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Que el éxito del boom latinoamericano estriba en la eficacia del marketing de la industria editorial es innegable: Carmen Balcells tiene que ver mucho en ello; que se trataba de una conjunción de plumas espléndidas y heteróclitas complementa lo sucedido: Cortázar es de 1914; Vargas Llosa, de 1936; que no hay una fecha ni una obra que determine cuándo nació el movimiento es cuestionable: mientras algunos críticos hablan de novelas cumbres como El pozo (1939), otros se refieren a La región más transparente (1958), unos más a La ciudad y los perros (1962) y no falta el que ponga en el faro a Rayuela (1963); que no se puede hablar de una generación, ¿quién puede debatirlo? Pues como se podrá ver, es complejo tratar de atribuirle una fecha, una obra, un autor o al auge de una novelística que en todo caso era imponente y descollante.
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¿Todo ello a qué? Si ya se ha dicho. Ya se sabe. Ya se ha repetido. Es más: hay toda clase de documentos: libros, artículos, ensayos, anecdotarios. Y sí: no hay como negarlo. Pero es que frente a momentos incomparables y prolijos —como lo fueron esos años— siempre habrá material para estudiar, ponderar, aquilatar o también para discutir.
Y entonces, volvemos: que tampoco se sabe cuándo termina el boom: críticos prestigiosos como Ángel Rama y Philip Swanson difieren; el primero sostiene que Cien años de soledad (1967) la lleva a su cúspide, y el segundo que es con El obsceno pájaro de la noche (1970) que se puede hablar de un culmen. Que las novelas del posboom nacen mientras se desarrolla el mismo boom; que sus representantes más notables —Puig, Skármeta y Mastretta— se apartan de un paradigma que gravitaba en la narrativa continental: entramados complejos y experimentales; narraciones para complicar. Que hay una tenue redundancia en el Manifiesto McOndo y el Manifiesto del Crack: por un lado, se atiza en la pretensión de erradicar los exotismos y los folclorismos; y de otro en hacer relatos universales, que no se circunscriban a un solo escenario (ínfulas que han sido glosadas por el crítico Christopher Domínguez en Letras Libres, México).
Fácil resulta suponer que alguien subraye reparos sobre ciertas afirmaciones. Y por eso —y por razones que ya entraré a explicar— es interesante El arte de la novela en el post-boom latinoamericano. Su principal acierto viene siendo esto que intento plantear: que nos pone a dialogar con la información que teníamos frente a lo que representó el movimiento de plumas latinas; que nos hace inquirir por qué tres autores y no otros más (digo yo, un Ribeyro, un Saer, un Espinosa, un Fonseca, etc.); que gracias a su extenso y documentado estudio nos lleva a recapacitar sobre la necesidad de otorgarle una denominación a una tendencia narrativa.
¿Por qué hablar de posboom estando el boom arropado por matices y contradicciones? La academia no descansa, ya es sabido. Y este libro está en formato académico. Con la rigurosidad, las innumerables citas, las especulaciones. Pero también con la meditación de un estudioso, Alejandro José López, que construye sus planteamientos después de una investigación para su tesis doctoral en la Universidad Complutense (Madrid).
Y a pesar de las divergencias que pueden surgir, la investigación que desarrolla sobre los tres novelistas es profunda y variada. Y algo más: argumentativa. Porque uno puede creer que la fama mediática en contraposición con la inclemencia de la crítica podría ser un elemento de debate al momento de elegir estos tres autores López se adentra al contexto sociocultural de cada uno de estos representantes, y pasa a explicar que lo de Puig es cultura de masas, es la enfermedad del cine, lo banal, prosaico, cotidiano, lo kitsch y enfatiza lo sostenido en una novela: El beso de la mujer araña.
Lo mismo ocurre con Skármeta, quien viene siendo lo juvenil, poético, humorístico, inventivo (recuérdense los prólogos y epílogos del chileno), lo irreverente, una novela que condense su explicación: El cartero de Neruda. Y finalmente pasa a Mastretta, la novelista mexicana cuya propuesta es la renovación de un género manido: el melodrama. Es la ambigüedad por la postura feminista; son las relaciones entre parejas desde la perspectiva de la mujer; ello sobre la base de dos de sus narraciones: Arráncame la vida y Mal de amores.
Vale la pena reiterarlo: los estudios y teorías sobre el antes, el entretanto y el después de un momento prominente en la narrativa latinoamericana son amplios y contradictorios; a veces inútiles, pero nunca inagotables. Sobre esto se seguirá pesquisando. Es inevitable.
El libro de José Alejandro López es un interesante aporte. Se sale de lo conocido para plantear sus propias conclusiones. Nos deja interrogantes sobre el antes y el después de —utilicemos un plural incluyente— nuestra literatura. ¿Se superará esa cima productiva y suculenta a la que en su momento se llegó? O tal vez tiene la razón Onetti al señalar: “En la primera etapa de aquel tiempo adoptamos una posición, un estado de espíritu que se resumía en la frase o lema: aquel que no entienda es un idiota. Años después, una forma de la serenidad —que tal vez pueda llamarse decadencia— nos obligó a modificar la fe, el lema que sintetiza, aquel que no logre hacerse entender es un idiota”.
Que en mi opinión sigue siendo el prototipo novelístico de mucho de lo que nos venden ahora. Ah: y que en las solapas de los libros llaman dizque renovadas obras.