El azul Barichara de Ángela Jiménez
Ángela Jiménez es una artista que se hizo en medio de las montañas de Santander. Durante años, se retiró a vivir y experimentar en Barichara, donde logró fusionar su propuesta artística a la comunidad que la rodea y las formas centenarias de construir.
Pilar Cabrera
Con un ojo agudo puesto en las costumbres y plantas de la región, fue experimentando y aprendiendo de los pobladores de la zona, al punto en que ya la consideran una más de los suyos, una “patiamarilla” (apelativo que se les da a las personas de la región por el color rojizo de la tierra). Habla de la luz característica de la zona y del silencio de su pueblo adoptivo, un silencio al que honró y le sirvió para observar el entorno.
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Con un ojo agudo puesto en las costumbres y plantas de la región, fue experimentando y aprendiendo de los pobladores de la zona, al punto en que ya la consideran una más de los suyos, una “patiamarilla” (apelativo que se les da a las personas de la región por el color rojizo de la tierra). Habla de la luz característica de la zona y del silencio de su pueblo adoptivo, un silencio al que honró y le sirvió para observar el entorno.
Como arquitecta, colaboró con su padre Ernesto el Negro Jiménez, en la construcción del Hotel Alto del Viento en Barichara, en cuyas instalaciones concentra gran parte de sus experimentos y proyectos, hasta el punto en que todo lo que hace se le volvió lo mismo: recibir huéspedes ávidos de conocer el entorno, experimentar con la tapia pisada, el bahareque y el adobe, hacer talleres, conversar con los artesanos, desarrollar papel de fibra de piña, buscar el azul de la planta del añil, trabajar su propuesta plástica.
Con obras donde están concentrados todos sus procesos, la artista Ángela Jiménez exhibe su obra, del 16 de agosto al 30 de septiembre, en el Centro Colombo Americano de Bogotá, donde el público podrá conocer el resultado de sus investigaciones y proyectos.
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En esta exposición se encontrará el recorrido plástico que ha realizado hasta el momento con el papel de piña, bambú y el índigo. Incluye obras de pequeño formato (20 × 20 cm) individuales y en series, y elementales suspendidos que dan cuenta del imaginario que estos materiales y esta región han suscitado en la artista y alquimista.
La muestra es también un reflejo de las reflexiones en torno a la sacralización del territorio natural, lo cual se verá reflejado en las obras más recientes. Los visitantes pueden conocer el proceso de extracción del índigo mediante elementos audiovisuales que invitan al diálogo entre la artista, la obra y los visitantes.
Como preámbulo a esta exhibición, El Espectador la visitó para conocer sus propuestas:
¿Qué circunstancias rodearon su conexión con Barichara?
Cuando cursaba quinto año de bachillerato, en 1977, organizamos un paseo a la costa con mi hermano Jorge, haciendo una escala en la mitad del camino, en Barichara, pequeño pueblo escondido en los Andes orientales, conservado en esa época al margen del tiempo. Conocer Barichara siendo aún adolescente produjo un primer flechazo, del cual aún no me repongo.
Fue un golpe identitario tan certero, que mi universalidad aprendida quedó fuertemente comprometida. En esta visita, la presencia de la realidad de los materiales se mezcló con la autenticidad de sus gentes, convirtiendo a Barichara en el lugar de mis sueños. El silencio, el particular olor a hormigas culonas asadas que expedía cada casa por aquella época, la limpieza de las calles y la luz única de este lugar me marcaron de manera definitiva. Cada oportunidad de volver a Barichara la tomaba sin dudarlo: talleres de arquitectura, cursos, turismo, paseos... todos eran buenos pretextos para volver. Finalmente, la vida fue haciendo de las suyas y aquí me fui quedando.
¿Participó en la construcción del Hotel Alto del Viento? ¿En qué consistía ese proyecto?
El Hotel Alto del Viento y el Parque Cultural Montechico han sido unos proyectos familiares paralelos a mi búsqueda plástica, que han terminado por apoyarla y complementarla. En el hotel, he conocido a muchas personas valiosas que se han interesado en los proyectos arquitectónicos y artísticos, y el Parque Cultural Montechico ha sido un incentivo para trabajar más de cerca con la comunidad. Es allí donde he entendido que el ecosistema cultural se teje entre agricultores, artesanos y artistas-arquitectos, y que todos de la mano podemos crear un proyecto colectivo y de apoyo mutuo.
¿Cómo recorre el camino de interesarse por los saberes ancestrales?
El origen del recorrido por los oficios ancestrales está en la arquitectura.
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Fui formada como una profesional en arquitectura convencional. Sin embargo, el hecho de escoger Barichara como lugar de ejercicio profesional me puso en contacto con las técnicas locales. La tapia pisada, el bahareque, los adobes y ahora los BTC (bloques de tierra compactos) son técnicas que me han hecho entender que todo lo que se necesita está bajo los pies y al alcance de la mano. No hay que ir más lejos para conocer otras maneras, y que con el conocimiento local se han resuelto los problemas del hábitat en este lugar, durante todos los tiempos, de una manera bella y adecuada.
Con esta misma lógica abordamos la técnica del papel hecho a mano, a partir de las fibras naturales que encontramos en el entorno.
Es una técnica original de Asia, obedece a los mismos patrones de las técnicas ancestrales amigables con la naturaleza: no contaminan, no dejan huella de carbono y hacen la vida más simple y saludable.
Estas hojas de papel se pueden intervenir desde el momento de su formación, y hoy en día esta es la base de mi trabajo. Me he centrado en el papel de fibras de piña, y la he intervenido con cañas de bambú, alambre dulce y semillas de sagú, buscando siempre su máxima expresividad.
¿Cómo se complementa la paleta de colores en Barichara?
Pensando en el color y en la abundancia de terracota y ocres que se encuentran en Barichara, he sentido la necesidad de buscar un azul que complemente esta paleta.
Tengo una afinidad natural por los colores azules y verdes, y el hecho de llegar a Barichara y encontrar que la mampostería blanca estaba acompañada de carpintería pintada en los colores del agua, azules aguamarina, fue también un motivo de fascinación e inspiración.
Hace mucho tiempo en Bogotá, una tintorera me había mencionado que en Santander se encontraba la planta de la cual se extraía el índigo. Conversando con el artista Juan Carlos Prada, me enteré de que su abuelo lo sembraba cerca del río Suárez, en una finca llamada El Ancón, durante el siglo XIX. Fue él quien me dio la primera planta que sembré y seguí cultivando con esmero. Después entendí que el añil crece de manera silvestre en esta región.
Con el tiempo, investigué en libros y por internet, volviendo a configurar la receta, que ya en este territorio nadie recordaba. Debo decir que toda esta investigación estuvo rodeada de mucho asombro, por la magia que la alquimia suscita. Ver que unas hojas verdes, similares a muchas en su entorno, ofrecen el indicán, que es el precursor del índigo, no deja de asombrarme.
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Al dejar las hojas fermentando, en Luna llena, un día y una noche, sumergidas en agua, las hojas y el agua crean una gran variedad de verde-azules por los qué transita el líquido; al adicionarle la solución alcalina y oxigenarse, se le da peso a la molécula azul oscura, que finalmente se sedimenta… es apasionante…
La pasta azul que resulta es el índigo y este ofrece toda una serie de posibilidades plásticas, tanto en pintura como de tintura. Han sido utilizadas a lo largo de la historia por diversas culturas del planeta.
¿Cuál es la importancia de la extracción artesanal del índigo?
En África, Asia, Europa y el continente americano, se ha extraído el índigo de diferentes plantas y el proceso continúa en la actualidad. Como consecuencia de la Revolución Industrial, la síntesis de la molécula del índigo en Europa y la caída de los precios en el mercado llevaron a abandonar la extracción artesanal del índigo en nuestro medio, que era un productor y exportador de cierta importancia a finales del siglo XIX.
Sin embargo, quedó probado el efecto nocivo que los químicos utilizados en este proceso industrial causan sobre el medio ambiente, y el mundo contemporáneo solicita de nuevo la utilización de maneras más limpias de obtener sus materias primas.
Esta precisamente es la virtud que tienen en común las tres técnicas ancestrales mencionadas: la construcción en tierra, la producción artesanal de papel y la extracción del índigo; las tres favorecen la sostenibilidad ambiental, además de ser un medio de comunicación e intercambio cultural entre quienes aún respetan los conocimientos ancestrales.
Entre sus influencias tiene como referencia a la maestra Freda Sargent, con quien se formó. ¿Cree que la búsqueda del azul tiene que ver con la paleta de la obra de Sargent?
De la obra de Freda Sargent me gustan muchos aspectos, entre las cuales está el manejo de los azules, efectivamente. Me encanta el tratamiento de sus atmósferas, ese movimiento que ella hace entre lo figurativo y lo abstracto, y la referencia recurrente que ella hace del agua, que en mi obra es uno de los temas fundamentales, dada la preocupación por su ausencia y también la añoranza que implica la escasez del agua en Barichara.
¿En qué consiste el proyecto de la Fundación Montechico, liderada por usted?
El proyecto de la Fundación Montechico se centra en el rescate y la formación en estos saberes. Durante los últimos años, nos hemos dedicado a desarrollar convocatorias con el Ministerio de Cultura, investigando y formando la comunidad en temas relacionados con las fibras naturales y la construcción con el material tierra.
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La idea principal de la fundación es crear un ecosistema cultural entre agricultores, artesanos y artistas-arquitectos, que genere este cambio de visión.
¿Hacia dónde se dirigen sus trabajos de investigación?
El próximo paso es seguir con la investigación que estamos promoviendo con dos instituciones regionales: con el SENA, la formulación de una serie de experimentos para entender mejor la química de todo el proceso de extracción del índigo, y con la Universidad Industrial de Santander estamos llevando a cabo una investigación sobre los pigmentos híbridos, minerales y vegetales, entre los cuales está el azul maya, que es una mezcla de arcilla blanca e índigo, con unas calidades y una durabilidad asombrosas.
Estas investigaciones tienen por objeto final hacer una difusión clara y amplia de estos conocimientos.