El asombro
El que toma café a solas. El que lo mira desde una bicicleta. El que se sienta en su butaco de oficina. El que se va seguro de no volver.
Jose Hoyos
El que llora a escondidas. El que limpia una mesa de restaurante. El que se pregunta qué estará pensando el conductor del bus. El que remienda una media. El que en una reunión le da pena pararse e irse. El que acaricia un perro en silencio. El que regresa. El que se acuesta en una cama de hospital. El que camina por el pasillo de un avión. El que canta un cumpleaños. El que ayer sepultó a una hija. El que desconfía de la solemnidad. El que disfruta una mala comida. El que anhela una manta gruesa y noches frías. El que sonríe cuando descubre qué es un palíndromo. El que fuma a escondidas. El que levanta un andamio para pintar una fachada. El que disimuladamente bosteza en un velorio. El que en cualquier momento se enoja. El que atraviesa una avenida pensando en Michael Foucault. El que está a punto de lanzar la caña de pescar. El que camina sólo por saborear el simple espíritu de las cosas y los hechos. El que oye por primera vez la palabra torcuato. El que dice “hará un año”. El que mantiene informados a los vecinos. El que se tatúa un duende pequeñito. El que tiene un solo nombre y un solo apellido. El que maneja un tractor y canta. El que acaba de comprar un televisor y arde en deseos de llegar a la casa. El que se decepciona al ver que la ambulancia ensirenada no deja ver señales de muerte. El que concilia días después de un altercado. El que no concilia y sigue su vida. El que ve en el ondear de un guadual un trasunto del oleaje del mar. El que marca con dedos temblorosos el teléfono de una funeraria. El que no dice café con leche sino latte. El que al momento en que empieza a deslizarse hacia el sueño tiene un ataque de pánico. El que de vez en cuando quisiera recibir un halago por su trabajo. El que finge infructuosamente que algo no le importa. El que percibe el olor de un jazmín en la oscuridad. El que no se atreve a pedir que le paguen más. El que se ve solo por primera vez en la vida. El que encuentra bonita una guayaba partida a la mitad. El que considera el rezo tan misterioso como aquello que lo impulsa a rezar. El que llega a un paradero de bus a las seis de la mañana sosteniendo la bolsa donde lleva el almuerzo. El que tuvo un accidente y no reconoce el mundo al que ha regresado ni recuerda el que ha dejado atrás. El que tiene fatigado el corazón y le toca darle cuerda por las mañanas. El que pierde las medias debajo de la cama. El que recibe el encargo de un texto de tres mil palabras como si fueran monedas y pudiera sacárselas del bolsillo. El que siempre sabe a dónde va y qué tiene que hacer en cada sitio. El que con mostrar la cara deja ver que el tiempo le es una carga pesada. El que mira una foto vieja y sonríe. El que asume el día como un momento que debe soportar hasta el día siguiente. El que mantiene en su memoria la primera vez que le dieron un sí. El que tiene por costumbre deber plata. El que fuma su cigarrillo como si muriera de hambre. El que se asusta cuando oye la palabra leucemia. El que llora con todo el cuerpo. El que grita antes de soltar la carcajada. El que se ilusiona pensando en lo que va a almorzar. El que pajarea el cielo de la noche. El que detecta el oxímoron en la expresión “actuar con naturalidad”. El que odia palabras como oxímoron. El que encuentra en un libro partes de sí mismo que apenas soporta mirar. El que perdió la memoria y le dice a alguien “no sé quién eres, pero sé que te quiero mucho”. El que llega tarde a una clase. El que espera ansioso la llegada del domingo. El que ensaya frente al espejo su mejor pose antes de irse para la calle. El que no saluda porque detesta los formalismos costumbristas, pero tiene entrañas nobles. El que se pisa un dedo en una puerta. El que no mira la luna sino la sombra de las hojas que la luna multiplica en el piso. El que le manda a alguien todos los pensamientos que le quedan. El que descubre que cuando la realidad se pone en palabras de inmediato pasa a ser ficción. El que zambulle su alma en el portentoso conjunto de eficacias que es la naturaleza. El que se deleita en el asombro que despiden las cosas pequeñas y elementales. El que vive al amparo de la gigantesca variedad de situaciones y seres que pueblan el mundo: si no te importan los golpes infernales de vez en cuando, si no te importa que la felicidad no siempre sea divertida, el mundo es un lugar bonito para estar.
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El que llora a escondidas. El que limpia una mesa de restaurante. El que se pregunta qué estará pensando el conductor del bus. El que remienda una media. El que en una reunión le da pena pararse e irse. El que acaricia un perro en silencio. El que regresa. El que se acuesta en una cama de hospital. El que camina por el pasillo de un avión. El que canta un cumpleaños. El que ayer sepultó a una hija. El que desconfía de la solemnidad. El que disfruta una mala comida. El que anhela una manta gruesa y noches frías. El que sonríe cuando descubre qué es un palíndromo. El que fuma a escondidas. El que levanta un andamio para pintar una fachada. El que disimuladamente bosteza en un velorio. El que en cualquier momento se enoja. El que atraviesa una avenida pensando en Michael Foucault. El que está a punto de lanzar la caña de pescar. El que camina sólo por saborear el simple espíritu de las cosas y los hechos. El que oye por primera vez la palabra torcuato. El que dice “hará un año”. El que mantiene informados a los vecinos. El que se tatúa un duende pequeñito. El que tiene un solo nombre y un solo apellido. El que maneja un tractor y canta. El que acaba de comprar un televisor y arde en deseos de llegar a la casa. El que se decepciona al ver que la ambulancia ensirenada no deja ver señales de muerte. El que concilia días después de un altercado. El que no concilia y sigue su vida. El que ve en el ondear de un guadual un trasunto del oleaje del mar. El que marca con dedos temblorosos el teléfono de una funeraria. El que no dice café con leche sino latte. El que al momento en que empieza a deslizarse hacia el sueño tiene un ataque de pánico. El que de vez en cuando quisiera recibir un halago por su trabajo. El que finge infructuosamente que algo no le importa. El que percibe el olor de un jazmín en la oscuridad. El que no se atreve a pedir que le paguen más. El que se ve solo por primera vez en la vida. El que encuentra bonita una guayaba partida a la mitad. El que considera el rezo tan misterioso como aquello que lo impulsa a rezar. El que llega a un paradero de bus a las seis de la mañana sosteniendo la bolsa donde lleva el almuerzo. El que tuvo un accidente y no reconoce el mundo al que ha regresado ni recuerda el que ha dejado atrás. El que tiene fatigado el corazón y le toca darle cuerda por las mañanas. El que pierde las medias debajo de la cama. El que recibe el encargo de un texto de tres mil palabras como si fueran monedas y pudiera sacárselas del bolsillo. El que siempre sabe a dónde va y qué tiene que hacer en cada sitio. El que con mostrar la cara deja ver que el tiempo le es una carga pesada. El que mira una foto vieja y sonríe. El que asume el día como un momento que debe soportar hasta el día siguiente. El que mantiene en su memoria la primera vez que le dieron un sí. El que tiene por costumbre deber plata. El que fuma su cigarrillo como si muriera de hambre. El que se asusta cuando oye la palabra leucemia. El que llora con todo el cuerpo. El que grita antes de soltar la carcajada. El que se ilusiona pensando en lo que va a almorzar. El que pajarea el cielo de la noche. El que detecta el oxímoron en la expresión “actuar con naturalidad”. El que odia palabras como oxímoron. El que encuentra en un libro partes de sí mismo que apenas soporta mirar. El que perdió la memoria y le dice a alguien “no sé quién eres, pero sé que te quiero mucho”. El que llega tarde a una clase. El que espera ansioso la llegada del domingo. El que ensaya frente al espejo su mejor pose antes de irse para la calle. El que no saluda porque detesta los formalismos costumbristas, pero tiene entrañas nobles. El que se pisa un dedo en una puerta. El que no mira la luna sino la sombra de las hojas que la luna multiplica en el piso. El que le manda a alguien todos los pensamientos que le quedan. El que descubre que cuando la realidad se pone en palabras de inmediato pasa a ser ficción. El que zambulle su alma en el portentoso conjunto de eficacias que es la naturaleza. El que se deleita en el asombro que despiden las cosas pequeñas y elementales. El que vive al amparo de la gigantesca variedad de situaciones y seres que pueblan el mundo: si no te importan los golpes infernales de vez en cuando, si no te importa que la felicidad no siempre sea divertida, el mundo es un lugar bonito para estar.
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