El camino al fascismo, según Stiglitz
El Premio Nobel de Economía de 2001 y profesor distinguido en la Universidad de Columbia, y sus reflexiones sobre el panorama geopolítico y la realidad económica global.
Joseph E. Stiglitz
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Dicen que la economía es la ciencia lúgubre, y 2023 le dará la razón al apodo. Estamos a merced de dos cataclismos que sencillamente están fuera de nuestro control. El primero es la pandemia del covid-19, que sigue amenazándonos con nuevas variantes más letales, contagiosas o resistentes a las vacunas. Pandemia que ha sido mal manejada, en particular por China, sobre todo por no haber inoculado a sus ciudadanos las vacunas más eficaces de ARNm (fabricadas en Occidente).
El segundo cataclismo es la guerra de agresión de Rusia en Ucrania. El conflicto no tiene final a la vista, y puede escalar o producir efectos derrame aún mayores. De uno u otro modo, es casi seguro que habrá nuevas perturbaciones en los precios de la energía y los alimentos. Y como si todo esto fuera poco, hay abundantes razones para temer que la respuesta de las autoridades convierta una situación mala en otra peor.
Sobre todo, es posible que la Reserva Federal de los Estados Unidos suba los tipos de interés más de la cuenta y demasiado rápido. La inflación actual se debe, en gran medida, a restricciones de suministro, que en algunos casos ya están en proceso de resolverse. En este contexto, subir los tipos de interés puede ser contraproducente. No generará más alimentos, petróleo o gas, pero hará más difícil movilizar inversiones que ayudarían a aliviar dichas restricciones.
El endurecimiento monetario también puede provocar una desaceleración mundial. De hecho, es una posibilidad que muchos dan por sentada; y hay comentaristas que, convencidos de que el combate a la inflación exige pagar un costo económico, en la práctica se han puesto a pedir que haya recesión, y sostienen que cuanto más rápida y profunda sea, mejor. Al parecer no se han detenido a pensar que el remedio puede ser peor que la enfermedad.
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Pasó fin de año, y ya es posible sentir en todo el mundo los efectos del endurecimiento monetario de la Fed. Estados Unidos está embarcado en una política de empobrecer al vecino, versión siglo XXI: aunque el fortalecimiento del dólar atempera su propia inflación, lo hace debilitando otras monedas y aumentando la inflación en otras partes. Para mitigar estos efectos cambiarios, incluso países con economías débiles se ven obligados a subir los tipos de interés, lo cual las debilita todavía más. La combinación de tipos de interés más altos, monedas depreciadas y desaceleración mundial ya tiene a numerosos países al borde de la cesación de pagos.
El encarecimiento del dinero y de la energía también puede provocar numerosas quiebras corporativas. Ya hay espectaculares ejemplos de esto; uno de ellos es la empresa alemana de energía Uniper, ahora nacionalizada. Y aun sin declaratorias de quiebra, las empresas y los hogares sentirán la presión del endurecimiento crediticio y financiero. Como es lógico, tras 14 años de tipos de interés bajísimos, numerosos países, empresas y hogares están sobreendeudados.
Las enormes variaciones cambiarias y de tipos de interés durante el año que pasó implican una multitud de riesgos ocultos, de lo que sirve de ejemplo el cuasiderrumbe de los fondos de pensiones británicos a fines de septiembre y principios de octubre. Los descalces cambiarios y de vencimientos son una señal distintiva de economías insuficientemente reguladas, y se han vuelto aún más comunes con el auge de instrumentos derivados no transparentes.
Por supuesto, el padecimiento económico caerá sobre los países más vulnerables, creando un terreno todavía más fértil para que demagogos populistas siembren las semillas del resentimiento y el descontento. Todo el mundo respiró con alivio cuando Luiz Inácio Lula da Silva derrotó a Jair Bolsonaro en la elección presidencial brasileña. Pero no olvidemos que Bolsonaro consiguió casi el 50 % de los votos y todavía controla el Congreso.
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En todas las dimensiones, incluida la económica, hoy la mayor amenaza contra el bienestar es de naturaleza política. Más de la mitad de la población mundial vive bajo regímenes autoritarios. Incluso en Estados Unidos, uno de los dos partidos principales se convirtió en un culto a la personalidad que se muestra cada vez más contrario a la democracia y sigue mintiendo sobre el resultado de la elección de 2020. Su modus operandi es atacar a la prensa, a la ciencia y a las instituciones de enseñanza superior, sin dejar, al mismo tiempo, de inyectar en la cultura tanta desinformación como pueda.
El objetivo aparente es revertir buena parte del progreso de los últimos 250 años. Ya nada queda del optimismo que prevaleció al final de la Guerra Fría, cuando Francis Fukuyama anunció el “fin de la historia”, con lo que se refería a la desaparición de cualquier retador serio contra el modelo liberal democrático.
Es verdad que todavía queda una agenda positiva capaz de evitar una caída en el atavismo y la desesperación. Pero en muchos países, la polarización y la parálisis política la vuelven inalcanzable. Si los sistemas políticos funcionaran mejor, hubiéramos podido dar una respuesta mucho más ágil para aumentar la producción y la oferta, para mitigar las presiones inflacionarias que ahora confrontan las economías. Tras medio siglo de decirles a los agricultores que no produzcan tanto como pueden, Europa y Estados Unidos podían pedirles que produzcan más. En Estados Unidos se podían crear más guarderías (para que más mujeres puedan ingresar a la fuerza laboral y aliviar la presunta escasez de mano de obra) y Europa podía acelerar la reforma de su mercado energético para evitar el encarecimiento de la electricidad.
Países de todo el mundo hubieran podido cobrar impuestos a las ganancias inesperadas, que en la práctica habrían alentado la inversión y atemperado los precios, y destinar lo recaudado a la protección de las personas vulnerables y a la inversión pública en resiliencia económica. La comunidad internacional podía aprobar una suspensión de patentes relacionadas con el covid-19, para reducir la magnitud del “apartheid” vacunatorio y el resentimiento que provoca, y al mismo tiempo mitigar el riesgo de que aparezcan nuevas mutaciones peligrosas.
Resumiendo, un optimista diría que tenemos el vaso lleno más o menos hasta la octava parte. Unos pocos países selectos hicieron avances en esta agenda, y hay que agradecerlo. Pero casi 80 años después de la publicación de Camino de servidumbre, de Friedrich von Hayek, seguimos viviendo con la herencia de las políticas extremistas que él y Milton Friedman naturalizaron. Sus ideas nos han puesto en un rumbo realmente peligroso: el camino a una versión siglo XXI del fascismo.
*Traducción: Esteban Flamini. Copyright: Project Syndicate, 2022. www.project-syndicate.org
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