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Me asemejo a una receta de cocina llena de ingredientes que he venido recolectando a través de la vida y sin una razón clara. Siempre he estado en continuo cuestionamiento sobre lo que hago, realmente sobre todo lo que vivo.
La familia de mi papá, Jesús Cárdenas, es oriunda de Calarcá – Quindío y vivió en medio de muchísimas limitaciones, por lo mismo él fue un luchador que se hizo a través de su trabajo y con grandes sacrificios. Su vida se asemeja a la del cuento costumbrista, Que Pase el Aserrador de Jesús del Corral. Estudió en la normal pues la opción más viable para labrarse su futuro fue como profesor y para lograrlo vivió con sus primas que tenían una mejor situación económica.
Estando con ellas alguien preguntó si él sabía mecanografía, porque había una vacante en la oficina del Banco de Colombia, entonces pidió que le dieran una semana para presentarse y durante esos ocho días aprendió, lo contrataron y comenzó su carrera dentro del banco que lo llevó a ocupar una gerencia regional. Su trabajo fue reconocido en vida por la institución.
Mi mamá, María Victoria Londoño, proviene de una familia antioqueña de trece hermanos. Podría decir, sin lugar a equivocarme, que ella era de otra época, fue muy recatada, muy conservadora, de mente abierta para otras cosas, muy independiente, no jugaba el juego social, no vivía de compromisos, se alejaba del ruido del día a día y del deber ser. Con sus hijos fue muy alcahueta respetando nuestras diferencias pues todos somos muy unidos aunque distintos.
Nací en Laureles, un barrio tranquilo de Medellín lo que me permitió vivir una infancia muy bonita. Viví acompañado por mis dos hermanos y muy especialmente por mi papá pues él se casó siendo muy mayor así que cuando yo empecé a crecer, él ya gozaba del buen retiro y de su finca en La Estrella, al sur de Medellín. Recuerdo que en época de colegio no podía esperar las vacaciones para instalarme en ella a hacer el oficio de mayordomo pues era feliz cortando la hierba, ordeñando las vacas, sembrando la huerta, vendiendo la leche en el pueblo.
Con los años me fui convirtiendo en una compañía importante para mi papá, iba con él a donde fuera, veíamos los partidos de fútbol y siempre estuve muy pendiente de lo que pudiera necesitar. Él murió en el 2002 y fue ahí cuando comencé a prestarle mucha más atención a mi mamá, aunque siempre abrimos espacios de conversación en los que abordábamos temas muy diversos como deportes, música, economía, arte.
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Mi mamá decidió a mis cinco años llevarme a estudiar al Instituto de Bellas Artes. Yo entraba a ese edificio que es patrimonio cultural e inmediatamente me impregnaba de sus aromas porque olía a trementina y de sus sonidos cuando se escuchaban los pianos al fondo. Fueron estas pequeñas cosas las que me engancharon emocionalmente.
Tomé clases con Libe de Zulategui y Mejía, nos entendimos en el idioma artístico por lo que la seguí a su retiro de Bellas Artes cuando decidió irse a una casa antigua en la calle Córdoba donde montó su taller. Con ella tomé clases durante dieciocho años, una o dos veces por semana. Tuvo la sabiduría para retenerme cuando quería dejarlo todo durante la adolescencia, me ayudó a reconciliarme con la vida e impidió que se rompiera mi relación con el arte.
Cuando tuve que decidir qué estudiar fue muy confuso para mí por lo que mi deseo estaba en ser mayordomo, quería irme a la finca donde había montado mi taller de arte y carpintería, y en el que trabajaba con mi hermano. Esa fue la disciplina del oficio que se volvió necesaria en mi vida.
Como mi papá no estuvo de acuerdo me vi ante un conflicto porque no encontraba nada que me fuera lo suficientemente atractivo, sentía que todo me encasillaba por lo que decidí presentarme a agronomía en la Universidad Zamorano de Honduras y pasé, pero me encarté porque no era mi deseo viajar. Todas las inscripciones se estaban cerrando y mis amigos ya estaban en su camino, en su gran mayoría en la facultad de ingeniería civil de la Escuela de Ingeniería, por lo que de impulso me presenté y fui admitido.
La orientación vocacional fue reveladora, yo debía estudiar arquitectura o arte y en ese momento lo único que tenía claro era que no quería ser artista. Me sentía vulnerable y lo que quería era hacer arte que es muy diferente.
Me costó muchísimo graduarme. Durante la carrera me prohibieron estudiar arte pues mis resultados no eran los mejores, pero alguna vez manejando mi carro, que aunque era pequeño al parecer lo era más la puerta de salida, me choqué y saltaron mi atril y mis herramientas, también mis pinceles y lienzos, lo que me dejó en evidencia frente a todos, que no eran muchos. Pero impuse mi deseo y logré terminar.
Es curioso porque durante mi recorrido de vida, cuando es el momento de saltar de una rama aparece otra, como ángeles que me llevan de su mano. El día de mi grado hablé con Libe para decirle que me retiraba, que suspendía las clases porque un ángel, Álvaro Villa Galvis, me invitó a Los Ángeles a trabajar en su taller de efectos especiales (en el año 89 los efectos había que hacerlos, todo era manual y esa era mi habilidad).
Pasaba días enteros, incluso fuera de horario laboral, en permanente actividad pero al año y medio que se vencía mi visa de trabajo, mi hermano me habló de una maestría en ingeniería de manufacturas en Boston. Aunque el tiempo no me permitía dedicar espacios a producir arte, sí me iba para los almacenes chinos donde compraba palitos y bolitas con los que jugaba armando lo que la imaginación me daba, pero mis manos no podían parar.
Cuando terminé, año y medio más tarde, regresé al país para integrarme al mundo empresarial trabajando en IMUSA por espacio de cinco años con una intensidad indescriptible, buscando acelerar capítulos de la vida, queriendo ganar tiempo. Comencé como auxiliar de ingeniería y cuando me ascendían era yo quien pedía quedarme en planta pues lo que me gustaba era la producción y no la administración, aunque terminé como gerente de la planta de Rionegro.
Dada mi buena relación con Joaquín Ruiseco Presidente de la empresa y que se convirtió en un padre putativo, me senté a confesarme con él, a transmitirle mis temores pues yo le tenía miedo al momento de la jubilación, sabía que si seguía vinculado con ellos no crecería más financieramente hablando y que estaba limitado para hacer arte. Decidí que con lo que recibiera de liquidación compraría un pequeño negocio, una participación del socio de Elías Gutiérrez, mi gran amigo. Me manifestó que quería asociarse conmigo para lo que fue muy bienvenido.
Me concentré en el taller de galvanizado en caliente y con tiempo para el arte. Dibujaba, rayaba y producía tanto como el tiempo me lo permitía. Estando ahí llegó a mí la oportunidad de representar una compañía americana proveedora de IMUSA con quien tuve una muy estrecha relación comercial, muy pulcra y honesta. Ahí crecí de manera importante.
En el año 99 la situación económica del país entró en crisis y por reflejo mi negocio también. De repente un señor me invitó a que le manejara su negocio pero yo no me quería emplear, por lo mismo le pedí una cifra como para que no me la pagaran pero aceptaron y me vinculé . Organicé la casa porque fue realmente exigente pues estaban completamente desestructurados en todos los frentes lo que me dejó sin tiempo y ante la realidad de que no se cumplía con la expectativa inicial. Conformamos un equipo de trabajo extraordinario que nos permitió quebrar la curva descendente y salir adelante. Un año y medio más tarde me echaron sacándome por la puerta de atrás, porque si no, me hubieran lanzado por la ventana de su empresa familiar. Todos nos desgastamos y ese ciclo se cerró.
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Algo me decía que eso era lo mejor que me podía pasar aunque el ego estaba muy golpeado. Al día siguiente los americanos me ofrecieron que les dedicara más tiempo, tomé ese recurso dejando claro que era el momento para dedicárselo al arte y ellos estuvieron de acuerdo. Tomé más en serio el arte y le dediqué tiempo y dinero aprovechando que ya era mucho más autónomo.
Recuerdo que durante toda mi vida laboral, lo único que lograba hacerme sentir que no estaba abandonando el arte era dibujar, así en los comités primarios, en las juntas, en las diferentes reuniones y en los viajes, dibujaba sin parar, rayaba servilletas, agendas y lo que fuera, soñaba qué hacer y en mi mente transformaba las cosas que veía. Uno de los ingredientes de mi transformación ha estado en la naturaleza, desde la finca con sus aves, bosques, matorrales y fuentes de agua.
Comencé a viajar para observar todo cuanto necesitaba. Dos artistas que me atrajeron siempre mucho fueron Alexander Calder y Joan Miró por lo que viajé a una pequeña exposición que ofrecieron de ellos en Washington. Estuve dos días y medio contemplando, dibujando, estudiando la manufactura, revisando una y otra vez. Fue tanta la atracción y fascinación que los señores de seguridad me prestaron sillas, creo que hasta café me ofrecieron. El hecho es que ese fue un momento de quiebre.
Durante todos estos años Leonel Estrada, amigo de mi familia, caminó conmigo en paralelo hasta donde yo se lo permitía. Fue un ortodoncista pero ante todo un artista muy generoso, solidario, fascinado por la creación, un filántropo. Su consultorio era una galería en la que tenía exposiciones itinerantes y otras permanentes. Como me veía siempre con una libreta dibujando, me preguntaba por lo que hacía y al comienzo yo le mostraba pero con los años me cerré, no quise volver a mostrar nada, lo dejaba para mí. Tuvimos una relación muda durante quince años (pero no solo con él porque ni mis más cercanos amigos conocían mi trabajo).
Alguna vez me lo encontré, cuando ya estaba mucho más dedicado y maduro, cuando ya había procesado sus palabras, las que me ofreció como consejo:
--- No cantés más en la ducha.
Como reacción espontánea me le acerqué y le dije:
--- ¡Leo!
--- Qué hubo Ricardo, contáme qué estás haciendo.
--- Te voy a mostrar.
--- Te espero el viernes en mi casa a las cinco de la tarde y llevás unas fotos.
Su casa era también una galería muy connotada, con un bar al que llegaban los artistas en medio de un ambiente bohemio y el halo que dejaron personajes como Botero, Grau, Obregón y tantos otros que fueron sus amigos. Mi producción resultaba extraña y Leonel me lo hizo ver, me invitó a decantar todo lo que me contenía. Escribió una carta que llevé a Suramericana que recibió Alberto Sierra y ahí comenzó una relación de amistad invadida por arte que patrocinaron de manera muy generosa.
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Mi primera exposición fue en la Cámara de Comercio en el 2005 a mis treinta y cinco años. Me sentí muy mayor pero Alberto Sierra me tranquilizó al decirme que Cézanne a mi edad trabajaba en un banco. Esta fue una exposición muy colorida, con elementos en madera, bronce, hierro y aluminio, y con una carga teórica muy fuerte como la emoción que sentí y fue un paso muy importante en mi vida porque después de haberla abierto, supe que el expuesto era yo a través de mi obra.
Luego del coctel de inauguración, fui solo a visitar la sala, cual extraño viendo una obra ajena, eso me hizo cuestionar y quise invitar a Luis Fernando Peláez, un artista muy especial de ojo agudo que tomó la pieza Brisa, la puso en el piso del parqueadero y me dijo:
--- Esta partecita de la obra es la esencia de la exposición.
Con eso me resolvió muchísimos problemas, los que me generaban esa insatisfacción e incapacidad de encontrar soluciones. Yo quería decantar, saber qué me quedaba de ahí pero no encontraba la fórmula, y él lo logró y se me hizo evidente a través de la sombra, la que me mostró la forma de transformar mis ideas en materia, en volumen, con fragmentos lineales. La esencia de este pequeño elemento fue una fuente para seguir creando.
Vinieron otras exposiciones, como Migraciones en el Museo de la Universidad de Antioquia en el año 2007. Estas ya mucho más maduras y aplicando las herramientas que me permitieron cristalizar mis ideas, pero también vino un crecimiento muy importante en mi trabajo comercial. Cada vez que me bajaba de un avión iba directo al taller, sin falta, hasta que llegó el momento en que me dediqué por completo. Muchas preguntas me asaltaron, cómo quería vivir, qué quería hacer y otras tantas. Experimenté la angustia de estar distraído.
En el año 2009 el edificio Bancolombia decidió construir una sede en Medellín donde estaba la planta de Argos para lo que convocó a dieciséis artistas a un concurso de escultura para que hicieran tres piezas públicas de gran formato. Con el solo hecho de haber sido invitado me sentí muy afortunado. Con mi propuesta me gané una de las esculturas lo que fue de gran impacto, la llamé Manglar, no tan orgánico como el que instalé en Serena del Mar en Cartagena para la inauguración del Hospital Carlos Haime que será operado por la Fundación Santa Fe.
Es un reto enfrentarse a hacer escultura monumental, transformar la escala, considerar el espacio urbano. Ahí comienza un diálogo, un contra punteo de la escultura con el espacio público, buscando que se integre con naturalidad.
Tuve una exposición muy importante en la sala de Suramericana en el año 2011, invitado por Alberto Sierra. Participé con dos esculturas compartiendo espacio con los grandes maestros como Negret, Villamizar, Hugo Zapata y otros.
Conocí a Laura, mi esposa, en el año 2013, lo que me ayudó a aterrizarme en muchos frentes, a atender cosas que tenía aplazadas, a disfrutar de la tranquilidad dándole otra mirada al día a día. Ella me ha rodeado y ha reconocido y valorado mi trabajo, me ha enseñado a respirar, a hacer pausas, a disfrutar. Si bien no soy muy lector sí muy gráfico y me encanta observar detenidamente las cosas, así pues que comencé a dedicarme tiempo y a lo que me gusta y me ha gustado siempre.
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¿Al tomar la decisión te sentiste liberado?
El arte debe hacerse para uno, por eso soy un artista tardío pero libre y con autonomía. Llegué a llorar en los museos que visitaba cuando no estaba dedicado al arte por completo, hoy en día siento paz y una tranquilidad impresionante.
¿Quién eres como artista?
Me siento en un estado único confrontado a mi obra que me lleva a tierra de gigantes porque mis líneas se transforman en inmensas realidades. Hay algo que me mortifica y es que la mente funciona muy rápido y las manos tan lento que requiero de cierta disciplina para lograrlo y ser muy estricto con el tiempo.
¿Qué es el tiempo en tu vida?
La única materia prima que no puedo comprar.
¿En qué lenguaje te hablas cuando estás inmerso en tu mundo de artista?
Estoy metido en mi pequeño universo y el cerebro siempre me está lanzando preguntas, planteando retos, cuestionándome.
Mi papá siempre me decía que el hombre tiene un problema y es el de pensar que siempre está mejor donde no está. Porque uno tiene la habilidad de mortificarse pero cada vez me pasa menos.
¿Tu inspiración la tomas de afuera o surge de ti?
Al comienzo todo venía de afuera, producto de la observación y eso empezó a crear un banco de información en mi cerebro. Hoy en día va en las dos direcciones.
¿Eres geometría?
Sí. Me encantan las mesetas, las formaciones rocosas, los estoraques y eso lo encuentro en la naturaleza, entonces salgo a buscarla y la convierto en líneas.
¿Todavía te habita ese niño de cinco años que se deja sorprender por la vida?
El deber ser que la sociedad impone, distrae, pero el arte ha sido mi polo a tierra. Siempre hubo un contra punteo entre los dos escenarios. Cuando me dedico por completo al arte, vuelvo a mis cinco años. Me ha permitido una gran liberación.
La diferencia de edad que tengo con Laura me aporta su visión, enriquece mi mundo, me brinda un encanto adorable y me enriquece por su conexión con los animales, por su interacción con la huerta y la naturaleza.
¿Qué color eres?
Azul y amarillo pero no tienen que ver con mi temperamento. Muchas cosas las veo en esos colores.
¿Con qué animal te identificas y por qué?
Con un ave porque me encanta ver las cosas desde el aire.
¿Si fueras un elemento de la naturaleza?
Sería un estepicursor (nubes del desierto) porque me encanta rodar en libertad descubriendo el mundo.
¿Cuál es tu razón de la existencia?
Dejarlo todo en ella, entregarlo absolutamente todo.
¿Qué te gusta dejar en las personas que se acercan a ti?
Amigos.
¿Cómo te gustaría ser recordado?
Como un apasionado.
¿Cuál debería ser tu epitafio?
Nos vemos.