El “cielo” que nació en medio de los bombardeos en Alepo
“For Sama”, documental de Netlfix estrenado en 2019, es relatado por una madre que concibió a su hija en medio de la guerra civil en Siria. Este 15 de marzo se conmemora el undécimo aniversario de este conflicto.
Danelys Vega Cardozo
Derrocar al gobierno era el fin. Un país democrático todo lo valía. En medio del proceso sabían que las repercusiones tarde o temprano llegarían. Repercusiones que amenazaban con poner fin a la vida. Tierras cercanas los habían motivado a creer en el cambio. Túnez, Egipto y Libia, los ‘ejemplos’ a seguir. Primavera árabe le llamaban a todo aquello y ahora ellos también eran parte de aquel movimiento. El 15 de marzo de 2011 todo empezó. Las calles de Daraa se llenaron de manifestantes, de “cantos” democráticos…De ilusión. Pero pronto las voces se convirtieron en silencios profundos y perpetuos. Un hombre llamado Bashar al-Ásad no pensaba quedarse con los brazos cruzados viendo aquella ola que buscaba tumbarlo del poder, de ese que había heredado desde el 2000 gracias a su padre Háfez al-Ásad. Mantener el legado familiar era importante. Y entonces los clamores de una ciudad se repartieron por todo un país. Las armas adquirieron protagonismo. Las represalias contra los opositores de Bashar al-Ásad no faltaron. Los “rebeldes” también se defendieron. Y al final un país en Medio Oriente quedó sumido en una guerra civil. Pareciera que hubiera sido ayer, pero ya han pasado once años desde que las ruinas llegaron a Siria.
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Derrocar al gobierno era el fin. Un país democrático todo lo valía. En medio del proceso sabían que las repercusiones tarde o temprano llegarían. Repercusiones que amenazaban con poner fin a la vida. Tierras cercanas los habían motivado a creer en el cambio. Túnez, Egipto y Libia, los ‘ejemplos’ a seguir. Primavera árabe le llamaban a todo aquello y ahora ellos también eran parte de aquel movimiento. El 15 de marzo de 2011 todo empezó. Las calles de Daraa se llenaron de manifestantes, de “cantos” democráticos…De ilusión. Pero pronto las voces se convirtieron en silencios profundos y perpetuos. Un hombre llamado Bashar al-Ásad no pensaba quedarse con los brazos cruzados viendo aquella ola que buscaba tumbarlo del poder, de ese que había heredado desde el 2000 gracias a su padre Háfez al-Ásad. Mantener el legado familiar era importante. Y entonces los clamores de una ciudad se repartieron por todo un país. Las armas adquirieron protagonismo. Las represalias contra los opositores de Bashar al-Ásad no faltaron. Los “rebeldes” también se defendieron. Y al final un país en Medio Oriente quedó sumido en una guerra civil. Pareciera que hubiera sido ayer, pero ya han pasado once años desde que las ruinas llegaron a Siria.
Relatos sobre este conflicto de Medio Oriente hay muchos y tal vez varié dependiendo de quién sea el encargado de contar la historia. La moneda siempre tiene dos caras. Y en esta ocasión, Waad al- Kateab, la protagonista del documental “For Sama”, es la encargada de relatar su propia versión de los hechos. Los hechos ocurridos en Alepo, una ciudad de Siria. Aquellos que fueron filmados por una madre. Los recuerdos que fueron eternizados como un regalo para una hija: para Sama. “Necesito que entiendas por qué tu padre y yo hicimos lo que hicimos. Cuál era nuestra lucha”. En la cámara de al-Kateab quedaron grabadas las imágenes de la esperanza, pero también del horror. ¡Nuestra revolución es pacífica! ¡musulmanes y cristianos unidos!, gritaban en 2012 los estudiantes de la Universidad de Alepo. Los jóvenes que exigían un cambio de gobierno. Una nueva vida. Las manifestaciones quedaron registradas en celulares, el medio que da cuenta de los sucesos acontecidos. Aquellas personas ignoraban por completo que pronto en las calles de su ciudad se escucharía una música estruendosa. De ese tipo de música que aniquila. “Ninguno tenía ni idea de cómo pronto cambiará nuestra vida”, dice Waad al-Kateab en el largometraje.
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Llega el 29 de enero de 2013 y unos cuerpos sin vida adornan el paisaje de Alepo. Hombres que habían sido arrojados a un río. La muerte usada para enviar mensajes. Para Bashar al-Ásad los opositores no tienen cabida en su país. “Nuestros muertos se han ido al paraíso”, repiten algunas voces. Los servicios médicos, de emergencia y las escuelas son tan solo recuerdos. Un bebé queda atrapado entre escombros. Unos hombres logran salvarlo. Esos que hacen parte de los 32 médicos que eligieron quedarse en el este de Alepo. Hamza, el mejor amigo de Waad al-Kateab, fue uno de esos. El hombre que prefirió su país sobre su matrimonio. Quien decidió junto a otros amigos montar un hospital improvisado. Los amigos que perdió en medio de estallidos. Las personas que se convirtieron en un motor para “continuar en pie de lucha”. “Perderlos hizo que seguir adelante fuera aún más importante, sin importar lo que pasara”, comenta al-Kateab.
Pero en medio de todo aquello las risas no se han desdibujado y hasta las celebraciones siguen siendo posibles. Hasta los matrimonios se pueden llevar a cabo, como el de Waad al-Kateab y Hamza. De aquella unión nace Sama. En 2015 la nieve cubre a Alepo. El blanco trae consigo la esperanza que se materializa en un nuevo hogar. Hogar que se salva de ser destruido por una bomba. La suerte que no corren las plantas de su jardín. La vida de alguna forma queda marchita. El miedo se vuelve una sensación constante en al-Kateab. El terror de quien sabe que de ella depende otra vida. “La alegría que trajiste estaba amenazada por el miedo. Nuestra vida contigo se sentía muy frágil”, las palabras de aquella mujer a su hija. Y cuanta razón tenía, porque todo empeoró preciso cuando nace su pequeña, a principios de 2016. Sama, que significa cielo, es el nombre que le da a su hija. Y el cielo, que ahora hace parte de la tierra, compite con el infierno. Los rusos entran a la guerra. El régimen Bashar al-Ásad encuentra quien lo “proteja”. Alepo es bombardeada. El hospital improvisado queda afectado por las explosiones. Cincuenta y tres personas fallecen. No hay tiempo para llorar. “En Alepo, no hay tiempo para hacer duelo”.
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En septiembre de 2016 se levanta un nuevo hospital, aquel que se convierte en el nuevo hogar de al-Kateab y su familia. Los cuadros que adornan su habitación son protegidos por bolsas de arena. Protección necesaria en medio de los bombardeos diarios. Las explosiones que no saben de edad. Las detonaciones que se apoderan del corazón de un niño, de ese que pierde sus signos vitales. Dos niños lloran a su hermano. Una madre busca a su hijo. La mujer que encuentra un cuerpo pequeño y frío. La que busca darle calor a su hijo en medio de sus brazos, aunque todo sea en vano. “Los niños no tienen nada que ver con esto, nada”, dice un médico. La impotencia habla, aunque nadie la escuche. Llega octubre de 2016 y en el hospital un nuevo infante queda tendido en una camilla. Su primo lo ha llevado. El pequeño corre la misma suerte que el del mes pasado. Los médicos preguntan por los padres del niño, al parecer han muerto. “Me da miedo admitirlo, pero envidio a su madre…Al menos murió antes de tener que enterrar a su hijo”, dice al-Kateab. Pero no todo son malas noticias. Los niños asisten a la escuela a pesar de los bombardeos. Toman clases en el sótano. Todavía sonríen e incluso no quieren abandonar su país. “Quiero ser arquitecto para reconstruir Alepo”, comenta uno de los pequeños. Las bombas no han explotado los sueños.
Un mes después le llega un mensaje de los rusos a Hamza a través de la ONU. “Ríndanse y les perdonaremos la vida…pero deben exiliarse”. En diciembre de 2016 la gente empieza a partir de Alepo. “Despedirse es peor que la muerte”, dice al-Kateab. Antes de partir aquella madre con su familia, su esposo, Hamza, se despide del hospital donde ayudó junto con otros médicos a salvar miles de vida. “Los lugares tienen que ver con las personas…como este lugar”, dice él. Y entonces emprenden el exilio. Tienen miedo. No saben qué les depara el futuro, pero sobre todo desconocen si podrán salir de Alepo. Hamza era conocido por el régimen, al menos por los noticieros. En los controles no son detenidos. El futuro sigue siendo incierto, pero al menos se mantienen unidos. La nieve vuelve a aparecer. El blanco trae vida. Taima, la segunda hija de al-Kateab ha nacido. “Su piel tiene el olor de Alepo”. El “cielo” ahora tiene compañía.
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