El coleccionismo o el arte de contar historias con objetos
La práctica de reunir objetos bajo una misma lógica ha acompañado al ser humano durante milenios y en Colombia ha permitido que se creen colecciones de muchas clases que cuentan múltiples historias.
Andrea Jaramillo Caro
Coleccionar, el acto de juntar una serie de objetos de una misma categoría. Desde obras de arte de un período particular hasta botellas de Coca-Cola, cualquier objeto del que se pueda tener varios de su misma categoría tiene el potencial de convertirse en una colección. Como humanos, esta acción la realizamos desde el tercer milenio antes de Cristo. En Mesopotamia es donde se han encontrado registros de las primeras colecciones reunidas por la humanidad. Sin embargo, “la conformación de colecciones, acción que va más allá de la mera aglomeración de objetos, puede responder a criterios tan variados como los científicos, estéticos, históricos y lúdicos. Quienes conforman estos conjuntos de cosas, en el mismo acto de seleccionarlas, reunirlas e interpretarlas, les otorgan sentidos, funciones y significados diferentes a los que pudieron haber tenido originalmente”, escribió el historiador Santiago Robledo Páez para la revista Credencial.
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Coleccionar, el acto de juntar una serie de objetos de una misma categoría. Desde obras de arte de un período particular hasta botellas de Coca-Cola, cualquier objeto del que se pueda tener varios de su misma categoría tiene el potencial de convertirse en una colección. Como humanos, esta acción la realizamos desde el tercer milenio antes de Cristo. En Mesopotamia es donde se han encontrado registros de las primeras colecciones reunidas por la humanidad. Sin embargo, “la conformación de colecciones, acción que va más allá de la mera aglomeración de objetos, puede responder a criterios tan variados como los científicos, estéticos, históricos y lúdicos. Quienes conforman estos conjuntos de cosas, en el mismo acto de seleccionarlas, reunirlas e interpretarlas, les otorgan sentidos, funciones y significados diferentes a los que pudieron haber tenido originalmente”, escribió el historiador Santiago Robledo Páez para la revista Credencial.
Egipto fue testigo de cómo la dinastía Ptolemaica coleccionó libros de toda clase y los almacenó en la Biblioteca de Alejandría. Siglos después, Italia vio cómo los Médici se alzaban como una potencia del coleccionismo y patronazgo de arte. Los objetos hacen parte de nuestra historia y la forma en la que es contada, porque las colecciones que se pueden crear “abarcan desde las porcelanas que adornan la sala de la abuela hasta los conjuntos de muestras geológicas y minerales de un instituto científico”.
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Este pasatiempo no es ajeno a ningún ser humano y Colombia no es la excepción a la regla. Aquí existen colecciones públicas y privadas de toda índole que han contribuido a la construcción identitaria a través de los objetos que las componen. Desde objetos arqueológicos, pasando por trajes, pinturas, esculturas, especímenes de fauna y flora, cartas, libros y mucho más, las colecciones que se han construido en el país dan cuenta de un interés por contar múltiples historias en la forma de objetos tangibles agrupados alrededor del criterio de su dueño.
Aunque la historia extensa de esta práctica en Colombia aún no se ha escrito, como sugiere la historiadora de arte Olga Isabel Acosta Luna en su artículo para Credencial, el coleccionismo de arte colonial, al menos, comenzó a andar en el país hacia los siglos XVII y XVIII. “Se daban prácticas de coleccionismo por individuos vinculados con la administración colonial y la Iglesia como Juan Flórez de Ocáriz (1612-1692) y el arzobispo-virrey Antonio Caballero y Góngora (1723-1796). Aunque es difícil definir a estos personajes como coleccionistas, sí podemos pensar en ellos como aficionados al arte, quienes, al estilo de un gabinete de curiosidades, conservaban en sus hogares obras de sus contemporáneos junto con otros objetos”, escribió.
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Estos gabinetes, que históricamente antecedieron a los museos, son solo una de las múltiples formas de coleccionismo que se conocen. La economía de la salvación fue también una de las prácticas que permitieron que se crearan colecciones como la del Museo Santa Clara. Esta práctica, en el caso de este museo, consistía en que “las monjas encargaban objetos de arte devocional a los oradores. Tienen la lógica de imágenes sagradas y no, como tal, de obras de arte”, aseguró Constanza Toquica, directora del museo, y quienes pagaban por este arte devocional que iba a permanecer dentro del convento podrían salvar su alma otorgando a ellas las piezas que se convirtieron en su colección.
Más allá de la acción de juntar objetos bajo una misma lógica, está el interés de reunir estos objetos y la pregunta que subyace bajo todas las colecciones es el porqué. Desde un punto de vista arqueológico, Natalia Angarita, curadora jefa de arqueología en el Museo Nacional, mencionó en los más recientes Diálogos de El Magazín que la percepción de algunos objetos como los arqueológicos ha ido cambiando con el paso del tiempo. Si bien en el pasado “eran vistos como objetos bonitos que servían para adornar las casas de las élites y probar su conquista y superioridad, la idea de arqueología se ha transformado al igual que la idea de museo y de coleccionismo”.
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Esto evidencia la diversidad de historias que se pueden contar a través de los objetos y los cambios que se han atravesado en los últimos dos siglos para llegar a configurar las colecciones que se pueden apreciar hoy en diferentes instituciones. Actualmente se escucha hablar de coleccionistas de arte, y aquí entra en juego otra dinámica en la que se ven estos objetos como parte de una transacción que también va ligada a la puesta en valor y conservación de la pieza.
El coleccionar objetos implica no solo contar una historia, sino también incurrir en una práctica de memoria. “Sin los objetos las sociedades no podrían alimentarse, comunicarse, entretenerse, expresar sus impulsos creativos, etc. Si bien generalmente hacen parte de la escenografía de nuestra existencia sin que les prestemos necesariamente mucha atención, la importancia de algunos de ellos se evidencia en situaciones particulares”, afirmó Robledo. Y esto se demuestra en la manera en que las colecciones públicas y privadas siguen creciendo bajo diferentes lógicas y criterios. Sea que pasen de generación en generación, que se recolecten a lo largo de los años o que se invierta dinero para construir una colección, esta práctica refleja la necesidad del ser humano de conectar con su pasado, dar un significado a los objetos y a través de ellos contar y organizar su historia.