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Gabriel García Márquez solía decir que “el Caribe es una región en la que se da una perfecta simbiosis entre el ser humano, el medio ambiente y la vida cotidiana” y afirmaba: “me siento extranjero en todas partes, menos en el Caribe”. En esta región, no solo de Colombia sino del Caribe insular y continental, el escritor se sentía a gusto porque coincidía con su temperamento, su personalidad, su modo de ver la vida, además por la informalidad de sus gentes, el sentido del humor siempre a flor de piel (más conocido como mamagallismo), así como la actitud descomplicada y cálida de los caribeños.
Desde sus primeros cuentos hasta su última novela, con escasas excepciones (quizás la más protuberante sea su libro Doce cuentos peregrinos, 1992), el espacio geográfico de sus protagonistas se sitúa en esta amplia región, crisol de etnias y culturas tanto nacionales como de inmigrantes de todo el mundo, a donde el escritor llegaba siempre a abrevar en sus fuentes, su tradición oral de mitos y leyendas, así como la poesía popular de sus boleros y los juglares de la música vallenata.
No es extraño entonces que desde La hojarasca (1955), su primera novela, estén ya los primeros esbozos de Macondo, el pueblo imaginario que recuerda a su natal Aracataca, durante la fiebre del banano y su posterior decadencia. Se anticipan en ella personajes como el coronel Aureliano Buendía y un microcosmos de elementos circunstanciales que se integrarían a Cien años de soledad, su novela más famosa, cuyo epicentro geográfico es un lugar montañoso donde conviven etnias ancestrales, rodeado de ríos, quebradas y ciénagas en la órbita del mar Caribe.
El coronel no tiene quien le escriba (1961), novela escrita en París bajo condiciones de extrema penuria, tiene como escenario a Sucre, un pueblo de La Mojana, conocida como el país de las aguas por sus numerosos ríos, caños y ciénagas, donde vivió en diferentes épocas de juventud con su familia. Es una tierra pródiga en leyendas exóticas y personajes curiosos que García Márquez asimilaría a algunos de sus cuentos, crónicas y novelas. El protagonista de esta historia, sin embargo, es su abuelo materno Nicolás Ricardo Márquez a quien recordaría esperando inútilmente toda la vida su pensión de coronel retirado.
También aquí, en Sucre, se ubica su novela La mala hora (1962), la cual retrata la tensión e incertidumbre de un pueblo, Sucre, sometido a pasquines anónimos que, con calumnias e infundios, pretenden revelar las intimidades escabrosas de sus habitantes. Gabriel García Márquez había dicho por aquella época que “la literatura colombiana es un inventario de muertos”, refiriéndose a la cantidad de obras narrativas sobre la violencia que había generado la sangrienta disputa por el botín político y económico entre liberales y conservadores desde la década del 40 y más aún después de El Bogotazo de 1948 a raíz del asesinato del caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán, pero limitándose a hacer un recuento de sus atrocidades sin una convincente dosis de poesía. Entonces se propuso escribir una novela que, sin aludir de manera directa a la violencia partidista, enfocara este fenómeno social desde un punto de vista aleatorio, la metáfora de un pueblo destinado a sufrir las consecuencias de la violencia sin ensangrentar sus páginas con un reguero de víctimas.
En una fusión de literatura y periodismo, Gabriel García Márquez aborda otra novela que también se desarrolla en Sucre. Tomando elementos del realismo mágico y del relato policial, Crónica de una muerte anunciada (1981) está basada en un hecho real que tuvo lugar en 1951 cuando Cayetano Gentile, nombre real de su personaje Santiago Nasar, es acusado de haber deshonrado a una joven maestra de Chaparral (caserío cercano a Sucre). Para vengar el honor mancillado, sus hermanos asesinan a Gentile a cuchilladas. Aquí también el escritor y periodista contextualiza la novela dentro de la violencia generalizada que sufría el país por la época del crimen: Sucre, el paraíso de la vida fácil y las muchachas bellas, había sucumbido al embate sísmico de la violencia política. La muerte de Cayetano no era más que un síntoma. (Vivir para contarla, p. 416)
Con esta novela, incluida en la lista de las 100 mejores novelas en español del siglo XX, de acuerdo a una encuesta en España en 2001, se cierra el ciclo narrativo de Sucre, y retomamos el Caribe de García Márquez en Aracataca con Cien años de soledad (1967). La novela ha sido llamada por algunos críticos como La novela de América, o del mundo, ya que muchas sociedades con culturas diferentes (China, por ejemplo) se identifican con la historia de Macondo. En esta novela aflora de manera contundente la vena poética del escritor a través del realismo mágico que es la descripción de sucesos fantásticos como si fueran de ocurrencia normal o cotidiana o, como la definió Gabriel García Márquez alguna vez, contarlos con “cara de palo”, es decir, sin inmutarse.
García Márquez ha contado en diversas ocasiones que él venía trabajando en esta novela desde su juventud con el sencillo título de La Casa, “un mamotreto interminable y claustrofóbico” que no alcanzaba a cuajar, hasta que su mamá lo invitó a acompañarla a vender la casa familiar de Aracataca en 1950. Allí se encontró con un pueblo caluroso y polvoriento sumido en la miseria y la desesperanza que lo obligó a reconsiderar el camino que llevaba hasta ese momento para transformarla en una metáfora que narra la epopeya de Macondo desde su fundación hasta su desintegración con la muerte del último miembro de la familia Buendía.
Para llegar aquí tuvieron que pasar 15 años durante los cuales estuvo repasando sus detalles hasta dar con la solución formal durante un viaje entre la ciudad de México y Cuernavaca. García Márquez nunca ha negado el influjo de su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez, quien lo llevó a conocer el hielo, ni de su abuela Tranquilina Iguarán Cotes quien solía entretener sus tardes con cuentos de fantasmas y apariciones, así como el libro descuadernado de Las mil y una noches que encontró en un viejo baúl de su casa de Aracataca.
El Caribe también está presente en el dictador de El otoño del patriarca (1975), novela que toma como punto de partida la historia de Juan Vicente Gómez quien instauró un gobierno autoritario en Venezuela durante casi 30 años. Más que en ninguna otra obra de García Márquez, el recurso de la hipérbole enfatiza el exagerado y brutal régimen de los dictadores que han asolado a América Latina con sangrientas represiones. La definió como “un poema sobre la soledad del poder”, y con ella quiso romper los esquemas heredados de Cien años de soledad para experimentar con una sintaxis novedosa de largos párrafos con pocos signos de puntuación, alteró los tiempos y evocó las más insólitas imágenes para describir la crueldad de esos déspotas que por largos años dominaron la vida y fortuna de los ciudadanos, como fue también el caso de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, entre muchos más.
En la extensa obra narrativa de Gabriel García Márquez encontramos también un ciclo que pertenece exclusivamente a Cartagena de Indias, ciudad caribeña por antomasia, y a él pertenecen El amor en los tiempos del cólera (1985) que resume los amores contrariados de Florentino Ariza y Fermina Daza, personajes que recuerdan el amor prohibido que experimentaron sus padres, y la novela Del amor y otros demonios (1994) que narra la historia de Sierva María de Todos los Ángeles durante la época colonial, de quien se pensaba que estaba poseída por el demonio pero en realidad había sido mordida por un perro con mal de rabia y recluida en un convento para curarla con exorcismos. Sin embargo, en el proceso germina un amor frustrado por la intolerancia de la iglesia católica y el Santo Oficio de la Inquisición que termina con la muerte. En ambas novelas resucitan las callejuelas adoquinadas, se respira el aire caliente y se escucha el oleaje del mar que baña a esta histórica ciudad.
La novela histórica El general en su laberinto (1989) teje un dramático tapiz sobre los últimos días de Simón Bolívar que se inician el 8 de mayo de 1830, la víspera de su viaje sin regreso desde Bogotá con un destino incierto, y termina con su muerte en la hacienda San Pedro Alejandrino en la caribeña ciudad de Santa Marta el 17 de diciembre del mismo año. En este breve lapso de poco más de siete meses, convivimos con el Bolívar más humanizado y reflexivo que haya concebido escritor alguno, incluyendo a sus más documentados biógrafos.
El propósito de García Márquez era desmitificar la imagen solemne, estatuaria, de charreteras rimbombantes, que evocan los textos escolares. En su lugar, el Bolívar de García Márquez es la tragedia de un hombre que después de salir airoso en tantas batallas de amor y de guerra, arrastra el peso de la desilusión, los inconvenientes de la tuberculosis, la frustración de ver el sueño de una patria grande convertido en un castillo de naipes. Es un guerrero cansado de los rigores de la vida en campaña con ganas de irse lejos, adonde no le alcancen la ingratitud ni la hipocresía.
Su cuento La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada (1978) se ubica en la península caribeña de La Guajira, territorio de la etnia wayuu que el escritor menciona en Cien años de soledad, en tanto que su penúltima novela Memoria de mis putas tristes (2004) transcurre en la ciudad de Barranquilla donde es fácil ubicarse en los alrededores de la Plaza de San Nicolás, muy cerca de su vivienda en el Rascacielos, edificio de tres pisos bautizado así por sus amigos para burlarse del sitio donde funcionaba también un prostíbulo.
Recordamos aquí su inolvidable crónica Relato de un náufrago (1955), considerada pionera del periodismo narrativo en Colombia, también conocido como ‘nuevo periodismo’, que se popularizó tiempo después en Estados Unidos con autores como Truman Capote, Tom Wolfe, Gay Talese o Norman Mailer. Esta crónica novelada cuenta las peripecias de supervivencia del marinero Luis Alejandro Velasco que cayó al mar Caribe y estuvo 10 días a la deriva sin comer ni beber. Es también una crítica a la corrupción política y a la negligencia de la dictadura militar de aquella época Se publicó por entregas en el diario El Espectador de Bogotá, donde se desempeñaba como reportero y crítico de cine. Fue tal su éxito que sus lectores madrugaban para adquirir el periódico antes de que se agotara.
El escenario de En agosto nos vemos (2024), su novela póstuma, es también una isla solitaria en medio del mar Caribe que cada año en agosto visita su protagonista, Ana Magdalena Bach, para llevar un ramo de gladiolos a la tumba de su madre, ocasión que, en diferentes oportunidades, aprovecha para tener una aventura sexual con desconocidos. Es una narrativa episódica y cíclica que se repite cada año enmarcada por una atmósfera poética de evocaciones eróticas con un trasfondo musical de diferentes ritmos y épocas.
Después de transitar una vida peregrina por diferentes ciudades del mundo, entre ellas Bogotá, Barcelona o México, recaló con su esposa Mercedes Barcha en una casa que les diseñó y construyó el distinguido arquitecto Rogelio Salmona en el centro histórico de Cartagena, su refugio predilecto, frente a la muralla donde se escucha el murmullo de las olas que una tras otra son el mar Caribe. En Cartagena también funciona el Centro Gabo, dedicado a la investigación, preservación, divulgación y apropiación de la memoria y las múltiples facetas de nuestro premio Nobel. Las cenizas de Gabriel García Márquez y de su esposa Mercedes reposan bajo un busto del escritor de Aracataca en la plazoleta central del colonial Claustro de la Merced de la ciudad heroica.
*Escritor, periodista e investigador cultural, autor de una docena de libros entre novelas, cuentos, biografías, crónicas y ensayos sobre artes visuales, literatura y teatro, vive y trabaja en Puerto Colombia (Atlántico).