezas de joyería y 18 pinturas en treinta minutos. En otro caso también muy sonado, esta vez en Suecia en el año 2000, un grupo de ladrones entró al Museo Nacional armado hasta los dientes y secuestraron a los guardias de seguridad para llevarse un cuadro de Rembrandt y dos pinturas de Renoir, avaluadas en US$45 millones y luego escapar en una lancha rápida.
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Los museos y sus medidas de seguridad
Para evitarse estos dolores de cabeza, los museos e instituciones culturales del mundo se han empeñado en mejorar y actualizar constantemente sus sistemas de seguridad, pues, aunque ningún robo se parezca a otro, algo que comparten es que los objetos son relativamente fáciles de transportar.
Este no es el único hecho que comparten los robos y las obras robadas, pues una vez desaparecen, seguirles el rastro es una tarea difícil y encontrarlos, casi imposible. Según le dijo Bonnie Magness-Gardiner, coordinadora del programa de robo de arte del FBI, a Chris Rovza, la estadística de recuperación de obras del FBI está alrededor del 10 % y otros estiman que incluso pueden ser porcentajes más bajos. Sumado a esto, la Interpol, en su base de datos de obras robadas, consigna alrededor de 52.000 piezas de 134 países en 25 categorías.
Como moscas a la miel, cada incidente atrae la atención de los medios y el público, principalmente por el valor económico del arte. Esto, de acuerdo con Rovza, hace que la venta de estos artículos en el mercado negro sea aún más difícil y, según Magness-Gardiner, hace que se vendan por apenas el 10 % de su valor original. Aunque haga más difícil la venta, esto no significa que sea imposible venderlas. En un artículo de 2007 del Montreal Gazette, Richard Ellis, quien fue parte del departamento de arte y antigüedades del New Scotland Yard, afirmaba que “después de un atraco los ladrones esperan hasta que se publica la noticia del robo en el periódico, para ver el valor declarado de las obras. Luego calculan su porcentaje de la recompensa o venta en el mercado negro”. En 2007, el FBI estimaba que el negocio de robo de arte valía US$6.000 millones y era la cuarta empresa criminal luego de las drogas, el lavado de activos y el tráfico de armas.
Un plan maestro digno de una obra maestra
En su artículo de 2015, Rovza afirma que este tipo de atracos, como el de Boston o Suecia, son muy raros, pues el objetivo de los ladrones suele ser una casa o el patrimonio de algún millonario. Casi ninguno tiene tanta planeación como el robo de una obra de Edvard Munch, una de las cuatro versiones de El grito, que cuyo perpetrador le tomó cinco años idear. En 1994, mientras se jugaban los Olímpicos de Invierno en Oslo, Pal Enger entró por una ventana del museo, la abrió y cortó la cuerda que sostenía el cuadro, aprovechando que el museo estaba desatendido, ya que la policía estaba en los juegos. Incluso alcanzó a dejar una nota que decía “gracias por la falta de seguridad”. Le tomó apenas cincuenta segundos efectuar el robo.
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La obra fue recuperada al poco tiempo, en un operativo liderado por Scotland Yard antes de que el ladrón pudiera venderla. A pesar de la posible venta del cuadro, Enger afirmó que su motivación no era económica, sino que se trataba de la emoción y el reto de lograr llevarse la pieza. Aunque este ladrón asegurara no tener motivaciones económicas, otros sí han visto una arista lucrativa en hacerse con estos objetos. Cuando sucedió el atraco en el Isabella Stewart Gardner Museum, una de las hipótesis sobre su posible autor intelectual señalaba a las mafias del momento, pues entre investigadores y autoridades era bien sabido que podían utilizar las obras como boleto de salida de cualquier situación que los pusiera frente a la justicia. Anthony Amore, director de seguridad del ISGM, cuenta en su libro El arte de la estafa y el robo de Rembrandts: las historias no contadas de notorios robos de arte, que “las obras maestras siguen siendo demasiado caras, incluso al 10 % de su valor; nadie va a gastar millones en una obra que nunca podrá mostrar a nadie”. Simon Houpt, autor del libro El museo de los desaparecidos: una historia del robo de arte, tiene una posición similar a la de Amore, pues “no conozco ningún coleccionista al que no le guste mostrar su colección. Y no puedes hacer eso si has encargado un robo”.
La Segunda Guerra Mundial y las manos de Hitler en el arte
Aunque estos eventos y otros sean relativamente recientes, el robo de obras de arte es mucho más antiguo. El primero que se registró en la historia sucedió en 1475, cuando piratas polacos robaron el tríptico del Juicio final, de Hans Memling, y lo llevaron a Gdansk, donde aún permanece, en el Museo Nacional de la ciudad. Pero si hay una obra que ha sufrido más por estos crímenes es el Retablo de Ghent. En sus 600 años de existencia ha sido robada seis veces. Uno de los autores intelectuales fue Hitler, quien quería utilizar la pieza para un museo que estaba planeando.
Pero más allá de haber sido solo una obra, durante la Segunda Guerra Mundial los nazis robaron y saquearon unas 650.000 obras de arte desde 1933, lo cual corresponde al 20 % del arte en Europa. Algunas de estas piezas llegaron a aparecer en varios museos del mundo, pero los nazis no solo fueron responsables por el desplazamiento de arte más grande de la historia, sino que también quemaron unas mil pinturas y esculturas y casi 4.000 acuarelas y dibujos en 1939, de las cuales unas 100.000 obras siguen sin regresar a sus respectivos dueños.
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La razón detrás de este gran atraco, según Irina Diana Calu, de la revista Daily Art, se debe a los intentos fallidos de Adolf Hitler de convertirse en artista profesional. No tuvo éxito en los exámenes para entrar a la Academia de Bellas Artes, en Viena, aunque el resto de su vida se consideró un conocedor de arte. En su libro Mi lucha favoreció ampliamente el arte clásico y se fue lanza en ristre contra las vanguardias del momento, como el cubismo, el futurismo y el dadaísmo.
Como resultado, pinturas como el Retrato de Adele Bloch-Bauer I, de Gustav Klimt, también conocida como La dama de oro, pintada entre 1903 y 1907, terminó exhibida en una galería que afirmaba desconocer su proveniencia. La modelo, que falleció en 1925, en su testamento estableció que la obra debería ser expuesta en una galería de su elección, aunque no le pertenecían a ella, sino a su esposo, quien comisionó el retrato. Ferdinand Bloch-Bauer huyó a Suiza y en 1941 la obra fue robada junto con parte de su patrimonio, que dejó luego de huir. Cuando murió, en 1945, dejó toda su herencia a su sobrino y dos sobrinas, una de las cuales, María Altmann, en 1999, contrató a un abogado con el que demandó a la Galería Belvedere para que le devolvieran a la familia cinco obras de Klimt y luego de siete años de litigio lograron la hazaña. Esta historia fue adaptada en la película La dama de oro, de 2015, y como esta hay muchas que pueden contar los escuadrones creados para el propósito de la recuperación y restitución de las obras, como los Hombres del Monumento.
Una pieza que no tuvo un final feliz como las de Klimt fue la habitación Ámbar que se encontraba en Rusia, antes de que los nazis la desmontaran durante la Segunda Guerra Mundial. Esta habitación fue construida durante el siglo XVIII en lo que entonces se conocía como Prusia, para el palacio de Charlottenburg. Los paneles en el color de la piedra ámbar fueron considerados la “octava maravilla del mundo”, la terminaron de construir en 1707, pero no permaneció mucho tiempo en Berlín. En 1716, el rey prusiano Frederick William I le regaló esta habitación con sus paneles al zar Pedro el Grande y fue entonces trasladada al palacio de Catalina, cerca de San Petersburgo. Allí permaneció hasta que en el siglo XX los nazis saquearon la habitación y desarmaron los paneles, que habían sido fabricados en hoja de oro y tenían espejos. Los alemanes los llevaron desde Rusia a Köinsberg para exhibirlos, pero en 1944 las fuerzas aliadas bombardearon la ciudad y el rastro de la habitación Ámbar, que hoy estaría avaluada en US$142 millones, se perdió desde entonces. Según Kassia St. Clair, autora de La vida secreta de los colores, algunos creyeron que los paneles se mantuvieron escondidos en la ciudad, otros que habían sido evacuados, pero en 2004 Adrian Levy y Cathy Scott-Clark escribieron que el Ejército Rojo intentó mover la habitación y, en el proceso, dañaron la obra.
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El arte como peón de guerra
Por cierto, la Segunda Guerra Mundial no fue la única en la cual el arte estuvo en el ojo del huracán, sea como arma o víctima. Se ha visto en Siria y Afganistán, y más recientemente en Ucrania. Desde que comenzó la guerra, e incluso antes, los ucranianos han visto cómo su cultura y arte es puesto en peligro de ser borrado y saqueado.
En mayo, oficiales ucranianos denunciaron el saqueo de varias obras en varias instituciones. Curadores de arte comenzaron a esconder los tesoros patrimoniales ucranianos en los sótanos de los museos y esperar lo mejor. Con el ejército ruso apuntando a 250 instituciones culturales, las obras de arte del pintor Arkhip Kuindzhi o las piezas de oro en Melitopol nunca habían enfrentado tanto peligro. “Ahora hay pruebas muy sólidas de que se trata de un movimiento ruso deliberado, con pinturas y adornos específicos dirigidos y llevados a Rusia. Existe la posibilidad de que todo sea parte de socavar la identidad de Ucrania como un país separado al implicar la propiedad rusa legítima de todas sus exhibiciones”, le dijo Brian Daniels, de la Universidad de Pensilvania, a Barbie Latza Nadeau.
En marzo, recién empezada la invasión, se reportó que las fuerzas rusas destruyeron unas 25 obras de la artista María Prymachenko, en el museo donde residía. “Otra de las pérdidas irreparables de la autoridad histórico-cultural de Ucrania es la destrucción del Museo Histórico-Cultural de Ivankiv por parte del agresor en estos días infernales para nuestro país”, escribió el director del museo en un mensaje de Facebook. A través de Telegram, el Consejo de la Ciudad de Mariúpol denunció el robo de 2.000 obras en tres museos de la ciudad en mayo. Entre los objetos que desaparecieron estaba un rollo de la Torá escrito a mano, pinturas de Arkhip Kuindzhi e Ivan Aivazovsky, una biblia de 1811, íconos ortodoxos y 200 medallas del Museo de Arte de Medallones.
En junio, la Unesco declaró que 150 espacios culturales en Ucrania estaban en peligro. “Según las comprobaciones realizadas por sus expertos, 152 lugares culturales han quedado parcial o totalmente destruidos como consecuencia de los combates, entre ellos setenta edificios religiosos, treinta edificios históricos, dieciocho centros culturales, quince monumentos, doce museos y siete bibliotecas”, informaron en un comunicado de prensa del 23 de junio.
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Hoy en día el número de monumentos y sitios culturales en peligro aumentó a 161 y hasta el momento se han reportado 411 obras de arte perdidas, desde que comenzó la invasión, el 24 de febrero. Olesya Mylovanova, exdirectora del Museo Regional de Costumbres Locales de Luhansk, le dijo a Artnet News que “por lo general, tendemos a creer que las cosas más valiosas en los museos son los artefactos. Pero esta guerra demostró que lo más preciado en los museos son las personas. Fui testigo de ejemplos de personas dispuestas a dar su vida para salvar las colecciones. Están dispuestos a dar su vida para luchar y preservar la identidad ucraniana, porque los museos ucranianos representan la cultura ucraniana. Y saben que fueron atacados por eso”.
El arte se encuentra como arma, y la cultura, como peón, en una pugna de poderes que no tiene fin. Aunque los robos de arte que usualmente son tan llamativos en los titulares noticiosos no son tan comunes, los paraderos de las obras que se perdieron ahora hacen parte de la larga lista de misterios que rodean al mundo del arte.