El astrolabio: la conquista del cielo y del mar (El teatro de la historia)
El astrolabio es uno de los inventos humanos que cambiaron la historia, gracias a este artefacto de origen árabe fue posible la conquista europea de buena parte del mundo.
Es frecuente que los historiadores expliquemos los acontecimientos del pasado como asuntos puramente humanos y que hagamos de los intereses de personajes poderosos el motor de la historia. No obstante, hemos aprendido a reconocer que el poder no se reduce a los caprichos o intenciones de monarcas o tiranos y que el devenir de la historia es el resultado de complejas redes e interacciones entre los humanos, el mundo natural y los artefactos. Las personas interactuamos con muchos otros actores que no son humanos: la naturaleza, los bienes manufacturados, las entidades divinas, los fetiches y los utensilios que también hacen parte activa de nuestra historia. Podríamos pensar una lista casi infinita de artefactos sin los cuales la historia que conocemos no habría tenido lugar: las primeras herramientas, el arado, la brújula, la imprenta, el telégrafo, la radio, la bomba atómica o los teléfonos móviles de hoy. En esta oportunidad nos detendremos en un pequeño mecanismo sin el cual Europa difícilmente habría conquistado los grandes océanos y, por lo tanto, no habría proclamado control global en el mundo moderno: el astrolabio.
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Es frecuente que los historiadores expliquemos los acontecimientos del pasado como asuntos puramente humanos y que hagamos de los intereses de personajes poderosos el motor de la historia. No obstante, hemos aprendido a reconocer que el poder no se reduce a los caprichos o intenciones de monarcas o tiranos y que el devenir de la historia es el resultado de complejas redes e interacciones entre los humanos, el mundo natural y los artefactos. Las personas interactuamos con muchos otros actores que no son humanos: la naturaleza, los bienes manufacturados, las entidades divinas, los fetiches y los utensilios que también hacen parte activa de nuestra historia. Podríamos pensar una lista casi infinita de artefactos sin los cuales la historia que conocemos no habría tenido lugar: las primeras herramientas, el arado, la brújula, la imprenta, el telégrafo, la radio, la bomba atómica o los teléfonos móviles de hoy. En esta oportunidad nos detendremos en un pequeño mecanismo sin el cual Europa difícilmente habría conquistado los grandes océanos y, por lo tanto, no habría proclamado control global en el mundo moderno: el astrolabio.
La ilustración que vemos corresponde a uno de los varios manuales de náutica escritos por cosmógrafos y marinos ibéricos en el siglo XVI, el tratado de Alonso de Chávez, Espejo de los Navegantes. Más de una docena de autores y tratados españoles se ocuparon de difundir entre los pilotos los conocimientos necesarios para la navegación en alta mar. Los tratados incluyeron nociones básicas de astronomía y cartografía, operación de las naves, tareas de la tripulación y de manera particular se ocuparon de la manufactura y uso de instrumentos de navegación como la brújula, la ampolleta (reloj de arena), la ballestilla y el astrolabio. Algunos de estos textos, como el Arte de navegar de Martín Cortes, fueron traducidos a otros idiomas y no es una exageración afirmar que los católicos ibéricos le enseñaron al resto de Europa técnicas básicas de navegación oceánica. Una historia de la modernidad europea menos centrada en el mundo protestante debe reconocer la importancia de la ciencia que desarrollaron los portugueses y españoles en la conquista del Atlántico mucho antes de la tradicional “Revolución científica” asociada con la emergencia de la cosmología copernicana y la física newtoniana.
La conquista del mar fue posible en gran medida gracias a los barcos de vela, pero el mayor desafío técnico para el dominio del mar no estaba en la fabricación de las poderosas naves, sino en los conocimientos necesarios para no perder el rumbo en medio de un inmenso mar en el cual no hay caminos ni señales. Por eso fue necesario entrenar marinos en el correcto uso de brújulas, relojes de arena e instrumentos como el astrolabio que hicieron posible traducir la posición de los astros en un sistema de coordenadas geográficas.
El astrolabio tiene una historia que se remonta a los mismos orígenes de la astronomía, mucho antes del auge de la navegación trasatlántica. Como cualquier artefacto complejo, no es posible asignarle un inventor; se trata de un instrumento utilizado desde la antigüedad y esencial en la formulación de la geografía de Claudio Ptolomeo en Alejandría durante el siglo II, cuando se difundió la hoy casi natural convención de determinar las posiciones geográficas en grados de latitud y longitud.
Los astrolabios (el que toma estrellas), pueden tener distintos grados de complejidad, algunos de ellos incluyeron complejas cartas estelares y se convirtieron en sofisticadas herramientas de cálculo y observación astronómica. Los desarrollados por los árabes en la observación del cielo fueron notables y los primeros astrolabios utilizados por los navegantes cristianos del siglo XVI fueron una herencia directa la astronomía musulmana. La travesía de grandes desiertos tenía cierta similitud con los retos de los marinos, pues en el desierto, al igual que en el mar, no hay senderos visibles, y para orientarse el viajero tenía que recurrir a las estrellas.
El astrolabio náutico que se usó en el siglo XVI es una versión simplificada de los complejos astrolabios medievales desarrollados por los árabes, limitando sus funciones al problema de medir la altura de los cuerpos celestes sobre el horizonte. El aparato se compone de una pieza metálica circular graduada que, en la parte superior, tiene una argolla que permite que el artefacto se pueda sostener con una sola mano. En el centro del círculo se inserta una mira (alidada) que gira y permite al observador apuntar un objeto y así medir su altura sobre el horizonte. Estas observaciones fueron útiles para marinos y cosmógrafos que compartían una manera de entender el cosmos como una gran esfera dividida en 360º cuyo centro era el planeta Tierra.
La explicación teórica de su funcionamiento parece simple. La altura en grados de un cuerpo celeste sobre el horizonte, por ejemplo, de la estrella Polar como referente del norte celeste, permite conocer los grados de latitud en que se encuentra quien hace la observación. Desde Bogotá, por ejemplo, la estrella polar debe estar a 4º sobre el horizonte y, por lo tanto, el observador sabría que se encuentra a 4º al norte del Ecuador. Sin embargo, hacer estas mediciones en un barco en movimiento no es una tarea simple, solo se pueden hacer bajo condiciones atmosféricas adecuadas, y es probable que pasen varios días sin poder obtener datos confiables. Además, traducir los grados a unidades de distancia como leguas o millas supone alguna certeza sobre la magnitud de la circunferencia de la tierra. La pregunta de a cuantas leguas o millas corresponde un grado sobre la superficie terrestre fue objeto de un largo debate científico sin una clara solución por siglos.
En tiempos de sistemas satelitales de ubicación geográfica, las mediciones del astrolabio nos parecen poco útiles y no hay duda de que los navegantes de hace 500 años definieron sus rumbos tomando enormes riesgos. Eugenio Salazar, un monje pasajero y autor de un rico testimonio sobre la vida abordo titulado La mar descrita por los mareados, se mofa de los pilotos, procurando, sin mayor éxito, hacer mediciones con el astrolabio para determinar la posición del barco. Salazar cuenta que finalmente entendió la razón por la cual los pilotos no compartían con la tripulación sus mediciones “… porque ven que nunca dan en el blanco ni lo entienden… y tienen razón de no manifestar los avisos de su desatinada puntería.”
Gradualmente, el astrolabio fue sustituido por sextantes con lentes y espejos, relojes mecánicos y telescopios que permitieron una navegación cada vez más segura y una cartografía del mundo más exacta. No obstante, en el siglo XVI, y gracias al astrolabio de los árabes en manos de pilotos cristianos, los grandes océanos fueron dominados y fue posible elaborar los primeros mapas de la totalidad de la tierra.