El Bogotazo, los actores y las letras
El 9 de abril de 1948 fue el día en que los odios reprimidos buscaban expresarse y en el que el vecino se convertía en un sospechoso más; fue el día en que el azul se alejó aun más del rojo. En esta entrega abordamos a Jorge Eliécer Gaitán, Mariano Ospina Pérez y Fidel Castro.
Manuela Cano Pulido
Fue el día en que uno de los líderes más queridos del liberalismo colombiano perdió la vida, el día en el que Bogotá se convertía en un caos, fue el día en que la capital colombiana se unía en un grito desgarrado por la violencia que se vivía, fue el día en que la zozobra y el desconcierto inundaron al país. Fue el día en que los odios reprimidos buscaban expresarse y en el que el vecino se convertía en un sospechoso más; fue el día en que el azul se alejó aun más del rojo. Fue el día de los gritos, los saqueos, la locura, el desespero y el desenfreno, y del ruido y el crujir de los vidrios. Fue el día de las sirenas, del insólito sonido que surgía de las usurpadas emisoras radiales. Fue el día que partió la historia de Colombia en dos pedazos. Fue el 9 de abril de 1948, un día del que se ha hablado mucho, pero no lo suficiente.
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Fue el día en que uno de los líderes más queridos del liberalismo colombiano perdió la vida, el día en el que Bogotá se convertía en un caos, fue el día en que la capital colombiana se unía en un grito desgarrado por la violencia que se vivía, fue el día en que la zozobra y el desconcierto inundaron al país. Fue el día en que los odios reprimidos buscaban expresarse y en el que el vecino se convertía en un sospechoso más; fue el día en que el azul se alejó aun más del rojo. Fue el día de los gritos, los saqueos, la locura, el desespero y el desenfreno, y del ruido y el crujir de los vidrios. Fue el día de las sirenas, del insólito sonido que surgía de las usurpadas emisoras radiales. Fue el día que partió la historia de Colombia en dos pedazos. Fue el 9 de abril de 1948, un día del que se ha hablado mucho, pero no lo suficiente.
El desarrollo de aquel día parecía depender de las múltiples historias de vida que confluían en ese mismo momento en la capital. La vida de Jorge Eliécer Gaitán, quien continuaba con su campaña electoral y había salido de su despacho a almorzar con cuatro de sus compañeros; la de Juan Roa Sierra, quien presuntamente había tomado una decisión definitiva y sin retorno; la de Mariano Ospina Pérez, el presidente del momento, quien tendría que lidiar con el desenlace de dicho día y de sus consecuencias; la presencia, coincidencial o no, de toda una convención de estudiantes latinoamericanos que protestaba en contra de la naciente Organización de Estados Americanos y de la que hacía parte el joven Fidel Castro; en fin, la de todos los colombianos que aún hoy hablan con detalle de aquel extraño día.
El desarrollo de aquel día dependió de las múltiples creencias, ideales y acciones que habían constituido la vida de los actores que participaron en dicho suceso. Esas, que los habían formado como persona, les habían hecho tomar decisiones y los habían llevado al lugar que ocupaban ese día. Además de sus múltiples lecturas, los libros que habían recorrido con la mirada durante todos esos años también los habían formado y acompañado hasta ese momento. Les habían dado una manera de entender el mundo, los habían hecho soñar e imaginar futuros mejores, los habían fascinado y los habían trasladado a mundos desconocidos. Y en ese 9 de abril, en donde también se reunían todas esas lecturas en el lugar de los hechos, llevaban a que la literatura jugara su propio papel; que influyera, directamente o no, en la manera en cómo este comenzó y cómo terminó. Porque las palabras pronunciadas, aprendidas y leídas fueron decisivas en el Bogotazo.
Gaitán y el aprecio por la palabra
Los libros llegaron a Gaitán desde el día mismo de su nacimiento. Su madre, Manuela Ayala Beltrán, era profesora, y su padre, Eliécer Gaitán Otálora, era librero. El cuidado de las palabras le venía por doble sentido. Así, la escritura y la lectura se desprendían de las enseñanzas de la madre, que desde muy pequeño lo acercó a la magia de la palabra. Su padre, por otra parte, lo llevó al respeto y la admiración por la palabra. Los libros usados que él vendía, su pasión por la historia y su vocación periodística lo hacían un cuidador de la palabra. De esta manera comenzaban a llegar el arte y la literatura a la vida de Gaitán y empezaban a formar el carácter de quien iba a ser uno de los líderes políticos más importantes de la historia colombiana.
Las letras lo acompañarían en su paso por el Colegio Simón Araújo, pero vendría a apropiárselas cuando entró a estudiar Derecho a la Universidad Nacional. Las leyes se juntaban con sus lecturas y el joven liberal comenzaba a formar unos ideales propios, sustentados y deseados. Y de lectura en lectura, de palabra en palabra, Gaitán comenzaba a plasmar sus ideas en papel. Sus ideas de juventud y su análisis de la sociedad colombiana. De esas ideas surgían, pues, “Las ideas socialistas en Colombia”, su tesis doctoral. ¿Existía realmente un partido socialista en Colombia a comienzos del siglo XX?, se preguntaba el joven abogado. En las páginas escritas se formaba la respuesta, y Gaitán afirmaba que “no podríamos considerarnos como militantes en nuestro país de un partido socialista, entre muchas otras razones por la muy sencilla de que tal partido no existe”.
Brotaba su preocupación por el capital, por el problema de la tierra, por la situación del obrero colombiano, y así, Marx y Engels sustentaban los enunciados que proponía el joven abogado. Por lo que Gaitán afirmaba: “La situación del obrero moderno hasta cierto punto es mucho más cruel que la del esclavo antiguo. El amo en los tiempos de la esclavitud personal se había creado el derecho a que el esclavo trabajase, pero era de su conveniencia económica vestirlo, alimentarlo, atenderlo (…) Hoy el nuevo amo paga un salario misérrimo y nunca le ha de importar ni la desnudez, ni el hambre, ni la salud, ni la vida del trabajador”.
Gaitán se comenzaba a acercar a los más desfavorecidos del país. Veía en todos aquellos que habían sido explotados, que vivían en condiciones paupérrimas, todo lo que aún quedaba por hacer. Por eso defendía los postulados del socialismo científico, pues comprendía que el socialismo, más que un partido, era una manera de interpretar la sociedad. Se convencía cada vez más de algunos de los enunciados de “Marx y los otros famosos pensadores socialistas”, al igual que de las propuestas de Engels, pues estas, más tarde, le darían las bases para intentar convencer a Luis Tejada, defensor del socialismo revolucionario en Colombia, de que los partidos políticos evolucionan y que “los nombres de los verdaderos partidos políticos nunca corresponden exactamente a los hechos: el partido se desarrolla, el nombre persiste”.
Las letras, pues, siempre habían acompañado la vida del caudillo liberal, que pareciera que hubiese leído también a Platón, pues su elocuencia cumplía con la definición del filósofo, en la medida en que Gaitán sedujo muchas almas por medio de la palabra. Y en parte, gracias a las palabras, se convirtió en esa figura seguida por las masas, en ese hombre que muchos admiraban, por sus ideas, ideales, conocimientos, acciones y criterio. Posturas que lo llevaban a criticar fuertemente el momento que vivía su país, y hasta a compararlo con un personaje de Edgar Allan Poe: “Porque parece que, a nuestro pueblo, al igual que el personaje de Poe, lo ha invadido la irremediable cobardía de no abrir los ojos, no tanto por no esquivar la visión de las horribles cosas cuanto por el fundado temor de no ver nada”.
Los libros de Mariano Ospina
Era 1936 cuando Mariano Ospina Pérez, futuro presidente de la república, publicaba su primer libro. Economía industrial y administración fue el título que le puso el hombre que se había graduado de ingeniero de la Escuela de Minas de Antioquia. En sus páginas se reflejaban muchas de las lecturas juiciosas que había hecho Ospina durante toda su vida. La influencia de Taylor y Fayol brotaba en cada enunciado que él escribía, y decía, además, que ellos mismos habían sido sus más importantes maestros.
La importancia que le brindaba a la palabra surgió cuando era muy joven y creó, con sus compañeros, un periódico político llamado La Joven Antioquia. La palabra, encarnada en sus lecturas, también formaba su criterio. No fue un político adoctrinado por su partido, el Conservador. Según afirma la Fundación que lleva su nombre, “sus fuentes más importantes son relativamente simples y poco numerosas: las encíclicas papales, los teóricos norteamericanos de la administración, la historiografía universal y nacional”. Ospina fue un lector de la historia, y más que nada, de la historia nacional.
Fidel Castro, el gran lector
Cuando el joven Fidel Castro se encontraba en la capital colombiana, en 1948, no había leído ni la mitad de las páginas que recorrería durante toda su vida. Unos años más tarde, el líder revolucionario afirmaría en una entrevista: “Sufro cuando veo las bibliotecas, sufro cuando reviso una lista de títulos de todas clases, y lamento no tener toda mi vida para leer y estudiar”.
Castro, quien fue un político y estratega como pocos, también fue un lector insaciable. Así lo confirmó múltiples veces con la resignación de lo corta que era su vida para lo mucho que había que leer. Hemingway, los clásicos españoles, De Guele, Carson, Víctor Hugo, Voisin, Thackeray, Turgueniev, Martí, Balzac, Zweig, Freud y Dostoyevski, entre muchos otros, fueron los autores escogidos por el líder cubano, pero fue Karl Marx quien lo marcó. El marxismo, decía, no se estudiaba por mera curiosidad, sino que “es vital, es fundamental, es decisivo, estudiar marxismo y enseñar marxismo: para la Revolución es vital y es decisivo estudiar marxismo y enseñar marxismo”.