El descenso al maelstrom de Barbazul
La ópera en un acto “El castillo de Barbazul”, de Béla Bartók, se estrena hoy en el teatro Colón bajo la dirección musical de Alejandro Posada, y se presentará hasta el 28 de octubre.
Andrea Jaramillo Caro
“Esto sucedió una vez, no se necesita saber cuándo, dónde sí, dónde no”, es la única certeza que ofrece el prólogo de la ópera El castillo de Barbazul, de Béla Bartók, antes de cerrar con una invitación que deja a la audiencia con oídos abiertos a los sucesos que están por desenvolverse: “La cortina de nuestros párpados está abierta de par en par, disfruten hasta que vuelva a caer”.
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“Esto sucedió una vez, no se necesita saber cuándo, dónde sí, dónde no”, es la única certeza que ofrece el prólogo de la ópera El castillo de Barbazul, de Béla Bartók, antes de cerrar con una invitación que deja a la audiencia con oídos abiertos a los sucesos que están por desenvolverse: “La cortina de nuestros párpados está abierta de par en par, disfruten hasta que vuelva a caer”.
Y así como un párpado abierto revela las puertas del alma, el telón rojo se eleva para revelar la historia de Barbazul y su nueva esposa, Judith. Entre la oscuridad aparecen los guías de este descenso a las profundidades del alma del dueño del castillo. Siete puertas se sumen en la oscuridad y la humedad de la edificación y, en un afán curioso y una necesidad por regresar a la luz, Judith se propone abrirlas todas y descubrir lo que cada una esconde.
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Bajo esta premisa comienza la ópera, protagonizada por Valeriano Lanchas y Andrea Szántó. El castillo es, en esta adaptación del cuento de Charles Perrault, a diferencia de aquellos que figuran en las películas animadas, donde residen princesas y son el recinto de una historia de amor, un personaje más, un ser vivo, una extensión del mismo Barbazul. Así lo interpreta Lanchas cuando habla de la forma en que su personaje se refiere a su morada: “Barbazul habla del castillo y de él como uno solo. Él le dice a Judith todo el tiempo: ‘Ten cuidado con nosotros, ten cuidado con el castillo y no conmigo, sino con nosotros’”. Como el maelstrom de Edgar Allan Poe, el castillo actúa como un vórtice del cual Barbazul ofrece una salida al inicio, pero que una vez adentro y habiendo sido halado por la curiosidad, es imposible salir.
Ese tercer personaje tácito se presenta como una figura que entre bloques y proyecciones de video abarca la totalidad del escenario. Bajo la dirección artística de Pedro Salazar y la creación escenográfica de Julián Hoyos, el castillo cobra vida en la forma de una estructura móvil, con escaleras, compuertas y niveles que recuerdan al grabado del artista holandés M. C. Escher, “Relativiteit”, con sus escalones en múltiples direcciones y sin una salida clara, como un laberinto cuya entrada se desfigura al adentrarse en él. Para Salazar esta ópera está cargada de simbolismos y se sale de la realidad para meterse en la psiquis humana, enfrentarse a la obra de Bartók significó para el equipo “viajar hacia eso, ir adentro de nosotros mismos, y creo que lo que encontramos fue el laberinto, el laberinto que hay dentro de nosotros, que a veces nos podemos perder dentro de nosotros mismos”.
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Esta producción estuvo en desarrollo durante tres años. Comenzó a gestarse en 2020, sin embargo, la pandemia por COVID-19 y otros proyectos retrasaron la materialización de esta ópera en Colombia. La visión que el equipo tenía de esta obra ha madurado, según Salazar, “llegamos más tranquilos a descubrirla, pero debo confesar que hasta que empezamos los ensayos todavía estaba asustado con la ópera, porque es tan rara que no es fácil, pero creo que apareció. Uno lo que quiere con estos títulos es buscar la forma de que se manifiesten, de que aparezcan, que bajen o que aterricen de las ideas y que el teatro es un poco soñar las ideas y después lo tienes que traer a algo físico”.
La referencia que Hoyos tomó para crear ese pequeño laberinto fue la “stealth architecture” y una búsqueda por crear un dinamismo en la escenografía y “que no fuera solamente abrir la puerta y encontrar la escena, sino que la escena a veces saliera al encuentro del personaje. Eso es lo que motivó la idea de que los módulos escenográficos se movieran y un poco como dos barcos cruzándose en la noche para mostrar los desencuentros que hay entre esta pareja”. El movimiento arquitectónico en el que se inspiró tiene que ver con bombarderos indetectables y búnkers abandonados de la Segunda Guerra Mundial.
Sobre las superficies, tanto de esta estructura como del resto del escenario, hay proyecciones de gotas de agua, plantas, tesoros y armas que muestran detalles de lo que esconden estas puertas del castillo, revelando una capa tras otra de la complejidad del personaje de Barbazul. “Cuando conoces a alguien, lo conoces por capas. Esas siete puertas del castillo son como las capas de una persona”, asegura Lanchas.
Para el bajo-barítono su personaje, y cualquier otro de los que ha interpretado, encaja en una cita de Gabriel García Márquez: “Todos tenemos tres vidas: una pública, una privada y una secreta”. El sentarse a estudiar a cada personaje implica hurgar dentro de sí mismo y abrir esas puertas, pelar esas capas, y, al mismo tiempo, ser preciso sobre cómo se presenta esto al público de manera que la catarsis sea colectiva. “El arte es para eso, precisamente, como la pintura, como la literatura, la música, la ópera. El personaje no empieza igual a como acaba, hay siempre un arco. Barbazul tiene toda una catarsis con esta mujer abriendo las puertas. Lo chévere es que el público que venga también tenga eso, como cuando uno lee una gran novela, hay grandes libros que uno no es el mismo después de leerlos. Me parece que la grandeza de esta ópera es que uno no puede ser el mismo después de verla”.
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Lanchas, por ejemplo, no fue el mismo después de escucharla por primera vez a los 18 años, cuando compró el disco de esta ópera con su primer salario. El paso del tiempo le ha permitido descubrir más cosas sobre sí mismo y relacionarlas con el contenido de la obra de Bartók, mientras que reflexiona sobre las acciones de los personajes, sabiendo que la próxima vez que se acerque a Barbazul y su historia, lo verá con ojos diferentes. De la misma forma sucedió para Salazar, quien tuvo su primer acercamiento a esta obra en 2007, cuando trabajaba en el Teatro La Scala de Milán. “El iluminador de la ópera en la que estaba yo asistiendo, me decía: esa es la ópera que es la ópera más linda. Después la empecé a escuchar y la música es difícil, pero a medida que vas entrando entiendes lo que está haciendo Bartók, qué es este viaje a la psiquis humana, cuáles son los pasos a dar, cómo cambia la música con cada una de las puertas y creo que Barbazul me generaba la misma curiosidad que le produce a Judith”. La ópera, entonces, se convirtió en un enigma cautivador para el director artístico, que hoy aborda con respeto. “Esta fue una ópera que no le dio éxito a Bartók y creo que él estaba muy atormentado con sus relaciones sentimentales en la época. Eso también se siente, la dificultad de estar en pareja, la dificultad de salir de la soledad, de construir algo más con alguien más, que es lo que nos pasa a muchos y es algo que estaba vigente en 1910 y hoy en día seguimos teniendo esa misma inquietud”.
Para crear el ambiente de este castillo, Hoyos se guió por la música, la cual le daba pistas para imaginar cómo quería que los personajes entraran a las habitaciones, si de perfil o de frente, si las puertas se abren de par en par como un descubrimiento. “Tratar de resolver todos esos problemas prácticos de la apertura de las puertas motivó buena parte del diseño y ofreció una larga conversación entre dos personas. En una conversación siempre alguien está dominando en algún momento, y esa posición dominante puede pasar de una persona a otra. Por eso para mí era muy importante tener niveles en la escenografía para poder hacer composiciones dinámicas con los personajes y mostrar esa dinámica entre ellos dos, cómo va cambiando, quién es víctima, quién es victimario. No siempre es claro quién es quién”. Hoyos optó por dejar los elementos tal cual como se narran en el libreto, sin interpretación por parte del equipo de producción, para que el público fuera quien hiciera el análisis de lo que podían significar estos en su contexto.
Barbazul, desde que Perrault escribió su historia en el siglo XVII, ha sido revisitado varias veces por diferentes personalidades y en formatos que van desde el cine hasta la ópera y el ballet, y se mantiene en esencia en todas sus adaptaciones. “Barbazul somos todos. Todos tenemos por dentro algún rasgo de Barbazul. Y el miedo de abrir las puertas del castillo, que son puertas hacia dentro, es que nos demos cuenta de qué tan Barbazul es cada uno de nosotros. Esta ópera, más que acción hacia fuera, tiene acción hacia dentro. Es un tema tremendo. Cada puerta que Judith abre en el castillo, cada curiosidad que le pica, el no parar de querer abrir puertas cuando le dice que no las va a abrir o no las abra, es lo que lleva a un final trágico”, cuenta Lanchas.