El camino de la poesía escrita por mujeres

Cuenta la filóloga, ensayista y traductora María Milagros Rivera en su libro La diferencia sexual en la historia, que la filósofa María Zambrano entendía la libertad como obediencia al ser, al ser que cada cual ha recibido de su madre al nacer, pues el recibir sucede siempre en relación con los demás. “La obediencia, no al hombre, sino al ser, a mi ser, es, efectivamente, la mayor libertad que se puede tomar una mujer y, tal vez, también un hombre. La obediencia al ser, a ‘eso poquito que yo puedo y es en mí’, como dijo Teresa de Jesús, es la gran libertad que, naturalmente, cuesta muchísimo tomarse, porque de ella depende mi vida, y a una vida no se renuncia impunemente”.

Cuenta la filóloga, ensayista y traductora María Milagros Rivera en su libro La diferencia sexual en la historia, que la filósofa María Zambrano entendía la libertad como obediencia al ser, al ser que cada cual ha recibido de su madre al nacer, pues el recibir sucede siempre en relación con los demás. “La obediencia, no al hombre, sino al ser, a mi ser, es, efectivamente, la mayor libertad que se puede tomar una mujer y, tal vez, también un hombre. La obediencia al ser, a ‘eso poquito que yo puedo y es en mí’, como dijo Teresa de Jesús, es la gran libertad que, naturalmente, cuesta muchísimo tomarse, porque de ella depende mi vida, y a una vida no se renuncia impunemente”.

La libertad es un concepto que ha desvelado a toda la humanidad, se refiere a la capacidad de actuar, de elegir, de tomar decisiones, de la singularidad de cada hombre y de cada mujer. En pleno auge de los activismos, parece una utopía hablar de libertad. Según un informe de la ONU Mujeres presentado en 2022, hacen falta 300 años para alcanzar la igualdad de género, es decir, que faltan 300 años para concientizar a todo el planeta de que la mitad de la humanidad merece los mismos derechos que la otra mitad. Este es un dato que podría conducir a pensar que la presente generación y la de sus hijas y nietas, ya no tiene muchas oportunidades de vivir su emancipación.

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Por fortuna, la literatura ha encendido luces que han guiado, en este caso en particular, a las mujeres a encontrar caminos distintos con otras palabras y nuevos símbolos, como esas formas de entender y explicar el mundo, además de vivir su condición humana sin restricciones. Eso es lo que intenta subrayar María Milagros Rivera con María Zambrano, que aquella libertad para habitar el mundo está más cerca de lo que parece, y que han sido mujeres, entre ellas y muy especialmente las mujeres escritoras, quienes han adelantado un largo camino al dedicarse a pensarse a sí mismas y en sus propias palabras.

En este contexto resuena el poema de Rosario Castellanos Meditación en el umbral: “No, no es la solución tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi ni apurar el arsénico de Madame Bovary ni aguardar en los páramos de Ávila la visita del ángel con venablo antes de liarse el manto a la cabeza y comenzar a actuar. No concluir las leyes geométricas, contando las vigas de la celda de castigo como lo hizo Sor Juana. No es la solución escribir, mientras llegan las visitas, en la sala de estar de la familia Austen ni encerrarse en el ático de alguna residencia de la Nueva Inglaterra y soñar con la Biblia de los Dickinson debajo de la almohada de soltera. Debe haber otro modo que no se llame Safo ni Mesalina ni María Egipcíaca ni Magdalena ni Clemencia Isaura. Otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser”.

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Esta necesidad de escarbar la tierra para encontrar por sí mismas las raíces de las palabras, explica Rivera, llevó más tarde a otro gran descubrimiento: la autoridad femenina. “Que nace de reconocer a la otra como medida del mundo, como medidora con lo real… Una autoridad que se distingue del poder en que la autoridad es de quien la reconoce, frente al poder, que es de quien lo ostenta y ejerce sobre otras y otros”. Mientras la gran literatura se enfocaba en los grandes héroes, las mujeres escribían sin salir de sus casas y sin publicar. Este fue el caso de Emily Dickinson, quien escribió 1800 poemas, de los cuales solo publicó siete y de manera anónima. O el de Mary Shelly, que aceptó en un principio publicar Frankenstein sin su nombre porque los críticos y editores no le daban el crédito de semejante obra a una mujer. Escritoras como Dickinson o Shelly, solo por dar un par de ejemplos, se alejaron del lenguaje que busca todo el tiempo tener la razón y simplemente nombraron su verdad a través de sus obras.

En el caso colombiano, cada día resuena con más fuerza el nombre de Emilia Ayarza, una poeta que, a pesar de su contribución a la cultura y la literatura, según muchos, no obtuvo atención ni reconocimiento por su obra hasta después de su muerte. Sin embargo, su legado literario ha sido rescatado gracias a otras mujeres escritoras como la poeta Camila Charry Noriega, quien también ha publicado varios libros de poesía, entre ellos Detrás de la bruma, El día de hoy, Otros ojos, El sol y la carne, Arde Babel y Materia iluminada. Sobre Ayarza explica que fue una poeta que “escribió con todo el cuerpo; abrió su voz hacia territorios poco explorados en la poesía colombiana, la relación entre la maternidad desromantizada (que también encontramos en su poema Imprecación) y la guerra como ese aparato que lo engulle todo y se alimenta de la promesa de los hijos por venir para ensanchar su fuerza”.

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Desde temprana edad, Emilia Ayarza demostró interés por las letras y la expresión artística. Tras cursar sus estudios secundarios en el colegio de María Inmaculada, recibió su diploma de bachiller en 1936. Se casó con Ángel Herrera y formó una familia, pero su pasión por la escritura y la poesía siguieron en aumento. Se graduó en filosofía y letras en la Universidad de los Andes en Colombia. Durante la década de 1950, colaboró con la revista Mito, donde compartió sus escritos. Con el tiempo organizó tertulias en su hogar, convocando a figuras destacadas del ámbito cultural y literario de Colombia. Su poesía señaló la violencia histórica y la denuncia del sufrimiento humano. “En su poema Testamento, Emilia Ayarza le hereda a su hijo, que puede ser cualquier hombre que nace en este país, la consciencia de una patria desgarrada, atravesada por la injusticia y la desesperanza, enuncia la composición de una geografía física y espiritual, corrupta, que no cambia y que es deber de los hombres restaurar. También le (les) habla de la relación con las mujeres, sus iguales, y de esa mirada horizontal que arrojó sobre todo lo que existe para alcanzar un equilibrio. Desde su cuerpo, que nombra ‘ancho y hormonal’ se opone decididamente al silencio y crea en la poesía la posibilidad de habitar una patria universal, sin fronteras, como ocurre también es su poema ‘Voces al mundo’”, cuenta Charry.

Incomodó a quienes confunden autoridad con poder, entre ellos “escritores y artistas, que les faltó amplitud, pero era otra época, así que como no estaba dispuesta a renunciar, tuvo que ir a México y allí creció su obra”. Sobre su poesía, a Camila Charry le gusta su no renuncia, “su capacidad de nombrar sin temor, más allá de lo que se les pedía a las mujeres, su rebeldía y su espíritu generoso que se extiende, por supuesto, en sus poemas que rompen las formas tradicionales, y en los que cuerpo y lenguaje abren nuevas posibilidades para pensar lo poético y al ser humano. Me gusta la claridad de sus palabras y lo que las motiva”.

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Sobre estas reflexiones, también es interesante pensar cómo las mujeres escritoras han abordado temas como la violencia armada en Colombia, sus enfoques particulares. Tal es el caso de la poeta colombiana Mery Yolanda Sánchez, nacida en el Guamo, Tolima, en 1956. Su voz poética redimensiona lo humano, aborda la injusticia y el sufrimiento. Dice Camila Charry sobre esta poeta: “Mery Yolanda ha publicado seis libros de poesía, el primero La ciudad que me habita, en 1989, ya precisa unas coordenadas a través de las cuales se moverá su voz poética. En cada uno de sus libros de poesía y en su novela El atajo, de 2014, sus preocupaciones son las mismas, pero va ahondando para devolvernos, gracias a su lenguaje que es preciso y no se entretiene en decoraciones, la realidad de esta ciudad y de los territorios colombianos tan violentados. Su mirada sobre la guerra en Colombia y las tantas violencias que la atraviesan y que nos atraviesan, nos obliga a revisar el lugar que ocupamos en este país, marcado por la desaparición forzada, por la ausencia de memoria de la que nos hablan sus poemas, memoria necesaria para no olvidar la naturaleza de lo que hemos vivido y la urgencia de desnaturalizar algo sintomático que tanta veces decidimos ignorar; el dolor de los otros y otras, la poca capacidad de conmovernos frente a la desgracia ajena y el egoísmo con el que tantas veces transitamos la existencia propia. Su trabajo ha estado ligado a las artes escénicas y hay en su poesía algo muy plástico que permite que cada uno de sus poemas pueda ser leído como instantáneas que se fijan a la memoria. Sus poemas conmueven y remueven la tierra en la que vivimos”.

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