Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Uno a veces no sabe cómo niega sus oportunidades” le dijo Danny Suley Castro, profesora de la Fundación Andamio, a Karen, quien hace parte de la ONG El Círculo de Estudios, tiempo después de haber rechazado revisar el montaje de El bunde del agua, argumentando que no tenía tiempo. “Tacho, retiro lo dicho”, le comentó cuando vio el guion y el potencial que tenía la pieza. Una obra que la llevaría desde Quibdó hasta París y luego a Bogotá, en el marco del Festival Iberoamericano de Teatro.
Cielo gris y una Bogotá que volvía a recordarnos la lluvia de abril, como dice la canción. Llegamos al Teatro El Ensueño, que queda junto al colegio que lleva el mismo nombre, al sur de Bogotá. El escenario desocupado. Un café fuerte servido en vaso de plástico mientras esperamos. Cuando llega el grupo de El bunde del agua, sus integrantes se dirigen a los pisos inferiores del recinto para el ensayo. Son niños y jóvenes entre los 11 y los 17 años. Tienen rasgos diversos, evocan ascendencia árabe, europea, latina, asiática o africana. En el salón, todos se forman en círculo. Amor, compromiso, atención, encuentro, disposición. “Eso se va generando a partir del sentir del momento. Esta vez expresamos una emoción por medio de una palabra o una frase que evoca lo que viven en el ahora para iniciar este ensayo, pero eso es algo que se proyecta de manera distinta. En ocasiones es con palabras, otras con acciones, en este caso es lo que cada quien le quiere entregar a este lugar”, cuenta Castro, explicando esa especie de ritual que tienen siempre antes de presentarse.
Puede leer: Entre el silencio y la palabra se esconde “La más fuerte” (Tras bambalinas)
Miguel Borras, quien hace parte de la dirección de la obra y trabaja en la compañía de teatro de Bout du Monde, coordina todo el ensayo junto con la profesora Danny Castro hablando en francés y en español. Se detiene para corregir detalles puntuales, como mejorar la expresión si se habla del fuego que quema o para que un abrazo o cercanía entre los actores en la trama sea visible al público. Con aplausos, da el salto de una escena a otra. Está pendiente de la música que interpreta Nicolás Rozo con percusión, que da los ritmos y la intensidad de una historia que evoca los ancestros del Pacífico colombiano, que nos traslada a su naturaleza y a la escala de grises que describe Tomás González en El fin del océano Pacífico y que, precisamente, también se vio en el cielo del martes pasado en el primer ensayo de El bunde del agua en Bogotá.
Le puede interesar: “El teatro no es un trabajo, sino un juego”: Rodrigo Rodríguez
“Buscamos la multiculturalidad, la emancipación y tratar que los jóvenes puedan conectarse con un arte que estamos compartiendo, que en este caso es el teatro, que nos sirve para expresar nuestros sentimientos, nuestra creatividad, para compartir; y nos queda la solidaridad, aquí aprendemos sobre ese principio. No se puede hacer teatro si no eres solidario”, cuenta Borras como una especie de prólogo de lo que vemos en el ensayo y en las memorias de algunas de las personas que hacen parte del elenco, quienes hablaron de compartir las felicidades con sus familias, con sus seres queridos y de conectar con quienes no hablan su mismo idioma.
“Todos al centro”, dijo Borras. Nos presentó y nos permitió hacer unas preguntas generales. Quienes quisieran responder podían levantar la mano y contarnos su testimonio y experiencia de encontrarse con otra cultura. Unos hablaron de su estancia en París, de la presentación que tuvieron en Nanterre, que calificaron de regular, y del éxito que fue la muestra en el Barrio Latino; otros, de su llegada a Colombia, de dejarse asombrar por lo que podemos ofrecer, incluso hablaron de Victus, la obra que inauguró el Festival Iberoamericano de Teatro y que cuenta, desde los actores del conflicto armado colombiano, parte de las complejidades y los duelos de una guerra.
La mayoría está de acuerdo en que aquel primer encuentro en París no fue fácil. Aunque había una gran cena preparada por las familias de los actores locales, abundaba la timidez y, al no tener los mismos hábitos, era confuso hasta el saludo. Pero sus testimonios también coinciden en que fue una experiencia maravillosa. En los ensayos interactuaron más y se conocieron mejor. “Cuando nosotros bailamos, ellos se animaron y empezaron a hablar con nosotros”, nos cuenta Liliana Córdoba, una de las jóvenes actrices provenientes de Chocó. Así, la danza sirvió para romper el hielo y como elemento de unión.
Le recomendamos: El refugio de los tocados, por la literatura y la conversación | Pódcast
Miguel Borras, que había estado en Chocó, le propuso a la profesora Danny Castro que trabajaran con sus respectivos grupos pensando en unir los actos de cada uno y así configurar esta obra. La diferencia de culturas —incluso teniendo en cuenta que en el conglomerado de Francia también hay personas de origen asiático— no fue un impedimento para contar una historia, un mito que se narra desde las selvas chocoanas y expone no solo la fuerza de nuestra naturaleza, sino dilemas éticos sobre la felicidad que están permeados por las problemáticas sociales que proliferan en el país.
Para los franceses, Colombia ha constituido un despertar de la conciencia y de reflexión en cuanto a lo que es la violencia en contextos diferentes al propio. “Nosotros no nos damos cuenta de lo que es la violencia. Creemos que eso es lo que vemos con los chalecos amarillos, pero aquí tomamos más consciencia”, dijo Louise Laurenco.
Para los colombianos, Francia se configuró como el cumplimiento de un sueño y la reafirmación de que el proyecto, y todos los que participan en él, tienen la capacidad de llegar lejos. Para todos, ha sido la oportunidad de entablar amistades con personas con las que el único lenguaje compartido es el teatro y de contar una historia que resalta al agua como protagonista.
“Esta obra ya la he vivido. No es que haya estado mucho en el río, pero estando en la obra siento que eso lo he escuchado por las historias que me han contado mis papás, mis abuelos. Y el tiempo pasa y me doy cuenta de las cosas tan bonitas que tiene el río, porque por él pasan los pueblos, los alimentos. Una de las cosas más ricas que tienen los ríos son los plátanos, sin los ríos sería difícil encontrarlos”, nos contó Heliana Bejarano, quien al hablar de su experiencia se ríe en varios momentos por la emoción que representa ver su proceso: “Conocí al grupo por mis amigos y familiares. Hubo un momento en que me quedaba sola porque mis amigos se iban al programa de la fundación. Le lloraba a mi mamá porque quería estar con ellos. Ellos transmitían mucha felicidad cuando volvían y yo calladita porque no iba. Le lloré varias veces a mi mamá [risas], pero un día tuve la oportunidad de hablar con la seño [Danny], ella vio que soy una persona que transmite energía. Estuve a punto de arrodillarme para que me metiera al grupo. Me aceptó. Participé. Tenía diez años cuando eso pasó”.
Le sugerimos: “Sobrevivir a la guerra: ese fue nuestro mayor éxito”
Luego de contarnos su llegada al grupo de teatro, Heliana se despide, se ríe y se emociona porque al final nos confesó que estaba feliz porque quería ser entrevistada para poder contarle a su mamá, la persona con la que comparte todo lo que pasa en su vida. “Estoy acostumbrada a que cada cosa, por pequeña que sea, se la cuento a mi mamá para que ella comparta mi felicidad. Las primeras personas que me motivaron fueron ella y mi abuela. Me da risa porque mi mamá ve la obra, y la ve, y la ve, y la ve, y ya hasta se sabe algunos textos, y yo estoy hablando y de un momento a otro entra y me corrige [risas].”
Mientras unos ensayan, otros se sientan en el suelo y hablan en murmullos. Hay otros que bailan por momentos y cuando terminan sus actos, sonríen y se abrazan. Hay hermandad. En un momento les preguntamos que si la obra tiene que ver con la idea de la felicidad asociada a la riqueza, qué reflexión les deja a ellos actuar y pensar sobre ser felices, y aunque pareciera que se hubieran puesto de acuerdo, todos dijeron que la felicidad era compartir con la familia y los amigos, como si la felicidad fuera, además del agua y el teatro, otra especie de lenguaje universal (como la risa, que para Neruda era el lenguaje del alma) que se expresa de la misma forma, y que reafirma entonces el valor esencial que señaló Borras: la solidaridad.
Si le interesa seguir leyendo sobre cultura, puede ingresar aquí