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El 29 de agosto de 1969, Leila Khaled, una menuda guerrillera palestina de 25 años, junto con Salim Issawi, ambos del Frente Popular para la Liberación de Palestina, secuestraron un avión de la compañía estadounidense Trans World Airlines (TWA) que efectuaba el vuelo Roma-Tel Aviv. Obligaron a la aeronave a desviarse a Damasco (Siria), donde aterrizó. En el operativo no hubo un solo muerto ni herido alguno.
Leila Khaled y Salim Issawi serían puestos en libertad por las autoridades sirias sin ningún cargo a mediados de octubre. Fue por entonces que el fotorreportero de guerra estadounidense Eddie Adams le tomó a Khaled una fotografía que se haría célebre: ésa en la que ella aparece sentada, con la mirada inclinada hacia abajo, la cabeza y el cuello envueltos en una kufiya blanca y negra, y un fusil de asalto AK47 entre las pequeñas manos.
La fotografía debió de ser vista en Barranquilla por Meira Delmar, la reconocida poeta de origen libanés que consideraba que la ocupación del territorio palestino por parte del Estado de Israel, creado en 1948, era “una de las mayores injusticias que se han producido en la historia universal”, según lo diría años después, por los años 1990, en una entrevista concedida al investigador cultural Álvaro Suescún. Sin embargo, en dicha entrevista, Delmar afirmó que supo de Leila Khaled sólo con ocasión del segundo secuestro aeronáutico en que ésta participó, y que resultó fallido, pues agentes de seguridad israelíes mataron a Patrick Argüello, el fedayín que la acompañaba esa vez, y la sometieron a ella. Esta segunda acción tuvo lugar el 6 de septiembre de 1970. El avión, que viajaba de Ámsterdam a Nueva York, fue desviado a Londres, donde la guerrillera palestina fue puesta bajo custodia de las autoridades. Meira Delmar aseguró haber leído la noticia –despachada desde la capital inglesa– en la primera página del diario El Tiempo y precisó que estaba ilustrada por una foto de Khaled en la que “vestía uniforme camuflado y tenía una metralleta en sus manos”.
En todo caso, fue a través de la información suministrada por la prensa y de aquella imagen –o de aquellas dos imágenes– que Meira Delmar supo de Leila Khaled y de su singular caso, y fue ése el punto de partida del proceso de composición de un poema que duraría varios meses: “Elegía de Leyla Kháled” [escrito así el nombre, con esa grafía equivocada].
El poema fue incluido en el libro Reencuentro, que, publicado en 1981, se convirtió en el quinto título de poesía de Delmar, nacida Olga Chams Eljach en Barranquilla, en 1922, y muerta en la misma ciudad en 2009, a los 87 años.
La “Elegía de Leyla Kháled”, que consta de 51 versos libres distribuidos en nueve estrofas, y que está escrita en segunda persona del singular, tiene básicamente la estructura de un relato desarrollado en orden cronológico, que empieza por la infancia de Khaled y termina cuando, ya por completo consagrada a la militancia guerrillera, de ella se pierde todo rastro, toda noticia, de modo que la poeta no sabe si ha muerto o si todavía sigue viva.
El texto, pues, recrea la vida del personaje, quien nació en 1944 en la ciudad de Haifa, por entonces parte del Mandato Británico de Palestina, y quien con apenas cuatro años de edad tuvo que huir con su familia a un campamento de refugiados del Líbano en 1948 debido a que la ciudad fue ocupada por los hebreos en cumplimiento de la decisión de la ONU de asignar el territorio donde está emplazada al nuevo Estado israelí. La recreación de su vida, que se extiende a lo largo de las siete primeras estrofas, está constituida por seis momentos objetivos: su expulsión del hogar y de la tierra nativa cuando era niña; su andar en el exilio; su decisión de tomar las armas para luchar por la liberación de Palestina; su demonización por parte de los enemigos y de la prensa; su persistencia en la lucha, yendo de un lugar a otro, con la esperanza, si bien incierta, de regresar a su patria; su pérdida en “la sombra”, en la carencia de todo registro sobre su existencia.
A lo anterior, y como cierre del poema, sigue una imagen subjetiva, una suerte de visión de la poeta, experimentada en una noche de insomnio, en que Leila Khaled se le muestra de repente dotada de una apariencia “iracunda y terrible”.
El poema se caracteriza por su poderosa fuerza expresiva, lo cual se debe principalmente al tipo de imágenes que predominan en él. Ya la primera imagen marca esa reciedumbre evocativa:
Te rompieron la infancia, Leyla Kháled.
A esta metáfora de una infancia rota, destrozada –como “una espiga / o el tallo de una flor”–, le sigue otra de pareja intensidad: “Y asolaron la puerta de tu casa / para que entrara el viento del exilio”. Nótese que, en este contexto, la metáfora “viento del exilio” sugiere un viento tan fuerte que, al penetrar en la casa, arroja por fuera a sus habitantes.
Luego, en la cuarta estrofa, se suceden cinco imágenes que describen el proceso psicológico que conduce a Leila Khaled a la decisión de hacerse guerrillera. Esas cinco imágenes operan todas como distintos predicados de un mismo sujeto, de una misma triple entidad, a saber: “Los campos, las aldeas, los caminos”, que abreviaré como CAC. Estos campos, aldeas y caminos son desde luego los de la tierra nativa de Khaled y vienen a simbolizar su patria ausente. Veamos una por una las imágenes que se refieren a ellos:
1) Los CAC tatuados en la piel de la memoria.
2) [Los CAC] moviéndose en tu sangre roja y viva.
3) [Los CAC] llenándote los ojos de sed suya. (Es decir, de sed de ellos, de
sed de esos campos, aldeas y caminos).
4) [Los CAC llenándote] las manos y los hombros de fusiles.
5) [Los CAC llenándote] de fiera rebeldía los insomnios.
Son imágenes que connotan punción y dinamismo torrentoso, así como deseo, impulso guerrero y descontento en grado sumo. Ellas, en conjunto, nos dicen que la profunda nostalgia de la tierra arrebatada provoca la movilización moral y física destinada a recuperarla.
La quinta estrofa y el comienzo de la sexta, que hablan de los adversarios y detractores de Leila Kahled, mantienen ese carácter vigoroso de los tropos:
… y te lanzaron voces como espinas
desde los cuatro puntos cardinales,
y marcaron tu paso con el hierro
del oprobio.
Tú, sorda y ciega, en medio
de las ávidas zarpas enemigas…
Dos imágenes más, por útimo, contribuyen a dotar el poema de esta gran fuerza expresiva de que venimos hablando: son dos que sugieren intensa vehemencia y que nos hablan del estado de exaltación combativa, del calor insurgente de Leila Kahled. La primera se halla en la quinta estrofa: “Tú, sorda y ciega (…) / ardías en tu fuego”; la segunda, en la séptima, y expresa que “los desiertos, las ciudades, la prisa de los trenes” la vieron “afiebrada”.
El poema es un lamento (de ahí que se le defina como una elegía), pero también es una exaltación. Un lamento por el destino infeliz de Kahled, que en “los años del asombro y la ternura” fue víctima del despojo y del destierro, y condenada, por lo tanto, a un desplazamiento errante (la nakba). Una exaltación de su “destino guerrillero”, esto es, de su rebeldía tenaz (que sacrifica el “amor” y no cede a los “sollozos”) a favor del regreso a su patria.
No hay duda de su simpatía por el personaje –y por su causa–, pero su logrado tratamiento estético lo aleja por completo del peligro de ser un poema de cartel y consigna.